Capítulo 21

Llamé a la puerta de la habitación del hospital y entré. Lía estaba recostada en la camilla junto a Giselle, quien al verme se levantó y me saludó con una ligera inclinación de cabeza.

—Señor.

—Gracias, Giselle. Puedes esperar afuera un momento.

Ella asintió rápidamente y salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado tras de sí. Me acerqué a Lía, quien seguía tumbada, algo pálida pero con una leve sonrisa en los labios. Me senté a su lado, tomando su mano entre las mías.

—¿No has comido? —pregunté, arqueando una ceja y fijándome en su expresión un tanto cansada.

—Lo iba a hacer... pero entonces apareció... "ese" —intentó justificarse, bajando la mirada hacia las sábanas.

—"Ese" —dije, rodando los ojos con una sonrisa sarcástica—. ¿Te han dado algo para comer aquí?

—Giselle me dio unas papitas —respondió, sonriendo con cierta culpabilidad.

—Eso no es suficiente —respondí, frunciendo el ceño, y ella se encogió de hombros—. Entonces... vamos a almorzar.

—Son las cinco de la tarde —señaló.

—¿Ya? —revisé mi celular para comprobarlo y sí, eran las cinco, casi seis—. Bueno, a merendar entonces. Aún tenemos tiempo para eso.

Lía ríe suavemente, pero su sonrisa pronto se desvaneció mientras sus pensamientos volvían a lo que había ocurrido antes.

—¿No te diste cuenta de que pasaron horas? ¿Qué estuviste haciendo? —preguntó de manera casual.

Lo pregunta con inocencia, pero al recordar lo que había hecho, una sonrisa amarga se formó en mis labios. La satisfacción de lo que había logrado aún estaba presente, pero no quería asustarla con los detalles.

—No me digas que... —susurró, abriendo los ojos de par en par al intuir algo.

—Nada, no ha pasado nada, bellezza, tranquila —respondí, acariciando su mejilla suavemente. Ella suspira y cierra los ojos por un momento, dejando escapar un suspiro profundo, aunque su inquietud seguía presente en su semblante.

—Aunque digas que no hiciste nada... sé que sí lo has hecho, pero no soy quién para juzgarte —murmuró, volviendo a mirarme con una mezcla de resignación y entendimiento.

Suspiré profundamente, tratando de aliviar la tensión que sentía en el pecho, y me levanté, dirigiéndome hacia la puerta.

—Voy a preguntar si ya puedes salir de aquí, y luego iremos a merendar. Lo que tú quieras, lo que te apetezca —le dije con una sonrisa, intentando aliviar el ambiente.

Lía me miró y asintió con una ligera sonrisa, aunque se veía algo cansada. Salí de la habitación y encontré a Giselle y Fran esperando afuera.

—Yo me haré cargo de ella, gracias. Pueden ir a casa, no se preocupen más por ahora.

Ambos asintieron obedientemente y se dispusieron a marcharse, pero antes de que Fran se alejara por completo, lo detuve con una mirada firme.

—Fran, quiero que investigues sobre los que llegaron a comprar a Lía. No importa lo que necesites: tiempo, dinero... lo tendrás, pero quiero la lista completa con nombres y apellidos. Asegúrate de no dejar ningún cabo suelto.

—Sí, señor. Entendido —respondió con seriedad, sabiendo que no habría margen de error en esa tarea.

—Bien, puedes irte —concluí, dándole la señal de que estaba libre para seguir con la investigación.

Fran asintió y se fue sin más palabras. Me acerqué a una enfermera que pasaba cerca y le pregunté sobre el estado de Lía y si ya podría ser dada de alta. Tras una breve conversación, confirmó que no había complicaciones y que podía irse en cualquier momento. Con esa información, y tras haber firmado algunos papeles, volví a entra en la habitación, esta vez acompañado por la enfermera.

—Buenas noticias, puedes irte —anuncié con una sonrisa, aliviado de que todo estuviera bajo control.

—¿En serio? —Lía se veía aliviada. Asentí en respuesta y ella suspiró—. Que bien.

La enfermera se ocupa de desconectarla de todas las máquinas, y yo me incliné para ayudarla a levantarse de la camilla. Su cuerpo aún estaba algo frágil, tambaleándose un poco mientras sus pies tocaban el suelo. Con delicadeza, pasé mi brazo por su cintura para estabilizarla. Nos dieron algunas indicaciones para su recuperación, mencionando algunos medicamentos y hábitos que debería seguir, y finalmente, salimos del hospital.

En el estacionamiento, mantuve mi brazo alrededor de su cintura mientras caminábamos hacia el auto, asegurándome de que no tropezara. Varias personas nos miraban, algunos con asombro, otros simplemente curiosos.

—Vaya, sí que llamas la atención —comentó Lía, por lo que me reí ligeramente.

—Es cierto —abrí la puerta del copiloto y la ayudé a entrar—. Bellezza.

—Gracias... —murmuró, algo avergonzada, mientras se acomodaba en el asiento. Cerré la puerta y rodeé el vehículo para subirme al lado del conductor. Encendí el motor y lo puse en marcha.

—Entonces... ¿Qué te gustaría comer? —pregunté mientras nos alejábamos del hospital.

—Mmm... no lo sé... —respondió después de pensarlo unos segundos, pero parecía no tener ninguna preferencia en mente, haciéndome recordar que desde los doce años no sabe la clase de comida que puede escoger.

