Capítulo 35
Nota: no olviden revisar si leyeron el capítulo anterior para evitar spoilers, lo publiqué un lunes.
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—¿Ya has pensado en un nombre?
Esa fue la primera pregunta que le hice cuando nos enteramos estaba esperando un niño. Patricia apartó la mirada del diminuto mameluco que contemplaba sobre su regazo. No respondió enseguida, sonrió para sí, mientras acariciaba la prenda que soñaba algún día usaría su bebé.
—Me gusta como suena Bernardo —concluyó, sonriendo.
Torcí los labios, meditándolo. ¿Bernardo? Pues... En mi opinión había mejores.
—Le diré Berni, suena mucho mejor —decidí para mí, encogiéndome hombros.
Patricia fingió indignación por mi rechazo y me lanzó un cojín que tenía a la mano. No pude esquivarlo, su risa resonó en la habitación cuando me pegó de lleno en la cara. Pude enfadarme, pero no lo hice, pocas veces me molestaba con ella. Me reí con ganas de mis malos reflejos. Aún podía sentir esa alegría en mi cuerpo. Era tan feliz y no lo sabía.
—¿Estás emocionada? —curioseé, dejando de lado el libro. La tarea podía esperar.
—Mucho, aunque también un poco asustada. Estamos hablando de una vida —me confesó en una mezcla de ilusión y terror. Una sonrisa delató su nerviosismo de primeriza—. Me da tanto miedo equivocarme —me abrió su corazón como nunca lo hacía con nadie.
—Puedes con eso y más —la animé, conociéndola. Para ella no había imposibles, estaba segura que sería la mejor mamá del mundo. Así como era la mejor hermana, hija y estudiante de todas.
Ella me dedicó una sonrisa agradeciéndome la confianza. No tenía que hacerlo, cualquiera que la conociera apostaría por ella.
—Me gustaría que Raymundo pensara lo mismo, verlo un poco más seguro —me confesó con un suspiro. Sabía lo que significaba.
Hace meses cuando la prueba de embarazo dio positivo, el miserable de su novio tuvo una "crisis existencial", se llenó de miedo y lo único que se le ocurrió fue abandonarla a su suerte. La pasó tan mal por su culpa, y después, con el peso de la conciencia sobre él, regresó pidiendo perdón, asegurándole estaba asustado y rogando por una segunda oportunidad para formar una familia. Prometió ser el mejor papá del mundo y no sé cuánta tontería más que Patricia terminó creyendo.
Me mordí los labios para no soltar lo que pensaba, o al menos lo intenté. No quería pelear.
—No te preocupes, no lo necesitas —le aseguré para que no se desgastara por su culpa. Después de todo, durante meses nos habíamos hecho a la idea que solo seríamos mamá, ella y yo.
—No hables así de él —me pidió conciliadora, cansada de la misma discusión—, está dando lo mejor de sí mismo —lo justificó. Se refería a que había conseguido un empleo y que de vez en cuando le diera dinero. Responsabilidades que en mi opinión no merecían tanto alarde.
—Si eso es lo mejor no quiero imaginar lo peor —cuchicheé entre dientes, lo suficientemente bajo para que no me escuchara.
No funcionó.
De todos modos, no me reprendió, Patricia en el fondo sabía que tenía razón.
—Pues perdona, olvide que tú tienes un príncipe en Monterrey —intentó cambiar el rumbo de la charla, divertida.
Ahora fui yo la que se amargó. Rodeé los ojos, fastidiada. Decidí regresar mi atención a mi libro, a lo que era realmente importante.
—Yo no tengo un príncipe en Monterrey.
—¿Sigues enfadada con él? —indagó.
—No —respondí enseguida, sin mentir, porque no era enfado lo que me llenaba cuando pensaba en él—. Estoy feliz de que esté cumpliendo su sueño —defendí. Sabía lo mucho que trabajó, no por nada fui a la primera persona que se lo contó cuando le dieron la noticia de su beca. Sostuve el lápiz con fuerza, recordando aquel momento, creyendo por un segundo que tener la primicia me convertía en alguien especial—. Y apuesto que la está pasando de maravilla —adelanté—, o eso dice Zulema, a la que según sus propias palabras llama todos los días —lo repetí tal cual me lo había soltado la tarde anterior, solo para pavonearse.
