Único capítulo

Un pasillo oscuro. Eso es todo lo que ven los ojos de Isamu. O, mejor dicho, no ven. Porque ¿quién dice que el oscuro es el color y no un sentimiento, una sensación, una presencia, la locura misma?

Camina con toda la tranquilidad del mundo por el turbio espacio que lo rodea. Y solo siente incertidumbre cuando por mucho que se mueve de un lado al otro, no choca con nada. No es que está atento porque no hay nada, está atento porque la luz se va prendiendo de a poco y le va demostrando claridad, claridad que no esperaba.

Claridad que solo lo enfoca en la locura de nunca haberse partido el cuerpo contra los vidrios gigantescos que apuntan a un vacío absoluto. Vacío incompleto, de mente no muy creativa.

Tiene miles de pregunta en la boca, busca la mejor forma de hacerlas y se lo calla todo. Quizás solo está pasando por un mal viaje. Justo la primera vez que se droga le suceden cosas como estas... Increíble, ni la droga más cara tiene buena calidad.

Un cúmulo de voces empiezan a escucharse al otro lado del pasillo. Él permanece tranquilo, un poco atento por si algo se rompe y lo saca de ese universo paralelo. Pero no se le eriza ni un solo pelo cuando su audición empieza a andar mal y su vista se desenfoca.

Algo que ha aprendido es a no tenerle miedo a nada. A absolutamente nada. Porque el miedo solo te hace una persona más y está cansado de ser humano, de su condición mortal y sentimental.

Cuando se cansa de seguir el rumbo directo e intenta tomar otro camino, se encuentra volviendo verticalmente, como si su mente no le permitiera visitar zonas que no ha terminado de construir.

Se siente desganado de continuar y aún así sus pies se mueven como dos bailarinas que se oponen a dejar esa danza tortuosa, casi rara.

Y como si todo tuviera sentido: hay un gran pastel decorado con frutillas y crema. Un gran pastel mal decorado, como si lo hubiera hecho alguien que justo tenía cinco minutos para presentar algo y se agarró de lo primero que tenía a mano.

Es tan feo que no le da ganas de morderlo. Sin embargo, se acerca hacia él, solo porque así consigue ver mejor su reflejo en el vidrio cercano, tentándolo a romperlo.

Es como un niño. Tiene la imagen de un joven, un muchacho de color pálido. "Azul" diría su hermana para referirse a lo triste. Y sí, probablemente sea azul.

Pasa sus manos por el vidrio, buscando una forma de desactivar todo ese sueño, de caerse y así darse cuenta que simplemente estaba dormido en el auto, que nada de eso es real. Que no hay chances de que algo sea real.

Golpea el vidrio. Lo hace con poca fuerza. Y ve así cómo todos los pequeños pedazos caen cristalizados, mortales si uno te entra por la boca y otro por la nariz.

El frío le roza el rostro, pero la sensación de vacío es más fuerte que cualquier tipo de reacción temblorosa. Ve que el edificio está en su último piso, que la monotonía podría acabar y desea lanzarse, abordar todo lo que significa ser humano y no volar por voluntad propia.

Se abre de brazos, como un pájaro caído, antes de sucumbir al abismo. Como instinto, cierra los ojos, temeroso de sentir el picor de la caída a la hora en la que su cuerpo se rompa en mil pedazos como el vidrio.

Y de repente, un suave piano se escucha. Una melodía conocida, que todos saben de cuál se trata aunque nadie más que un músico dirá "es tal pieza de Chopin". Solo es una canción bellamente tocada, por manos que se escuchan finas.

—Ay, tonto, casi te caes —escucha detrás de él y abre los ojos. Ya no está en el vacío, está en frente de alguna persona oscura, de alma irracional, inexistente.

Y solo cuando da un paso más, nota algo inusual: personas.

Ha estado tan rodeado de monotonía, encierro y artefactos tecnológicos que olvidó algo importante: personas más allá de sus socios.

