III. El continente de plástico
«Así que estás aquí para salvar el mundo, ¿qué se puede decir ante algo así?» (Cypher)
Chapel le pidió al camarero que le pusiera el café para llevar; decidió terminárselo fuera, necesitaba aire fresco. Tanto tiempo en la oficina discutiendo sobre si era más adecuado el verde o el naranja para el fondo del cartel publicitario, cuando lo principal estaba acordado, le parecía rayano en lo absurdo.
Al salir del edificio, un golpe de viento casi le hizo derramar la bebida. Se apoyó en la barandilla y contempló el mar. Las placas de plástico se mecían y chocaban entre sí allá abajo, amortiguadas por la basura que las rodeaba. Un dedo tocó su hombro. Al girarse, vio la cara menuda de Laría:
—Quinto Chapel, Segundo Mipsado pregunta si puede ayudarle con el nudo de su corbata.
—Ahora voy. Me puedo tomar el café por lo menos, ¿no?
—No sé —contestó Laría, indecisa, y se marchó.
Chapel pegó un último trago, arrojó el vaso al mar y se dirigió al despacho de Mipsado. Lo encontró observando algo en el techo.
—¿Goteras otra vez? —preguntó.
—Eso me temo, los de mantenimiento no dan a basto.
—Debería usted llamarles de todas formas, el despacho del Segundo no debe tener goteras —contestó Chapel de forma automática.
—De todos modos —replicó Mipsado, levantándose de su asiento y echando mano a su nudo—, ocúpese de esto, por favor.
Con resignación, Chapel comenzó a trabajar en la corbata de su superior. Intuía que el mensaje importante estaba al caer.
—Quinto, quiero que considere usted un escenario.
—¿Cuál?
—El mar.
—¿El mar?
—En efecto. Piense en él.
—¿Qué quiere que piense sobre él?
—¿No le agradaría celebrar su compromiso ahí?
—¿En el mar? Un tanto inusual, Segundo.
—Si lo hace, la islempresa lo costearía.
—Necesitaría que me explicara el asunto con algo más de detalle, Segundo. No entiendo.
—Sobran placas voluminosas alrededor de la islempresa, se podría ensamblar una plataforma con facilidad. Una celebración rodeada de los elementos, el escenario más abierto que pueda imaginar. ¿No le gustaría?
—Creo que sí me gustaría, Segundo, ahora que empiezo a visualizarlo.
—Soy conocedor del vigor de su compromiso con Vilgana. Se lanzará una espléndida sesión de fotos que después nos servirá de materia prima para nuestra publicidad. La gente admirará su valía, mírelo de esa manera si quiere.
—Me gusta mucho la idea de las fotos, podrían servir también para mis redes sociales... Pareceré un moderno Poseidón, celebrando mi compromiso en mitad del océano. Usted me recomienda que realice esta acción, ¿verdad?
—No solo se lo recomiendo, sino que se lo estoy proponiendo. Y, si se negara, se lo impondría, ¿a quién intento engañar? A usted no, desde luego. —Mipsado articuló una risita al final de su frase, la cual fue en parte ahogada por el apretón ulterior de la elaboración del nudo.
Ø
—Laría, entra y cierra la puerta.
Esta, tímida, obedeció.
—Laría, mi compromiso con Vilgana se acerca. Siéntate, quiero proponerte algo.
La chica se sentó con cuidado de no arrugar su colorido vestido.
—¿Qué me quiere proponer, Quinto Chapel?
—No me llames Quinto, no te hablo como tu superior ahora. Creo que sospechas lo que te voy a decir.
—Sí...
—¿Y bien?
—No sé si estoy preparada...
—Mujer, ya sabes cómo son estas cosas. Será por el bien de los dos.
—Lo entiendo, pero nunca... Nunca había pensado en ti de esa manera.
—Eso es porque eres joven. Te digo una cosa, no se me ocurre ninguna otra forma de que progreses en esta islempresa si deniegas mi oferta. —Laría miraba sus zapatos—. Tienes un contrato condicional ahora, ¿no es así?
—Sí.
—¿No te gustaría que pasara a ser incondicional?
—Sí que me gustaría. ¿Me lo puedo pensar?
—No, claro que no. Si sales de mi despacho sin responderme, se lo pediré a Luenda.
