Capítulo 31

El silencio entre los dos se alargó por más tiempo del que había imaginado, comenzando a hacerme creer que realmente no debí de haber admitido mis sentimientos. Quizás lo había espantado, o lo había incomodado, ahora me arrepentía profundamente de lo que dije.

—Yo... Lo siento, no debí decirlo... —bajé la mirada mientras me apartaba suavemente de él, estaba avergonzada.

Pero en ese instante parece reaccionar, me sujeta con firmeza por la cintura y vuelve a atraerme, apenas lo volteé a ver de nuevo a los ojos, sus labios alcanzan los míos.

—Entonces... ¿finalmente te das cuenta de que en verdad no puedes estar sin mí? —dice con un tono bajo y envolvente mientras deja ver una suave sonrisa satisfactoria en su rostro. Mis mejillas arden con más fuerza, quise bajar la mirada para ocultarlo, pero él sujeta mi barbilla y me hace mirar su rostro—. Ahora ya no hay vuelta atrás, esto que has dicho es algo muy importante y que no puedo dejar pasar.

—¿S..Significa... que no me dejarás ir? —pregunté, en un susurro tembloroso y sus manos se reafirmaron en su agarre en mi cintura, dejándome inmóvil.

—Ahora menos que nunca. Haz cruzado una línea, bellezza, y ya no puedo permitir que retrocedas —el tono posesivo en su voz me hizo estremecer. Alessandro acaricia mi mejilla sin dejar de sonreír, lo sentía cálido y protector—. No te dejaré ir nunca. Oficialmente eres mi mujer, no una simple amante. Haré lo que sea necesario para mantenerte a mi lado.

La intensidad en sus palabras me dejaban sin aliento. Alec se acerca, teniendo que agacharse para mantener su rostro cerca del mío, lo suficiente para que su presencia me envolviera completamente. Su aliento se mezclaba con el mío, tenía el deseo y la necesidad de que volviera a besarme.

—Eres completamente mía, Lía —susurró cada palabra tan pesada como una promesa—. Y no tienes escapatoria.

Fui yo la que terminó de cortar esa poca distancia que nos separaba para besarlo de nuevo. Quería hacerle saber que tampoco quería escaparme más, pues lo elegí a él, lo elegí para siempre. Alessandro acaricia mi cintura y me acerca posesivamente, reafirmando su control sobre mí. Haciéndome entender que iba en serio.

—Realmente no me interesa escaparme, quiero estar a tu lado Alessandro, pero no como algo de tu propiedad. Quiero estar contigo sabiendo que así como yo te he elegido... tú me has elegido a mí.

Mis ojos buscan los suyos por su reacción. Él me observa en silencio, pensando en mis palabras hasta que una suave sonrisa aparece en sus labios.

—¿Estás segura de eso, bellezza? —pregunta, su voz baja y peligrosamente suave—. Para mí, elegirte es lo mismo que tenerte... Quiero que tengas bien en claro que... quiero que seas mía porque tú lo has decidido. Pero si alguna vez intentan alejarte de mí o tú misma intentas hacerlo... sabrás que no soy de los que simplemente dejan ir.

Pude sentir un nudo en el estómago, podía sentir esa familiar contradicción de miedo y deseo, pero al final tuve las cosas en claro. No me importaba. Lo único que quiero... es a él, y a todo lo que eso implica.

—Estoy segura —dije sin dudar, sin que me temblara la voz, y la sonrisa triunfante y orgullosa de Alessandro apareció.

Volvió a inclinarse sobre mí y a besar mis labios con intensidad y deseo. Me hizo retroceder hasta que mis pies chocaron con la cama y caí sentada sobre esta. Alessandro se apoya con ambos brazos a mis lados y se aparta solo un poco para contemplarme.

—Entonces que así sea. Ahora puedo presumir ante todos que eres mi mujer, pero no me malinterpretes, no tendrá nada que ver con la estúpida idea de Hans. Solo puedo sentir orgullo de la clase de mujer que ahora está a mi lado.

Acaricia mi brazo hasta sujetar suavemente mi mano y llevarla hasta sus labios. Besa mis nudillos con lentitud, tomando su tiempo en acariciar mi piel con sus labios. Dejé escapar un suspiro profundo mientras adoraba el tacto de sus labios.

—Desde ahora llevarás mi apellido. A partir de ahora, todos te conocerán como Lía Mascheratti.

—¿Por qué quieres que lleve tu apellido? —pregunté con curiosidad.

—El llevarlo te dará muchos buenos beneficios. Serás la señora Mascheratti para los demás.

—Señorita —corregí, Alec sonríe y asiente—. La verdad es que no me interesan esos beneficios que dices.

