Serena
El apartamento del Dakota no es igual desde que Emily vive en él. El salón tiene más espacio porque han quitado muebles, como la gran mesa, sustituida por otra para dos. Donde estaba la librería, hay una mesa con el ordenador y una estantería. El tresillo ha sido sustituido por un sofá para dos. Hay cortinas en las dos ventanas. En la habitación, han cambiado la cama individual por otra de matrimonio, el armario también es nuevo.
Un restaurante permanece en el local donde estuvo la agencia, David trabajó en él al principio. Dos agencias filiales sobrevivieron a la crisis, Los Ángeles y Detroit. Son independientes y no están conectadas. Steve volvió y acaba de ascender a encargado.
Roger vuelve del almacén.
—¿Qué tal, cariño?
—Bastante bien. Parece que la crisis es historia.
—Me alegro. Acerca una silla y siéntate.
Mientras ella maneja el ordenador, él se sienta y ve en la pantalla a alguien que no puede creer, con el mismo aspecto que recuerda.
—Mamá. ¿Está viva?
—Sí.
—¿Dónde?
—Muy cerca. —Añadió mirándole a los ojos: —Escucha, no te va a gustar. No te conté como murió tu padre para no herirte. Me contaste que tus padres fueron de Detroit a Chicago para cambiar de identidad. Su intención era venir aquí, casi llegaron. Un coche patrulla les seguía. Mirando archivos de periódicos, encontré un accidente. Él tenía carnet de conducir con nombre falso, que coincidía con el de identidad. En otra cartera tenía el carnet de identidad auténtico. Por eso pude encontrarle.
—¿Qué le pasó a mamá?
—A eso voy. Su documentación venía a nombre de Vanessa Davis. Fue ingresada en el hospital por traumatismos y amnesia.
—Igual que David, él tuvo suerte de tener familia cerca y le ayudaron a recuperar la memoria, ella sólo me tenía cerca y yo sin saberlo. Debí seguir buscándola.
—¿Cómo?
—Como tú.
No podía hablar.
—Desahógate, te hará bien.
Emily le abraza. Ya sereno, pregunta:
—¿Dónde está?
—En el geriátrico del Bronx.
—Quisiera ir ahora.
—Va a ser tarde para ella.
Van la mañana siguiente, antes llamó por teléfono y les permitieron su visita.
—Buenos días, mamá.
—Buenos días. Me suena tu cara, pero no te reconozco.
—Soy tu hijo Roger.
—Roger era mi padre. Creo que estás de broma. ¿Quién es ella?
—Emily, para servirte. ¿Cómo te llamas?
—Vanessa. Papá, ¿es tu esposa?
—Sí, pero no es tu madre.
—Claro que no, la recuerdo muy bien.
—¿Recuerdas al pequeño Mike?
—Sí. ¿Tenéis más?
—Nos hemos unido hace poco.
Se quedan hasta la hora de comer. Vuelven cada tarde. Con mucha paciencia, van llenando los huecos vacíos de su memoria.
23 de diciembre, Roger va solo a la residencia a recoger a su madre. De allí al aeropuerto, donde espera Emily. Toman el avión a Los Ángeles.
Lo bueno de este viaje es que Roger lo hace acompañado por primera vez. Se le hace más corto. El avión sale a las 5 de la tarde y llega a las 8. Dura seis horas, menos tres de diferencia horaria.
—Roger. Me estoy acordando de una mujer mayor y delgada, que vivía sola.
—Mami, en Detroit. Una mujer que se merecía mejor vida. Pasé dos noches inolvidables en su casa.
Emily agrega:
—No seas modesto, le diste mejor vida. Le regalaste una casa con ascensor y una pensión mensual.
—Engordó diez kilos, salía a diario, se divertía. Dios me hizo el favor de estar con ella en su último día, sus últimas palabras fueron: Roger, no desesperes, encontrarás a tu madre. Fui para su centésimo cumpleaños. No esperaba llegar al nuevo siglo, que vivía de regalo. Era más feliz gorda que delgada.
—Era más querida por sus vecinos que por su familia.
—Me habló muy bien de ti, y de papá. Os quería.
—Lo que no recuerdo es cómo llegué a Detroit.
—¿Recuerdas cuándo papá se fue?
—Sí.
—Contrataste a un detective, menudo ladrón. Te dio su dirección y no os separasteis más.
—No debí ir.
—No digas eso, fuisteis felices. Te dio ilusión por vivir. La fatalidad fue el accidente.
Emily comenta:
—Serena…
—Me suena raro ese nombre. Perdona, sigue.
—Mamá, te acostumbrarás.
Emily explica sin más detenciones:
—Ya sabes que trabajo en internet. Encontré esta frase: el pasado sirve para aprender, el presente para preparar un mejor futuro.
—Poco futuro me queda.
Su hijo replica:
—Por lo menos veinte años, como Mami. Toma su ejemplo.
Un anciano de setenta y siete años ve llegar a su sobrino, una mujer que no conoce y otra mujer que le cuesta reconocer, no la ve desde hace treinta años.
—Hola, hermana. Me alegro de verte.
Se abrazan emocionados, cuantas veces el creyó que sería imposible.
—Bienvenidos. Supongo que eres Emily.
—La misma. Encantada de conocerte.
Llegan al barrio, apenas ha cambiado desde que Serena era niña, siempre conservó aquellos recuerdos, se estancó en ellos. Ahora se está haciendo a la idea de que ha pasado mucho tiempo.
La casa sí ha cambiado, fiel al estilo de su ama, quien es cariñosa con su cuñada.
—Bienvenida a tu casa, Serena. Te veo bien.
—Gracias. Creo que te recuerdo. Aunque hayan pasado tantos años.
—Lo que importa es que volvemos a estar juntos. No te apures por recordar, debes mirar adelante.
La cena de Navidad reúne a toda la familia. Mike y su esposa; su hija con su marido y su hijo, acompañado de su novia; Serena, su hijo mayor con su esposa y una hija, acompañada de su marido; la hija de Serena con su marido, no han tenido hijos; Roger y Emily. Quince personas, no caben en la mesa grande, han adosado la de la cocina. Mike y Roger son los únicos albinos.
Mike ruega a su hermana:
—Nos sentimos solos aquí, salvo en las celebraciones, pero son pocas al año. Serena, aquí hay sitio para ti, quédate con nosotros.
—Me gustaría mucho, sin embargo quiero estar cerca de mi pequeño.
—La tienda de Nueva York me va muy bien. Tengo un proyecto a corto plazo, todavía está por concretar. Abrir otra nueva y quiero que sea aquí en Los Ángeles. Mi amigo David aún no lo sabe, él se encargaría de aquella y yo de ésta. Nos quedaremos unos días para hablar con Steve y que nos busque una casa y un local.
Mike pregunta:
—Emily, ¿puedes cambiar tu trabajo?
—Trabajo con internet, lo puedo hacer en cualquier sitio.
Serena está exultante:
—Me encanta. Toda la familia junta de nuevo. Todo vuelve a su sitio. Aunque veo un problema: detesto volar y supongo que debo volver a la residencia para despedirme.
—Mamá, eso no es problema. Cuando volvamos, nos pasaremos para decir que no vuelves. Espero que no te obliguen.
Un rato después, Serena pregunta a su nieta:
—¿Cuándo me daréis un biznieto?
—Si Dios quiere, para junio.
Nadie lo sabe, la sorpresa es placentera, mas no es la única. Roger da un codazo a Emily y ella anuncia:
—También estoy embarazada, más o menos para la misma fecha.
Cumplidos los cuarenta, hay pocos embarazos, mas son posibles.
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