Capítulo 19
Narra Alessandro
Vi como Lía salió corriendo de la mansión. Estaba asustada... no, aterrada más bien. Eso solo me confirmó que este tipo mentía en lo que le había hecho. Aquello solo aumentó mi curiosidad y despertó en mí unas ganas casi irresistibles de sacarle la verdad a golpes a este tipo. Apenas se había ido, Giselle salió tras ella para asegurarse de que no se hiciera daño.
—Sujétenlos —ordené a mis hombres. Rápidamente atraparon a los acompañantes de Luciano, quienes ya habían sido desarmados minutos antes—. Espero que entiendas que el trato queda cancelado, Luciano. No te necesito.
—¿Qué? ¿Vas a defenderla, en serio? —dijo entre risas, con una voz burlona que me sacaba de quicio—. ¡Eres más blando que asesino, Ale! ¡Te dejaste dominar por esa per..!
Mi puño se estrella contra su rostro antes de que pudiera terminar la frase. El golpe fue directo y brutal, dejándolo inconsciente y con la nariz rota. Lo solté con asco, dejándolo caer al suelo como un muñeco roto. Junto a mí, un sirviente me entrega un pañuelo de tela con el que me limpié la sangre de mis nudillos y me giré hacia los otros hombres.
—¿Alguno de ustedes estuvo presente cuando compraron a aquella chica? —pregunté acercándome. Eran tres los que lo acompañaban.
—Púdrete —respondió uno de ellos con desafío, y sin pensarlo dos veces, le disparé en la pierna. El hombre gritó de dolor, cayendo al suelo.
—Los que van a pudrirse serán ustedes si no me dicen lo que quiero saber —le puse la pistola en la boca, y su arrogancia se evaporó al instante. Lo vi temblar de miedo mientras sus compañeros lo observaban en silencio—. Lo preguntaré una vez más... ¿quién de ustedes sabe algo?
El silencio reinó por unos segundos hasta que, finalmente, uno de ellos se atrevió a hablar.
—L..Los tres estuvimos... —solté al otro hombre para prestarle atención, pero este no pierde el tiempo en regañarlo por abrir la boca.
—¡Caleb, cállate! —lo golpeé para que guardara silencio y mis guardias le pudieron una tela en la boca pero que permaneciera así, mientras yo me plantaba frente al que confesaría.
—Habla —demandé.
Estaba tan asustado que apenas podía balbucear, mientras los otros lo miraban con odio.
—De igual forma... nos matará... —balbuceó, mirando a sus compañeros con resignación—. Hay fotos y vídeos... el señor Luciano siempre grababa todo lo que hacía. Tiene un USB, siempre lo lleva consigo.
—Revísenlo —ordené. Uno de mis guardias registró a Luciano, quien seguía inconsciente en el suelo, y encontró el USB en su billetera.
—Aquí está, señor —me entrega el pequeño dispositivo.
—Llévenlos al sótano —ordené sin apartar la vista del USB.
—Sí, señor.
Ignoré los gritos de los prisioneros mientras me dirigía a mi despacho. Mi mente ya estaba completamente enfocada en descubrir cuánto daño le habían hecho a Lía. Llegué al escritorio y encendí mi computadora, conectando el USB. No tardé en ver los archivos: videos e imágenes recientes de diferentes chicas.
Fui hasta las primeras fechas. Sentí una presión en el pecho cuando encontré lo que buscaba: tres videos y varias imágenes de Lía. Antes de abrir uno de los videos, apreté el puño con fuerza, un sentimiento oscuro comenzando a crecer en mi interior. Respiré profundamente, preparándome para lo peor, y le di play al primer video.
"—Solo así permanecerás quieta, preciosa —" escuché la voz de Luciano mientras otro hombre acomodaba la cámara, y cuando se apartó del frente, pude ver a una niña pequeña de apenas doce años: Lía.
Amarrada de brazos y piernas sobre una mesa, dejándola acostada sobre su pecho. Con una venda que cubría sus ojos, llorando y suplicando que la dejaran en paz, prometiendo que sería buena...
"—Y ya que te gusta morder, será mejor que esta vez muerdas esto y no a mí —" vuelve a decir Luciano mientras le colocaban un bozal que calló sus súplicas.
Luciano se divertía con su sufrimiento y su pequeño cuerpo, dejando sus marcas en su piel, y llamando a esos tres para sumarse a ellos, los mismos que lo acompañaron hoy. Los gritos ahogados de Lía y sus súplicas silenciadas por el bozal me hervían la sangre. Cerré los ojos, incapaz de seguir viendo, pero el sonido de las risas y los comentarios repugnantes de esos hombres me empujaron a abrirlos de nuevo, dispuesto a cerrar el video. Entonces, lo escuché mencionar que comenzó a sangrar y lo único que hicieron fue reír aún más.
No pude contenerme. Lancé la computadora al suelo, haciéndola pedazos mientras me levantaba de golpe, apoyándome contra mi escritorio para intentar calmarme. Pero no podía hacerlo.
Salí de mi despacho a zancadas, con la furia aún vibrando en cada músculo de mi cuerpo. Vi a Giselle hablando con algunos de los guardias sobre la búsqueda de Lía, no la habían podido encontrar. Pasé junto a ellos para salir al patio.
—Rex, Neyron, encuéntrenla —ordené firme y ellos al instante salieron corriendo, olfateando el rastro de Lía.
—Señor, ¿qué hacemos con los prisioneros? —pregunta uno de mis hombres.
—Yo me encargaré de ellos, personalmente —dije, mi voz cargada de una amenaza oscura—. Pero primero asegúrate de llamar a algunos tipos dispuestos a follarse a cuatro cabrones por diez mil dólares.