—Zulema es una exagerada.
—Puede que sea verdad —reconocí usando la cabeza—. Después de todo, antes de que se marchara era su novia o al menos estaban a punto de serlo —recordé. Sebastián se la pasaba tonteando con ella, pero fue a mí quien me dio la noticia, quién lo acompañó a la parada de autobús, no ella.
Negué, alejando esos pensamientos, solo perdía mi tiempo. Volví la vista a mis apuntes, lo que realmente importaba estaba en mis manos, frente a mí. Patricia me estudió, agradecí lo dejara pasar.
—Ya llegará tu momento —me motivó. Calló un segundo, antes de recuperar su alegría—. Tengo una idea —lanzó de pronto. Abandonó su cómodo asiento para rodear la mesa y sentarse a mi lado—. ¿Qué te parece si cuando te gradúes de la preparatoria, después de que nazca el bebé, hacemos un viaje a Monterrey para festejar? —propuso.
Parpadeé sorprendida.
—¿Lo dices en serio? —balbuceé, sin poder creerlo.
—Ajá —respondió satisfecha al verme sonreír como una tonta. Me llené de ilusiones, no solo porque era la primera vez que saldría de la ciudad, sino porque eso abría la posibilidad de volverlo a ver—. Ese será tu regalo de graduación, te lo prometo, así podrás ir a visitarlo y a mí me vendrán excelentes unas vacaciones —pronosticó optimista.
El viaje nunca llegó, se acumuló junto a esas promesas que son imposible de cumplir por más que uno lo deseé. Recargué la espalda en la pared fría, recordando hace años estaba en un lugar parecido, soñando que sería el inicio de una nueva etapa para nosotras, llenas de planes que jamás se volverían realidad.
No hay nada que nos recuerde más lo frágil que somos, el poco dominio que tenemos sobre nosotros, que la muerte.
—¡Celeste!
Una voz familiar me despertó, eché la mirada a un lado hallando a Dulce acercándose deprisa. Vestía una bonita blusa de botones blanca y unos tacones celeste a juego con su pantalón, supuse acababa de salir de la oficina. Sonreí para mí cuando sin palabras me regaló un abrazo fuerte.
—¿Cómo estás? —me preguntó al apartarse para verme directo a los ojos. No encontré palabras para resumirlo. Por momentos sentía que me habían extirpado el alma, y que lo que vagaba por aquel hospital era solo mi cuerpo vacío. Esas últimas noches estaban siendo un infierno—. ¿Hay nuevas noticias?
Negué confundida. En realidad, los reportes médicos no variaban demasiado, pero temía que su salud empeorara. No por nada el médico había decidido se quedara internado en el hospital. Cada que entraba, rezaba porque esta vez en su rostro hubiera una sonrisa, que me diera una buena noticia, pero el milagro nunca llegaba.
—Tienes que descansar —me aconsejó mientras me acompañaba a la salida. Por la tarde, Dulce me había escrito para decirme que al salir del trabajo me cubriría un rato para que pudiera ir a darme un baño, cambiarme y comer algo—. No debes descuidarte, Berni necesita que estés bien.
»Aunque tampoco puedo juzgarte —murmuró con una sonrisa, comprensiva—. A mí también me pasó. Cuando internaron a mi mamá no había poder humano que pudiera separarme de ella —reveló, tuve la impresión estaba hablaba consigo misma, por eso odié que mi rostro no fuera capaz de disimular la pregunta que mi consciencia sí se encargó de silenciar, por temor a herirla. Sin embargo, no me juzgó, todo lo contrario, siguió caminando a mi lado con una débil sonrisa en sus labios—. Tuvo un accidente automovilístico —me explicó, acabando con mis dudas—, estuvo en coma un tiempo antes de fallecer.
Mi corazón se oprimió en mi pecho. Era tan difícil imaginar que una mujer como Dulce tan llena de luz, alegría y optimismo, atravesara por algo tan duro.
