Capítulo 38

La vida es una interminable lista de comienzos y finales.

Era un niño la primera vez que vi a Celeste del otro lado de la acera. Ella abría, con el divorcio de sus padres, uno de los capítulos más dolorosos de su vida, mientras yo estaba a punto de iniciar uno que la felicidad me impediría olvidar durante años.

Esos pequeños tragos de alegría en el embriagante dolor son llamados milagros.

Con frecuencia, envuelto en la cruel rutina olvidaba existían. Sin embargo, estaban ahí, planteándose cuando uno ha perdido la esperanza, demoliendo los imposibles, desarmando a los incrédulos.

Una vez escuché que todos los milagros tienen algo en común, no fue hasta esa tarde, tras recorrer los pasillos de ese hospital y reconocer unos ojos en medio del caos, que comprendí a qué se referían. Amor. El que acelera el ritmo de tus latidos y se apodera de tu juicio, que va más allá del egoísmo y te despoja de tu armadura, que te permite romperte y reconstruirte.

Mentiría si dijera que lo había buscado toda la vida, no, ni siquiera tenía fe de hallarlo, pero lo hice, lo confirmé cuando el tiempo detuvo su marcha apenas su mirada se encontró con la mía. Entonces la verdad me golpeó tan duro que fue imposible silenciarla.

Había tanto qué decir, tantas preguntas sin respuestas, sin embargo, en ese momento fui incapaz de recordar alguna. Mi corazón estaba demasiado ocupado luchando entre la paz que me embargó ante su cercanía y las dudas que sabía solo encontrarían descanso en su voz. En sus pupilas, leí que no era el único que temía la avalancha terminara arrastrándonos.

Y pude ceder ante ese miedo, pero decidí fuera el corazón quien tirara la moneda al aire, quién se arrojara al vacío confiando la caída sería más fácil de sobrellevar que la tortura del hubiera, mi viejo enemigo.

Así que sin palabras, cuando pareció que la tinta que pintaba ese cuadro comenzaba a secarse, siguiendo un impulso di el primer paso. Echando afuera el pasado desaparecí la distancia entre los dos y la envolví entre mis brazos con fuerza, como había deseado tantas noches en las que me había preguntado dónde estaría. Su cuerpo se tensó ante el inesperado contacto, temerosa mantuvo los brazos en el aire sin tocarme conteniendo su respiración, incapaz de procesarlo... Hasta su corazón se encontró con el mío, y reconociéndolo como su hogar, dejó caer el escudo.

Parándose de puntillas me correspondió con intensidad escondiendo el rostro en mi hombro antes de que su llanto callado acariciara mi piel, al cortar el nudo que le desgarraba la garganta. Conocía lo suficiente a Celeste para saber que aunque se sintiera morir, no dejaría que el dolor tocara a otros, así que intenté que pudiera percibir en ese gesto estaba con ella, que conmigo podía desahogarse. Yo estaría ahí, sosteniéndonos mientras cesara la tormenta.

Volví a encontrarme con esa niña que se escondía en esa mujer invencible.

—Todo irá bien —le prometí en un murmullo.

Y aunque no hubiera ninguna certeza, Celeste decidió confiar, aferrándose a mi voz entre todos esos fantasmas que se esforzaban por hundirla.

Sus ojos cristalizados conectaron con los míos al apartarse un poco para mirarme a la cara. Intentó hablar, sus labios temblorosos se abrieron, pero su voz pareció esconderse en un rincón. Una débil sonrisa se deslizó en mis labios ante su balbuceo.

—¿Cómo está, Berni? —le gané la partida, centrándome en lo más importante.

Celeste asintió tomando un profundo respiro. Ya habría tiempo para todo lo demás.

—Está en el quirófano —me explicó, intentando su voz no se quebrara.

—¿Qué ha dicho el médico? —indagué, tomando sus manos al notar como era incapaz de mantenerlas quietas. Celeste fijó sus ojos oscuros en ese punto antes de regresar la vista a mí, entendió sin palabras lo que mi corazón quería gritarle.

—Aún nada. Seguimos esperando. Me dijeron que tuviera paciencia —me contó, ansiosa—. Y lo remarcó bastante porque sabe que soy una impaciente.

—Ya verás que serán buenas noticias —le animé.

Ladeó el rostro, analizándome sin prisas.

—¿Tú cómo te enteraste que estábamos aquí? —curioseó, limpiándose las lágrimas.

—Recibí un comunicado de mi gerente de Recurso Humanos informándome estaba internada en este hospital.

