Capítulo 29
Culpé al cosquilleo de la brocha por mis párpados de la sonrisa que se me escapó. Un par de manos me sujetaron con cuidado de las mejillas, y con los ojos cerrados imaginé su expresión concentrada mientras percibí el trazo por el borde. Estaba siendo un caso difícil.
—Sé lo que estás pensando, pero es mejor que te saque una sorpresa que un ojo. —Escuché la voz de Dulce, tuve que hacer un esfuerzo para no reírme y provocar fallara en su pulso. No me perdonaría arruinara su trabajo—. Ahora sí. Ya quedó —celebró al fin.
Un suspiro entre victoria y alivio fue la señal para que dejara de hacerme ideas en mi cabeza, abandonara la oscuridad y me encontrara con mi propio reflejo. Eso hice, me costó un poco acostumbrarme a la luz, pero cuando logré percibir las formas y choqué con mi imagen en el espejo me pregunté si más de quince minutos en penumbras podían alterar mi vista.
—Admite que soy la mejor hada madrina del mundo —se jactó alegre, al ser testigo de mi expresión perpleja mientras una sonrisita orgullosa aparecía en sus labios.
No, ese concepto no le hacía justicia. Ella era mucho más que eso. Dulce era la mejor amiga que alguien podría soñar. Esa tarde no solo me acompañó junto a Berni a comprar un bonito vestido, sino que se había ofrecido a ayudarme a verme presentable para la ocasión. Contrario a aquel viaje con Karen, la experiencia con ella había sido un sueño cumplido, ese que solo había visto en la televisión, charlando, riéndonos por tonterías, olvidándome un segundo de los problemas. Había tanta magia en momentos tan simples.
Sonreí contemplando mis ojos sombreados, la línea que enmarcaba mi mirada, el tono perfecto de rubor en mis mejillas canela, y el labial rojo en mi sonrisa. El precioso vestido bordo de seda caía hasta mis pies, se anudaba cruzado en la parte trasera de mi cuello, dejando a la luz mis hombros. Apenas podía reconocerme.
—Muchísimas gracias por todo, Dulce —murmuré sin poder callar lo que mi corazón deseaba gritar. Ella le restó importancia regalándome una cálida sonrisa mientras me abrazaba por los hombros—. ¿Puedo hacerte una pregunta? —comencé a sabiendas no me mentiría. Ella era pura sinceridad. Asintió intrigada por mis dudas, nunca podía con la curiosidad—. ¿Tú crees que hago bien en que no me acompañe Berni? —lancé el dilema que estaba comiéndome la cabeza—. Sé que todo esto es por él, pero... No quiero que él sienta que todo el mundo tiene sus ojos puestos en él por lo que está pasándole, además ni siquiera habrá niños, no quiero que sienta hay algo malo en él —le expliqué en un intento de liberar ese nudo de culpa que me hacía sentir egoísta.
Dulce me escuchó, sin juzgarme.
Ante mi preocupación lo que recibí fue una comprensiva sonrisa.
—Escucha, no te preocupes —me tranquilizó compasiva, ladeando su rostro. Sus pendientes plateados brillaron—. Tú sabes lo que es mejor para él, eres su mamá —me recordó simple para que dejara de darle tantas vueltas. Que bonito se escuchó—. ¿Por qué mejor no me cuenta por qué le dijiste a Sebastián que estás trabajando conmigo? —soltó de pronto tomándome por sorpresa.
Sus pupilas curiosas me analizaban en el cristal, acorralándome.
Mi corazón se paralizó. No lo vi venir. Olvidé cómo hablar, no logré armar ninguna frase. Un vacío se formó en mi estómago al enfrentarme con la realidad. Pensé en una buena excusa, una que fuera creíble, pero al estudiar su mirada perspicaz descubrí que no tenía sentido mentirle. Dejé ir un pesado suspiro.
—Estoy encargándome de un proyecto del que aún no puedo contarle —le confesé sin entrar en detalles.
Dudó, pero su intuición le reveló que hablaba con la verdad, también que no tenía demasiadas ganas de tratar el tema.
—¿Debo angustiarme? —intentó indagar, más por preocupación, que por intriga.
Ni siquiera tuve que pensarlo.
Odié no poder responderle.
—La única que debe preocuparse ahora soy yo —cambié de tema—. No tengo la menor idea de lo que haré. Quizás entre los invitados estará Karen o Sarahí —me horroricé al imaginar esa posibilidad. De pronto los deseos de ir desparecieron. Esperaba que ambas jugaran a que yo formaba parte de la decoración.
