Capítulo 70
La brisa suave y salada del mar hace revolotear el velo que se ajustaba a mi cabello con algunas hebillas adornadas. Las ondas de mi cabello castaño caen sobre mis hombros descubiertos, mi cuerpo se envuelve con el encaje blanco del vestido que se ajusta a mí hasta la cintura, para seguidamente descender como una cascada blanca hasta el suelo, cubierto con una alfombra sobre la arena, y pétalos alrededor.
Podía ver la silueta de todos levantándose cuando la música de entrada comenzó, me dieron algunos últimos retoques a la cola del vestido y el velo antes de que las cortinas translúcidas se abrieran de par en par. La mirada sonriente de los invitados queda en segundo plano para mí cuando lo veo a él, esperándome al final del pasillo, luciendo un traje más que elegante y favorable a su figura imponente.
Caminé hacia él con la cabeza en alto, sujetando el ramo de flores con ambas manos. Mis pasos tranquilos y cuidadosos, podía distinguir ciertos rostros conocidos entre la multitud, a las que les dirigí una breve mirada. Líderes de la alianza, algunos con sus familiares y su propia gente cercana; otros conocidos de Alessandro, por supuesto, su familia y Helena.
Al llegar a él y ver su mano tendida hacia mí, le entregué el ramo a Giselle, dedicándole una sonrisa, antes de tomar la mano de Alessandro y colocarme a su lado para recibir el discurso de unión. Las joyas en mi cuerpo relucen con el brillo del sol. Podía sentir la mirada constante de Alessandro, no apartaba su mirada, y tampoco dejaba de sonreír. Incluso parecía dejar de escuchar el discurso y solo cortó las palabras del hombre frente a nosotros antes de poder terminar de hablar. Alessandro me toma por la cintura y me atrae a él para besarme con gran pasión y devoción.
No pude evitar sonreír sobre sus labios, ignorando los aplausos y vítores de todos, permaneciendo juntos en nuestra propia burbuja.
—Mia bellezza.
—Amore mio.
Su sonrisa se amplía y suspira profundamente, como si llamarlo así le afectara de una manera positiva.
—Realmente me encanta cuando me llamas así.
Volteamos a mirar a los invitados, mientras ellos nos lanzaban pétalos. Bianca lloraba mientras abrazaba a Helena, quien intentaba contener las lágrimas mientras la consolaba. Giovanni se limpia rápido apenas lo volteamos a ver, sonríe para disimular y Alessia no paraba de sonreír con gozo.
Alessandro sujeta mi mano y me indica para cruzar el pasillo juntos e ir a la siguiente locación, en donde sería el banquete. La cantidad de guardias que había era absurda, y digo lo mismo de la cantidad de vehículos que nos escoltaban por la ciudad. Podía notar que no había policías, ni enemigos, nadie que nos interrumpiera en este momento. Además de notar las intenciones mafiosas de demostrar abiertamente el poder que Alessandro posee en la ciudad, si no es en todo el país. Aunque claro, esta es la boda de Alessandro Mascheratti, uno de los empresarios más grandes del continente, es algo importante; podía ver hasta camarógrafos.
Llegamos al salón en donde se llevaría acabo el banquete. Alessandro baja primero, siendo recibido por los flashes de las cámaras y los gritos de los paparazis pidiendo una entrevista. Alessandro me tiende la mano y al poner un pie afuera, una cantidad de flashes incluso mayor me deslumbra, apenas pudiendo abrir bien los ojos. Era de esperarse que ellos quisieran saber quién es la mujer de alguien como Alec. Incluso los guardias tuvieron problemas para hacerlos para atrás, y eso que ellos no son pocos.
—Por aquí —me guía Alessandro, colocando su mano en mi espalda baja, manteniéndome cerca. Fran, Mauricio, George y otros nos rodean, atentos a cualquier alerta.
Entramos al salón, donde finalmente hubo paz y tranquilidad. Me hicieron un retoque de vestuario en lo que todos los invitados llegaban y se acomodaban. Arreglando mi cabello, maquillaje y quitándome el velo tan largo y deslumbrante. Volví donde Alessandro, tomando mi lugar a su lado en nuestra mesa, observé como todos los presentes conversaban, esperando la comida que pronto fue servida.
—Felicidades, señora Mascheratti —se burla un poco Helena, pero tampoco deja de sonreír al igual que Bianca a su lado.
—Supongo que ya soy señora —me reí levemente.