—No se lo pidas a esa. —La mirada de Laría mostraba matices que a Chapel le resultaban novedosos y, por cierto, satisfactorios.
—Bien, mañana irás a la modista y que te haga varias propuestas de vestidos; luego me las envías para que decida.
—De acuerdo.
—Vas a ser mi compañera compromisaria, ¿no estás emocionada?
—Sí —respondió Laría sonriente mientras salía del despacho.
Ø
La ceremonia fue, al menos al principio, más agradable de lo que Chapel había imaginado. La plataforma fue ensamblada y acondicionada con rapidez. La decoración era escasa pero vistosa. Se hallaban a unos cien metros de la islempresa, flotando en semi-deriva. Algunas otras islempresas vecinas se perfilaban en la línea del horizonte marino. El sol brillaba sobre el evento. Algo de agua se colaba cada cierto tiempo, pero un recadario encorvado y diligente se apresuraba a achicarla con cubos y fregonas. Había espacio para unos cincuenta asistentes. La música tenía más de gloriosa que de matrimonial. Primero Mavián presidía la ceremonia; Segundo Mipsado y Tercero Solariego se ubicaban a sus flancos, en el estrado de honores. Laría se guarecía en su voluminoso vestido rosa; se intuía en su mirada un deseo de pasar desapercibida, en contraste con lo llamativo de su atuendo. Un fotógrafo hiperactivo se desplazaba de un lado a otro sin cesar y presionaba con frenesí el accionador de su cámara. Todos permanecían atentos a él, como si fuera la estrella del evento.
—Quinto Chapel, es tu gran momento —anunció finalmente Mavián, tras un largo discurso henchido de palabras altisonantes—. Consuma tu compromiso y revélanos tu propuesta.
Chapel se encaramó a la tarima de proclamación y efectuó su presentación:
—Señores, para celebrar mi compromiso con Vilgana Mercadotecnia, corporación de corporaciones, la más grande islempresa de este sector del Océano Subatlántico, voy a regalarle la mayor de las aportaciones que probablemente haya realizado nadie antes en su día de compromiso. Se trata de... —realizó un silencio estratégico; después, mostró una diapositiva holográfica con cifras, porcentajes y tablas—... un retirador acelerado de basura.
—¡Oh, excelente! ¡Bravo! —fueron las exclamaciones del público, que parecieron ver plasmados sus anhelos de librarse de tantos desechos acumulados en sus instalaciones.
—Verán —continuó Chapel—, como ustedes saben, trabajamos a tal velocidad que no tenemos tiempo de deshacernos de todos los residuos diarios. Estos se amontonan a un ritmo mayor del que los recadarios son capaces de evacuarlos al mar. Por ello, propongo un invento, que no es una máquina ni ningún dispositivo. Se trata de un sistema por el cual se efectuarán dos acciones simultáneas: por un lado, reducción del salario de los recadarios a un cincuenta por ciento mientras los empleados de la islempresa expresen insatisfacción con la limpieza mediante unos cuestionarios dinámicos que rellenarán cada día al fichar su salida. Y, por otro, los diez empleados que se hallen en la base de la Lista de Empresa tendrán que permanecer una hora más tras su turno cada día ayudando a los recadarios, lo que colateralmente estimulará la competitividad y la productividad del personal.
Todos los asistentes aplaudieron, muestra de que ninguno de esos diez empleados aludidos había sido invitado al evento. Los ejecutivos superiores a él, quienes por supuesto conocían la propuesta de antemano y la habían aprobado, pues nunca habían sido proclives a contratar más recadarios, se unieron a la ovación. El que había en cubierta, en cambio, dejó caer su mopa y miró fijamente a Chapel.
—Escoria humana como usted ha llevado el mundo a ser el sumidero putrefacto que es hoy en día —dijo, mientras le apuntaba con el dedo.
Hubo un murmullo general de asombro. Después, el empleado se arrojó al mar. Los asistentes se aglutinaron en la baranda para observar y la plataforma se escoró por ese costado; entró agua en generosas cantidades.
—¡Retírense! —la voz de Mavián trató sin éxito de abrirse paso. Cuando, uno a uno, los asistentes a la boda cayeron al agua, el desastre se desencadenó. El recadario, al saltar, había impactado contra una placa y se había abierto la cabeza. Un reguero de sangre decoraba el plástico flotante. Las bestias marinas, atraídas por el aroma a muerte, acudieron al banquete.
