En la distancia escucho voces que pronuncian mi nombre.

—¡Natalia, despierta, ¿cómo te sientes?!

Mis párpados están tan pesado que intento abrir mis ojos poco a poco y siento que no podré abrirlo del todo. Mi visión se encuentra borrosa quizás confusa, sin embargo ya empiezo a divisar rostros en especial uno que esta muy cerca de mi y me acaricia el cabello... Es mamá.

—¡Mamá, he vuelto! ¡Pensé que no volvería a verte!.

—¿Por qué lo dices hija? ¡Gracias a Dios la operación salio bien.
Aunque no pierdes oportunidad para dormir a tus anchas.

Mamá sonríe con ternura que no me importa su sarcasmo en cuanto a mi pereza inducida. Sigo desorientada, aun no comprendo que ocurrió, al menos sé que estoy viva y recién salida del taller de reparación; llámese quirófano. trato de buscar respuesta ¿morí en el quirófano? No, eso no es posible —me digo a mí misma.

Me inclino un poco en la cama, observo detenidamente la habitación del hospital. Mis amigas están ahí, mis familiares también. Todos se ven felices por mí.

Dirijo mi atención a la mesita de noche, hay unas bellas flores, galletas, jugo y una jarra de agua. Me convenzo que todo fue producto de la anestesia, lo que me hace sentir aliviada.

Ya han pasado unos cuantos minutos y ya todos se han marchado. Mi madre esta descansando en una cama al lado de de la mía, lleva puesta su pijama de rayas rosadas. Busco acomodar por mí misma la almohada pues la siento demasiado alta e incomoda. Meto la mano debajo y siento algo... ¡Increible, esto no puede ser! Susurro para mi sorprendida de mi descubrimiento  debajo estaba la carta del menú de aquel extraño Tribunal de las Almas.