—Sebastián no tendrá ojos para nadie que no seas tú esta noche —me animó en sus deseos de hacerme sentir mejor, confundiendo el motivo de mi angustia—. Además, si hacemos el ridículo, qué importa, si ya saben cómo somos para qué nos invitan —alegó encogiéndose de hombros, de forma tan natural que sonreí.
El sonido de su celular la llevó a apresurar sus pasos, supe enseguida quién era el autor del mensaje cuando la nada una sonrisa espontánea adornó sus labios rosas. Solo una persona la hacía sonreír de ese modo, bueno, tres, pero los otros dos aún no sabían escribir.
—Mi príncipe azul ya llegó por mí —me avisó contenta. Emocionada me planteó un beso en la mejilla antes de tomar el pequeño bolso dorado que estaba sobre la cama. Salió corriendo sin ver atrás. Sonreí porque su alegría era contagiosa—. Te veré por allá, Celeste —se despidió con un ademán regresando sobre sus pasos, asomándose por la puerta.
Negué con una sonrisa antes de decidir que era hora de imitarla o llegaríamos tarde. Respiré hondo, un último vistazo a la mujer que estaba en el cristal, tan distinta y familiar a la vez. Me prometí que esa noche no habría espacio para miedos. No, haría una pausa, haría todo lo que dictará mi corazón.
Así que sin permiso de acobardarme crucé el pasillo para encontrarme con Doña Juli y Berni en el comedor. La imagen me enterneció. Él estaba tan entretenido, rebuscando en los colores que Sebastián le había regalado tras una de sus diálisis, ante su cuaderno que ni siquiera se percató de mí hasta que lo desperté plantándole un beso en su cabello.
—¡Celeste! —me llamó dejando caer su lápiz verde. Reí ante su sorpresa antes de ponerme de cuclillas para alcanzarlo y pasárselo, quedando a su altura. Tenía esa sonrisa capaz de derretir mi corazón—. Pareces una princesa —me dijo de forma tan sincera que me sentí como una. Era uno de los halagos más bonitos que había recibido. Apreté los labios porque no quería ponerme a llorar frente a él.
—No miente, te ves muy bella —añadió Doña Juli, a su costado, pendiente de él. Enternecida le agradecí con una sonrisa. No solo por sus palabras, sino por todo su apoyo. Desde la perdida de mi madre ella se había convertido en mi soporte.
Me levanté, ocupando el lugar a su lado.
—¿Está segura que no quiere venir? —le pregunté—. Porque si es así yo puedo...
—Celeste —me interrumpió como si tuviera el poder de colarse en lo más profundo de mi alma. Me regaló una dulce sonrisa, conociendo mi temor—. No te sientas culpable por ser feliz una noche. Una sola. No eres una mala madre por eso —rio comprensiva—. No cambiará el amor que entregas todos los días por lo que hagas en dos horas, niña.
Sí, supongo que tenía razón. Fue bueno escucharlo.
Quise darle las gracias, pero lo olvidé por el sonido de unos pasos en el pasillo. Sebastián. Había llegado el momento de marcharnos. Me puse de pie de un salto, y cuando me reencontré con su profunda mirada, mi corazón se aceleró por la forma en que sus ojos oscuros me contemplaron. Era el efecto que causaba en mí desde que era una adolescente, una simple sonrisa le bastaba para poner a volar mis mariposas. Entre los dos nació un corto silencio que no resultó molesto, todo lo contrario, de pronto el plan de quedarnos ahí, sin palabras de por medio, resultó tentador.
Sebastián pareció ordenarse a volver a tierra, agitó su cabeza y armó una sonrisa tan encantadora que lo imité sin darme cuenta.
—Te ves preciosa, Celeste.
Mi sonrisa de tonta se acentuó al escucharlo de sus labios. Volví a ser esa niña que soñaba en los pasillos un futuro que se estaba volviendo realidad. Yo quise halagar también lo atractivo que lucía, siempre tan elegante y varonil, con esa sonrisa encantadora de la que era imposible apartar la mirada, pero alguien me ganó la partida.
—Se les hará tarde —nos recordó Doña Juli a nuestra espalda, despabilándome.
Sebastián rio al percibir como me sonrojé al caer en cuenta de la atención sobre nosotros. Acomodé un mechón tras mi oreja en un mal intento de mantener mis manos ocupadas.
