Capítulo 26
Al abrir la puerta de su despacho, encontré a Alessandro en el sofá, bebiendo un largo trago de alcohol, pero al apartar la mirada y conectarla con la mía, fue como sentir una ráfaga de viento helado e intenso recorrer mi cuerpo hasta hacerme temblar y dudar. Pero aquella mirada cambia al ver que se trataba de mí, aparta la copa y me mira confundido.
—¿Lía...? ¿Qué haces aquí?
Reaccioné ante su voz ronca, tomé aire y crucé la puerta, cerrándola detrás de mí. Él me observaba, atento a lo que hacía o iba a decir, yo me quedé un momento pensando y tratando de encontrar las palabras correctas.
—Lo siento... —comencé—. Entiendo que tú no me has dado razones para desconfiar de ti y creerte capaz de hacerme daño. No debí reaccionar así, fue exagerado y sin motivos y yo...
—Lía —me interrumpe para prestarle atención, su voz era firme, pero su expresión tranquila. Suspiró profundo y volvió a beber—. Está bien... no debes disculparte. Técnicamente, el hecho de ser un mafioso ya te da el derecho de sentirte aterrada por mí. No te culpo, reaccionaste como una persona normal lo haría si escuchara a alguien amenazar a un hombre y a su hijo, y está bien.
Pude notar por su expresión amarga que a pesar de lo que decía, realmente le había dolido que sintiera miedo de él. Quizás tenga razón, una persona normal reaccionaría así ante esas amenazas... pero dejé de ser alguien normal cuando mi propia madre decidió venderme a una subasta donde me hicieron la vida un infierno por años.
—No —afirmé segura y volviendo a llamar su atención—. Sí debo disculparme. Porque tú me has salvado varias veces, Alessandro. Me has traído a tu casa, me das comida y cosas para vivir tranquila, y en lugar de mostrarme agradecida te muestro miedo y desconfianza. Eso no está bien.
No pude mantenerme quieta y lejos, quería que me escuchara y viera bien mis intenciones y seguridad, así que, decidí acercarme a él, aunque tampoco fuera consciente de que lo estaba haciendo. Mi cuerpo se mueve en automático.
—Hicimos un trato y no lo estás cumpliendo, todo por pensar en cómo me siento. Y aún así sigo aquí, sigo recibiendo tus cuidados. Si fueras como los demás, ya me habrías devuelto o mandado a la calle para deshacerte de mí por no darte mi parte del trato. Puedes reemplazarme tan fácil y no lo haces, incluso me dejas hacer estos numeritos ¡Dios! ¡Los demás ni siquiera me dejaban hablar! Pero tú sí...
Caí de rodillas al suelo al llegar a su lado, mis ojos comenzaron a picar por las lágrimas que me provocaron los recuerdos de mis compradores anteriores, todos me trataban diferente, pero siempre de la peor manera. Sin embargo, Alessandro me trata como lo que soy: una persona. Él me observa fijamente y al ver la primera lágrima rodar por mi mejilla, extendió su mano lentamente hacia mí, con intenciones de limpiarla o acariciar mi rostro, pero lo detuve sujetando su muñeca.
—¿Lo ves? No tendrías que hacer esto y aun así lo haces. Deberías estar enfadado conmigo, cansado de mí por no darte lo que quieres. Pero aun así intentas hacerme sentir mejor... —suspiré profundo para calmarme, pues si seguía así mi voz llorosa no me permitiría seguir hablando—. Y te lo agradezco en serio, Alessandro... por no ser igual a ellos. Pero siento que esto no está bien... que no merezco esta vida que me estás dando sin consecuencias.
Lo miré, notando la expresión sorprendida en su rostro. El silencio se extendió en la habitación, hasta que él finalmente lo termina.
—Entonces, ¿qué quieres que haga? —pregunta apartando su mano aún extendida hacia mí.
—Lo que quieras... —dije enseguida, él enarcó una ceja y yo me acerqué un poco más a él—. Siento que te debo algo que nunca podría terminar de pagar, no logro pensar en otra forma en la que podría pagarte que cumpliendo con lo que fue acordado en un inicio. Pero esto ya no se trata de solo ese trato, es más grande que eso.
Él me mira fijamente, esperando a que aclare en voz alta mis intenciones y pensamientos. Él quería escucharlo... o quería que lo admitiera y me dijera la verdad a mí misma. Tragué con dificultad, sentía la boca seca.
—Alessandro, me gusta cuando eres tú... Fuiste el único que consiguió que me gustara el que me tocaran, pero solo si el único que lo hace eres tú... La primera vez que lo hiciste... jamás me había sentido así con alguien más, solo contigo, y... quiero sentirme así de nuevo.