—Está bien que no te importen, pero además de beneficiarte en lo que crees, también te protegerá.

—¿Cómo?

—Porque así como Hans, hay quienes creen que pueden venir aquí a ofrecerme dinero por ti, porque según ellos, solo eres la mujer que compré. Eres una amante sin importancia... —vuelve a sujetar mi barbilla y a rozar nuestros labios—. Pero el tener mi apellido te deja en una posición más alta, te deja como mi igual. Así que se lo pensarán dos veces antes de si quiera pensar en ti como alguien accesible.

Saber eso me dejaba más tranquila ciertamente, pero aún había algo que no me terminaba de cerrar, aunque lo viniera pensando desde que comprendí la clase de sentimientos que empezaba a tener por Alec.

—Pero... ¿y qué hay de tus enemigos?

Alec me ve con sorpresa, pero también con algo de orgullo, como si el que le preguntara algo como eso le hiciera saber que pienso bien en los detalles que otros dejan pasar por alto y que me preocupo por cosas que podrían resultar un problema.

—Es cierto que eso es un punto en contra si llevas mi apellido. Mis enemigos creerán que pueden llegar a mí a través de ti, y no mentiré, estarás en grave peligro constantemente. Pero me temo que eso ya empezó desde que decidí comprarte en la subasta... Lo siento.

Negué con la cabeza y sujeté su rostro entre mis manos para depositar un suave beso en sus labios. Alessandro acaricia mi mano en su mejilla y me corresponde con igual suavidad.

—Da igual. He decidido quedarme contigo a pesar de todo, y mantengo mi palabra.

Volví a ver su sonrisa, satisfecho por mi respuesta. Ahora él une nuestros labios, pero esta vez me hace acostarme sobre la cama, con él encima de mí. El beso tan profundo y apasionado me deja sin aliento, nuestras lenguas se entrelazan y mi cuerpo empieza a sentir tanta calidez que emanaba del suyo. Una de sus manos se desliza por debajo de mi remera hasta alcanzar uno de mis senos, gemí en su boca cuando sentí la presión en mi pezón, pero se detuvo y volvió a observarme al rostro.

—Entonces, señorita Mascheratti... Hay una cena por cuestiones de trabajo esta noche, quisiera que me acompañes. Sería una muy buena ocasión para mostrarte ante la sociedad como la persona importante que eres ahora.

—¿Esta noche? ¿Planeabas ir solo por eso me lo dices hasta ahora? —cuestioné sorprendida porque realmente ya es bastante tarde como para que me avisara ahora.

—Realmente, ¿me creerías si te dijera que... no sabía cómo decírtelo?

—No, la verdad no.

—Pues así fue.

—Oh Dios mío... el mafioso importante, el hombre con la compañía más importante... no sabía cómo invitar a una chica siete años menor que él a una cena —jugué un poco, aunque realmente estuviera tentando a mi suerte. Alessandro sonríe enarcando una ceja.

—Sigue burlándote... —se acerca a mi oído—. Y ni aunque ruegues llorando pararé de penetrarte cuando regresemos.

Mi piel se eriza, mi cuerpo tiembla levemente y en mi mente... eso no sonaba del todo mal. ¿Realmente sería un castigo? ¿O puedo considerarlo un premio?

—¿A..A qué hora es la cena? —pregunté para cambiar de tema, no porque me haya puesto nerviosa, sino porque no quería excitarme justo ahora y no poder calmarme hasta la cena. Alessandro, sin embargo, ríe levemente y se levanta de la cama.

—En seis horas habría que salir.

—¡¿Tan pronto?! Genial... y yo no tengo ni un solo vestido.

—Podemos ir a comprarlo ahora.

—¿"Podemos"? —enarqué una ceja, un poco sorprendida.

—¿Qué te sorprende? El que sea un mafioso no me impide acompañar a mi pareja a comprar ropa.

Mi rostro entero se sonroja, pero también dejé ver una leve sonrisa. Sentía que escucharlo decirme "su pareja" me emocionaba más que el que me llamara "su mujer" porque ahora era más que eso, era más significativa mi presencia en su vida.

—Bueno si no te importa que nos vayamos ahora... —comenté.

Alessandro asiente estando de acuerdo y me toma por la cintura.

—Vamos, bellezza.

—Ah, pero que venga Giselle —pedí rápidamente—, necesito una opinión femenina.

—¿Mi opinión no basta?

—Hm... no, vamos.

Lo jalé de la mano mientras sonreía emocionada, lo escuché reír levemente mientras me dejaba arrastrarlo en busca de Giselle para irnos.

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