Capítulo 34

Contemplé la fotografía de Chayanne en el mural de periódicos pegado en la pared, apenas iluminado por la escasa luz que se colaba por la ventana entreabierta. Suspiré, como si quisiera acabarme todo el aire del planeta en un intento de empujar el nudo que me asfixiaba. Acaricié el cabello de Berni que hace un buen rato se había quedado dormido, resistiendo los deseos de abrazarlo para no despertarlo, pese a que me moría por hacerlo. En aquella pequeña habitación me sentía tan sola.

Un ruido me regresó de golpe al presente. Encontré a Dulce luchando por abrir la puerta con un empujón, sosteniendo una bandeja entre sus manos. Me puse de pie de un salto para ayudarle, mas con un ademán me avisó que tenía todo bajo control.

—Andy siempre me dice que cualquier mal se arregla con un té —compartió alegre, cediéndome una linda taza de cerámica. Ella tomó la otra, quitándose los zapatos, sentándose frente a mí en el filo del colchón, si hubiera tenido un poco más de fuerza me hubiera reído por la mueca de asco que se le escapó tras el primer sorbo—. Olvídalo, creo que solo funciona con lo que él prepara —se arrepintió, dejándola a un lado e impidiendo yo llevara la mía a mis labios.

La contemplé con una débil sonrisa.

—Muchas gracias, Dulce —repetí sincera, no solo por salvarme, sino por hacerme sonreír cuando no tenía energía ni para respirar.

Ella le restó importancia, muy a su estilo.

—¿Quieres contarme qué pasó? —indagó cuidadosa, sin curiosidad, solo preocupación.

Desde que le llamé no me había hecho una sola pregunta. Sabía que hubiera aceptado un no, pero tenía que enfrentar la verdad, no podía esconderme para siempre. Y aunque no quería hablar del tema, merecía que fuera honesta con ella. Apreté los labios, intentando ordenar las oraciones. Dios, ni siquiera sabía cómo empezar.

—Sé que vas a odiarme después —adelanté, no para advertirle, sino para prepararme. Pese a que en el fondo sabía que por más que me blindara el golpe llegaría con el mismo impacto.

Dulce sonrió, encontrándolo gracioso.

—Yo no voy a...

—No lo digas—le pedí para que no hiciera promesas—, no hasta que me escuches.

Entonces sí, aceptaría cuál fuera el castigo.

Dulce analizó mi mirada despacio, lo entendió.

—Si te soy honesta me gustaría morirme con este secreto —inicié sin mirarla, armándome de valor. Luchando con la vergüenza y la culpa que dejaba un sabor amargo en mis labios—, pero supongo que lo menos te mereces después de meterte en este lío es una explicación.

—No me debes nada —me interrumpió compasiva con una sonrisa cálida. Había tanta bondad en sus pupilas celestes que los pedazos de mi corazón que intentaba sostener se estrujaron—. Cuando era joven también me escapé —me contó entrando en confianza—. Tuve un problema, me sentía tan perdida y acabé en casa de mi esposo, claro que en ese momento éramos solo amigos —me explicó con aire nostálgico, sonriendo al pasado—. Él fue mi mayor apoyo, quien me mantuvo en pie cuando me sentía más sola que nunca, no solo me hizo sentir como en mi hogar, sino que estuvo conmigo sin exigir nada a cambio.

Escucharla fue una caricia al corazón, ser testigo del amor que se profesaban era un rayo de sol en medio de la oscuridad.

—Me alegro mucho que encontraras al amor de tu vida, Dulce —aseguré honesta. El nudo en mi garganta se intensificó—. Eres una gran mujer y sé que tú esposo te adora... Yo también creí haberlo hecho, pero me equivoqué... —murmuré. Mi voz se quebró como un cristal que se estalla contra el piso.

—Oye, no digas eso, todo se puede arreglar —me consoló tomando mi mano para brindarme apoyo cuando estuve a punto de echarme a llorar. Mi sonrisa tembló en mis labios ante sus buenas intenciones—. Ya verás. Sebastián te ama, y tú a él, eso es lo más importante —me animó.

No, eso no bastaba.