—Lo siento mucho, Dulce —fue lo único que atiné a decirle, enredándome con mis propias palabras.
—No te preocupes. Te mentiría si te dijera que ya lo superé, que no me duele, pero entendí que es parte de la vida y debo seguir adelante. Ella está conmigo en cada momento —defendió su filosofía con una sonrisa que hizo un nudo en mi garganta—. Ahora lo que debes hacer es respirar, comer algo que te suba el ánimo y dormir un poco —me aconsejó.
—Dormir —repetí riendo de solo imaginarlo—, no creo pegar el ojo por más que me esfuerce.
Y no me equivoqué, porque cuando choqué con el médico en el pasillo, tuve la corazonada que no lo haría por varias noches.
—Celeste, necesitamos hablar —me detuvo al notar tenía intenciones de marcharme.
Un cosquilleo ansioso trepó por mis pies, me esforcé por no hacerme ideas en la cabeza.
—¿Todo bien? ¿Va a dar de alta a Berni?
Llámenme ingenua, pero supongo que al avecinar malas noticias quise abrazarme a la última esperanza. Su rostro lo dijo todo.
—Me encantaría, pero mi responsabilidad es ser completamente honesto contigo —comenzó.
—Ese inicio nunca avecina buenas noticias —deduje.
No me equivoqué. Me preparé para el golpe, o al menos lo intenté, pero no tuve tiempo.
—La salud de tu sobrino es delicada, el daño de uno de sus riñones es muy importante, prácticamente lo podemos denominar no funcional —me informó—, y el otro está trabajando a marchas forzadas. Ya no hay más tiempo. Es urgente que le sometamos al trasplante.
—Pero no hay donador —murmuré aletargada.
—Lo sé —reconoció un poco frustrado—. La lista de espera del Centro Nacional de Trasplantes está en constante análisis de receptores de órganos más idóneos. Las cosas cambian de un momento a otro —me recordó. El consuelo supo a poco—. Además, en su caso hay esperanzas de que un donador vivo sea compatible y podamos intervenirlo lo más pronto posible.
—Dígame la verdad, doctor —lo interrumpí con el corazón temblando de miedo, pero sin poder con la duda. Esa pregunta no dejaba de repetirse una y otra vez en mi cabeza—, ¿Berni se puede morir?
No necesitaba estudios, ni estadísticas, solo una respuesta honesta, sin importar cuánto doliera. Su expresión hablo por sí sola.
—Justo estamos tratando de evitar las cosas se compliquen —resolvió sin querer herirme, ni llenarme de ilusiones— Las hemodiálisis ya no son suficientes para el funcionamiento de su cuerpo y el esfuerzo que está realizando puede traer complicaciones en otros órganos —me explicó antes de enumerar los siguientes pasos. En verdad me esforcé por ponerle atención, mas las palabras rebotaban en mi cabeza—. También vamos a necesitar donadores de sangre para cuando entre a cirugía. Celeste... —me llamó firme, buscando mi mirada, impidiendo me hundiera. Asentí ordenándome mantenerme a flote—, ya no podemos perder más el tiempo.
Perder más tiempo. Me sentí la mujer más estúpida del mundo, de nada habían servido mis sacrificios, había llegado al mismo punto. Estaba justo balanceándome en la cuerda que amenaza con romperse.
El doctor se marchó y pese a estar rodeada de personas de pronto sentí que había quedado sola en el espacio. Las voces se volvieron lejanas y mis pasos torpes, vagué como muerta hasta una silla donde intenté contener el mundo que perdió el color.
Por primera vez me permití pensar en la posibilidad de no lograrlo. Porque aunque vendé mis ojos la realidad estaba ahí acechando, ansiosa por devorarme y demostrar el amor no es la cura de todo mal. Mi corazón se detuvo al imaginar no volver a verlo, se formó un vacío en mi pecho que me cortó el aliento. Pensé en que la vida se escapara de sus manos como había hecho con muchos niños y personas que mueren esperando un milagro que nunca llegó.
