Capítulo 28
—¿Vas a decirme qué te pasa?
El hombre le echó una mirada curiosa a mi madre al servir el par de cafés. Le agradecí con una relajada sonrisa para dejar claro que no debía preocuparse. Aquel tono que utilizaba era más por costumbre que porque escondiera un verdadero reclamo.
—Vaya, que directa —admiré divertido. Mi madre no le halló lo gracioso—, me hubiera gustado heredar eso de ti.
—Que te digo, no todo se puede en la vida —resolvió encogiéndose de hombros. Le dio las gracias al chico que tras un leve respingo por el cambio de tono, a uno más apacible, volvió a respirar regresando tras la barra—. En cambio heredaste la forma astuta de tu padre de evitar preguntas dando rodeos, no te quejes, que te ha salvado de muchas —alegó a mi favor. Sí, en eso último tenía razón—. ¿Por qué mejor no me dices por qué estás tan feliz? —insistió antes de darle un sorbo a su bebida. Su curiosidad pareció dar una tregua cautivada por el sabor. Celeste no mentía.
—¿Por qué no lo estaría? —repliqué de buen humor. Ella quiso hablar, pero me adelanté tomando su mano y depositando un beso en el dorso—. Escuchaste al médico, la rehabilitación está siendo un éxito, si sigues así recuperarás del todo la movilidad —repetí las mismas palabras que esa mañana el fisioterapeuta mencionó en una de las sesiones a las que solíamos acudir una vez a la semana desde que le retiraron la escalona—, esa caída quedará solo en un mal recuerdo.
Aún recordaba aquella llamada que me había hecho viajar hasta Hermosillo y que cambió mi vida.
—Llamémosle una ayuda del destino —apuntó. No pude contradecirla porque no sabía dónde estaría si no fuera por aquella sacudida, tal vez atascado en el mismo punto de partida—. Tuve que quebrarme una mano para que comenzaras a ordenar tu vida.
—Tuve que tener miedo a perder lo que más amaba para darle valor a lo que realmente importa —corregí.
Fue darme cuenta que la vida se apaga en un suspiro cuando comencé a apreciarla. Fue imaginar que el tiempo se había acabado lo que me impulsó a decir palabras que creí se daban por hecho y son causa de tantos arrepentimientos.
—Eso suena mejor —concedió con una débil sonrisa—Y confieso... Que no fue tan malo como creí —añadió con un ademán, sin querer reconocerlo del todo, pero dejando a luz lo que sentía.
No la obligaría a decir más, escondí una sonrisa, saber que era feliz me bastaba.
—¿Ya puedes llamar a este un hogar? —indagué por mera curiosidad, sin esperar un sí, porque aunque confieso me ilusionaba tampoco quería forzarla a seguir una vida que tal vez no la llenaba. No quería repetir el mismo error con otros.
Mi madre fingió pensarlo, volvió a darle atención a la bebida que parecía que la tenía enamorada, nada raro teniendo en cuenta la afluencia del local. Pese a que era temprano, la mayoría de las mesas estaban ocupadas. Ese se había convertido en nuestra rutina, salir temprano del trabajo el sábado y tras una sesión salir a almorzar a algún lugar que se cruzara el camino. Aunque confieso que en esa ocasión terminar ahí no fue un accidente. El sonido de su taza volver a la mesa me despertó, tras una corto análisis llegó a una conclusión.
—Estoy considerándolo —aceptó—. Después de todo, estos almuerzos y las cenas resultan tentadores. Pero no lo sé, no quiero convertirme en la suegra que no deja a una pareja tener su espacio y privacidad —me confesó antes de darme una mirada. En aquel gesto adelanté que diría algo que haría eco—. Es tu turno de formar tu propia familia, Sebastián.
—Familia.