—Pero lo engañé —reconocí detestándome, para que entendiera no había vuelta atrás.

Estaba segura que para que se momento todo ese amor se había convertido en otro sentimiento igual de poderoso.

Dulce alzó una ceja, confundida.

—Lo engañaste... —repitió incrédula.

—Sé dónde está Raymundo —solté de golpe, sin rodeos, liberando el secreto que llevaba haciéndome esclava desde hace semanas. El que inicio esa avalancha de errores que terminaron sepultándome. 

—¿Qué?

Su agarre fue volviéndose más débil. Y pese a que me dolía el alma imaginar ganaría su rechazo, ya no podía seguir ocultándolo. No cuando cada minuto que pasaba me costaba más respirar, ni siquiera capaz de verme al espejo.

—Cómo es posible que... —balbuceó sin encontrarle sentido—, pero tú...

—Entre todos mis defectos uno siempre destacó —inicié, aceptando mi primer tropiezo—, no sé rendirme. Así que cuando esa tarde no encontramos a Raymundo en su casa, y me dije que dejaría de intentarlo porque cada decepción solo me hería, no logré hacerle frente a mi propia promesa. Caí —reconocí sin orgullo. Mis manos estrujaron la tela de mi pantalón, odiando cada uno de mis pasos—. Días después volví, con la esperanza callada que esta vez fuera diferente... Lo fue. Lo encontré.

Aún recordaba a la perfección la impresión que paralizó mi corazón cuando esa puerta se abrió y tuve frente a mí la imagen del hombre que por años culpé en silencio de arrebatarme lo que más amaba.

Dulce parpadeó incrédula, procesándolo. Se llevó una mano a la cabeza, agobiada.

—Dios mío, no debí traer tés, sino unas palomitas —se regañó en un murmullo.

Mi risa intensificó el dolor de mi pecho. Respiré, aún no podía desmoronarme. Me recargué en la cabecera, alzando la vista, luchando con las lágrimas que me nublaban la vista.

—Le conté sobre Berni —hablé para mí, recapitulando uno de los capítulos más amargos. Sobre el niño que abandonó hace años Hermosillo, el mismo que ahora lo necesitaba más que nunca—. Y le supliqué que se hiciera los exámenes de compatibilidad... Confieso que por un segundo creí haber tocado su corazón —admití, burlándome de mi ingenuidad, al imaginar que en su mirada destacaba un poco de humanidad—. Me pidió un poco de tiempo para pensarlo porque no era una decisión fácil...

—¿Por qué no se lo contaste a Sebastián?

El silencio clavó un afilado cristal en mi corazón. Me había hecho esa preguntas tantas veces, la respuesta nunca cambió.

—Por que me lo pidió... —Callé negando, siempre lo acompañó algo mucho más fuerte—. O tal vez porque en el fondo mi parte racional sabía que Raymundo se negaría, que era un error, que lo único que sostenía esa posibilidad era mi estúpida desesperación, y había soportado tantas de mis caídas, presenciado uno a uno mis errores, que en el fondo de avergonzaba fuera testigo de otra más.

Sebastián me había repetido tantas veces que no tenía sentido seguir buscando a Raymundo, y en cada una de ellas tuvo la razón, sabía que se repetiría, pero me aferré al milagro. No era más que una ilusa que no quiso hacerle frente a la realidad.

El sutil movimiento de Berni a mi lado me recordó no estábamos solas. Dulce entendió cuando me puse de pie para plantear distancia. Cerré la puerta tras de mí, evitando me escuchara, no quería que descubriera su familia era un farsa. No podría soportar que también se decepcionara de mí.

—Dos noches después Raymundo me llamó para vernos —continué. Mi espalda se apoyó en la puerta—, al fin había tomado una decisión... —repetí sus palabras. Mi mirada se perdió en la nada, en los recuerdos, en el miedo que me acompañó durante el camino, en mis oraciones silenciosas—, pero esa tarde Raymundo no estaba solo en casa.

Cerré los ojos, atormentada. Deseando con todas mis fuerzas regresar el tiempo, despertar de la pesadilla.

—Cuando la vi supe enseguida que había perdido mi voluntad, que dejaría de ser quién era para convertirme en una patética marioneta. Estaba en sus manos.

