Capítulo 14

—Alessandro... ¿Cuántos años tienes? —decidí preguntar, luego de un largo silencio que había durado lo que parecía ser media hora mientras estábamos en el gazebo.

Me carcomía la curiosidad desde el primer momento en que lo vi. Parecía mayor que yo, pero no viejo. Había algo en su porte, en sus gestos, que me hacía pensar que el tiempo le había enseñado cosas que yo apenas comenzaba a descubrir.

—Veintiséis años, bellezza —respondió con una sonrisa en los labios, usando ese apodo que ya comenzaba a acostumbrarme a escuchar.

Me quedé un momento en silencio, haciendo cálculos en mi mente. Era mayor que yo por siete años... Una diferencia que podría decirse abismal en este contexto.

—¿Sorprendida? —preguntó él, sin apartar la vista de los perros que descansaban a nuestros pies.

—Bueno... no del todo —respondí, reflexionando—. Sabía que eras mayor... aunque no pensé que por siete años.

Él solo asintió, sin añadir nada más. Los perros, Rex t Neyron, se levantaron para pedir nuestra atención, y eso me distrajo lo suficiente como para seguir la línea de pensamientos incómodos que estaba a punto de surgir. Acaricié a Neyron, quien inmediatamente se acomodó a mi lado, buscando mi contacto.

—Oye... —comencé, algo más tímida esta vez—. Tengo la duda... ¿Cómo supiste mi nombre y todo sobre mí...?

Su mirada volvió hacia mí, pero no respondió de inmediato. Había algo en sus ojos, una sombra de recuerdos o tal vez de secretos que no deseaba compartir.

—No es de extrañar que en la mafia uno deba investigar sobre las personas que se acercan a él. Cualquiera podría ser un peligro —explicó finalmente, volviendo la vista a Rex, quien se había tumbado a sus pies.

Tenía sentido. Después de todo, yo misma no era más que una pieza en un juego en el que ni siquiera había decidido participar. Quizá cualquier chica de las subastas podría haber sido un espía, una amenaza oculta.

—¿Tienes muchos enemigos? —pregunté, mi curiosidad desbordándose a pesar del ligero nerviosismo que sentía.

Él soltó una leve risa sin humor.

—Más de los que puedas imaginar, pero no deberías seguir haciendo esas preguntas. Puede que las respuestas no sean de tu agrado.

Esa respuesta me dejó más inquieta de lo que esperaba. Quería saber más, pero al mismo tiempo sentía que el conocimiento traería consigo una carga pesada, más de lo que ya estaba preparada para soportar.

—Solo una pregunta más... —dije, y sus ojos se encontraron con los míos. Resopló resignado, pero asintió, dándome luz verde para preguntar—. ¿Qué... encontraste sobre mí? —pregunté, con la voz entrecortada.

Por un momento, no supe si quería escuchar la respuesta. Había pasado tanto tiempo sintiéndome como una desconocida en mi propia vida que tal vez era mejor no saber nada. Pero mi curiosidad era demasiada, nunca había conocido a mi padre, no recuerdo bien a mi madre, no sé cosas importantes sobre de dónde vengo o quién soy.

—Tú nombre, tú edad, tu cumpleaños... —respondió con naturalidad, como si esa información no tuviera peso alguno.

—¿Mi cumpleaños? —lo interrumpí—. ¿Cuándo es...?

La sorpresa en su rostro fue evidente.

—¿No lo sabes? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y compasión. Negué con la cabeza—. Veinte de marzo. El día que empieza la primavera.

Veinte de marzo...

La revelación me dejó una sensación extraña. Saber algo tan básico como mi cumpleaños debería haberme alegrado, pero en su lugar solo sentía un vacío. Había pasado tanto tiempo siendo nada más que un objeto, que conocer algo personal sobre mí parecía casi... irreal.

—¿Y mi vida antes de las subastas? —solté de golpe, incapaz de detener la corriente de preguntas. Alessandro me mira con firmeza.