Ø
De los cincuenta asistentes al evento, perecieron veintinueve. Los que no fueron devorados por los tiburones, murieron ahogados (y después fueron devorados por los tiburones). Quinto, no obstante, sobrevivió. Nadie más de la Cúpula Ejecutiva lo hizo; sucumbieron Primero, Segundo, Tercero y Cuarto. A Mavián lo engulló una orca descomunal que tenía enormes láminas de plástico incrustadas en sus encías y paladar. El hecho, sin embargo, no le impidió ingerir ejecutivos.
La imagen quedó fijada en la retina de Chapel. Laría, su compañera compromisaria, agachada y aterrorizada en un rincón pero viva, miraba a Chapel con ojos suplicantes.
Ø
El discurso de investidura de Primero Chapel, una semana más tarde, fue emotivo. Los supervivientes de la catástrofe y los que estuvieron a salvo en Vilgana se bebían cada una de sus palabras. Tras las condolencias y la asunción de la Primacía, Chapel declaró algo a la audiencia:
—Ha sido el clamor de la naturaleza. Hemos de cambiar.
Nadie en ese momento entendió lo que quiso decir Chapel exactamente pero, cuando en unos meses los cambios se intuyeron, comenzaron a verlo como un mesías o un salvador. A Laría se lo explicó Chapel en su despacho de Primero.
Ø
—¿Qué quieres decir con «limpiar el mar»? El mar es agua, y el agua es lo que limpia las cosas.
—Me encanta tu manera inocente de ver el mundo. No me arrepiento de haberte propuesto ser mi compañera compromisaria. Quizás algún día incluso tengamos hijos.
Laría se ruborizó salvajemente.
—Por favor, Chapel...
—¿Qué?
—Estás casado con Vilgana, no conmigo.
—Ni siquiera va a continuar llamándose así. He pensado en el nombre de Orcadia.
—Igualmente estás casado con ella.
—Por favor, Laría. Muy pocos hombres se casan ya, y menos con mujeres. Los que lo hacen, es con sus empresas; para ascender, como yo, y lo sabes. De todas formas, no hay nada que me impida tener hijos con mi compañera compromisaria. Hacia Orcadia proyecto mis sentimientos, pero no es una mujer, cosa que tú sí. Los hombres tenemos de vez en cuando instintos, a pesar de que la Ciencia Revelada nos los erradicara en su día por el bien de la especie. A veces se manifiestan esos instintos, al fin y al cabo hay que seguir procreando pese a que el mundo esté superpoblado. Vosotras, las mujeres, los habéis conservado.
—¿Por qué fue así? Ahora que lo mencionas, es extraño.
—Porque no importaba que los tuvierais. Una pareja no tiene sexo si uno no quiere. Sobre todo, si el hombre no quiere.
—Los hombres no os preocupáis más que por los negocios. Y a nosotras no nos hacéis ni caso.
—Claro que os hacemos caso. Tenéis vuestros usos.
—¿Por qué no me cuentas mejor lo de limpiar el mar? Háblame de negocios, es lo que quieres. Es lo que todo hombre quiere.
—Tú te lo has buscado. Bien, esta islempresa va a dejar de dedicarse al tipo de mercadotecnia al que se dedica.
—¿Y a qué tipo se dedicará entonces?
—A uno que es bueno.
—¿Qué tiene de malo nuestra mercadotecnia? Todos los tipos de mercadotecnia son buenos.
—Te equivocas, Laría. Te equivocas de parte a parte. Tenemos la gallina de los huevos de oro.
—¿Qué significa eso?
Ø
—Me halaga que hayas pensado en mí primero, no te lo voy a negar —dijo Salaco, tras tomar un sorbo de su cóctel en la terraza del islhotel Trakul, bajo un cielo despejado—. Pero tengo que decidir primero si la idea es buena.
—¿Acaso no te lo parece?
—No me malinterpretes. El problema es precisamente ese. La idea parece demasiado buena para ser cierta. Será un reto, difícil y costoso, pero no deja de ser una buena idea si todo sale bien. Entonces, no desconfío de ti, pero... ¿dónde está la trampa?
—No hay trampa. Tengo delante de mí al constructor que aparece siempre en revistas y reportajes de empresarios exitosos, y pensé que alguien así sería el tipo de persona que ha visto mundo y sabe reconocer la verdad cuando la tiene delante.