Pero no son personas cualquieras. Son dos de sus conocidos, sus verdaderos conocidos: Hiroko y Takeo. Hiroko preciosa con su vestido post-muerte, una cosa de pinceladas artísticas hecha por ella y con estrofas del piano, quizás justo lo que está tocando con tanto gusto. Y, por otro lado, Takeo vestido con... Bueno, su estilo habitual. No sabe con qué ropa murió debido a que el incendio se tragó su cuerpo, pero supone que esa vestimenta hubiera sido irónica, llena de colores y viveza.

Por primera vez, se siente triste. No, asustado. Confundido también. Todo junto, como si estuvieran por darle tres ataques cardíacos ante el pesar de que el primero pudiera no matarlo.

—Mira lo pálido que estás, amigo... Take, ven a ver a tu hermano, deja el piano ese.

—¿Crees que va a llorar? —murmulla ella en un tono bajito, como el que siempre ha tenido.

¿Por qué de repente aparecen ellos en su descarrilado universo paralelo? ¿Por qué no han crecido, se supone que es una broma para recrear sus muertes? A él no le está haciendo ninguna gracia, menos a la hora de ver que puede tocarlos y sentir su tacto.

Peor cuando se pellizca miles de veces el brazo y se siente real, como si no fuera un sueño o un mal viaje. De repente está en el mejor lugar del mundo y no sabe por qué.

—No llores, Samu. ¿Tanto nos vas a extrañar? Si estamos acá.

No los extraña. Jamás ha pensado en ellos desde unos diez años. No hay un solo sentimiento en su corazón que pueda expresar su dolor, por esa misma razón no extraña.

Pero lo más cómico de todo es que se paraliza. No llora, pero tampoco sonríe. Se ve triste, melancólico y solo es una faceta hasta que sepa cómo recuperar el movimiento, la cabeza también.

En su mundo, él ya no es el adolescente tonto que no sabe apreciar a su hermana y mejor amigo. En su mundo es un asesino, un torturador, lo más cercano a la definición de "psicópata", de no ser porque tiene mucho para demostrar en calidad de sentimientos. Se junta con gente perversa, nada que ver con ellos dos, que lo miran con dudas y preguntas. Su gente no pregunta, hace. Hace lo que quiere. Si uno justo quiere agarrar a una mujer y venderla, lo hará. Tendrá toda la paz del mundo de que él como líder no reaccionara, probablemente se olvidará.

Ya no recuerda al Isamu que se reía como tonto cuando su amigo hacía bromas a los profesores ni mucho menos al que escuchaba a su hermana tocar el piano solo para dormir. Ese tipo no existe. Quedó en el pasado. Listo.

—Aún no es tarde para pedir ayuda, Samu —susurra dulcemente esa voz de niña, irracional en el rostro adolescente maduro de esa chica.

—Mira quién lo dice.

—Sabes que te amo con toda mi alma... Con el alma que no estoy segura de tener. Vamos, Takeo, haz una de tus bromas que quedo en plena vergüenza.

—Déjenme en paz. Solo quiero descansar tranquilamente. No hace falta que vengan a aconsejarme de vida personas que ni siquiera pudieron vivir lo que yo sí.

—Son cosas del pasado, supéralo.

—¿Superarlo? Oh, vamos, quise suicidarme con tal de verlos ¿y se me aparecen ahora cuando el cuarto intento es imposible? Solo les pido que me dejen morir. ¿Es porque iré al infierno y nos lo veré? Mejor, quiero quemarme vivo. ¡Solo déjenme en paz, esta vida es una carga, la peor maldición que me pudo tocar!

—Maldito egoísta, ¿no puedes tan solo vivir por nosotros? —maldice como siempre hacía Takeo—. ¡Oh, mírame a los ojos, tarado!

Pero sus ojos no existen. Se está volviendo en una especie de trasmisión interrumpida, borrosa, casi aturdidora ante el sonido de su voz extinguiéndose cual animal en la ruta.

—Aún tienes una oportunidad, hermano... No todo está perdido.