Con eso, salí corriendo tras los perros. Rex y Neyron olfateaban por todos lados, cubriendo terreno con rapidez, hasta que el ladrido de Neyron resonó en la distancia. Comencé a correr hacia donde estaban, y los seguí a través de unos arbustos. Allí, escondida tras una pared de vegetación, la encontré.
Lía estaba acurrucada, sollozando con el rostro oculto entre sus brazos. Me acerqué a ella lentamente, agachándome hasta quedar a su altura.
—Lía... —susurré, extendiendo la mano para tocarla, pero ella retrocedió, cubriéndose más, sin siquiera mirarme.
—¡No me toques! —gritó, aterrada.
Me detuve en seco. El odio hacia ese bastardo que le había hecho esto creció dentro de mí como una llama incontrolable, pero tomé una respiración profunda, intentando mantener la calma.
—Lía... soy yo... —dije, suavemente, sujetando sus brazos cuando comenzó a forcejear—. Bellezza, mírame... Soy yo.
Con firmeza, pero sin lastimarla, sujeté su barbilla y la obligué a mirarme. Su mirada asustada se encontró con la mía, y poco a poco vi el reconocimiento en sus ojos.
—¿A..Alec...? —su sollozos le hacen imposible nombrarme correctamente, pero eso era irrelevante en este momento.
—Sí, soy yo... estás a salvo ahora —le aseguré intentando que mi voz fuera más calmada, lo suficiente como para ser un ancla en medio de su tormenta.
De repente, rompió en sollozos más fuertes y se lanzó a mis brazos, aferrándose a mí con fuerza. La sorpresa me detuvo, observé cómo me rodeaba con necesidad, un poco sin saber cómo responderle... suspiré tranquilo y apoyé mis brazos sobre ella. Lía entierra su rostro en mi pecho al hacer esto, buscando refugio.
—Y..Yo... solo... lo vi y... recordé lo que me hizo y... —los sollozos la interrumpían. La estreché mejor contra mí, sintiendo como si cada palabra suya de dolor me destrozara a mí.
—Está bien... ya no volverán a hacerte daño, te lo juro... Nunca más. Nadie volverá a tocarte —le susurré, acariciando su cabello mientras intentaba calmarla.
—A..Alec... Ahora que sabes lo que me pasó... ¿no te doy asco? —su voz estaba llena de dolor, pero también de miedo.
—No, bellezza. Nunca pienses eso —le respondí con firmeza, levantando su rostro para que pudiera verme de nuevo—. Jamás te dejaría por eso.
—¿No me vas... a..a reemplazar? —pregunta con un hilo de voz.
—¿Reemplazarte? —la miré con confusión, y ella baja la mirada.
—C..Cuando dijiste que tendrías visitas y que preparen una habitación especial... creí que habías encontrado a alguien más.
Sus palabras me dejaron atónito por un instante, ¿realmente le importaba si yo conseguía a otras mujeres que la reemplazaran? Bueno, supongo que ella cree que si hago eso, no habrá motivo para mantenerla aquí, está acostumbrada a que la devuelvan por no ser "útil" y como Frey ya no existe, cree que la dejaré en la calle a morir.
Me acerqué más a ella, inclinándome hasta que nuestras frentes casi se tocaban.
—Jamás te cambiaría por nadie, Lía —dije, mi voz suave, pero firme—. Te lo dije antes: eres mía. Eso significa que toda tú me pertenece. Y yo no suelto lo que es mío tan fácilmente.
Lía levantó ligeramente la mirada, sus ojos húmedos y llenos de dudas, buscando alguna señal de mentira en mi rostro. No iba a encontrar ninguna. Era verdad, aunque quizá nunca había planeado sentir algo más que sexual por Lía. Desde el momento en que la vi en esa subasta, algo dentro de mí se decidió: Lía era mía. Y verla así ahora despertó un instinto en mí de querer protegerla, pues no permito que dañen lo que es mío.
—¿Ni aunque sea más una niña, y no una mujer con experiencia? —pregunta con voz temblorosa—. No soy como las mujeres que quieres, no puedo darte lo que deseas...
La miré, sorprendido por la pregunta que acaba de hacer. De todas las coas que imaginaba que le preocupaban, nunca pensé que sería algo tan simple como la diferencia en experiencia. Sonreí incapaz de contenerme, y acaricié su rostro con una ternura que nunca mostré a nadie más.
—Ni aunque sea por eso —respondí, manteniendo el contacto visual—. No necesito eso de ti, Lía. Lo único que quiero es que estés a salvo y que confíes en mí. Todo lo demás no importa.
Lía parpadeó, visiblemente confundida por mi respuesta, pero no preguntó más. En su lugar, se aferró a mí de nuevo, esta vez con más fuerza. Pude sentir cómo su miedo comenzaba a desvanecerse, aunque las cicatrices que llevaba por dentro tardarían mucho más en sanar.
Pero entonces susurró algo que me tomó por sorpresa.
—Alec... ¿Está mal... que quiera quedarme? No por la protección que prometiste, sino porque... no quiera dejarte.
La confesión hizo que me quedara en silencio por un momento, pensando en lo que esto implicaba.
—Sí, está mal —dije, sabiendo que la respuesta la desanimaría, pero antes de que pudiera bajar la cabeza, la levanté suavemente—. Pero, ¿qué se le va a hacer? Yo tampoco quiero dejarte ir, mia bella ragazza.
Sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas, pero esta vez no eran lágrimas de dolor o miedo, sino algo más. Algo que no podía identificar por completo, pero que estaba empezando a reconocer en sus ojos.
Quizás Luciano tenía razón en algo... Me había vuelto blando.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top