Capítulo 3
—Entre aquí —el guardia abre la puerta de una de las tantas habitaciones.
Entré tímidamente, con asombro. Estaba decorado cuidadosamente, con gran espero, y el suave aroma a colonia masculina me hizo deducir que era la habitación del dueño. Me sobresalté cuando la puerta se cierra tras de mí, dejándome sola en este lugar.
—¿Me dejarán aquí...? —murmuré para mí misma, con confusión.
Suspiré profundamente, cubriéndome mejor con el abrigo del guardia sobre mis hombros. Observé a mi alrededor, maravillada por el lujo. Me acerqué a una esquina donde había una mesa con varios adornos; aunque eran pequeños, probablemente valían más que yo.
Es cierto que me han comprado por diez millones de dólares, pero esa cantidad me parece exagerada. No es que tuviera problemas de autoestima o cosas así, solo que ¡¿quién creería que una simple chica de subasta valdría tanto?! Lo máximo por lo que he escuchado que han comprado a una chica, a la que no han tocado nunca y es joven, ha sido quinientos mil dólares. Soy joven, pero no valgo ni quinientos mil.
—Esto es alucinante —susurré mientras seguía explorando la habitación.
Me encontré con una estatuilla de cristal de un lobo corriendo, no pude evitar rozar mis dedos por el gran detallado que poseía el cristal. Estaba completamente fascinada.
—¿Qué se supone que haces? —una voz profunda e intimidante me sobresaltó.
Me giré bruscamente, sin darme cuenta de que con ese movimiento tiraría la estatua de cristal. Abrí los ojos de par en par por lo que había hecho, cuando una mano ágil la atrapa justo a tiempo, evitando que se rompiera. Me mantuve mirando la mano que sostenía la estatuilla y seguí su movimiento cuando la levantó para mostrarla frente a mí.
Sentí la garganta seca y el aire se me cortó al verlo. No era para nada como lo había imaginado de camino aquí... Era un hombre que irradia seguridad y dominio, y que no aparentaba más de veintisiete años. Vestía con elegancia, resaltada por aquel traje que posiblemente es hecho a medida y de diseñador. No pude evitar avergonzarme por estar en presencia de alguien como él, mientras que yo vestía una lencería sin más, no tenía zapatos y estaba segura de que me veía como si hubiera salido de una pesadilla.
—Ten cuidado, si se rompía podrías haberte hecho año.
Lo miré con incredulidad por ese comentario confuso, ¿acaso importaba si hubiera salido herida? Según mis pensamientos, lo habría hecho enfadar por mi torpeza si esa estatuilla se rompía.
—Y..Yo... lo siento... —dije rápidamente, agachando la cabeza. Me sentía tan pequeña a su lado, y no solo por la notoria diferencia de altura entre ambos. Vi de reojo que volvía a colocar la estatuilla en su lugar.
—Solo ten más cuidado.
El silencio se instaló entre ambos, aunque no me animara a levantar la mirada, sabía que seguía allí, a pocos centímetros frente a mí; incluso podía sentir la presión que solo su presencia causaba en mí. Hasta que su mano se acerca a mi rostro, cerré los ojos a la espera de que me hiciera algo por haber tirado la estatuilla, pero en lugar de eso, sujetó mi barbilla con delicadeza y firmeza a la vez, y me hizo levantar la mirada.
—¡Hm! —me tensé aún más cuando se acercó un paso hasta mí. Su rostro tan cerca del mío, como si inspeccionara cada detalle en mi rostro y lo guardara en su memoria.
Mi corazón se acelera por lo nerviosa que me hace sentir su cercanía, a la vez, no podía evitar sentirme aterrada de lo que podría hacer conmigo. Mi piel se eriza cuando sus dedos acarician mi mejilla con suavidad.
—Pura bellezza.
Mi rostro se sonroja rápidamente, es la primera vez que alguien me halaga de esta manera, sin sentirse con una doble intención. Ya no pude mantener la mirada, me hacía sentir intimidada, agaché la cabeza y él me soltó sin más. Tragué con dificultad mientras él no se movía hasta que finalmente se apartó de mí.