Un ruido de bala se escucha y lo aturde. Las imágenes de sus compañeros de vida solo muestran fatalidad: Takeo hecho fuego en el auto que a los pocos minutos explotó y Hiroko en la cama con pinceladas que marcaban un suave rastro de cicatrices abiertas.

Ahí fue cuando se jodió su vida. Y ni el disparo pudo aturdirlo tanto como para olvidar todo eso.

Se levanta de la cama con la respiración agitada, notando que el entorno a su alrededor es la verdadera realidad. La amarga y fatídica realidad, que le trae paz, incluso si su más fiel aliado, Hisashi, tiene un arma en la mano y acaba de pegar un tiro para que se despierte.

¿Tan mal la estaba pasando como para que ese hombre se arriesgara tanto o es que solo el efecto de las drogas lo hizo alucinar? Por ahí dicen que cagan la cabeza y Hisashi es la clara muestra.

—Isamu, ¿qué mierda fue eso?

—¿Qué cosa? —pregunta desinteresadamente, un poco ilusionada por no ver un pastel de cumpleaños y notar que solo está en el tercer piso de ese edificio tomado.

—Eso... Te pusiste a gritar, a moverse como un epiléptico y sin haberte drogado. Entendía si te estaba dando una sobredosis, pero ni eso se acercaba.

—Ah. ¿No me drogué?

—No que yo sepa.

Bueno, no le extraña de su parte. Hisashi está muy perdido intentando no morirse con las inyecciones como para darse cuenta de lo que él hace. Pero, por alguna razón, confía en sus palabras cuando mira su rostro demacrado.

"Las drogas te hacen mierda" dijo alguna vez ese chico, siendo un joven que se proponía ser un basquetbolista internacional y lejos de cualquier tipo de consumo problemático... Sería deprimente que lo recordara, por suerte casi todo el tiempo está un poco drogado como para olvidarlo. Pero su cuerpo le pasa factura.

Hisashi tiene todas las características de un drogadicto. Los ojos siempre rojos y las pupilas dilatadas, como si nunca se le fuera de la cabeza. Esos movimientos que hace con los ojos son siniestros, al observar todo con completa rapidez. Parece más atento de lo que él ha estado en su sueño, pesadilla o realidad alterna. Las ojeras... Y todo lo demás puede pasar desapercibido, pero sus ojos son tan grandes que ocupan más de lo que uno desearía en una cara. Sus ojos hablan, tal vez gritan.

—¿Fue una pesadilla? Yo te puedo ayudar a lidiar con ellas.

Sus palabras parecen un rejunte, como si aún el efecto no se le hubiera pasado. Habla con voz pastosa incluso, parece que lo ha despertado del sueño que ha conseguido conciliar y esperó durante meses.

—Solo... Soñé con espíritus.

—Los espíritus también se ven en vida.

—Sin uso de drogas, me refiero.

—Bien... Cuéntame.

Hisashi actúa como un infante, sentándose en la cama de Isamu. Le baja importancia al disgusto de este a la hora de verlo en su cama y no en el colchón en el que siempre duerme. A pesar de sus caprichos, siente que le debe contar todo eso, que él se tiene que enterar, ya que siempre se ha preocupado mucho por su salud mental y física, razón suficiente para haberlo salvado en esos últimos dos intentos de suicidio.

Así que lo hace, le cuenta todo lo que recuerda de ese sueño en el que se sentía capaz de percibir y sentir todo. Lo dice como si no estuviera loco de la cabeza, como si no fuera una estupidez insana que se le crea en base a su sufrimiento insoportable.

No se salta ni una sola parte. Sabe que las pupilas dilatadas de Hisashi pueden significar: atención. Escucha todo como una historia fantástica, entretenida y en la que puede participar con insultos o comentarios inútiles.

Aliviador no es, pero siente una presión menos cuando ese hombre intenta hacer una reflexión en el medio de su euforia.