—Dulce... —adivinó con una débil sonrisa—. No sé cómo no lo vi venir.

—Espero no te molestes con ella.

—¿Cómo podría? No —sentenció negando, para que ni siquiera lo pensara—. Después de lo que hizo no creo poder enfadarme con ella un par de vidas más.

—Fue un acto muy noble de su parte —reconocí—. ¿Cómo está su familia?

Supuse que no debió ser fácil para nadie tomar esa decisión.

—Andy fue por un café, aunque estoy segura que no tomará una sola gota —admitió, porque nadie más que ella podía comprender el dolor que atravesaba—, solo está intentando mantener su mente ocupada. Lo cual es casi imposible —me compartió.

Asentí mientras echando las manos en los bolsillos, caminamos por el pasillo del hospital.

—También he venido aquí para ofrecerles mi apoyo. Sabes bien que la fundación va a costear la operación, pero yo me haré cargo de todos los gastos que conlleve la recuperación de ambos —planteé. Era lo menos que podía hacer.

Celeste me dio un vistazo de reojo. Torció los labios, incómoda.

—Me gustaría negarme, pero ellos no tienen que padecer por mi orgullo. Sé que no vas a creerme, y que dirás que parezco disco rayado, pero te juro que voy a trabajar muy duro para pagártelo —aseguró—. Apenas Berni se recupere voy a dedicarme a recuperar todo lo que han hecho por mí —repitió con tal convicción que me enterneció.

—Olvídate de eso por ahora —le pedí.

Pero que no le diera tanta importancia, provocó justo lo contrario.

—No puedo. Sebastián, toda la vida me esforcé para salir adelante por mi cuenta, sin deberle nadie a nadie, y en los últimos meses he ganado tantas deudas que no creo que me alcance la vida para pagar ni siquiera la mitad de ellas —se reprochó frustrada—. Nunca había sido consciente de lo que poco que tenía porque creía ingenuamente que no necesitaba más para ser feliz.

—Tú nunca vas a cambiar —lancé, pero no fue una queja—. Celeste, es imposible atravesar algo así sola. Además, no tienes por qué hacerlo —remarqué. No cuando había gente que la amaba.

—¿Por qué me dices todo esto? —me cuestionó extrañada, frunciendo las cejas—. Es decir, no tiene sentido —murmuró, frenando—. Deberías odiarme después de lo que pasó, Sebastián. ¿Por qué no me gritas que me detestas? Dime que he sido lo peor que te ha pasado —me animó, molesta consigo misma. Sonreí, escuchándola paciente.—. Repróchame porque te fallé, maldice la hora en que nos encontramos, échame en cara todos mis errores —estalló, sofocada por la culpa.

—Tenías el guión ya escrito —noté con cierta diversión.

—He pensado tanto en eso que creo ya inventé veinte versiones diferentes, pero... —Guardó silencio, alzó la mirada fijando sus ojos en los míos, juro que creí oír el eco de su corazón—, ahora que estás aquí no te veo protagonizando ninguna.

—Entonces tocará improvisar —respondí con sencillez*—. Celeste, te di mi palabra que no volvería a incumplir* la promesa que te hice en Hermosillo hace años, lo hice una vez, y no puedes hacerte una idea de lo mucho que me arrepentí. No quiero cometer el mismo error.

—Ojalá lo hubieras hecho. Ojalá me hubieras olvidado, ojalá hubieras enterrado mi nombre en el pasado —insistió abrumada, siendo su peor verdugo—, así no te hubiera herido, te hubieras ahorrado el dolor, me hubiera convertido en un buen recuerdo.

—Yo no quiero amar un recuerdo, Celeste —defendí deteniendo el ciclón que consumía sus pensamientos, buscando su mirada para que no huyera más. Era el momento de hacerle frente—. Quiero amar a la mujer que eres ahora, con todo lo que eso implique, con tus virtudes y errores, con las buenas y malas decisiones que tomes —remarqué—, porque me siento capaz de enfrentar lo que venga si tú estás a mi lado.

—Te herí —murmuró.

Una débil sonrisa se me escapó acariciando su mejilla.

—Celeste, he perdido la vida luchando con miedo a nuevas heridas, y al final entendí que es inevitable. El dolor es parte de la vida, nadie que aspire a vivir puede huir del todo de él. Quiero enfrentarlo, quiero arriesgarme, soñar sin importar cuántos de esos locos sueños resultarán o no, por la sola dicha de creer que pueden volverse realidad. Jamás me había sentido tan vivo y valiente—destaqué, haciendo que la palabra adquiriera verdadero significado—, hasta que nos reencontramos.

