Capítulo 8

Abrí la puerta de la habitación de Alessandro. Después de todo, era donde había dormido y donde sabía que podía estar con seguridad. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé en ella, aún perdida en mis pensamientos, tratando de decidir qué hacer y cómo hacerlo.

Al levantar la vista, vi una caja sobre la cama y me acerqué con curiosidad, frunciendo el ceño. Había una nota junto a la caja, así que la tomé al ver la primera palabra.

"Bellezza,

Necesitarás esto, sin importar la decisión que tomes. Ahora te pertenece.

-Alessandro."

Dejé la nota a un lado y tomé la caja. Estaba envuelta en un elegante papel blanco con un lazo plateado, que me hacía no querer destruir lo bien que se veía envuelto, pero finalmente lo hice. Al abrir la caja, mis ojos se agrandaron al ver un celular moderno, de los mejores del mercado. Quizás había vivido en un basurero toda mi vida, y no conozco todo acerca del mundo exterior, pero sabía reconocer el lujo de ciertas cosas gracias a los hombres que me han comprado a lo largo de mi vida.

Sostuve el celular, sorprendiéndome por lo fino que era. Temí ser torpe y romperlo. Lo encendí y noté que ya estaba cargado al cien por ciento. Listo para usarse.

—Genial... —susurré fascinada.

No entendía por qué Alessandro me lo daba así sin más. ¿Acaso no le importa que me fuera y me lo llevara? Aunque... con lo que debe costar su mansión, seguramente tener un celular como este era como comprar una baratija para él.

Suspiré, mirando alrededor de la habitación. Este estilo de vida... es tentador, lo admito. Sin embargo, la idea de pagar con mi cuerpo me llenaba de miedo. Para él, esto no sería nada, quizás ya lo haya hecho antes. Puede usarme todo lo que quiera hasta aburrirse, ¿y después qué? Me desechará como a la basura. No estoy segura de querer eso... ¿Qué tal si alguien me regresa a las subastas?

Suspiré de nuevo y miré el celular, curioseando los contactos. Me sorprendió ver que tenía guardado el número personal de Alessandro. ¿Por qué lo habría anotado? ¿Es alguna clase de trampa?

No tenía idea, pero ya no quería sobre pensar en todo esto. Miré la caja del celular y tomé el cargador, salí de la habitación y bajé las escaleras, viendo al personal de servicio haciendo sus labores. Cuando llegué a la puerta principal, dos mujeres la abrieron para mí sin decir nada, solo me sonrieron. Cruzando el umbral con extrañeza, vi el gran portón que también se abrió por los guardias. Tomé aire para darme ánimos, miré hacia atrás, dudando si estaba haciendo lo correcto. Volví la mirada al celular y lo apreté contra mi pecho antes de seguir caminando, fuera de los terrenos de la mansión.

—Con intentar no se pierde nada... —murmuré para mí misma, en un débil intento de convencerme de que estaba haciendo bien.

Resoplé ruidosamente, mis manos temblaban de la emoción y el miedo que me provocaba estar fuera finalmente. No más subastas, no más miedo a que me toquen, ni lencería incómoda, ni maquillaje exagerado. Ya no habría más amenazas.

A medida que me acercaba a los demás barrios de la ciudad, el sonido de las bocinas y los motores crecían. Me detuve un momento, observando a la multitud que iba de un lado al otro, sintiendo que mi corazón latía con rapidez.

—Okey... puedes hacerlo. Solo... avanza —me dije en voz baja. Sin embargo, apenas había dado unos pasos cuando mi estómago empezó a rugir, exigiendo comida—. ¡Mierda! ¿Por qué no almorcé antes de irme?

Volteé a mi alrededor, notando los diferentes restaurantes y puestos de comida, pero yo estaba sin ninguna sola moneda en el bolsillo.

—¿Disculpe? —una voz desconocida me sobresaltó. Me di la vuelta y vi a dos chicos jóvenes, no parecían ser mayores de veinte.

—Hm... ¿S..Sí?

—¿Está bien, señorita? —pregunta uno de ellos.

—Parece perdida —dijo el otro.

—B..Bueno yo... —comencé a balbucear, llevando una mano tras la cabeza, rascándome nerviosa.

Pero en ese mismo instante, mi vista se fijó en una persona tras ellos. Era Tania, la asistente de Frey, no cabe duda. Estaba en la acera de en frente, comprando más lencería y maquillaje, seguramente para las nuevas chicas. Miró a los lados para cruzar la calle, justamente a la acera en la que yo estaba. Sentí el pánico subir por mi cuerpo en un segundo.

Salí huyendo sin mirar atrás, ignorando las llamadas de los chicos de atrás. Me mezclé entre la multitud, rezando para que Tania no me haya visto. Se supone que las subastadas, al ser compradas, no salen de su nueva vivienda sin su comprador o alguien de su confianza. Si me ve sola por la calle se lo reportará a Frey, y él me matará sin dudarlo.

Al ser presa del pánico, mi vista se reduce, por lo que terminé chocando contra un hombre, tirando su mercancía.

—¡Oye! ¡¿Qué te pasa, chica loca?! —grita el hombre, notablemente molesto.

—Lo siento —murmuré aterrada y avergonzada por lo que hice frente a tantas personas.

Me apresuré a ayudarlo a recoger sus cosas, en vista de que no me dejaría irme sin hacerlo. Mi corazón latía con fuerza, quería seguir huyendo. Miré de reojo a un lado y mi vista se encuentra con Tania, acercándose para saber el porqué de todo este alboroto. El pánico volvió a invadirme; me paralicé por un segundo cuando nuestras miradas se encontraron, pero mi cuerpo reacciona antes de que mi mente lo hiciera, y de nuevo, eché a correr.

—¡Oye, idiota! ¡Vuelve aquí! —gritaba el hombre detrás de mí, pero lo ignoré.

Corrí tan rápido como se me permitía, abriéndome paso entre las personas, que maldecían por ser empujadas y echas a un lado con brusquedad. Miré un segundo tras de mí, Tania me seguía, decidida a alcanzarme. Encontré un callejón y me escondí tras un contenedor de basura. Saqué el celular de Alessandro y miré su número en la pantalla.

《 —Pero eso es solo si tú lo aceptas. Aunque... no dudes que, si lo haces, también aceptarás mi techo, mi comida, mi dinero... y mi protección, algo que la gente como tú necesita.

—¿Dónde te has metido, rata asquerosa? —escuché la voz de Tania, cada vez más cerca.

Mi respiración estaba agitada, así que cubrí mi boca, tratando de no hacer ruido. Cerré los ojos, rezando para que no me encontrara. Los pasos de Tania se detuvieron, podía ver su sombra desde mi escondite.

—¡Tania! ¡¿Dónde mierda te metiste, mujer?!

Frey.

—Estoy aquí, señor —responde Tania.

Ella se aleja al igual que su sombra, y sus pasos se mezclan con los de la multitud.

Solté el aire acumulado inconscientemente en mis pulmones y me levanté temblorosa, ayudándome de la pared y del contenedor. Miré a todos lados, asegurándome de que ya no estuviera aquí.

Volví a caminar hacia la multitud, más calmada, aunque mis manos seguían temblando notoriamente. Apagué el celular y lo guardé en el bolsillo. Ahora más que nunca, necesitaba decidí qué hacer a continuación.

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