No sabe cómo, pero Hisashi se queda callado cuando de repente sale el tema de sus dos intentos de suicidio. Permanece en un tibio silencio, mirándolo con recato y mordiendo su mano para evitar todo lo que quiere transmitir. Él sabe que es una falta de respeto interrumpirlo.

Isamu repasa los dos intentos, los cuenta con plena neutralidad, casi frialdad. Dice alguna que otra cosa que pone un poco melancólico a Hisashi. La primera es "solo ponerme borracho no me iba a matar en la bañera, tendría que haberme drogado". Una reflexión casi cierta, de no ser porque de todas formas Hisashi tuvo que sacarlo, asustado por el hecho de que pudiera llegar a fallecer y quedar desterrado a esa vida solo. Y la segunda es "nunca debí decirte que vengas conmigo al Tokyo Gate". Intenta hacer memoria del por qué todo ha fallado y eso afecta al estado de su compañero, que se pone inquieto, preguntándose si es una señal o si solo hace eso para lastimarlo, despreciarlo incluso.

¿Cómo se atreve a hablar así delante de él, que se ha encargado de intentar mejorarla la vida y de darle todo lo que necesitaba? Pero no puede reclamarle a su jefe. No debe. Y por eso permite que el silencio los perturbe a ambos.

—Ese último intento era el ideal, ¿sabes? Sería icónico. "Jefe de la mafia se mata delante de ochocientas personas" y ahora soy el "jefe de los Kakusê no se pudo suicidar".

—Vamos, no seas tan duro contigo mismo.

—No quería vivir llegado a ese punto, Hisashi. —Una ilusión breve crecen en esos ojos colorados—. Ni tampoco ahora.

Y esa ilusión desaparece rápidamente.

—Tú no entiendes. La gente empezó a reconocerme, los que vivían el barrio de mi abuelo y mis compañeros de escuela se dieron cuenta de quién era yo. ¡La gente que yo protegí se dio cuenta y prefirió su moral antes que a mí, su salvador!

—Solo son porquerías por eliminar, aún estoy a tiempo, puedo ir y...

—No quiero venganza. En ese momento, solo quería comprensión, algo de apoyo, algo de lo que sabía no recibiría. Ahora no quiero absolutamente nada más que paz.

Y sabe que es hipócrita decir eso luego de que manejaba el imperio más grande de cocaína y prostitución, peor aún siendo el que daba órdenes para asesinar gente. No era nada justo que un tipo con 648 muertes pidiera ayuda, dijera que solo necesitaba ser comprendido.

Pero en ese momento creyó que sí lo era, que se lo merecía luego de toda la defensa que les ha dado a esos antiguos amigos que abandonó al dedicarse a la venta de drogas, como la mayoría empieza.

No permitió que nadie les hiciera daño, desde lejos los veía estar con sus familias, ser felices, tener todo lo que él nunca podría y la envidia era débil. Todo lo que hacía era salvarlos de condiciones miserables como la suya y lo había logrado, incluso creyó que ellos se darían cuenta... Pero todos estaban del lado del pueblo, llamándole "traidor", "asesino". Nadie lo reconocía como su salvador, ni los más pobres a los que alguna vez ayudó.

Es el hombre más joven y odiado de todo Japón. Sus veintisiete años no se notan en el cuerpo de adulto que carga, parece un grandulón de cuarenta y tantos que solo se ha dedicado a jugar con otras vidas.

Y quizás le duele el recuerdo que ya nadie guarda de sí. Le duele que la imagen de joven boxeador ya no exista, que se lo asocie con un tipo que solo aprendió boxeo para matar a golpes. Se difaman muchas cosas malas de él que ni se acercan a su imagen. Por ejemplo: no puede golpear. Su cuerpo está debilitado, tanto así que solo puede disparar y con mucha suerte.

No es como si eso mejorara las cosas.

—Quería que los periodistas me filmaran, deseaba que alguien mostrara cómo me tiraba del puente para saber si aún les importaba, si ellos de la nada podrían aparecer. Incluso creí que podría volar... Pero estoy seguro que nadie me notó, así que tampoco hubieran llorado por mi muerte.