—Escuchaste al médico, pronto encontrarán un donador —me animó Dulce, sentándose a mi lado, intentando mantenerme en tierra. Quise creerle, en verdad que sí—. Y por los donadores de sangre ni te preocupes, Andy y yo podemos donar —propuso tan generosa como siempre—. También le avisaré a los chicos de la oficina, verás que se unen, hasta podríamos ofrecer un día libre para motivarlos —planteó, robándome una débil sonrisa—. Todo irá bien —me consoló.
Y en su mirada había tanta fe que me obligué a creerle. Sí, no podía darme por vencida. Berni mejoraría, juntos escribíamos muchas otras aventuras, en unos años esto sería solo la prueba de lo fuerte que fuimos.
Dulce se mantuvo firme a mi lado, pero de pronto sus ojos celestes se fijaron en alguien a lo lejos. La confusión inundó sus facciones, frunció las cejas y antes de que pudiera preguntar qué sucedía, dejó su asiento para aclarar sus dudas por sí misma. La imité sin entender su cambio, sobre todo cuando sus pasos adquirieron urgencia. Sorteó a un par de personas hasta que frenó de golpe.
—¿Nael?
Un millón de preguntas revolotearon al presenciar la escena, supuse se trataba de alguien importante por la forma en que sonrisa iluminó su rostro, lo confirmé cuando los ojos oscuros del hombre se encontraron con los de ella. Todo quedó en segundo plano.
—¿Dulce?
Ni siquiera fue necesaria una respuesta. La distancia desapareció en un chispazo, cuando él reaccionó la rubia ya lo había envuelto en un abrazo tan fuerte que por un momento pareció le cortaría la respiración, por suerte, la alegría que inundó su facciones dejó claro estaba más vivo que nunca.
—Dios mío —dijo sacudiéndolo con energía antes de soltarlo para mirarlo a la cara—, claro que eres tú —celebró emocionada.
—Tú igual —reconoció con la misma fascinación.
Era un hombre alto, de piel bronceada y ojos oscuros. Llevaba un uniforme celeste y una media sonrisa que destacaba.
Yo me quedé a un costado como a espectadora.
—La última persona que creí vería hoy serías tú —admitió de buen humor—, y ahora que te veo me parece raro no habernos topado antes —añadió, señalándolo de pies a cabeza.
Su sonrisa se ensanchó.
—Soy jefe de enfermería desde hace tres años —la puso al tanto.
—Wow, pero vanaglóriate —celebró dándole un leve empujón—, apuesto no fue fácil, imagino lo mucho que te costó. Estoy tan orgullosa de saber cumpliste tu sueño.
Él, modesto, se limitó a esconder una sonrisa, pero fue sencillo descubrir fue significativo para él escucharlo de ella. Tuve la impresión que pudo quedarse la vida contemplándola entera, hasta que pareció recordar un detalle importante.
—Que tonto, no te he preguntado, ¿tú estas bien? —lanzó estudiándola, al percatarse de dónde estabas.
—Todo dentro de lo normal —lo tranquilizó con una sonrisa que él replicó, apuesto que sin darse cuenta. No quería hacerme historias en la cabeza, pero tuve una corazonada por la forma en que la miraba—. Tal vez la azúcar al límite gracias a mi marido, pero nada de que preocuparse —bromeó, restándole importancia con un ademán.
Entonces toda esa magia se esfumó.
No me equivoqué.
—Oh, te casaste —repitió, y aunque intentó sonar casual ante la sonrisa orgullosa de ella, me pareció que la noticia lo tomó por sorpresa—. Felicidades. ¿Con Andy? —dudó—. ¿El chico con el que trabajas? —probó suerte, tratando de hacer memoria.
—Acertaste —lo felicitó, aplaudiendo—, nos casamos un poco después y ahora tenemos dos niños. Míralos —le presumió sacando su celular para mostrarle la pantalla de celular donde se dibuja una fotografía de los cuatros. Casi pude leer lo que pasó por su cabeza pese a que ella no cayó en cuenta—. ¿Verdad que son preciosos?
—Vaya... La maravilla de la genética, son unas copias tuyas, Dulce —opinó lo que todos pensábamos, entre aletargado y feliz.
Ni una prueba de ADN era tan preciso.