—Si estás de acuerdo, puedo escoger yo a dónde llevarte por esta vez y luego me dices qué te pareció.

—Me parece bien —responde con una sonrisa sincera, más relajada.

La miré de reojo, notando como su expresión se había suavizado, y esa sonrisa me hizo recordar cuando acarició a Rex, y junto a Neyron la tiraron al suelo y ella comenzó a reír.

—¿Qué? —preguntó, notando que la observaba. Sacudí la cabeza con una sonrisa y volví a mirar al frente justo cuando el semáforo se puso en rojo.

—Nada, bellezza.

Ella entrecerró los ojos, pero luego volvió a sonreír, esta vez mirando por la ventana hacia la ciudad.

—La ciudad es muy linda... —murmura.

—Lo es... Tiene su encanto —respondí, compartiendo su pensamiento.

—¿Cuáles son tus lugares favoritos? —preguntó de repente, con un interés genuino.

—Am... no lo sé, tengo muchos —dije mientras el semáforo volvió al verde y reanudé nuestro camino.

—Me gustaría verlos algún día... —murmuró ella, sus palabras cargadas de curiosidad y una pizca de anhelo.

La miré de reojo, y por un segundo, una extraña sensación recorrió mi pecho. Era algo difícil de descubrir, una mezcla de ternura y algo más profundo. Fruncí el ceño por un momento, pero rápidamente me recuperé, disimulando mi desconcierto.

Finalmente llegamos a una cafetería que frecuentaba. Era uno de esos lugares donde el tiempo parecía detenerse, acogedor y con una excelente vista. Ayudé a Lía a bajar del auto, y juntos entramos al local.

—Buenos dí... ¡S..Señor Mascheratti! Es un placer recibirlo de nuevo —el hombre en el mostrador sonreía ampliamente.

—Hola, Franccesco —lo saludé, devolviéndole la sonrisa.

—Veo que viene acompañado el día de hoy. Por favor, pasen por aquí, les prepararé una de nuestras mejores mesas.

Nos guía por el lugar hasta una de las mesas apartadas, con las mejores vistas del local. El sol comenzaba a bajar, creando un ambiente cálido y relajante.

—¿Cómo va la empresa? —pregunta Franccesco con la misma amabilidad de siempre.

—Va bien, de hecho —respondí, notando la mirada curiosa y confundida de Lía, aunque intentaba disimularla. Franccesco nos dejó las cartas del menú, y tras despedirse, Lía me miró con intriga.

—¿A qué se refirió con "empresa"? ¿Es sobre...? —deja la frase a medias al saber cómo termina su pregunta curiosa.

—Para no ser descubierto, uno debe tener algo que genere ingresos como los míos. Y eso es la "empresa" que manejo.

—¿Así que, aparte de tu trabajo real... también tienes otro trabajo?

—Los dos son reales pero sí, básicamente uno sí es legal.

Ella asintió lentamente, procesando la información, y luego bajó la mirada al menú, pasándolo distraídamente con sus dedos.

—Jamás había tenido que elegir entre tantas comidas... —murmuró, pensativa—. Bueno, en realidad, jamás había tenido que elegir...

Una broma algo amarga, pero al ver que no le afectaba la tristeza oculta tras sus palabras, sonreí comprensivo y le señalé un platillo ligero que venía acompañado de café.

—Mira este, te aseguro que es delicioso.

—Hm... —Lía observó la descripción de los ingredientes con el ceño fruncido—. No sé ni qué estoy leyendo, así que solo te haré caso y lo probaré.

Dejó el menú a un lado y se recostó en el respaldo de su asiento, un gesto que revelaba su cansancio. Reí ligeramente al ver su expresión rendida, como si hubiese decidido confiar plenamente en mí esta vez. Dejé la carta también y llamé a Franccesco para darle nuestros pedidos. Aunque cuando Franccesco le pregunta a Lía sobre sus preferencias con el café que acompaña su pedido, ella parece paralizarse al responder.

—Tomaremos lo mismo —aseguré sabiendo que mi elección podría agradarle. Franccesco asiente y después de anotar todo se retira. No pude evitarlo y comencé a reír ligeramente.

—No te rías —dijo Lía, mirándome con ojos entrecerrados—. Sabes que me cuesta hablar con quienes son amables conmigo.

—Pero es gracioso —respondí, conteniendo una carcajada—, te pones roja cada vez que tienes que hablar.

Tal como lo mencioné, sus mejillas se tiñeron de rojo y desvió la mirada hacia la ventana, avergonzada por lo que acababa de pasar. Reí de nuevo, pero esta vez, ella me fulminó con la mirada.

—Idiota... —murmura con una sonrisa, cruzándose de brazos, aunque inmediatamente vi su rostro contraerse y arrepentirse espantada por lo que dijo.

Claro, porque llamarme "idiota" a mí, un mafioso importante y al que todos sus enemigos temen, era algo muy atrevido de su parte. Sin embargo, lejos de molestarme, me gustó su osadía.

—Y..Yo q..quiero d..decir... —intentó corregirse, pero la interrumpí tomando su mano con suavidad y besando sus nudillos. Haciéndole saber que no estaba molesto con ella por insultarme.

—Mira, bellezza, allí vienen nuestros pedidos.

Ella desvía la mirada hacia Franccesco, quien dejó los platos frente a nosotros. La vi observar la comida con asombro y como si se le hiciera agua la boca con solo oler y ver todo lo que había. Una sonrisa vuelve a asomarse por mis labios y decidí solo empezar a comer en silencio.

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