Un ligero arrepentimiento se escucha en su tono de voz, pero desaparece tras su cara de póker y la dura expresión de resiliencia. Resiliencia que no quiere vivir, que está obligado a seguir.

—Yo te hubiera llorado.

—Pero eso no me sirve.

—Es que eres mi líder, eres todo lo que tengo.

—Tú simplemente me guiaste por este camino.

—Y soy la única persona que conoce tu "yo" adolescente y le sigue agradando la versión de ahora. ¿Acaso no soy yo?

Sus manos se clavan en sus hombros tirados para abajo y esos ojos se enloquecen a la hora de abrirlos con gracia, buscando una respuesta afirmativa, algo dulce de su parte. Pero Isamu no es dulce y lo sabe a la hora en la que simplemente baja la cabeza. No es dulce ni agresivo. Es un tipo deprimido.

—Yo sigo aquí, Isamu.

Y su susurro es como el viento llevando las hojas delante de un niño. Al niño no le importa el cambio de estación ni el viento cuando está tan esmerado en una cosa como dibujar aves.

Isamu lo único que quiere es ser un ave, volar o morir como uno.

«●»

Una voz suave lo despierta del profundo sueño que le había agarrado. Al entreabrir los ojos, ve una noche llena de estrellas en su ventana y el rostro cercano de Hisashi, casi capaz de besarlo si es que quisiera. Pero sería la peor decisión de su vida, más con ese aliento putrefacto y los dientes turbios que carga con cierta gracia.

Qué tortura... Prefiere golpearse la cabeza contra el mueble que está atrás de él, así tiene que evitar la rareza de su compañero.

Incluso por su gran disgusto, puede ver esa sonrisa gigantesca, como si tuviera el plan más macabro de todos en manos o el más agradable.

—¿No será hora de que vayamos a visitar las tumbas de tus seres amados?

—¿Eh? —menciona sin entender a lo que se refiere.

—El Festival de las Almas —aclara para no tener que decir "Feliz cumpleaños", conociendo que eso no le agrada en lo absoluto.

Lo recuerda a la perfección. Su cumpleaños es una tortura porque tiene que rememorar el hecho de que las dos personas más importante de su vida son festejadas en ese día, que dejó de tener importancia para él y de ahí sale que sus últimos dos intentos hayan sido con la intención de marcharse ese mismo día, pensando que sería igual de aceptado que los demás.

Corre lo más apresurado posible afuera de la habitación. Los fuertes pasos de Hisashi lo persiguen y por esa misma razón se frena en la ventana equivocada, en la que no tiene mucha vista al mar. Pero aún así, lo ve, ve algo a lo lejos que resultan lámparas preciosas, limpias, que interpretan gran parte de la creencia de las personas que desean transmitirle paz a aquellas almas que aún llegasen a circular, para darles a entender que todo estará bien. O esa es la filosofía de Isamu a la hora de ver el festival.

Hisashi no está drogado. Podría estarlo, pero no tanto como para decir estupideces. Esta vez dijo cosas coherentes. E hizo algo muy dulce, casi tierno de su parte. Hay dos lámparas que les falta iluminar en su mano. Eso logra paralizarlo un momento, darle una sensación linda en el corazón.

—Isamu, se nos está haciendo tarde... Estoy bien como para que nos escapemos de estos tipos y dejes las linternas en paz, conectándote con el alma de Takeo y Hiroko.

Son las palabras que siempre esperó. La que más deseó y nunca le fueron brindadas en el momento exacto. Pero se atreve a aceptarlas, incluso sabiendo que el consuelo duraría lo mismo que un rayo al estamparse contra el suelo.

Una suave melodía de piano se filtra tras su oído. Gymnopédie No.1 es lo que puede oír, sentir recorrer todo su cuerpo. Oh, él era el estúpido músico que se sabía absolutamente todos los nombres de las canciones que tocaba su hermana... Eran sencillos, comunes y hasta los averiguaba de memoria con tal de tener un hermano que la apoyara realmente, conociendo todo, tal vez más que ella.