—Dijiste solo una pregunta más —me recordó, y luego se levantó, dándome la espalda.

—Por favor, Alessandro... —también me levanté, aferrándome a su chaqueta, mis ojos comenzando a empañarse de lágrimas que luchaba por contener—. Quiero saber... No tengo idea de quién soy realmente, no sé nada más allá de ser un objeto sexual que Frey podía vender. Mi madre me abandonó por dinero y no sé porque, nunca conocí a mi padre y no sé cómo fue mi niñez.

Mis sollozos rompieron el silencio. Sentía el peso de todo aquello que desconocía, como si mi propia vida fuera una historia escrita por otros, una en la que no tenía ningún control.

—Solo quiero... saber.

Alessandro me miró por un momento, sin moverse, como si estuviera evaluando qué hacer a continuación. Finalmente, suspiró y me sujetó las muñecas para apartarme. No dijo nada, solo me hizo a un lado y comenzó a caminar, apreté mis puños mientras temblaba por el llanto, sintiéndome frustrada.

—Ven conmigo —ordenó con un tono firme, pero no frío.

Me di vuelta rápidamente hacia Alessandro. Lo seguí en silencio, limpiándome las lágrimas. Caminamos de regreso a la mansión, cruzando pasillos que antes no había recorrido. Finalmente, llegamos a una puerta que Giselle me había advertido no cruzar. Alessandro abre la puerta, revelando un lujoso despacho.

—Siéntate —dijo, señalando uno de los sofás de atrás.

Obedecí, y lo observé mientras rebuscaba algo en los cajones de su escritorio. Entonces, sacó una carpeta blanca y caminó hacia mí. Dudó un segundo pero, al entregármela, su expresión era seria.

—Esto es todo lo que encontramos sobre ti.

Tomé la carpeta con manos temblorosas. La abría lentamente, como si el contenido fuera a explotar en cualquier momento. La primera cosa que vi fueron fotos... fotos de mí. Una de cuando era una niña, adolescente, y finalmente una de hace no mucho. Había una nota mencionando que las primeras fotos las había tomado mi madre para mostrarme a Frey antes de decidir cuánto valía. Las siguientes fotos fueron tomadas por Frey para enseñarlas a posibles compradores.

Mi mirada recorrió los primeros documentos, confirmando lo que Alessandro había dicho: mi nombre, mi edad, mi cumpleaños. Pero entonces, mis ojos se detuvieron en un párrafo que me heló la sangre.

"Padres: Elena Dávila y Carlo García".

¿Por qué uso el apellido de mi madre?

Mi corazón se detuvo. Pasé a la siguiente página, donde había más detalles sobre mi padre. Fotos, datos. Y luego, la página de mi padre. Casi no había información sobre él, solo su nombre y una vaga referencia. Sin embargo, las palabras que seguían en el informe me dejaron atónita.

"Elena Dávila fue obligada por Carlo García a vender a su hija, debido a su desprecio por los niños y su negativa a asumir la paternidad. Lía adoptó el apellido de su madre como reflejo de la culpa que Elena sentía por abandonarla".

El párrafo comenzó a volverse borroso frente a mis ojos. Las lágrimas que había intentado contener cayeron sobre el papel. Cerré la carpeta con un movimiento rápido y se la tendí a Alessandro.

—Gracias... —murmuré, apenas capaz de hablar.

—¿Cómo te sientes después de lo que viste? —preguntó, mientras regresaba a su escritorio para guardar la carpeta.

—No lo sé... —respondí honestamente, aún tratando de asimilarlo todo.

—¿No lo sabes?

Negué, levantándome del sofá y limpiándome las lágrimas restantes.

—Al fin lo sé. Mi papá no quería hijos y mi mamá prefirió cumplir con sus deseos y abandonarme. Es tan simple...

Alessandro me observa mientras yo intentaba no volver a llorar, me sentía mal pero a la vez me alegraba por enterarme de esto. Al menos ahora sé la verdad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top