—He aprendido a reconocer la verdad cuando la tengo delante y también que los embaucadores profesionales saben imitarla a la perfección. Así que déjame recapitular...
—Muy bien.
—Estás involucrado en una campaña de mercadotecnia que pretende convencer a los gobiernos de que limpien los mares de esas placas de plástico compactado que cubren todo el océano. ¿Crees que accederán?
—El mundo recuerda la tragedia de mi compromiso con Vilgana y yo me he encargado de extender su eco durante este tiempo. La Cúpula Ejecutiva de una de las mayores empresas de mercadotecnia del globo murió casi en bloque debido a la irreverencia del ser humano para con el medio ambiente. Ya se ha convertido en un símbolo de la necesidad de un cambio urgente. Yo soy un superviviente, un mártir, un redentor, que se dispone a enmendar los errores de su islempresa y de paso echar una mano al mundo. Si lo deseas, te puedo mostrar las encuestas de aceptación y viralización de mi campaña publicitaria; te aseguro que son inmejorables. También he mantenido conversaciones con algunos gobiernos. He percibido en ellos buena disposición hasta el momento. Creo, sin miedo a equivocarme, que este era el momento histórico preciso para conseguir mi objetivo; en cualquier otro periodo, no habría funcionado.
—¿Qué te hace pensar eso?
—En mi etapa de estudiante cursé algunas asignaturas de historia. Si algo aprendí, es que los humanos solo reaccionamos ante situaciones de emergencia, nunca ante los primeros indicios que apuntan a dicha emergencia. La tierra firme está literalmente atestada, es una ciudad continua de continente a continente. No cabe un alma más. Voces que pugnaban por una tecnocracia fría que tomara las riendas de un planeta en obvio colapso presionaron para que surgieran fenómenos como el de la Ciencia Revelada, que entre otras cosas nos limitó a los hombres el deseo de procrear, ¿te parece que funcionó?
—No. Se aplicó demasiado tarde, y en todo caso la gente ahora vive demasiado. Aunque nazcan menos bebés que antes, no hay manera de que los viejos se mueran, a no ser por incidentes como los de tu compromiso. Por cierto, mis condolencias al respecto.
—No has de darlas, el suceso me abrió los ojos —dijo Chapel, mientras un camarero le encendía un puro—. Te voy a poner otro ejemplo de situación de emergencia. ¿Recuerdas los altercados por la ocupación de las zonas protegidas de bosques?
—Y tanto que los recuerdo, hubo palos para todos.
—¿Lo ves? Siempre reaccionamos mal y tarde. Pero en este caso funcionó. Si hubiéramos invadido los pocos bosques que quedan, la especie humana habría perecido, esa especie humana que siempre quiere continuar expandiéndose a toda costa. Conquistamos el hielo, conquistamos el desierto, conquistamos el subsuelo. A falta de habitar el aire, tecnología que aún no dominamos, solo quedaba un lugar hacia el que movernos: el mar. Algunos lechos marinos de fácil acceso ya están poblados, pero faltaba la superficie; comenzamos a hacerlo con las islempresas. Siguieron algunos organismos públicos y bloques de viviendas. Son barcos, en realidad, gigantescos cruceros estacionarios que tratan de hacerse un hueco entre la basura flotante. Y ahí está el problema. Nos expandimos por el mar, pero el mar siempre fue tratado como un vertedero. Hay mierda de todo tipo, entre la que destaca el plástico, que tuvo que empezar a compactarse en placas por ley antes de ser evacuado. Casi no nos podemos mover. Solo faltaba que alguien pensara en utilizar ese material para algo constructivo, de lo que todos se pudieran beneficiar y que respondiera a una emergencia. Necesitamos este espacio. La falta de luz bajo la superficie provocada por la basura flotante también está afectando al ecosistema marino, tan importante como los bosques para nuestra respiración. La alimentación ya la resolvimos hace tiempo, no se trata de eso. Pero el asunto de respirar, amigo, esa es la verdadera amenaza. ¿Qué te voy a contar a ti? Como constructor, debes de conocer todas estas cosas.
—Sí, las conozco —dijo Salaco. Se reclinó en el sofá—. En fin, entiendo que les estás dando motivos de peso a los gobiernos para que recojan el mar por ti. Es una situación de emergencia.
—No deberían negarse.