—Sí, sí, sí —balbuceé sintiendo toda la atención sobre mí—. Ya nos vamos —me despedí tomando el suéter del sofa, pero no había dado ni dos pasos cuando recordé un pequeño detalle—. ¡No, olvidé algo! —grité a la par chasqueé los dedos, en mi regreso torpe casi choqué con él que escondió una sonrisa ante mi descalabro—. El cuadro.
Estuve dispuesta a llevarlo, no quería dejarlo para después, Sebastián se ofreció a darme una mano. No sé cómo explicar la satisfacción que te llena cuando la persona que más ama valora lo que haces. No era una artista, no tenía apellido, ni experiencia, pero su mirada repleta de orgullo, mientras estudiaba el dibujo en el elevador, alejó la nube de dudas que estaban sobre mi cabeza.
—La familia de José Luis va adorarte apenas vean tu regalo —comentó con una admiración que sentí tan real que sonreí mirándolo de reojo. A mí solo me importaba que él lo hiciera.
—Con que no me odien por alguna de mis metidas de pata me sentiré satisfecha —admití divertida.
Consideré un acierto llevar entre mis manos un abrigo ligero cuando una ráfaga de viento nos recibió al salir del edificio. Cerré la puerta, dejándolo en el asiento del copiloto mientras él con cuidado acomodaba el lienzo en el maletero. Me quedé a su lado por si necesitaba ayuda, pero no fue necesario. Tenía todo bajó control.
Compartimos una sonrisa cómplice, de esas que hablaban sin palabras.
—Sé lo que vas a decirme... —comencé divertida ante su análisis, pero me equivoqué—. Pero Sebastián, si crees que debo cambiar algo habla ahora o calla para siempre...
Sin embargo, las palabras quedaron a medio terminar cuando eligió el segundo camino. De todos modos no me quejé, cómo hacerlo cuando aquel beso me hizo sonreír como una tonta. Sintiendo que mi sueño se había vuelto realidad me dejé envolver por la magia que despertaba su cercanía, por la forma en que mi corazón se aceleró ante el roce de su boca. Cerré los ojos, perdiéndome en el adictivo aroma de su colonia, esa mezcla varonil de madera que me inundó cuando la distancia entre los dos desapareció al colocar su mano en mi espalda para atraerme a su cuerpo. Estaba loca por ese hombre. Tanto que bastó con sentir el roce de sus dedos por mi espalda para creer que mi corazón saldría corriendo. Agradecí la firmeza de su abrazo que impidió que quedara espacio entre nosotros, porque incluso esos inclusos centímetros, me parecían un mundo... Y fue ser consciente de que estaba cayendo en picada lo que provocó me apartara despacio antes de que la única neurona funcional se apagara. De igual forma se rindió ante su encanto al contemplar la adoración con la que me miraba.
—Ahora no sé si querías decirme que eligiera otro color de labial —bromeé divertida, recuperándome, pasando mi pulgar por sus labios para eliminar cualquier rastro de tinta, despertando un cosquilleo por el roce de su barba—, o que me olvidara del suéter —murmuré divertida.
Su risa varonil resonó en la noche, haciéndome sonreír como una adolescente, y aunque una parte quiso volver a besarlo, olvidar la cena, perder la cuenta del tiempo en sus brazos, otra usó la cabeza. No, suficiente, Celeste. Lo rodeé con una sonrisita, planteando distancia para que mis emociones no me nublaran el juicio.
»Será mejor que nos vayamos, tenemos que volver temprano —le recordé sensata.
Él no protestó, tan cuerdo como siempre estuvo de acuerdo conmigo. Me regaló una cálida sonrisa al abrirme la puerta, compartimos una mirada cómplice que me hizo soltar un suspiro apenas estuvimos solos. Mordí mi labio escondiendo una sonrisita involuntaria. No sabía nada del amor, me sentía como una adolescente. Sebastián era una buena persona, confiar en él no era un error, por él valía la pena correr riesgos.
—¿Estás nerviosa? —Su voz mientras me conducía me sacó de trance. Pegué un leve respingo que lo hizo reír, me quedé como idiota mirándolo mientras se encargaba del volante.
—No... Bueno, un poco... Sí —me enredé. Él negó con una sonrisa que me relajó. Terminé riéndome de mi propio drama—, pero es normal, desde que llegué a Monterrey soy como un chihuahua, no te preocupes.