—Pero tienen el carácter de su papá, o al menos rezo por eso todas las noches —murmuro divertida—. Me encantaría que los conocieras —propuso.
El hombre titubeó, jugueteó con el portapapeles como si estuviera meditando que tan conveniente sería dejar la duda a la luz.
—¿Andy no se molestará?
Y en contraste con su preocupación, en los labios de Dulce nació una tierna sonrisa.
—Claro que no. Él no olvida lo que hiciste por él, y yo tampoco —remarcó con un brillo especial en su mirada. Supuse que significaba algo importante, no logré descubrirlo porque entonces él pareció notar mi presencia. Eso los devolvió a la realidad, Dulce sonrió tomándome del brazo—. Por la sorpresa olvidé presentarte a Celeste, una amiga —añadió alegre, señalándome. Nael me ofreció su mano a la par de una amable sonrisa—. Su sobrino lleva unos días internado. Oye, ¿tú sabes si podemos hacer algo? —lanzó de pronto, entrando en confianza—. Necesita un trasplante de riñón, pero la lista no avanza mucho y lleva bastante tiempo.
—Bueno, los donantes no se seleccionan por el tiempo que llevan en espera —le explicó con paciencia—, en realidad es un estudio completo de quién es la persona más idónea a recibirlo por compatibilidad y urgencia.
—Oh...
—Igual en tu caso, podrían optar por un donante vivo, ¿tu familia lo ha intentado? —me preguntó.
—En realidad vengo de una familia pequeña, muy pequeña —acepté—. Yo fui la primera en hacer los exámenes, pero por desgracia no soy compatible. Igual Sebastián lo intentó hace un tiempo, obtuvimos el mismo resultado...
—¿Sebastián? —repitió confundida, frunciendo las cejas.
—Sí, fue el primero en ofrecerse —recordé su noble gesto. Incluso cuando entre los dos no había más que recuerdos él estuvo dispuesto a ayudarnos. Recordarlo estrujó mi corazón, no merecía un hombre como él.
Dulce parpadeó extrañada, una pieza no encajaba.
—Pero él no tiene ningún lazo sanguíneo con ustedes —expuso sin comprenderlo.
Entonces fue el hombre quien aclaró su panorama.
—En su caso, el donante puede ser cualquier persona que sea compatible, eso amplia más las posibilidades —expuso.
—¿Cualquier persona? —repitió sorprendida. Calló un segundo, meditándolo por primera vez. Pude leer en su mirada lo que pasó por su cabeza—. ¿Yo podría intentarlo?
—¿Qué?
Esta vez fui yo la que no pude quedarme callada.
—¿Por qué no? Tengo buena salud —defendió—. Claro que eso lo dictaminará un médico —aclaró antes de que el chico protestara. Él escondió una sonrisa—, pero es una posibilidad, Celeste. ¿Te lo imaginas? —me animó emocionada.
Y aunque sonaba maravilloso, mi parte lógica se resistió a celebrar. Negué sin pensarlo.
—No tienes que hacer esto, Dulce —le hice ver para que no cediera a un arrebato.
—Lo sé —afirmó con una sonrisa que ignoraba mi angustia. Dejó de prestarme atención para centrarse en el moreno—. ¿Qué necesito para someterme a los exámenes? —se interesó.
—Te pasaré la información, pero... Dulce, es una decisión que implica consecuencias —le recordó para que entrara en razón.
Yo no me ofendí, todo lo contrario, tampoco quería que hiciera algo de lo que se arrepintiera. Sin embargo, pese a nuestras advertencias ella defendió su iniciativa con una sonrisa.
—Estoy dispuesta a oírlas—prometió para que ambos nos tranquilizáramos—. Una por una. Escuchen, esto no es la primera vez que tengo contacto con el tema. Sé lo que hago, tomé la decisión, quiero hacer las pruebas —repitió segura—. Quizás nos estamos ilusionando en vano, pero quién sabe —dijo tomando mis manos temblorosas, me regaló una de sus cálidas sonrisas que tenían la magia de disolver las tinieblas—. Tal vez el milagro que hemos estado buscando ha estado frente a nosotros todo este tiempo, Celeste.
❤️ 🥹
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