Incluso si el viaje vaya a ser tedioso, acepta que es mejor hacerlo con Hisashi que sin él. Acepta por hoy no intentar... Matarse, si es que esa palabra alivia un poco más el término "suicidio".

Y corre. Esta vez muy en serio. Corre junto a Hisashi, huyendo de los tiros que disparan sus compañeros, asustados de que sean unos intrusos. Esa es la mayor prueba de estupidez, porque nadie podría entrar luego de toda la seguridad con la que habían perforado el sitio completo.

—Que se maten a tiros entre ellos —masculla Hisashi. Pero lo ignora, suponiendo que es su locura habitual.

Aunque, cuando finalmente llegan al piso de abajo y se suben al auto, Isamu tiene el ligero presentimiento de que nunca más volverán a ese sitio. Y de que realmente a Hisashi le caen mal esas personas. Es más, se lo confirma cuando se ríe como maniático.

—Nunca me cayeron bien —confiesa, arrancando el auto al notar cómo aquel hombre ve el edificio—. Cualquier cosa, solo di que te secuestré. Es más sencillo de creer. Aunque dudo que volvamos por aquí.

—¿Tienes planeado rentar un apartamento con el dinero que ganaste en la lotería y vivir en un país como Filadelfia?

—Exactamente, es bueno saber que aún conservas el sentido del humor.

Ambos se ríen. Aunque sea raro, se ríen, como si necesitaran aliviar la tensión de sus cuerpo al notar la noche y no saber qué harán luego de celebrar a los muertos. Incluso, de los nervios, mientras conduce a 160 km por hora en una ruta, Hisashi se acomoda la pistola e Isamu lo nota.

—¿Llevas el arma?

—La llevo a todos lados

—Eres un paranoico de mierda.

—Te puedo resaltar que mi paranoia te ha dejado siempre muy tranquilo, esta vez no será la excepción.

—Sí tú dices.

Hacen el viaje en completo lío. Hisashi pone música obscena e Isamu la intenta apagar, avergonzado por la mirada de la gente que pasa por la vereda. Las personas se suelen reunir multitudinariamente para dejar las lámparas, por lo que se encuentran desde niños hasta ancianos caminando.

El ver de nuevo a las personas, aunque sea por solo un fragmento de segundos, resulta mucho para él. Le gustaría que todos los días hubiera esta paz... Bueno, lo que simula ser paz en los rincones más bonitos. Conoce los otros sitios, él los ha creado especialmente para la miseria.

Por un momento filosófico, se pregunta qué hubiera pasado si en vez de haber seguido los pasos equivocados, hubiera hecho el bien. Quizás no sería atormentado por su hermana con la idea de amor o con su mejor amigo con el hecho de que se está volviendo un imbécil quemado de la cabeza. Pero ¿cómo alguien puede quemarse la cabeza sin nunca antes haberse drogado?

Sería un infierno ser como Hisashi que tiene el pelo duro de tanto teñírselo y los dientes podridos. O las manos bien abiertas que te rozan y lastiman. Quizás también el desespero de sus movimientos, los tics cuando está ansioso que los ponen en peligro mientras conducen... Pero resulta que también es un infierno ser él mismo.

—Debido a tu imprudencia por llevarme a sitios visibles cuando te lo he pedido, debemos de comprar algo que nos oculte —resalta Isamu, quitándose el peso de la culpa ante la molestia que sentía por su compañero.

La molestia de verse reflejado en él.

—No te hagas problema, hombre. A nadie le interesamos en esta fecha.

Y tiene razón. Porque cuando Hisashi estaciona en el lugar reservado para discapacitado, nadie lo regaña, incluso si miles de personas pasan por allí. Y muchos menos la gente se giran a verlos con sus ropas vagas, prendas de dormir. Nadie se percata de que son de la mafia, la más alta mafia.

Por hoy, a nadie le importa.