—Te refieres a...

—Sarahí.

Aún podía sentir el mismo terror que me estrujó el estómago cuando choqué con su mirada, el terror que se adentró de mis entrañas, los últimos latidos de mi corazón siendo mío.

Los ojos de Dulce se abrieron tanto a causa de la sorpresa que pensé que escaparían. Se sostuvo de la pared, ordenando las piezas. Abrió la boca, luchando con una marea de preguntas que se acumulaban una tras otra, a las que decidí poner fin.

—Karen le había contado sobre mí —le adelanté—. Conocí lo de Berni, la razón por la que había llegado a Monterrey, que estaba viviendo con Sebastián... —dije, cansada. Una débil sonrisa tembló en sus labios, fue tan fácil para ella—. Sabía que estaba dispuesta a todo a cambio de salvarlo.

Percibí su mano en mi hombro, hice un esfuerzo por no venirme abajo.

—También que la mejor forma de destruir a Sebastián era a través de la persona que más quería.

Por eso había maldecido tantas veces que Sebastián se fijara en mí cuando ni siquiera era dueña de mí misma, cuando todo ese amor que había conservado bajo llave se convirtió en su castigo.

—Nadie se equivocó, Raymundo era capaz de venderle su alma al diablo por dinero. Y Sarahí le había puesto precio, ahora estaba bajo sus órdenes —expuse resentida, porque poco le había importado volver la vida de su hijo moneda de cambio—. Estaba dispuesto a hacer lo que ella le impusiera. Conmigo intentó hacer lo mismo. Juro que me negué, que estuve a punto de irme, pero... Me dijo que lo decidiera tras los exámenes de compatibilidad y...

—De nuevo no pudiste decir que no —terminó por mí, conociendo mi talón de Aquiles.

¿Cómo cuando del otro lado estaba la vida de Berni? ¿Cómo cuando quizás estaba dejando ir la última oportunidad de mantenerlo sano? ¿Cómo cerrarle la puerta al milagro que había pedido? ¿Cómo volvería a casa y sería testigo de su dolor a sabiendas estuvo en mis manos el poder de remediarlo?

—Positivo.

Fue esa palabra la que selló un pacto que me arrancó la vida de a poco.

Dulce me escuchó atenta, en silencio, y cuando creí no podría presenciar otra prueba de su gran corazón, me sorprendió envolviéndome entre sus brazos en el momento exacto donde me quebré. El mundo se vino a abajo, rompí a llorar sin fuerzas. Las cuerdas que en un intento desesperado me sostenían, ardieron, rompiéndose.

—Yo no quería herir a nadie, juro que no —repetí carcomida por los fantasmas—, pero Raymundo no entraría al quirófano si no obedecía. Es Berni, Dulce, tenía que salvarlo, a él no puedo perderlo, a él no —sollocé.

Mi vida no tenía sentido sin sus risas, yo había visto crecer a ese bebé, en mis brazos aprendió a caminar, celebré cada palabra, cada paso, custodié todos sus sueños. No imaginaba una vida sin él.

—Tranquila —me consoló compasiva, alejándose para verme a la cara con una cálida sonrisa—. Te entiendo, estabas sometida a mucha presión, a veces tomamos decisiones equivocadas. No puedo entender cómo hay gente tan miserable —escupió furiosa—. No soy una maestra en leyes, pero te aseguro que lo que están haciendo es un delito. Debiste...

—¿Denunciarlos? Ellos sabían que jamás lo harían. ¿De qué servía que Raymundo estuviera preso? Allá adentro no podría ayudarnos. Dulce, Berni tenía una oportunidad segura, una sola —remarqué—. Tenía que tomarla, aunque eso significara perder al hombre que amaba.

Al único que le había entregado mi corazón, con el que soñé por años, pese al tiempo y la distancia.

—Deberías hablar con él, Celeste —me aconsejó. Negué sin escucharla—. Estoy segura que si se lo explicas...