—Quieres que te toque... —lo afirma seguro, asentí confirmándolo—. No lo haré.
Me paralicé allí mismo, apreté los labios sintiéndome avergonzada luego de todo lo que había admitido. Aparté la mirada, sin saber qué decir, pero entonces sentí sus dedos apresar mi barbilla para regresarme la mirada hacia él.
—No te apresures —advierte soltando mi barbilla, pero acariciando mi mejilla—. Tocarte y hacerte sentir más placer del que puedas imaginar, es mi mayor deseo, pero a pesar de todo lo que dijiste, aún no estoy seguro de tener toda tu confianza para hacerlo. Después de todo, no pasó ni una hora desde que te vi intentando esconderte de mí, viéndote tan aterrada que incluso no podías ni verme al rostro.
Mordí el interior de mi mejilla, sin saber cómo defenderme. Tenía razón en creer eso, no podía negarlo.
—Y..Yo... ¿Cómo puedo demostrarte que estoy lista...? —cuestioné, sintiendo hasta en mí la sorpresa por haberlo dicho.
No tenía ni idea de qué hacer, él es quien siempre me toca y sabe lo que sigue. ¿Cómo demostrarle que quiero algo que ni siquiera conozco bien? Alessandro aún me creía incapaz de hacerlo, podía verlo en su mirada, quizás pensaba que no podría ni con la primera petición que fuera a hacer. Se recostó contra el respaldo del sofá, subiendo sus brazos a este.
—Podrías empezar por quitarte la ropa —dijo simple, esperando a que me negara o dudara más.
Cerré mis manos en puños sobre mi regazo, pero el saber que ya me había desnudado frente a él, y en mi peor momento de confianza, hacía que esta vez fuera más sencillo. Me levanté y llevé mis manos al borde de mi remera, cerrando los ojos me lo quité, al igual que el resto de mi ropa.
Mi cuerpo se sentía expuesto en su totalidad, pero a pesar de la vergüenza, lo miré decidida a demostrarle mi valor. Su mirada se paseaba por mi cuerpo, aunque no parecía lujurioso, sino sorprendido porque lo hiciera tan fácilmente. Volvió a mirarme al rostro, listo para seguir dándome órdenes.
—Arrodíllate.
Su tono de voz: dominante y grave, me hicieron sentir mi piel erizada. Obedecí, me arrodillé mientras él me veía cada vez más sorprendido e intrigado por ver hasta dónde sería capaz de llegar.
—Ven —volvió a ordenar. No tardé en acercarme hasta colocarme entre sus piernas abiertas, teniendo una ligera sospecha de lo que tendría que hacer—. Aún puedes retractarte, Lía. Pero si de verdad quieres seguir, entonces hazlo.
Observé su rostro y luego su entrepierna, no estaba dudando, solo... no sabía cómo hacer esto. Suspiré profundo para darme ánimos y llevé mis manos hasta su ropa, destapé su miembro, el cual ya tenía un tamaño que impresionaba, y ni siquiera estaba erecto. Tragué con dificultad una vez más y miré a Alessandro, esperando que me dijera qué hacer.
—No me mires a mí, tú eres la que decide qué hacer de ahora en adelante. No te culparé si no lo haces.
En verdad está seguro de que terminaré por dejarlo así e irme. Pero no, yo estaba decidida a demostrarle lo contrario, a empezar a cumplir mi parte del trato y a... demostrarle que lo que dije es verdad, que me gusta cuando es él.
Volví a mirar su miembro y recordé la vez en la que lo vi en el baño esa noche... fruncí los labios y llevé mi mano hasta él, lo sujeté sintiéndome extraña, jamás había hecho esto voluntariamente. Dejé mis pensamientos a un lado y comencé a mover mi mano de la misma forma en la que lo recordaba a él haciéndolo. No escuché ninguna reacción suya por el momento y creí que lo estaba haciendo mal, me concentré en acariciar la punta.
—Mhm...
Me sorprendí y sonrojé al escucharlo. Levanté la mirada y lo vi con la cabeza echada hacia atrás sobre el respaldo del sofá. Reaccioné apartando la mirada, concentrándome en mover mi mano. Alessandro apretó sus manos en el sofá y noté que su respiración se volvía pesada e irregular.
— Nhm... —sus gemidos me hacían erizar la piel cada vez.
Entonces pensé que era el momento... No tenía buenas experiencias con esta parte, las veces que esos tipos han intentado forzarme terminé mordiéndoles el miembro. Pero esta vez no necesitaré llegar a eso.
Me incliné hacia él, hasta que mis labios rozaban la punta de su miembro, no quería dudar, así que simplemente lo metí en mi boca.
—¡Hmg! —Alec abre los ojos de par en par y me mira mientras jadeaba.