Isamu, gratamente sorprendido, comienza a caminar con ligereza, sin ningún tipo de tensión. Sus extremidades se mueven como por cuenta propia y choca con unas cuántas personas que solo se disculpan. La gente es bondadosa, hace el bien en días como estos. Se acuerdan de Buda.

Hisashi lo sigue detrás, un poco incómodo por al cantidad de personas e intentando no perderlo de vista. Teme que se vuelva a intentar matar en cuanto no lo vea.

Pero lo conoce. Está claro que ese muchacho acaba de recuperar la juventud, que el espíritu de aquellos dos lo están guiando a la zona menos llena para que moje sus pies y también deje las lámparas prendidas. Y siente pena por lo que va a hacer. No le gusta la idea que ha planificado como un loco durante su último cumpleaños... Pero es determinado con su decisión.

Está tranquilo el mar. Es un paraíso poder apoyar los pies y sentir la sensación de flotar. Le gusta la serie de recuerdos que le trae de su pasado el finalmente soltar a aquellos, no aferrarse a las lámparas como un desesperado en vida.

Hay gente que lo mira con cariño, sin reconocerlo, ancianos principalmente. Y se siente la persona más comprendida de todo el planeta, como si siempre hubiera sido apoyado y querido.

Incluso, como nunca ha hecho, invita a Hisashi a flotar con él. Le toma la mano mojada y le indica con un gesto que todo está libre para ellos.

Hisashi tiene los ojos cristalizados. Le gusta mucho verlo feliz, le encanta saber que la persona por la que nunca ha sido independiente emocionalmente está sonriendo, una sonrisa dulce. Pero sabe que no durará, que en cualquier caso él también va a arruinar sus chances de estar tranquilo, que si le agarra un brote psicótico empezará a matar a la gente con el arma.

Sabe que no hay paz en su mundo, que ya está carcomido por el karma, que su karma es estar vivo.

No hay oportunidades para gente como ellos.

No hay oportunidades para personas como Isamu.

Como la píldora mágica que resuelve todos los problemas, saca el arma y apunta directamente a la cabeza de Isamu, quien se ha dado la vuelta para contemplar la profundidad del mar, lo lejos que podría llegar si se atreviera a nadar y nunca más parar.

La gente se asusta, más no grita. Hace un gesto más que obvio de que les disparara si llegan a soltar la más mínima expresión.

—Gracias, Hisashi —dice como un consuelo a la forma que tiene de desesperarse.

Y antes de que el temblor de sus manos sean insoportables, larga una lágrima y dispara.

Porque solo así el karma de Isamu desaparecerá en esta vida. Solo de esta forma él dejará de sufrir. Y solo él podrá llevar el peso de esa muerte.

Loco de tristeza, se lleva el cuerpo delante de todas las personas y lo tira en el medio de la multitud, proclamando con la pistola en mano "he matado al líder de Kakusê y si no difunden el mensaje, mataré a sus hijos".

Ruega para que todas esas culpas hayan sido expiradas o enviadas a él, que en vida seguirá haciendo el mal.

The voice of Sakura 23 de diciembre.

Ha ascendido un nuevo líder en Kakusê

Tras la muerte del líder de Kakusê, apodado Isamu, a mano de su mano derecha, apodado Hisashi, la mafia más temida ha quedado sin jefe. Según lo que se nos ha informado, la yakuza de ese sector recae constantemente, debido a la falta de autoridad. Al estar a punto de desaparecer, tuvieron que tomar una decisión precipitada.

Hisashi ha ascendido al "trono". Los cinco al mando tomaron esa decisión, tras reconocer su valentía. Uno de los investigadores del caso ha llegado a una conclusión. Según sus palabras "una gran parte de la yakuza va a caer", debido a que el nuevo líder no se ve prometedor. Pero la gente teme por la cantidad de sangre derramada.

A pesar de haber sido uno de los hombres más temido de Kakusê, Hisashi se encuentra debilitado. Profesionales afirman que con tan solo ver su imagen se puede comprobar el pésimo estado en el que está. Todo a causa de intoxicaciones con fármacos.

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