Entonces el corazón que por un siglo se mantuvo dormido, despertó.

—Sebastián, tengo tantas cosas que explicarte...

—Y habrá mucho tiempo para eso, pero ahora lo más importante es que Berni salga bien de la operación —nos enfoqué. No quería cargarle más preocupaciones—. Hagamos una pequeña tregua. Finjamos que podemos detener el tiempo, hoy solo importante que estamos juntos enfrentando esto.

—Y mañana despertaremos del sueño... —planteó la cruel realidad.

—Hay realidades que superan los sueños.

—Y otros que se convierten en pesadillas —me hizo ver. No pude contradecirla, era imposible fingir ceguera ante la posibilidad del final—. Sebastián, si mañana la realidad va a golpearme, al menos déjame soñar un rato más, grabarme cómo se siente ser feliz...

Las palabras murieron en el aire cuando armándose de valor acunó mi rostro antes de alcanzar mis labios. Apenas me encontré con su boca, en mi corazón se encendió una llama capaz de barrer con el hielo que se acumuló en su ausencia. Todas las dudas se consumieron en la calidez que brotó en mi pecho ante su cercanía. La ternura de Celeste me desarmó, la intensidad de su amor traspasó las barreras y confirmé la falta que me hizo cuando tras noches vagando a oscuras sentí había hallado mi refugio. Fue un beso corto, pero eso bastó. Su cálida respiración me acarició al apartarse despacio, y su ausencia pronto se percibió, extrañando el dulce sabor de sus labios me concentré en su mirada que se aferró a la mía. El silencio nos envolvió, pareció actuar el milagro de detener el paso de los minutos para los dos. Y juro que deseé quedarme en ese instante, pero un sonido sutil a nuestra espalda nos regresó de golpe al presente.

—No, no, perdón, siempre me pasa...

Cuando dimos la vuelta encontramos un hombre reprochándose por el café que había resbalado de sus manos y ahora se esparcía por el suelo.

—Yo no quería... —intentó disculparse, pero Celeste dejándome atrás se puso de cuclillas regalándole una comprensiva sonrisa, quedando a su altura.

Cuando alzó el rostro reconocí de quién se trataba.

—No pasa nada —lo tranquilizó evitando se quemara al intentar arreglarlo—, buscaré algo para limpiar... —propuso gentil, dejando claro no era importante, antes de ponerse de pie.

—No, no, yo...

Sin embargo, Celeste no esperó respuesta antes de desaparecer por el pasillo.

—¿Andy?

El esposo de Dulce, se puso de pie de un salto cuando le ofrecí la mano.

—Sebastian Valenzuela...

—Oh, sí, el jefe de Dulce —adivinó, antes de que pudiera terminar.

—Nos conocimos el día que visité tu cafetería —le recordé.

—Bueno, no es mi cafetería, yo solo trabajo ahí —aclaró algo cohibido.

—Entiendo. Lo que hizo tu esposa fue...

—Increíble —completó junto a una débil sonrisa. Estaba claro que cada que pensaba en ella reunía un poco de valor—. Lo sé, ella siempre ha sido así.

—Que estés aquí apoyándola, también habla muy bien de ti —expuse.

Estaba segura que él también había apartado mucho en su decisión.

—Esto era importante para Dulce. Sé que ella también estaría aquí si fuera al revés —aseguró sin una pizca de duda.

Andy tomó asiento en la banca que estaba frente a nosotros, su mirada perdida vagó por la mancha. Intentó sonreír, le costó porque aunque intentaba ser optimista, el miedo no daba tregua. Lo entendí, no hay angustia más difícil que cuando las personas que amamos sufren.

—Dulce estará bien —lo acompañé—, es una mujer con una energía incomparable.

—Sí, parece muy pequeña y frágil, pero es la mujer más valiente del mundo —dijo, entrando un poco más en confianza, en su deseo de liberar lo que daba vueltas por su atormentada mente. Guardó silencio, pasando los dedos por su cabello dejó ir un suspiro—. Es solo que... Cuando estoy ansioso verla sonreír es lo único que me tranquiliza, supongo que es lo que me hace falta —me confesó, riéndose de sí mismo. Sin embargo, el dolor se coló en su voz.

—Apuesto que también querrá seas lo primero que veas cuando abra los ojos.

Él me dio un vistazo, me agradeció con una débil sonrisa.

—Ella está muy orgullosa de ti, no sé cansa de repetirlo —le compartí.

Para nadie era un secreto el inmenso amor que le profesaba.