Lo observé de reojo mientras se quitaba el abrigo elegante y lo dejaba sobre el respaldo de un sofá individual. Se remanga la camisa hasta los codos y se desabotonó dos botones del cuello para estar más cómodo mientras me miraba. Lo miré, intentando averiguar lo que quería hacer conmigo, la idea de intentar agarrarlo desprevenido y tratar de noquearlo se cancelan automáticamente por lo joven y atlético que se notaba, sin contar de los miles y millones de guardias en cada rincón. Lo único que me quedaba... era aceptarlo y dejar que hiciera conmigo lo que quisiera.
Tal vez si me mentalizaba antes, podría no ser tan malo... pero aun así, tengo tanto miedo.
Volví a prestarle atención cuando me dio la espalda y se acercó a un mueble contra una pared para sacar unas copas y una botella de licor, no hacía falta hacer notar lo caro que era todo.
Sin embargo, mis alarmas se encendieron. No iba a ser la primera vez que algún comprador intentara embriagarme, incluso intentaron drogarme en el pasado para hacerme más "dócil".
—¿Cuántos años tienes? —cuestiona de repente.
—D..Diecinueve... —me removí incómoda y cautelosa al responder.
—¿Has tomado alguna vez?
Se recuesta contra el mueble, apoyando una mano en el borde y bebiendo un trago de la copa que sirvió. Incluso esas acciones las hace con gran elegancia.
—No... nunca he probado.
Él se me observa, analizando mis palabras. Luego mira hacia la segunda copa vacía a su lado y vuelve a beber.
—Y supongo que ahora no querrás probar —murmura, más para sí mismo que para mí.
Despega la copa de sus labios y me observa de pies a cabeza antes de separarse del mueble y acercarse a la inmensa cama a un lado, para sentarse en el borde de esta.
—Ven.
Tragué saliva al escuchar su orden, y luego de dudar un segundo, me acerqué a paso tembloroso, hasta posicionarme frente a él. Me observó por un momento.
—Quítate el abrigo. Puedes ponerlo aquí —palmea el lugar a su lado.
Volví a tragar con dificultad, no tuve más opción que obedecer. Volví a intentar mentalizarme de que esto iba a suceder y que ya no había forma de que pudiera detenerlo, porque si él no me mataba, frey lo haría. Mis manos temblaban, pero aún así me quité el abrigo y lo dejé donde él me había dicho.
Quedé simplemente en la lencería que llevaba, y aunque ya me había visto así junto a varios hombres más, me sentí profundamente apenada, deseando cubrirme de nuevo ante su mirada. Sus ojos recorrían mi cuerpo de arriba abajo mientras bebía, pero noté que tragaba con más dificultad que antes. Finalmente, dejó la copa a un lado.
—¡Huh! —me sobresalté cuando, sin aviso, sujeta mi cintura y me coloca sobre su regazo. Mis rodillas quedaron apoyadas en la cama, y mis manos sobre sus hombros en mi intento de no aplastarlo.
No dijo nada. Simplemente recorrió mi cintura con sus manos, una fría por el contacto con la copa, y la otra cálida. Ambos lograron erizar mi piel. Levantó la mirada hasta la mía, haciendo notoria la cercanía entre ambos nuevamente, tanto que nuestras respiraciones se mezclaron. Me relamí los labios nerviosa, y él se fijó en ese pequeño gesto.
Su mano acaricia mi brazo desde el hombro, la otra pasa de mi cintura a mi espalda baja.
Cerré los ojos con fuerza. Realmente no estaba lista, no estaba lista para aceptar hacer esto. Tengo miedo, mucho miedo. Su tacto en mi piel me hace temblar porque estoy aterrada de que sea tan evidente las ganas que tiene de hacerlo. Incluso mi labio inferior comenzaba a temblar, aunque intentara controlarme.
—Bellezza... Tienes el baño y el vestidor a tu izquierda, agarra lo que necesites.
¿Ah?
Me sostuvo por la cintura nuevamente y me dio un leve empujón, animándome a bajar de su regazo. Sorprendida, obedecí, y lo vi levantarse mientras sostenía la copa, que llevó de regreso al mueble. Miré hacia la izquierda, había dos puertas una frente a otra y entre ellas colgaba un cuadro grande y hermoso. Volví la mirada a él, pero estaba ocupado sirviéndose más bebida, dándome la espalda. Apreté las manos con timidez al levantarme y caminé hacia aquellas puertas. Al abrir una di con el baño que había mencionado.
Miré hacia atrás, y lo vi observándome mientras bebía de a poco, entré al baño apresurada, queriendo escapar de su mirada y cuando cerré la puerta me apoyé en ella, soltando un suspiro pesado.
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