Entendí perfectamente por qué cuando puse un pie en el recinto.
Desde que tomé aquel avión mi historia había dado un giro, ya no páginas de espectador, ni de relleno, estaba viviendo lo que por muchos años ni siquiera me permití soñar. Sebastián sonrió al ver mi cara de ensoñación, fascinada por aquel paraíso donde gobernaban las flores blancas. Las cascadas de pequeñas luces que colgaban del techo le daban un aspecto mágico. Contuve las ganas de pellizcarme para confirmar si no estaba delirando. Me obligué a cerrar la mandíbula y quitar esa cara de pasmada cuando alguien, apenas pusimos un pie dentro del salón, se nos acercó.
—¡Sebastián! —Ni siquiera tuve tiempo de preguntarme de quién se trataba, cuando caí en cuenta una pareja ya se había acercado para recibirlo. Por el cariño que destelló en la mirada de la mujer que pareció querer congelar esa abrazo por horas, pese a las dificultades porque él tenía las manos ocupadas con el cuadro, supuse debían ser importantes—. Que gusto verte aquí, querido —repitió emocionada, mientras el hombre que la acompañaba lo saludó con efusividad.
Sebastián sonreía, sonreía como pocas veces lo hacía.
Yo me quedé un segundo al margen, sin deseos de ser inoportuna, ni penetrar esa burbuja que parecía encerrar un anhelado reencuentro, intentando adivinar de quién se trataría. La mujer que llevaba un precioso y formal vestido a blanco y negro, debía tener más o menos la edad de Doña Juli, era muy bonita con esos ojos enormes claros, y un porte que intimidaba. El hombre debía llevarle apenas un par de años, y pese a que su cabello estaba cubierto de canas, había algo en su mirada clara y barba pulcra que le daba un aspecto de galán. Tuve la impresión que había visto esa cara en otra parte.
Aunque mi estudio no llegó a ninguna parte porque Sebastián me incorporó enseguida a la conversación, creo que tuvo deseos de presentarme, pero la mujer se le adelantó. Dio un paso adelante, y entonces su mirada se encontró con la mía. En ella destacaba un sentimiento que me costó interpretar al inicio.
—Así que tú eres la famosa Celeste Rangel —acertó sin problemas. Sonreí nerviosa, creo que mi ansiedad la enterneció porque entonces fue fácil darle un nombre a lo que su mirada demostró—. Nuestro hijo nos habló de ti. Deseo de todo corazón que tu niño se mejore pronto. Verás que así será —me animó dulce, sonando tan sincera que me fue imposible no corresponder a su sonrisa.
—En todo lo que podamos ayudarte —secundó el varón.
Entonces comprendí de quiénes se trataba.
—Gracias por lo que están haciendo por nosotros —repetí de corazón.
Me hubiera gustado ser más elocuente, hablarles de lo que significaba para mí, pero ella le restó importancia, como si no le gustara que le dieran el mérito que merecían.
—No agradezcas, además, ya eres casi parte de la familia. Te has sacado la lotería con Sebastián, es un tipazo. Nosotros lo apreciamos como un hijo más —me explicó. Su mirada llena de orgullo apoyó sus palabras.
Por un momento temí que las fricciones con Karen formara una barrera entre nosotros, pero no fue así, fueron tan amables que incluso sospeché ella ni siquiera había mencionado mi nombre.
—Por cierto, les he traído un regalo —recordé de pronto, obligándome a poner mi cabeza a funcionar.
Entonces cayeron en cuenta lo que llevaba Sebastián entre sus manos, el detalle que por la alegría habían pasado por alto. Sorprendidos lo recibieron mientras yo le rezaba a todos los santos que conocía porque al menos les gustara lo suficiente para donarlo y no tirarlo a la basura. Apreté los labios, conteniendo la respiración a la par el hombre le mostraba a su mujer el dibujo que había hecho para ellos. Esperé por una reacción que me diera una pista, pista que tardó en llegar. Solo silencio, gestos concentrados estudiando cada milímetro, murmullos hasta que la angustia se diluyó.
—Que belleza —halagó la mujer, dedicándome una mirada—. ¿Verdad que sí? —le preguntó al hombre que con mucha educación asintió. Quizás mentían por cortesía, pero eran tan dulces que no quise darle más vueltas. Era esa clase de mentiras que prefería conservar porque me hacían feliz.