Ambas fueron a tomar su lugar en su mesa, los demás también se acercaron a felicitar y mencionar que todos los regalos han sido entregados. El banquete fue de las comidas más lujosas que podría haber en toda Italia, jamás había comido así. Y Rex y Neyron tampoco...
—Bellezza...
Me enderecé rápidamente ante el tono de advertencia de Alessandro, y sonreí con inocencia.
—No estoy haciendo nada —respondí en mi defensa, él se recarga en una mano mientras me mira con la ceja arqueada y una sonrisa, no me creía para nada.
—Deja de darle tu comida a los perros.
—Pero es que... míralos, me lo están pidiendo a aullidos.
Alessandro me toma por las mejillas y me acerca a él. Parece querer regañarme, pero se rinde fácilmente soltando un bufido sonoro y acariciando mis labios con su pulgar.
—En verdad no puedo contra ti, bellezza.
Sus labios se unen con los míos de una forma intensa y conmovedora. Correspondí al instante, pero de todas formas miré de reojo mi plato hasta alcanzar un trozo de langosta bastante grande y dárselo a los perros.
—Vi eso —advirtió contra mis labios.
—No importa. Concéntrate en mí.
—Eso es fácil.
Volvió a besarme hasta que su lengua se encuentra con la mía, mis brazos se enredan en su cuello y lo atraje más a mí, jadeando contra sus labios. He de admitir que fue algo planeado. Alessandro se acerca hasta que su aliento hacía cosquillas en mi oreja, y su mano se desliza en mi cintura.
—Me estás tentando... —acusa con seguridad.
—Uy, atrapada... —admití con una sonrisa divertida. Él no pudo evitar reír profundamente contra mi oreja, consiguiendo que mi cuerpo se estremeciera.
—Deberías dejar de hacerlo, porque soy capaz de sacarte de aquí justo ahora.
—Lo sé... tú siempre haces lo que quieres —lo miré a los ojos y deslicé mi mano suavemente por el cuello de su camisa, bajando por su pecho—, y eso es algo que me encanta de ti.
Su sonrisa ladina me afecta más, besa mi cuello hasta que no pude evitar soltar un jadeo contra su oreja de nuevo. Sin embargo, nos separamos para volver a prestar nuestra atención a la comida frente a nosotros, hasta el momento del baile, donde Helena, Bianca y las otras mujeres de los socios mafiosos y empresariales de Alessandro con las que he empatizado me obligan prácticamente a bailar con ellas, mientras que Alessandro habla con sus amigos.
La noche fue de no acabar, más cuando las chicas y yo decidimos jugarnos la vida al provocar a nuestras respectivas parejas, apenas vi a Fran con la silla de ruedas supe que me iría peor. Lo confirmé cuando Alessandro me cargó en su hombro y me obligó a dejar la fiesta un momento para ir a la habitación privada por unas horas. Por suerte mi vestido seguía intacto, el maquillaje tuve que arreglarlo un poco, pero ya nadie lo notaría.
Al volver a la fiesta, la cual seguía encendida, la mayoría estaban tomados hasta el punto de que o se quedaban dormidos donde sea, o vomitaban o hablaban arrastrando las palabras. No pude evitar reír al ver a Helena apostar en un concurso de pulseadas con uno de los líderes mafiosos que lucía imponente y ganarle.
Sin embargo, el sueño podía conmigo, y Alessandro, al verme tan adormilada, decidió guiarme hasta el auto y llevarme a la mansión.
—Tengo sueño.
—Puedo verlo —Alessandro se me acerca mientras yo me lanzaba sobre la cama, me quita los zapatos e igualmente el vestido, además de quitarme el maquillaje suavemente.
—En verdad... no pareces un mafioso —sonreí casi inconsciente.
—¿Ah no? —termina de limpiar mi rostro—. ¿Qué parezco entonces?
—Un peluche que intenta verse enojado pero es suave y tierno.
—Joder... Entonces ahora soy un peluche... ¿Quién lo hubiera dicho?
—Yo lo digo, ven aquí, peluchito —lo tomé por el cuello y lo jalé hasta acostarlo sobre mi pecho y abrazarlo, hundiendo mis dedos en su cabellera negra, y mi nariz, disfrutando de su aroma—. Sí, eres suave...
Intenté mirarlo, pero estaba tan adormilada y cansada que me pareció ver su rostro sonrojado, intentando esconderse en mi pecho, sin mucho éxito.
—Y tierno... —completé antes de caer profundamente dormida.
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