Capítulo 1

Había olvidado por completo lo que se siente jugar inocentemente con otros niños, cuando mis únicos dolores provenían de los raspones por haberme caído del columpio o porque algún niño me había empujado sin querer mientras jugábamos.

—Me estás colmando la puta paciencia, ¿acaso quieres que te mate? —mi rostro se giró bruscamente tras el golpe que recibí del hombre frente a mí.

Lo había conocido al cumplir los doce... de eso ya hace siete años atrás. Aún recuerdo el rostro culpable de mi madre, mientras observaba desde lejos, como los asistentes de este hombre me metían a un auto mientras ella recibía fajos de dinero.

Era pequeña, pero no ingenua... Mi madre me había vendido a Frey, quien rápidamente se convirtió en la fuente de toda mi miseria, en el protagonista de mis pesadillas.

—¡Vete a la mierda. Frey! —respondí entre dientes, demostrando el gran asco que tengo hacia él.

—¡Tú... ! —levanta el puño para golpearme de nuevo, pero se detuvo. Retrocedió unos pasos, maldiciéndome constantemente.

La habitación permaneció en un silencio sepulcral por varios minutos alargados, hasta que Frey volvió a mirarme y se acercó con pasos pesados y enfadados. Se agachó hasta mi altura y con una firme mano, sujetó mi rostro con fuerza.

—Esta será tu última oportunidad, corderito. Si recibo otra queja más o devolución sobre ti... —con la pistola que siempre mantiene en el cinturón de su pantalón, acarició mi mejilla, haciendo que el frío metal consiguiera estremecer mi cuerpo por el miedo—. No tendré piedad contigo... ¿Lo has entendido, mi pequeña cordero?

La mayoría de los que me conocen, que ven cómo le respondo sin miedo a este canalla, piensan que no valoro mi vida, pero en realidad, quiero aferrarme a la esperanza de que quizás, algún día podría librarme de todo esto. Quiero vivir.

—Sí, señor... —respondí finalmente, y él sonrió complacido.

—Eso es... me alegro de que hayas recapacitado —sacude ligeramente mi rostro antes de soltarme y levantarse—. ¡Tara!

El potente grito de Frey hizo que cerrara los ojos con fuerza. La puerta se abre pocos segundos después.

—¿Dígame, señor?

—Prepárala. Asegúrate de cubrir el golpe y llévala con las demás. Le daremos una última oportunidad a esta.

—Como diga, señor.

Frey acaricia mi cabeza, y me obliga a mirarlo de nuevo.

—Mejor reza porque te elijan, y que después de hoy no nos volvamos a ver... Porque ya sabes lo que pasará si eso ocurre —él balancea la pistola con una sonrisa, como si en realidad quisiera que ocurriera todo eso para matarme finalmente por todos los años en lo que no le he dado ningún beneficio.

Tragué saliva con dificultad, pero asentí. Él se aleja de mí y sale de la habitación, cerrando la puerta de un portazo.

—Arriba —Tara me agarra del brazo con brusquedad y me lleva hasta un tocador lleno de maquillaje.

Ni ella ni ninguno de los que trabajan para Frey son diferentes a él. Todos me detestan porque hago que el jefe se enfade, y si él está molesto todo va de mal en peor. Ni siquiera Tara tiene compasión por mí.

—Aquí, ponte esto —golpea contra mi pecho la nueva lencería que debía usar para esta noche.

La tomé en mis manos y me fui tras la cortina de los "vestidores". Me cambié rápidamente, deshaciéndome de la lencería anterior.

—Apresúrate que ya casi es la hora —me apresura Tara.

En cuanto la escuché, ya estaba lista. Salí del vestidor y ella no duda en atrapar mi brazo de nuevo para llevarme arrastras y sacarme de la habitación. Llegamos justo a tiempo para cuando Frey comenzaba su presentación.

—Esta noche, caballeros, me complace anunciar que tenemos a las más hermosas, jóvenes, agraciadas... vírgenes... del país. Mejor saquen sus billeteras porque estoy seguro de que con solo verlas los complacerán.

Me asomé por los telones, observando a una gran cantidad de hombres preparados para ofrecer de su dinero por nosotras. Notando que casi todos eran de la alta clase, de los peces gordos del país, los más ricos.

—Sin más que decir, ¡que comience la subasta!

El público comienza a aplaudir y murmurar entusiasmados. Tara apareció junto a mí y me obligó a regresar a mi lugar y esperar mi turno. La primera chica subió al escenario y rápidamente se ganó la atención de muchos en el público, las demandas comenzaron, los números iban subiendo, hasta que finalmente fue vendida a uno de los clientes fieles de Frey, un viejo que ya ha comprado a muchas mujeres de este lugar. No tardó en hacer que la chica se sentara en sus piernas. Hice una mueca aguantando las arcadas, pero suspiré calmándome, o intentando hacerlo.

Aquí, si tienes aunque sea un poco de suerte, lo único que consigues es que te compre alguien que sea agradable a la vista. Si no... tendrás que soportar al que te toque.

Una a una, las demás chicas fueron siendo subastadas hasta que finalmente llegó mi turno.

—Y ahora, caballeros... la última de la noche...

—Vete ya —Tara me empuja al escenario.

Había subido tantas veces aquí que ya nadie se sorprendía de verme; me reconocían con facilidad. Nadie dijo ni hizo nada, ni un amago en ofertar, incluso algunos hicieron muecas y apartaron la mirada.

—Ejem... sé que todos ya conocen su fama, pero... ¡Hey! Piensen que, si consiguen domar a esta salvaje fiera, no solo obtendrán su cuerpo, sino que también se les reconocerá por ese gran logro. ¿Qué dicen, caballeros? Empecemos con tres mil dólares. ¿Algún interesado?

Mi respiración se cortó ante el silencio del público, seguían sin hablar. A pesar de mi profundo odio a todos estos degenerados, y a la idea de ser vendida como un simple objeto sexual... prefería evitar mi encuentro con la muerte, tengo tanto miedo a morir que incluso estoy dispuesta a aceptar esta monstruosidad... sabiendo bien lo que puede pasarme, una vez más.

Frey me mira con desdén, yo agaché la mirada.

—Mmm... creo que necesitan un incentivo. ¿Por qué no te mueves más, corderito? Enséñales lo que pueden ganarse.

Su mirada me obligaba a obedecer. Me contuve la mueca de asco y vergüenza que quería asomarse por mi rostro, y suspiré. Cerré los ojos mientras me deslizaba hasta quedar en cuclillas y separé mis rodillas, mostrando lo que a ellos más les gustaba.

Esto es más humillante que el simple hecho de estar en este lugar.

—Estamos todos de acuerdo en que es una auténtica belleza, ¿no es así? —pude ver la tentación en los rostros de algunos. No intentaban disimular su erección, pero dudaban por mi fama—. Entonces, si nadie la quiere, la subasta cerrará en...

No pude contener el miedo por saber que si esto terminaba aquí, yo iba a morir. Miré suplicante a Frey, pero él ni siquiera me devolvió la mirada.

—Tres... dos... un...

—Tres mil dólares.

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