—¿Qué le voy a explicar? ¿Que al final lo traicioné?¿Que tuve cientos de oportunidades de contarle la verdad y no lo hice? —expuse odiándome. No tenía sentido, todo estaba perdido, solo lo lastimaría más—. Y podía aceptar su rechazo, pero me resistía a que él pagara por mis errores. Por eso me esforcé por arreglar cada uno de mis desastre. Cuando le avisé a Sarahí sobre Azura Colors, intenté rescatar el proyecto pidiéndole ayuda a Miriam...

—Pausa, pausa, pausa —me pidió con un ademán—. ¿Estábamos luchando contra ti? —lanzó, frunciendo las cejas, uniendo los puntos.

—Perdóname —repetí a sabiendas quizás no merecía su compasión—. No quise mentirte, ni a ti, ni a nadie. Esto me superó. Por eso cité a Sebastián esa tarde, con la esperanza de advertirle, de contarle la verdad, pero Sarahí jamás se fío de mí, debió adelantar la traicionaría, por eso me siguió al salir de la Secretaría y se encargó de terminar lo que había empezado —lamenté. Ella no descansaría hasta lograr su objetivo—. No le bastó con destruir el sueño de Sebastián, quería que fuera yo quién lo hiciera.

—¿Qué te pidió que hicieras? —temió, notando algo escondido en mi lamento.

No se equivocó, faltaba el último golpe.

—Me pidió entregara otro proyecto en su lugar —revelé.

Dulce cerró los ojos, no encontró cómo defenderme.

—Celeste...

—¿Lo entiendes ahora? Lo arruiné todo —me reproché—. Sebastián jamás va a perdonarme, yo fui testigo de lo mucho que se esforzó, acabé con uno de sus sueños, esta oportunidad era muy importante para él.

—Pero no más que ustedes —me corrigió. Me obligó a verla a los ojos—. Celeste, bien, sí, lo estropeaste, lo estropeaste como una campeona —repitió certera—, pero no fue por maldad. Estabas tratando proteger a Berni. Okey, no lo hiciste bien, pero a veces hacemos cosas estúpida creyendo es lo mejor. Y tienes razón, este era uno de sus sueños, pero tú eras el más grande —remarcó, tomándome de los hombros—. Si se lo explicas, apuesto que podrá entenderte. Quizás él hubiera hecho lo mismo si del otro lado estaba el bienestar de cualquiera de los dos.

Por un segundo pensé en esa posibilidad, en que él me comprendiera, que el enfado no fuera más fuerte que su amor, pero entonces comprendí que era un deseo egoísta. Vagué por el pasillo, enredándome en mis pensamientos hasta el filo de la escalera donde ocupé el primer peldaño. Me abracé intentando aplacar el frío de mi corazón.

—¿Por qué te casaste con tu marido? —lancé de pronto, cuando Dulce se acomodó a mi lado. La cuestión la tomó por sorpresa, su expresión confundida me hizo sonreír—. ¿Es decir, por qué él en lugar de cualquier otro? —me corregí, siendo más específica. Dulce lo pensó, ambos dimos con la respuesta—. Apuesto que confías en él más que nadie en el mundo —deduje. Su mirada gritó no me equivoqué—, si tuvieras que apostar todo por alguien sería por él, ese es el punto. Yo rompí ese lazo que no se puede reparar.

Cuando la confianza se ha acabado no hay nada más que salvar. El amor queda en segundo plano cuando las inseguridades se cuelan por la ventana. Siempre estaría esa grieta entre los dos.

Dulce no me contradijo, tras meditarlo tuvo que darme la razón, o al menos en parte.

—Te daré un consejo —comentó en complicidad, dándome un amigable codazo. La escuché atenta—, no cometas el mismo error por el que casi perdí el amor de mi vida. No asumas, dale la oportunidad de decidir por sí mismo, no tomes decisiones pensando en los dos, aunque creas que es lo mejor para ambos —me recomendó. Me hubiera gustado que no acertara del todo como lo hizo—. Dale la libertad de ser él quien decida arriesgarse o no.

Contemplé la punta de mis botines, analizando sus palabras. Ni siquiera me pasaba por la cabeza la idea de hablar con él, mucho menos pedirle una oportunidad. No cuando dentro de mí sentí que era como una bomba a punto de estallar, terminaría haciéndole daño de todos modos, y ya no quería herirlo más. Supongo que desde el principio lo supe, pero fui débil. Débil a su cercanía, a la felicidad que me embriagaba cada que me sonreía.