La misma palabra resultaba como un maremoto, imposible de mantenerte indiferente, pero contrario a tiempo atrás aquello no me hundió en hubieras, todo lo contrario, una sonrisa involuntaria brotó porque rememorando los últimos días sentía que ya la tenía. Culpé al café recién hecho a la calidez que me embragó. Estaba viviendo lo que por años consideré solo un sueño.
—¿Quién diría que terminarías con tu amiga de la infancia? —lanzó como si pudiera leer mi mente. Sí, las vueltas de la vida. Estuve buscando por años lo que desde el inicio estuvo frente a mí—. Aún la recuerdo siempre corriendo del trabajo a la escuela de la mano de Berni, un día buscando papeles para hacerle un disfraz, otro organizando su fiesta de cumpleaños, saludando desde la acera, preguntando por ti cada Navidad o después de una de tus visitas —rememoró con una sonrisa nostálgica—. Cuídala, no puedes hacerte una idea de lo mucho que te adora —me pidió. No necesitaba advertírmelo, me había prometido a mí mismo hacer valer cada minuto a su lado—. Aunque eso último sobra, sé que lo harás. Este tiempo aquí solo me ha confirmado la calidad de hombre que crie —remarcó con un deje de orgullo, ese que siempre profesan las madres y ayuda tanto al corazón. Esta vez no me torturé pensando si lo merecía o no, solo disfruté tener la bendición de escucharlo.
—Por ahora mi prioridad es que tú estés bien, que Berni reciba ese trasplante, terminar el proyecto... —me centré.
—¿Cómo vas con eso?
—En dos semanas tenemos que entregar el informe final, a estas alturas no hay mucho que podamos cambiar —admití. Tampoco es que quisiera hacerlo, habíamos dado lo mejor de nosotros, el resto ya no estaba en nuestras manos.
—Van a quedar entre los tres ganadores, sé lo que te digo. Ojo de loca nunca se equivoca —aseguró junto a un guiño.
—Ojalá tengas razón, esto va más de mí. Te confieso que al principio deseaba ganar solo para acallar esa voz en mi cabeza que me repetía no estaba a la altura —me sinceré liberándome de esa vieja presión, riendo un poco de mí mismo—, para demostrarle a Sarahí que se equivocó, que no era un mediocre , pero ahora... Eso ya no me interesa —reconocí tranquilo, en paz—. Me di cuenta que he perdido demasiado tiempo intentando ganar la aceptación de gente a la que ni siquiera le importo. Ahora quiero vivir por mí, por la gente que amo, por los que puedo hacer algo.
Esa era la razón por la que, sin importar el resultado, pensaba financiar de una u otra manera el proyecto. No quería mirar a un lado, no cuando sabía el daño que ocasionaba hacerse el ciego ante los problemas.
—Es verdad lo que otros dicen —murmuró como si estuviera saboreando la idea—, cuando nos sentimos completos no resulta un sacrificio dar una pequeña parte de nosotros. Me enorgullece saber que tu felicidad no se centra solo en ti. Cuando cambiamos la vida de las personas la nuestra adquiere un verdadero sentido —me recordó con esa sabiduría que me había salvado de tantos tropiezos—. Y no hablo de ganar un tratado de paz, descubrir la cura de algún mal o que te hagan una estatua por alguna hazaña, me refiero a cosas tan simples como dar la mano cuando lo necesitan.
Era una manera generosa de ver la vida, una que me esforzaría por replicar.
—Le pediré a Celeste que haga un logo con esa última frase.
—Le pediré, le pediré... Lo que debes pedirle es que formalicen su relación —defendió sin dejar pasar el tema—. No sé qué pretenden, ni de quién están escondiéndose.
—De Berni, bueno no de él... —aclaré, ordenando mis ideas. Tomé un respiro—. Celeste quiere que las cosas se estabilicen un poco antes de darle la noticia. Su vida ha sufrido demasiados cambios en las últimas semanas —le expliqué. Me había pedido un poco de tiempo, me parecía natural—. Además, no olvidemos que Celeste es como su mamá, han sido ellos dos por mucho tiempo, no sé cómo tome la noticia.
