Capítulo 9

El rugido de mi estómago resuena por enésima vez. Me abracé a mí misma, haciendo una mueca mientras aún caminaba por las oscuras calles de la ciudad. Pensé que podría con esto, pero... la verdad es que no tengo ni idea de qué hacer.

—¡Mierda! —murmuré.

Estaba agotada, hambrienta, con frío y asustada... el temor de reencontrarme con Tania, o peor aún, con Frey, me carcomía. Nunca imaginé que los encontraría tan rápido. Pensé que no los volvería a ver en mucho tiempo.

Que ingenua...

Me detuve un momento, dejando que el delicioso aroma de las comidas recién hechas me invadiera. Mi estómago rugió con más fuerza, e hice otra mueca, pero solo continué caminando. El viento frío azotaba mi cuerpo, y no pude evitar temblar. Aunque las calles estaban vacías, las luces las mantenían iluminadas, quizás en otras circunstancias podría apreciar lo hermoso de todo esto, pero mi situación actual no me lo permitía.

Sin darme cuenta, comencé a sollozar. Las lágrimas nublaron mi vista, y la frustración me ahogaba.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —repetí molesta.

Solo quería encontrar un lugar donde pudiera estar sin tener que vender mi cuerpo para conseguirlo. Pero a este paso... jamás lo encontraría.

—Así que era verdad...

Me congelé al instante. Maldije en silencio mientras apretaba los puños. Ni siquiera esperé a verlo o escuchar más; simplemente, corrí por tercera vez en el día.

Su risa resuena detrás de mí, una carcajada maniaca que hizo que mi corazón latiera aún más rápido. Al frente, dos de sus guardias aparecieron de un callejón. Giré hacia la derecha, buscando un escape, pero otro hombre surgió y me obligó a retroceder.

—Ya no podrás escapar más, corderito. Estás atrapada —miré a mis lados. Tenía razón. Estaba atrapada—. Creí que Tania exageraba cuando me dijo que te había visto. Es que... ¿Cómo una simple corderito como tú pudo haber escapado del hombre como aquel que te compró?

—Él me dejó libre —respondí, esperando que me creyera. Pero él solo soltó una carcajada incrédula, acompañado de las risas de los demás.

—Que te hayas escapado suena mucho más convincente. Ese hombre no deja libre a nadie. Lo que quiere, lo consigue, y si se aburre, lo hace pedazos.

—¡Te estoy diciendo la verdad! ¡Él me dejó ir!

—Ya tuve suficiente. Chicos.

Los guardias comenzaron a acercarse a mí. Con desesperación, saqué el celular y marqué rápidamente el número de Alessandro para que explicara la situación cuando antes, pero antes de que pudiera escuchar el primer tono, uno de los hombres me agarró por la muñeca y tiró el celular al suelo.

—¡Déjame! —grité, forcejeando. Pero rápidamente me sujetaron las demás extremidades.

—Te había dicho que te mataría si volvía a verte... Así que dime, pequeño cordero... ¿Cómo debería ser tu dulce muerte? —Frey sonreía ampliamente mientras yo temblaba, pero entonces chasquea los dedos como si se le hubiera ocurrido algo bueno—. Lo tengo. Amarren sus brazos y piernas, la lanzaremos por el muelle.

—Sí, señor.

—¡No! ¡Suéltenme! ¡Basta!

Me arrastraron hasta el muelle más cercano, y antes de que pudiera gritar nuevamente, llenaron mi boca con un pedazo de tela que no pude escupir; me ataron las piernas y los brazos, añadiendo un gran peso a mis pies para asegurar mi destino bajo el agua.

Las lágrimas corrían por mis mejillas sin detenerse, tenía tanto miedo... No quiero morir, no aún. Me sentía paralizada por el terror.

Frey se inclina frente a mí, sonriendo emocionado, y acarició mi rostro antes de besar amargamente mi mejilla. Pues a ese beso antes de cometer un homicidio, se lo llama "el beso de la muerte".

—Ciao mi pequeña corderito —murmuró con una suavidad aterradora. Se apartó y dio la orden a sus hombres.

Ellos me levantan y con fuerza me lanzan al agua, mi grito se ahoga con la tela en mi boca antes de que el agua se encargase de callarme completamente. La fría marea me envolvió de inmediato, y el peso en mis piernas me hundió con rapidez. Me sacudía, en un intento por librarme de alguna forma, pero cada movimiento solo conseguía agotar mis fuerzas. El aire se me acababa, y con él, cualquier esperanza.

Dejé de luchar. Mis ojos se llenaron de lágrimas que se mezclaban con el agua salada a mi alrededor, todo se veía borroso y oscuro. Los oídos comenzaron a dolerme por la presión del agua mientras me hundía más y más.

No puedo creer esto... ¿es así cómo iba a morir? Debí haber aceptado las condiciones de Alessandro. Habría sido mucho mejor que esto.

Ni siquiera sabré porqué mi madre me vendió... Tampoco pude experimentar la libertad ni la felicidad. Y ahora... moriré con diecinueve años, sin haber vivido nada.

Estaba aceptando mi destino a la vez que comenzaba a perder el conocimiento. Pero entonces, algo cambió, pude sentir movimiento a mi alrededor. ¿Habrán lanzado a alguien más? No... No es eso.

Unos fuertes brazos me sostuvieron, y el peso en mis piernas pronto desapareció.

¿Quién era? No lo sabía, pero en este momento ya no importaba, mis ojos se cerraban.

Sin embargo, pude sentir cuando el agua dejaba de cubrirme y el viento volvía a azotar mi cuerpo. Podía escuchar voces, órdenes, y vi destellos de luces que atravesaban mis párpados cerrados.

—¡Señor, aquí está! —grita con fuerza una voz masculina junto a mí mientras nadaba sin soltarme.

Sentí otras manos que me levantaron y me colocaron sobre una superficie dura. Alguien empezó a presionar mi pecho repetidas veces, y de repente, el agua que había tragado salió de mi garganta.

—¡Huh! —jadeé en busca de aire, comenzando a toser. Mis brazos, ya libres, intentaron apoyarse en el suelo para incorporarme.

Escuché unos pasos firmes y lentos que se acercaban hasta mí. En frente aparecieron un par de zapatos negros, elegantes y muy caros. Se agachó hasta arrodillarse en una pierna y levantar mi cabeza con una mano en mi barbilla. Le dio una calada a su cigarrillo mientras solo me observaba con calma y en silencio.

—Alessandro... —murmuré, incrédula. Pero de inmediato, el miedo regresó con fuerzas y las lágrimas volvieron a brotar—. ¡Lo acepto! Lo que quieras que haga, tus condiciones... Haré lo que quieras, pero por favor... ayúdame.

Agaché la cabeza, sollozando. Pero entonces sentí algo cálido posarse sobre mis hombros, su abrigo de terciopelo. Lo observé justo antes de que volviera a levantar mi barbilla con suavidad y que sus labios dejaran un delicado beso en mi frente, dejándome inmóvil de la sorpresa por el significado que conllevaba. Él aceptaba, aceptaba cuidarme.

—Ahora estás bajo la protección de la Guerrieri Lupo... La mafia Italiana.

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