—Ahora solo hay que decidir en qué casa estará —añadió él divertido.
Supuse que se trataba de una de esas bromas de familias ricas que tienen un montón de fraccionamientos a su nombre hasta para escoger. La discreta sonrisa que escondió Sebastián mientras yo reía junto a ellos cobró sentido cuando se alejaron y murmuró algo a mi oído.
—Hace años están divorciados —me explicó en voz baja, cuando tuvieron que retirarse para recibir a otros invitados, riéndose del sonrojo que me inundó.
—Auch... —lamenté, agradecí solo él pudiera escucharme balbucear—. Lo siento por ellos.
—Fue hace años —me contó—, están en buenos términos.
Eso último estaba claro, cualquiera que los viera descubrirían su buena relación. En silencio los envidié. El divorcio de mis padres fue un caso y tras su separación no volví a saber de mi padre, fue como si en la hoja de divorcio también le entregaran el acta de defunción de nosotras dos. Jamás volvió a llamar, ni intentó buscarnos. Solo Dios sabía que había sido de él.
—Que admirable. Yo no sé si podría seguir saludando a mi ex —murmuré haciéndolo reír ante mi sinceridad—. Tampoco lo golpearía andando por la calle, ni nada de eso —aclaré enseguida con un fugaz ademán, al percatarme de lo mal que sonaba—, para que pierdas cuidado.
Sebastián sonrió, pasó su brazo por mi cintura y abrazándome hombro a hombro depósito un beso en mi cabello, riéndose de mis tonterías. Parecía que había rejuvenecido un par de años, tenía un aire mucho más jovial y relajado. Me hubiera gustado capturar ese momento.
—¿Y que hay de ti? —indagué de buen humor, elevando el mentón, mirándolo por encima de mi hombro—. ¿Me seguirás hablando después? —jugueteé.
Él ni siquiera lo pensó, dejó ir una de esas sonrisas que me habían enamorado siendo una niña.
—Yo no tengo planes de que no separemos —defendió optimista.
Escucharlo removió algo en mi corazón, sacudió el escudo que había mantenido. Me hubiera gustado tener esa misma certeza, creer firmemente que esto duraría para siempre... Pero una mirada a lo lejos que había mantenido la atención en nosotros desde que llegamos me recordó que la vida se va en un suspiro. No hay mayor seguridad que el final.
Y tal vez fue tenerlo tan claro lo que me motivó a dejar la cadena que me había atado desde que aquel doctor salió del quirófano para darme la peor noticia del mundo, esa que me obligó a madurar de la noche a la mañana, la que cambió el rumbo de mi historia, historia que esa noche me permitiría escribir.
Por una noche, una sola, sería la dueña total de mí misma, rompería todos mis imposibles, sería tan feliz que me dolería el corazón que había pasado años sumergido en el dolor.
Así que encontrando magia en la mirada de Sebastián, esa que había protagonizado miles de sueños en mi adolescencia, sin darle tiempo de hacer preguntas, siguiendo un impulso, tomé su mano hablándolo suavemente a dónde estaban los demás, invitándolo a mi locura a sabiendas él se convirtió en el rayo de sol que me ayudó a no rendirme en los peores momentos.
Dejó de importarme el mundo, me perdí en el sonido de su risa que me hacía sonreír sin poder controlarme, en lo dulce de su mirada cuando colocó su mano en mi cintura. Por lo alto sonaba una melodía que me costó identificar. El tiempo se detuvo cuando de pronto frené, y poniéndome de puntillas lo abracé con todas mis fuerzas apoyando mi mentón en su hombro. Apuesto que Sebastián se sorprendió, mas no me interrogó, me conocía lo suficiente para saber que había momentos en los que solo necesitaba respirar y abrazarlo para seguir adelante. Cerré los ojos en un absurdo intento de grabarme esa sensación de su corazón junto al mío, en la seguridad que me brindaba su cercanía. Entre sus brazos sentí que la tristeza no podía alcanzarme, que era inmune a la tormenta que sabía que se acercaba y amenazaba con arrastrarme. Una utopía, un precioso engaño que parecía posible gracias a la intensidad de su amor.
La primera parte de la cena está aquí 🥰❤️. El siguiente fue un capítulo un poco complicado de escribir, ya descubrirán la razón. Les invito a no perdérselo 🥰. Estoy muy emocionada por lo que se viene 🤔🤫❤️❤️.
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