Es decir, sabía que podríamos sobrellevarlo, que era un proceso, pero... Me era difícil imaginar perder su aprecio, pasar de ser alguien en quien confiar a quien que estaba robándole su familia.
—No creo que se enfade —me animó con una sonrisa—. Sebastián, te has ganado el cariño y la admiración de ese chiquillo. Eso sí, tienes que ser muy consciente en lo que vas a meterte —remarcó—, no quiero que pienses que te estoy asustando o algo por el estilo —aclaró deprisa—, pero es una gran responsabilidad, Berni va considerarte como lo más cercano a un papá —acentuó para que fuera consciente de lo estaba por venir.
Y claro que lo había pensado, tenía claro que Berni era el centro en la vida de Celeste.
—Sin llegar a serlo —puntualicé—. No pretendo usurpar ese lugar. No quiero que se sienta presionado a verme como uno —expuse. Esa regla de poner etiquetas y obligar a un niño a usar un término con el que no se sentía cómodo nunca me agradó—. Él tiene su papá —le recordé, jugueteé con las mangas de mi camisa—. Quiero que sepa que estaré para él, pero sin ocupar un lugar que no me corresponde.
—Tampoco es que Raymundo se merezca el título —refunfuñó entré dientes—. Por cierto, ¿qué fue de él? Hace mucho que no lo mencionan —cambió de tema, interesada en su paradero.
Suspiré derrotado, las cosas no habían avanzado mucho desde la última vez.
—Nada. Desde que fuimos a buscarlo Celeste perdió el interés, desistió de la idea de buscarlo —le conté. Fue como si de pronto, de golpe, la desilusión le hiciera ver que de nada servía—, y pienso que fue lo mejor. Al final creo que confiar en él causaba más daño que soluciones.
—Estoy de acuerdo...
Sin embargo, la oración quedó a medio terminar porque el sonido del arrastre de una silla nos interrumpió, cuando caímos en cuenta alguien había ocupado el asiento libre frente a nosotros. Pasada la sorpresa sonreí al reconocer a la recién llegada.
—Mira que celebridades tenemos aquí —inició Dulce poniéndose cómoda. Su cabello rubio rozó el cuello alto de su blusa verde. Nos regaló una enorme sonrisa al recargarse en el respaldo—. Fingiré que no he estado hiperventilado detrás de la barra desde hace media hora al notar estaban aquí —confesó divertida al hombre que la acompañaba.
El mismo que debía ser dueño del local, el que uniendo los puntos deduje era su marido.
—Celeste nos recomendó el lugar, dijo que la comida era de lo mejor —le compartí. Habían sido sus buenos comentarios lo que me motivó a buscar el sitio.
—No exageró —secundó mi madre que seguía enamorada de cada detalle.
—Muchas felicidades —le dije al hombre antes de ponerme de pie para darle la mano. Sabía que no era fácil mantener un negocio en pie, por eso siempre que tenía la oportunidad me gustaba reconocer el trabajo y la disciplina detrás.
Él me agradeció con una tímida sonrisa, contrastante a la de su esposa que con un brillo de orgullo parecía que estaba a nada de ponerse a saltar de la alegría.
—Y si les gusta ahora ya verán cuando hagamos la nueva remodelación —pronosticó emocionada. Sus manos dibujaron en el aire un enorme cartel—. Será un cambio total, claro sin perder la esencia que lo ha mantenido. No puede hacerse una idea de lo mucho que nos ayudó mi aumento, estamos a nada de dar el gran paso...
—No fue un aumento, Dulce. Es el pago justo por tu nuevo puesto —le hice ver.
No debía agradecerme por lo que merecía.
—Lo sé, solo quería que él lo escuchara —respondió jovial con un ademán, dándole un vistazo divertido a su esposo que solo negó con una discreta sonrisa.
Contemplándolos me pregunté cómo dos personas tan distintas pueden entenderse tan bien, porque no era necesario ser un experto para darse cuenta que entre ellos había una conexión particular.
