Capítulo 5

Suspiré mientras me estiraba y tallaba mis ojos antes de abrirlos. Jamás había dormido tan bien en siete años, o nunca. No me explicaba cómo pasó hasta que volteé a mirar a mi alrededor y me levanté de golpe, recordando que ya no estaba en la subasta, con esos colchones podridos en el suelo. No, ahora estaba en una cama de verdad.

—Es cierto... la subasta... —murmuré.

Miré a mi lado; la cama estaba vacía, no había nadie en la habitación. Observé mi cuerpo, tenía la bata mal puesta. Me sonrojé, cubriéndome mejor al pensar que el hombre... Alessandro... pudo haberme visto de más, o peor aún, tocado, mientras yo dormía. Sin embargo, él había dicho que no lo haría, y se ve que es un hombre de palabra.

Resoplé antes de levantarme de la cama. Me paseé por la habitación, un poco indecisa sobre adónde ir, pero cuando iba hacia el baño, la puerta se abre, y me quedé estática en mi lugar.

—El señor solicita que baje a desayunar —avisa una mujer con uniforme de servicio, todo el tiempo con la cabeza agachada.

—Yo... pero estoy en bata... no tengo nada con qué cambiarme —

La mujer guarda silencio, posiblemente sin saber qué decir, pero entonces la puerta se abre de nuevo y entra otra chica.

—Disculpen, pero el señor me mandó a traer esto.

La segunda mujer se acerca con una bolsa en mano y me la entrega. Miré el contenido dándome cuenta de que se trataba de ropa completamente nueva.

¿Tenía previsto este problema? ¿Cuándo la compró?

—Am... gracias... —dije algo desconcertada.

—La esperamos para llevarla al comedor.

Asentí levemente, antes de caminar, con duda, hacia el vestidor, abrí y cerré la puerta tras de mí pero me quedé boquiabierta al mirar lo enorme y elegante que era. ¿Cuál es el trabajo de Alessandro como para tener todo esto? Lo digo en serio.

Solté el aire que inconscientemente había acumulado en mis pulmones y me acerqué al enorme espejo del fondo. Me miré en él, para ver qué tan mal estaba mi estado. Tenía las ojeras que había acumulado por días de no dormir bien, a excepción de la noche anterior. Estaba algo pálida y delgada, ya que mis castigos me dejaban sin comer en ocasiones.

Dejé de mirarme para por fin cambiar la bata por la ropa que me habían dado. ¿Cómo sabía mi talla? ¿Qué más sabrá de mí Alessandro?

Me miré nuevamente al ya estar vestida. Debía admitir que tenía buen gusto, esta ropa es muy... linda.

Salí del vestidor, encontrando a ambas mujeres aun esperando. Me guiaron hasta bajar las escaleras, cruzamos por bastantes salones hasta que encontramos un gran comedor donde tranquilamente se podrían servir a diez familias enteras.

—La comida ya está servida, por favor, coma —dijo una de las mujeres.

—Am... ¿y el señor? —cuestioné al no verlo por ninguna parte.

—El señor nunca desayuna aquí.

—¿Ah? ¿Por qué?

—Tiene cosas que hacer.

Dejé de hacer preguntas y simplemente me senté frente a la comida servida; se veía y olía muy bien para ser un desayuno. Cuando di el primer bocado fue como probar la mejor comida del mundo entero, estaba delicioso. Me sorprendí, jamás había creído que una comida sencilla pudiera ser tan deliciosa.

Estaba disfrutando de cada bocado, y cuando terminé de comer, estaba más que satisfecha. Sonreí ligeramente... aunque recordé cuando otros hombres, que me habían comprado en la subasta, lo único que me daban de comer eran sobras y ni siquiera me dejaban sentarme en la mesa. Parecía el perro de su casa.

Pero esto realmente es diferente...

—Veo que estás disfrutando el estar aquí, Bellezza.

Las mujeres rápidamente se inclinan en un saludo hacia Alessandro quien entra al comedor y directamente se acerca a mí.

—¿Y? ¿Cómo estuvo? —se sienta en la silla junto a mí y apunta con la cabeza hacia el plato vacío.

—Estuvo... muy bueno. Realmente me gustó —respondí, bajando la mirada como las demás chicas, sintiendo que era lo correcto.

Sin embargo, no tardó ni dos segundos en sujetar mi barbilla con delicadeza y hacerme levantar la mirada.

—Nunca bajes la cabeza ante nadie. Los demás son quienes deben bajarla ante ti, ¿de acuerdo, bellezza?

—¿Y tú? —solté sin pensar, abriendo los ojos de par en par al darme cuenta de lo que había dicho, pero antes de disculparme, él dejó ver una sonrisa ladina.

—Dependerá de ti si quieres bajarla ante mi... o hacerme bajar la mía por ti —pasa su pulgar por la comisura de mis labios antes de limpiar su pulgar con una servilleta.

Me sonrojé, cubriendo la boca, avergonzada por no haber notado que tenía restos de comida todo este tiempo.

—En fin, tengo que salir. Giselle.

—¿Sí, señor? —la segunda mujer que había entrado a la habitación antes de venir aquí, se acerca con la cabeza agachada.

—Te la dejo a tu cargo. Enséñale el lugar si quiere, y dile las reglas de la casa.

—Como diga, señor.

Alessandro se levanta, pero me tendió la mano. Dudosa, levanté la mía, pero fue él quien me agarró y jaló de mí para hacerme levantar de la silla. Me mira de pies a cabeza y sonríe complacido.

—Nos vemos, bellezza.

—Hm... Adiós... Alessandro... —me atreví a decir.

Vi de reojo como las chicas de servicio se miraron sorprendidas, pero enseguida bajaron la cabeza de nuevo. Por un momento creí que había hecho algo mal, pero entonces vi la sonrisa satisfecha de Alessandro. Él se aparta y salió del comedor.

—Venga conmigo, señorita —Giselle se coloca junto a mí e indicándome por dónde ir. Asentí y empecé a caminar junto a ella—. ¿Le gustaría conocer el lugar?

—Estaría bien, me ayudaría a no perderme —respondí, sonriendo levemente. Noté una pequeña sonrisa de su parte.

—Entonces, sígame.

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