—Exagera, lo dice porque me quiere —aseguró modesto.

—Yo estoy de acuerdo con ella, el día que acudí el local noté que tienes mucho talento. Tienes todo para que sea un éxito. Apuesto que les iría muy bien a los dos si pusieron el negocio a su nombre.

Eran una buena combinación, él tenía el don de convertir los alimentos en algo memorables y ella la simpatía y creatividad para ponerle luz a su marca.

—Eso son los planes, solo me falta terminar de pagar antes de firmar del todo —me platicó—. El actual dueño es amigo de nosotros. Estamos reuniendo el dinero.

Asentí, escuchándolo atento.

—Podríamos ser socios —propuse tal cual como apareció en mi cabeza, siguiendo un empuje de mi corazón.

Andy contrajo el rostro confundido, me observó como si hubiera perdido un tornillo.

—¿Socios? —dudó, dándome oportunidad de retractarme.

Pero no lo hice, todo lo contrario, mientras más lo pensaba más convencido me encontraba.

—Ajá, así podrían comenzar cuánto antes —le animé a sabiendas lo importante que era para ambos—. Escucha, mi intención no es quitarles lo que han trabajado, todo lo contrario, solo ayudarles a financiar de la parte que les falta. Y mi porcentaje sería meramente simbólico —aclaré—, ustedes se encargarían de dirigirlo por completo. Incluso podrían comprar el porcentaje al mismo precio cuando ustedes lo decidan —le propuse.

Celeste que había regresado y ahora se ocupaba del pequeño desastre, rechazando nuestra ayuda, nos dio un vistazo escondiendo una sonrisa.

—Wow, suena bien —respondió enseguida, en una mezcla entre entusiasmado y perdido por procesar la noticia. Tuve la impresión que deseaba hacer mucho más preguntas, pero pronto planteó los pies sobre la tierra—, pero tendría que hablarlo con Dulce —me explicó cuidadoso, sin deseos de desairarme.

No lo hizo, tenía claro era una decisión que debían tomar en conjunto.

—Claro, no te sientas presionado a darme una respuesta —remarqué—, solo promete que van a pensarlo. En verdad me alegraría mucho tener de socio a personas como ustedes.

—Tiene mi palabra.

—Sebastián, ni siquiera en hospital puede dejar de hablar de negocios —fingió reprocharme, pero el brillo de su mirada habló por sí solo. Escondí una sonrisa en complicidad—, pero esta vez no puedo culparte. Este par se merece lo mejor del mundo y sé que lo conseguirán —remarcó acariciando su brazo en señal de apoyo, dándole ánimos.

Nadie podía entenderlo más que ella. Ahora compartían tantas cosas, no solo la alegría, sino también el dolor y la incertidumbre.

Incertidumbre que durante meses gobernó su vida. Yo fui testigo de sus noches en vela, de su cansancio acumulado, del terror que se mezcla en sus venas cada que visitaba el hospital, de todas las lágrimas que contuvo, de que pese a su fortaleza jamás pudo ser por completo feliz.

Y como si el destino se compadeciera de su tortura, una voz a su espalda cerró el capítulo más amargo de su vida. Apenas escuchó el nombre de su sobrino el mundo se detuvo, sus ojos en medio de la niebla conectaron con los míos, casi pude escuchar su petición de no dejarla caer. No lo haría.

Tanto Celeste como Andy se acercaron al médico para sumergirlo en un mar de preguntas al salir del quirófano. En aquel torbellino una respuesta importó más que cualquier otra.

—Aún necesitamos monitorear que su cuerpo no rechace su nuevo riñón, hacer varios estudios, monitorear su avance, pero podemos decir que la operación fue un éxito —compartió.

Y primera vez en mi vida los ojos de Celeste se llenaron de lágrimas, mas no fue la tristeza quien cruzó su rostro. La roca que llevaba cargando desde Hermosillo resbaló, se desmoronó a sus pies. Contemplé el momento preciso en que el miedo que se había convertido en su fiel compañero tomó un camino diferente. Una esperanza, eso es lo único que necesitaba.

—¿Dulce cómo está?

El médico sonrió notando el nerviosismo de su marido que ni siquiera pudo pronunciar una palabra.

—Bien, recuperándose —los tranquilizó. Él volvió a respirar aliviado, una enorme sonrisa se le escapó—. Es una mujer muy fuerte, y también ocurrente. Culpemos a la anestesia —añadió divertido—. Estarán en observación, les avisaré cuando puedan pasar a verlos —les avisó.