—También me comentó Celeste que estaría ayudándoles con la nueva imagen.
Dulce apretó los labios, miró a su marido. Tuve la impresión que estaba intentando recordarlo y de pronto la memoria se aclaró, asintió un par de veces antes de que pudiera hablar.
—Oh... Sí, sí —repitió soltando una risa. Su esposo se excusó en la llegada de unos clientes, marchándose—. Hace un tiempo hablamos de ello. Apuesto que será muy lindo. Confieso que además de por ser amigas, también lo hice por mi visión de empresaria —añadió con total sobriedad—. Sé que hará un gran trabajo.
Yo también. Celeste era una mujer talentosa.
—Y es por esa amistad que me gustaría pedirte un favor —reconocí entrando en confianza.
Dulce se puso de pie de un salto, asustando a mi madre que sostuvo con fuerza la taza para no soltarla y hacerla pedazos.
—Lo que usted ordene, jefe —dictó junto a un saludo militar que me robó una sonrisa.
—Dulce... No estamos en la oficina —le recordé.
Ella arrugó la nariz, meditándolo.
—Perdón, la costumbre —murmuró regresando a su sitio aliviada.
—Sé que piensas acudir a la fiesta de beneficencia de la próxima semana... —comencé.
—Claro que sí. La madre de José Luis ha tenido el buen detalle de enviarme una invitación, no pienso desairarla —se justificó horrorizada por esa falta de cortesía—. Además, ¿sabe cuántas veces he ido a una de esas fiestas de ricachones? No pienso perderme la oportunidad por nada del mundo —zanjó.
—Tiene un punto —reconoció mi madre.
—Y también sé que si alguien es capaz de volver un momento difícil en uno más fácil de sobrellevar eres tú —destaqué una de sus virtudes. Dulce agudizó su oído, escuchándome atenta—. Sé que como están las cosas nada se puede disfrutar como tal, y yo tampoco soy el maestro de la diversión, pero me gustaría que la ayudaras a que no se convierta en un tormento como la presentación de la convocatoria, no sé, que al menos se lleve un buen recuerdo —intenté explicarlo.
Las palabras no era lo mío, pero esperé que pudiera entender mi intención. Deseaba tanto que Celeste fuera feliz que estaba dispuesto a intentar lo imposible con tal de hacerla sonreír, oír consejos, cambiar pequeñas piezas que si bien no podían borrar el dolor sí marcaban una diferencia.
—Bien —accedió tras pensarlo—, pero con una condición —remarcó, sorprendiéndome. No esperé esa respuesta, pero asentí dispuesto a escuchar lo que me pediría. Dulce se irguió con total prioridad, como si estuviera a punto de iniciar una negociación—. Cuando la compañía gane la convocatoria armemos un comité para escuchar a los demás empleados, busquemos ideas que puedan ayudar diferentes causas —me sorprendió con su iniciativa, su sonrisa delató llevaba tiempo dándole vueltas—. No dejemos que sea un final, todo lo contrario, que esto sea solo el inicio de algo mucho más grande —auguró entusiasmada.
Sonreí escuchándola, no fue necesario que habláramos, una mirada bastó. Teníamos un trato.
—¿Por qué tardaste tanto en darle ese aumento? —me reprochó mi madre, leyendo mi mente.
Porque estaba ciego, pero la venda había caído de mis ojos, y mi panorama se había aclarado. Al fin era capaz de ver que siempre tuve a mi alcance lo que necesitaba para ser feliz, eso que por años ignoré sumido en la oscuridad, y que ahora que había logrado alcanzarlo no pensaba dejar ir.
El próximo capítulo de la cena benéfica está dividido en dos partes, la primera estará lista el próximo domingo, no se la pierdan ❤️😉. Gracias por su apoyo y comentarios. Los quiero mucho. Preguntas de la semana: ¿les gustó el capítulo? ¿Noche o día? ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top