—Ya verás que el tiempo todo lo cura —me animó, cortando el silencio. Le di una sonrisa agradeciéndole sus palabras. Ojalá tuviera razón—. Y no te preocupes, puedes quedarte todo el tiempo que necesites aquí —me apoyó en un gesto tan noble que me enterneció.

—¿No te meteré en problemas? —temí.

Eso era lo último que buscaba, ya suficiente daño había hecho a mi paso. Su rubia cabellera se sacudió cuando negó, risueña.

—No, mi padre está con mi tía —me platicó. Asentí, no pensaba demorar, solo esperaba por la operación de Berni antes de regresar a Hermosillo, de aquel lugar del que quizás nunca debí marcharme—. ¿Sabes una cosa? Aquí crecí —me contó dándole un vistazo a las paredes que nos rodeaban, con aire nostálgico—, y me costó tanto desprenderme de este sitio que cuando me casé le propuse a mi esposo vivir aquí mientras encontrábamos nuestro hogar... —reveló—. Y aunque Andy pocas veces dice que no, agradezco que esta vez titubeara porque, en el fondo, pese a que me negué, estaba resistiéndome, aferrándome a un pasado que me dañaba. Era momento de pasar página aunque doliera. Nadie puede ser feliz si no vive el presente.

El presente. Tal vez ese fue mi error desde el inicio, Sebastián no estaba destinado para la chica que sobrevivió, quizás lo nuestro hubiera funcionado en otro tiempo, pero no supe decir adiós a tiempo y la vida se encargó de enseñármelo.

—¿Puedo pedirte otro favor? —titubeé en voz baja, sintiendo estaba abusando de su gentileza, pero sin poder dejar pasar ese punto tan importante. Asintió, dispuesta a oírme. Tomé una profunda bocanada—. No le digas que estoy aquí —le pedí.

La sola idea de tenerlo cara a cara aceleraba mi pulso, me arrancaba cualquier pizca de valor. No tenía el coraje de enfrentarlo. No ahora, ni mañana, me pregunté si alguien día.

—¿Estás pidiéndome le omita información a mi superior? —enfatizó llevándose las manos al pecho. Me arrepentí enseguida, aunque pronto su sonrisita delató estaba jugándome una broma—. Celeste, eso me puede acarrear una acta administrativa. Espera.... —marcó una pausa, fingió pensarlo—. Yo las firmo. Correré el riesgo —concluyó divertida, encogiéndose de hombros.

Sonreí, agradeciéndole. No solo porque me había dado la mano en mi peor momento, sino que además en poco tiempo se había convertido en la mejor amiga que alguien puede pedir. Con ella las nubes no parecían tan espesas, al menos la mayoría, porque un rayo de sol no puede penetrar una tormenta. Tormenta que explotó cuando un ruido me devolvió a la realidad.

—Celeste...

Una de las primeras palabras que aprendió Berni fue mi nombre, lo había escuchado cientos de veces, me era sencillo leer lo que escondía cada palabra, tal vez fue tenerlo grabado en la cabeza lo que me ayudó a identificar algo andaba mal. El tiempo se detuvo junto a mi respiración, el mundo comenzó a ir más despacio. Dulce me miró confundida cuando sin aviso, dejé el escalón, sintiendo el corazón oprimirse en mi pecho. Quise equivocarme, lo deseé con todas mis fuerzas mientras cruzaba el pasillo, sin embargo, su mirada al abrir la puerta me gritó que pese a mis esfuerzos no podría detener la avalancha. Estaba por iniciar uno de los peores capítulo de mi vida. Y aprendería a la mala que del dolor nadie puede escapar.

🥲🥹💔  Lunes de actualización para iniciar la semana. Fueron unos días complicados en mi trabajo, por eso no pude publicar ayer, pero aquí está el nuevo capítulo. Las cosas están llegando a su punto más alto 🥹. Gracias por estar aquí. No pueden hacerse idea de lo mucho que me motivan sus comentarios. Los quiero mucho.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top