—Está bien. Supongamos que acceden, o que lo hacen en número suficiente. Mi firma entonces ha de adquirir todos los residuos plásticos que se recuperen. Y será con ese material con el que construiré un nuevo continente.
—¿Acaso hay otro material que se pueda usar? Si retiras tierra o picas piedra de cualquier parte, derrumbarás la casa o el comercio de alguien. O, peor, estarás invadiendo zona protegida. Ve y cava el suelo de la Luna, si quieres.
—¡No! Necesitamos la Luna entera para cuando tengamos que mudarnos allí —repuso el constructor, con una carcajada.
—Considéralo de este modo: si accedes a esta colaboración conmigo, podrás bañarte en oro líquido cada noche si quieres, pues participarás todos los negocios que se construyan en esa nueva tierra. Nuevo continente, nuevas naciones, nuevas leyes. Vivimos en el mundo de las patentes y de la libertad. El primero que llega se lleva el pato al agua, y nunca mejor dicho. Segundo Mipsado me dio la idea con el formato de la celebración de mi compromiso, pero no llegó más lejos. Yo tomé el relevo de su magnífica idea.
—Tenemos que hablar de quién será rey y quién vasallo en esa nueva tierra. Dices que yo me bañaré en oro, pero me parece que tú lo harás en diamantes. Si yo seré el director, tú serás el dueño y señor. Pides un noventa por ciento de todos los beneficios por sentarte y observar.
—Por supuesto. Las ideas en un mundo como este se pagan a precio de piedra preciosa elevado a sí mismo. He sido yo quien ha tenido la idea de que el ser humano sobreviva expandiéndose sobre su propia mierda. Todo está registrado. Soy el amo de un continente que aún no existe, pero que pronto lo hará y se llamará Plasgea.
Ø
Miles de noches más tarde, aprendió a amar a Laría.
—¿Te das cuenta? —contestó Chapel, mientras se sentaba en el sofá decorado con motivos tropicales de su nueva mansión—. A partir de aquel día de mi compromiso, todo cambió. Ascendí de Quinto a Primero, como tocado por los dioses. Persuadí con mis argumentos a gobiernos y al constructor Salaco. He utilizado a los demás y me he hecho asquerosamente rico en el proceso. Todo por un breve lapso de inspiración. Esos lapsos demenciales en que brotan nuestras mejores ideas y vibra nuestro destino con su máxima resonancia...
—Todo empezó cuando me hiciste tu compañera.
—Oye... Eso no es del todo falso... —La revelación sacudió a Chapel, que se revolvió en su asiento—. Creo que acabo de sentir lo que sentían los antiguos hombres.
—Ah, ¿sí? ¿Y de qué se trata?
—De cosas muy, muy extrañas. Algo de complicidad, algo de amor, algo de pasión. No sabría definirlo. ¿Quizá te quiero?
—Claro que sí. Tienes que quererme.
—¿Por qué?
—Porque soy una mujer y tú eres un hombre. Los hombres tienen que amar a las mujeres.
—Eso era antaño.
—Tú has creado un nuevo continente de restos flotando. Puedes crear un nuevo sentimiento de tus restos de humano.
—¿Insinúas que no soy un ser humano?
—Yo no insinúo nada. Yo te quiero y ya está.
Chapel permaneció pensativo unos instantes. Al fin, dijo:
—Cuando estudié historia, noté que hemos cambiado como especie.
—¿Cómo hemos cambiado?
—Es similar a lo que acabas de hacerme sentir. Antes nos movíamos por pasión, por convicciones, por ideales. Al menos, así lo hacía la mayoría. Ahora, nos dirige la ambición, el lucro, el interés. Como le dije a Salaco, solo reaccionamos ante la emergencia. Todo esto me parece ahora mucho más lamentable que cuando se lo expuse a él. Me estoy haciendo viejo.
Laría se reclinó en el sofá y se acomodó bajo el brazo de Chapel.
—Y ahora que lo ves de otra manera, ¿qué vas a hacer al respecto?
—No soy un mesías ni un salvador, Laría. No he resuelto el problema más grave de la Tierra, solo lo he aplazado mientras engrosaba mis cuentas bancarias. No hay nada que yo pueda hacer para salvar el mundo, mi legado está escrito y cerrado.
—No estás muerto, mi amor. Tu legado está abierto y por escribir.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top