Entonces Celeste flaqueó, sus piernas se doblaron mientras ella cubría su boca acallando un grito de alegría que se mezcló con sus lágrimas. Unió sus manos, agradeciendo al cielo lo que por meses suplicó.

—Tengo miedo que todo sea un sueño —murmuró con la voz quebrándose cuando me puse a su altura mientras Andy se apartó para hacer una llamada—. No quiero despertar.

—Tendrás que hacerlo, Berni estará esperándote —remarqué sonriéndole.

Esta vez la realidad era mucho mejor que cualquier sueño.

—He deseado esto por tanto tiempo, que ahora que sucedió no tengo idea qué haré —confesó riéndose de sí misma, luchando con el cóctel de emociones que la sobrepasaban. De pronto en su dulce sonrisa me pareció reconocer a esa chica que conocí hace años atrás.

Guardé silencio, pensando en la respuesta correcta.

—Aprender a ser feliz —resolví porque era lo que correspondía tras una larga sequía. Al fin la lluvia se llevaría el dolor—. Y por experiencia te lo digo, suena más sencillo de lo que es —admití—, pero como uno se acostumbra a la tristeza, te apuesto que cuando lo consigas te será difícil renunciar a la felicidad.

Jamás esa palabra le hizo mayor justicia que cuando al abrir la puerta se encontró con la sonrisita cansada de Berni. Apoyado en la puerta, admirando al pequeño niño que se convirtió en la luz de mi frío departamento, llenándolo de vida, descubrí que si nuestra historia estaba destinada a terminar, ese sería el final que deseaba conservar en mi corazón.

—Celeste...

Aquel suave murmullo bastó para darle rienda suelta al huracán que por un largo tiempo intentó retener. Apoyando su frente en la de él se dio permiso de llorar, sintiendo al fin la pesadilla había terminado.

Y cuando creí todas las piezas habían encontrado su lugar, un mensaje llegó a mi celular, poniendo todo de cabeza.

Confundido repasé las palabras, preguntándome si mi vista no estaba jugándome una mala pasada. No, era real... Alzando el rostro para apreciar a Celeste a lo lejos, ajena al centenar de preguntas que llevaban su nombre, lo comprobé. Imposible, pero real.

José Luis

¿Recuerdas cuántas copas tomé? Según yo, no las suficientes para perder el juicio. Así que, por si las dudas, tuve que preguntar si no era el maestro de ceremonia el que estaba borracho. No, ambos estábamos en nuestros cincos sentidos. Aunque si te soy sincero yo estuve a punto de dejar de hacerlo cuando de la nada mencionaron nuestros nombres. Sí, leíste bien, siéntate porque te vas a ir de espalda. ¡Ganamos! No sé cómo demonios pasó, pero en verdad vale la pena hacerse tantas preguntas. Estamos entre los primeros tres lugares. Van a financiar el proyecto. Ganamos la convocatoria, hermano.

¡Hola! Disculpen la demora, han sido semanas complicadas, pero aquí estoy con un nuevo capítulo. Quedan dos antes de escribir la palabra fin.

Cuando comencé esta historia hace más de un año jamás, jamás, jamás, me pasó por la cabeza que lo que sucede en esta novela estaría tan relacionada con mi realidad. 🥹

Quiero aclarar que los dos capítulos siguientes voy a publicarlos sin editarlos, tal cual como los escribí (una disculpa por si ven algunos errores 😢), porque en este momento de mi vida esta novela me está lastimando a nivel emocional.

A mi abuelita, que la adoro con todo mi corazón y la luz de los ojos de mi mamá, acaba de ser diagnosticada con Enfermedad Crónica Renal en una etapa avanzada, y esta situación está siendo muy dura para ella y mi familia. Esta novela remueve muchas fibras sensibles en mí.

No quiero dejarla inconclusa porque la inicié con el objetivo de darles un poquito de esperanzas a las personas que están atravesando esta dura enfermedad, pero siendo honesta actualmente estoy en una etapa de negación, frustración, culpa que me impide ver las cosas con claridad. No sé, es que cada vez que veo esta historia siento que tal vez no me expresé bien y la vida me puso esta prueba para vivirlo en carne propia😢😭. Sé que es un sentimiento irracional, pero en este momento todo esta siendo muy confuso. Solo quiero desearles a todas las personas que están atravesando algo así, y a sus familias, la mayor fortaleza y salud.

También les pido a los que son creyentes oraciones para mi abuelita, estaré eternamente agradecida 🩷🥹. Los quiero mucho. Gracias por todo su apoyo.

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