No sabía cómo hacer esto, así que parecía que me estuviera ahogando. Iba a sacarlo, pero entonces sentí su mano agarrarme detrás de la cabeza y evitarlo.
—¡Mm!
—Suspira, no lo saques... Mhm... esto se siente bien, bellezza.
Lo observé, él cerró los ojos y jadeó. Volví a obedecer, suspiré profundo por la nariz y tragué saliva con algo de dificultad, toqué su miembro con mi lengua y ambos dimos un sobresalto leve, él por placer y yo por la sorpresa que me causaba darle placer.
Me di cuenta de que esto realmente le gustaba, entonces usé mi lengua y lo pasé por miembro, o al menos cuanto podía.
—¡Mhm...! Lía...
Mi boca dolía por su tamaño, así que lo saqué y él no se resistió, pero seguí lamiendo la punta y luego toda su longitud, él jadeaba y gemía, mientras que yo sentía que mi intimidad dolía y se humedecía, necesitada de atención.
Usé también mi mano la cual ahora se deslizaba mejor por mi saliva y eso le gustó aún más. Volví a meter la punta y traté de ir más profundo aunque me costara, lo que no entraba lo hacía con la mano, hasta que, finalmente pude sentí mi boca y mi garganta llenarse de un líquido viscoso y tibio. Me aparté y cubrí mi boca para no escupirlo por mis arcadas al tenerlo hasta el fondo, pero Alec me sujeta la barbilla elevando mi mirada hasta él.
—Trágalo, bellezza... Que no se desperdicie nada —habla serio y demandante.
Suspiré e hice mi esfuerzo, finalmente logré que pasara por mi garganta y me calmé, esperaba que Alec finalmente me tomara en serio con esto, que sucediera algo más entre ambos que solo tocarme con sus dedos. Él me mira a los ojos, sin decir nada más, hasta que suspira y me aparta suavemente para levantarse del sofá, acomodándose la ropa de nuevo.
—Vístete, Lía —sujeta mi ropa y la deja junto a mí.
—¿Qué? Pero...
—Hazlo —ordena de nuevo con aquella voz intimidante.
Cerré la boca decepcionada, sujeté mi ropa y empecé a vestirme. Alessandro revisa su celular, lo observé escribirle a alguien mientras terminaba de ponerme mi ropa, hasta que finalmente estuve lista y él volteó a verme.
—Vamos.
No me da tiempo a protestar, pero de todos modos no quería hacerlo. Suspiré resignada y lo seguí sin oponerme. Salimos de su despacho y caminamos por los pasillos de la mansión, iba tras él, con la cabeza agachada para que no viera mi expresión desanimada. Creí que lo había hecho bien... que ahora las cosas cambiarían.
—¿Señor? —miré de reojo a Giselle y algunas chicas observándonos confundidas.
Alessandro no responde, solo sigue caminando, yo les dediqué un intento de sonrisa mientras lo seguía escaleras arriba. Ya ni siquiera me preguntaba a dónde íbamos o para qué, en mi cabeza estaba convencida que él había notado lo mal que lo había hecho y que era razón suficiente para echarme de aquí. Alessandro abre la puerta de su habitación y me deja entrar primero, así lo hice y lo escuché cerrar la puerta tras de sí.
—Lía, realmente debo admitir que no te creí capaz de terminar lo que hiciste y si debo ser honesto, no ha sido uno de los mejores orales que me han dado —se sincera, haciéndome sentir peor. Hice una mueca y aparté la mirada—. Pero has conseguido convencerme.
—¿Huh?
Lo observé, sorprendiéndome de su repentina cercanía, él me sonríe suavemente y acaricia mi mejilla hasta apartar un mechón de cabello, colocándolo tras mi oreja.
—No esperabas que nuestra primera vez juntos sea en mi despacho, ¿o sí, bellezza?
Abrí los ojos de par en par. Alec sujeta mi nuca para atraerme a él repentinamente al mismo tiempo que se agacha y une nuestros labios finalmente. Mi cuerpo se somete al alivio, rodeé su cuello con mis brazos y me paré en puntillas para alcanzarlo mejor. Sus labios eran dulces y suaves, pero el beso era intenso y profundo. Jamás me había sentido así en mi vida, adoraba cada segundo en que nuestros labios seguían unidos.
—Creí que no había sido suficiente para que me tomaras en serio —me sinceré.
—Debo admitir... que me he vengado un poco —sonríe contra mis labios mientras sus manos bajan a mis piernas y me hace brincar para enredarlas en su cintura—. Jamás vuelvas a ignorarme otra vez.
—No lo haré —lo acepté siendo yo la que unió nuestros labios esta vez.
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