Capítulo 26

Berni era la vida de Celeste.

No había más páginas ocultas. Supongo que con esa primicia era sencillo adelantar las siguientes líneas, no importaba cuánto se esforzara, jamás podría ser completamente feliz mientras él no lo fuera. Fue como si la noche que lo adoptó como hijo suyo entrelazaran su sendero en un nudo que sería imposible romper. Y en ese caso, ¿en verdad existen palabras de consuelo para una madre que debe buscar en los cuartos de un hospital a la persona que más ama?

Por eso tras un ansioso recorrido Celeste, que se había mantenido en silencio, bajó del automóvil para buscar las respuestas a preguntas que descompensaban el ritmo de su corazón. No se despidió de nadie, José Luis que nos acompañó propuso encargarse del vehículo mientras yo la seguí. A paso deprisa cruzó la sala de espera dispuesta a llegar a la recepción, pero en medio de su camino chocó con mi madre.

Por desgracia, su expresión más que consuelo encendió sus alertas.

¿Cómo está Berni?

—No lo sé, el doctor aún no ha salido a dar información. No sé que pasó, de repente empezó a agitarse—intentó explicarle nerviosa—. Yo en verdad lo siento mucho, Celeste...

—No, no. No es su culpa —la tranquilizó, con una débil sonrisa tomándola de los hombros—. Doña Juli usted ya hace bastante ayudándome a cuidarlo... Yo... Debí estar con él —murmuró.

Pude leer en la forma en que su mirada se oscureció la infinita lista de reproches que llevaban su nombre.

Por suerte, o desgracia, apenas pudo repasar un par porque el presente la obligó a volver al ruedo.

—Bernardo Rangel...

Tal como aquella escena en Hermosillo, e innumerables que le siguieron, su corazón se paralizó al escuchar el nombre de su sobrino. Ni siquiera lo dejó terminar, se acercó tan rápido como le dieron los pies, ansiosa por respuestas que dentro de sí misma sabía que quizás no obtendría.

—¿Cómo está mi sobrino?

—Tranquila. El niño está estable. Lo que en realidad nos preocupaba era el aumento de presión, un síntoma habitual en su condición, tal vez será necesario que empiece un tratamiento para controlarla —informó. Celeste asintió repetidas veces, aunque por su expresión me fue sencillo adelantar el nuevo diagnostico estaba formando nudo en su estómago—. Ya lo hemos inyectado, las nauseas irán desapareciendo en un par de horas...

—Pero se pondrá bien —lanzó. Y su voz se ahogaba en esperanza.

—Por ahora sí. De todos modos, esto es una clara señal que tenemos que acelerar el proceso de trasplante. Sus riñones están funcionando con el tratamiento, pero no será suficiente —le avisó, algo que ella venía venir. Celeste apretó los labios, casi pude escucharla decirse a sí misma que no era momento de quebrarse—. Vamos a intentar darle prioridad en el listado, de todos modos te recomiendo que tengas todo listo para la operación. Donadores de sangre, el dinero para la cirugía, porque apenas encontremos donador debe entrar a cirugía —priorizó.

Celeste le prometió que así lo haría. Cualquier que la conociera adelantaba que llegado el momento no encontrarían un no.

—¿Puedo pasar a verlo? —le pidió enseguida, con la premura de cualquier mamá que sabe que hay heridas que solo se curan con su cercanía—. Quizás está asustado.

Entonces el doctor le dio una sonrisa comprensiva.

—En un momento le avisaré cuando pueda pasar.

Las palabras del médico solo dejaron un profundo silencio. Minutos que podrían enloquecer a cualquiera que ve lo que más ama escapar de sus manos.

—Yo... Necesito tomar un poco de aire —se justificó aletargada cuando al fin recuperó el habla.

Ni siquiera se percató de la llegada de José Luis, que confundido me preguntó en una mirada qué sucedía. Conociendo era un tema largo de explicar, y con la prioridad de alcanzarla, mi madre quedó de explicar los detalles mientras yo dejaba atrás el murmullo del hospital. No miró atrás, en su rápido andar reconocí su verdadera intención, para su desgracia, por más distancia que planteara, no podría escapar de los fantasmas que estaban dentro de ella.

Así que cuando los pasillos se acabaron, entendimos que era inútil seguir aquel laberinto.

—Celeste... —la llamé elevando la voz, para hacerme oír en la plazoleta.

No fue necesario que insistiera, frenó en seco antes de darme la cara, había tantas emociones que quise decir tantas cosas, pero no me permitió pronunciar una sola palabra.

—Por favor, no me digas que todo estará bien cuando ambos sabemos que ninguno tiene certeza de eso —me pidió casi en un ruego, cansada de los consuelos vacíos que no arreglan nada.

Contemplando su mirada cristalina entendí que se estaba quedando sin fuerzas para luchar.

—Está bien —acepté comprendiendo sus motivos. Nada de falsas esperanzas. Respiré hondo, usando la cabeza—. Tienes razón, no sé lo que sucederá a partir de ahora —reconocí sin mentir. Di un paso delante, el mundo se detuvo para los dos—. Lo único que puedo prometer es lo que está en mis manos, estar contigo pase lo que pase.

Me hubiera gustado darle más, pero era imposible, era solo un hombre. Un hombre que la quería, uno incapaz de encontrar curas, pero sí con la paciencia para esperar una a su lado. Un profundo suspiro escapó de su pecho. Cada día que pasaba un trozo de su corazón se iba rompiendo.

—Tal vez no deberías —me advirtió, en una alarma que ignoré porque conociendo lo que había dentro de ella, sabía que no había forma de perder—. Escucha, Sebastián, en este momento ni siquiera soy dueña de mí misma —expuso sin orgullo. La tristeza penetró su mirada oscura—, soy un volcán que está a punto de estallar, un mar de malas decisiones que terminará arrastrándote. Sé lo que te digo, quiera o no, acabaré haciéndote daño —pronosticó culpable, avecinando lo peor—. No te lo mereces.

—Tú tampoco te mereces un hombre que esté en los buenos momentos y desaparezca en los malos... —alegué. Uno que ante la primera tempestad se alejara con la excusa que era demasiado para él—. La vida está llena de días complicados —le recordé. Si nos la pasábamos huyendo, qué nos quedaría—. No puedo evitarlos, por más que lo intentemos, pero quiero ser el que te haga el viaje más fácil de sobrellevar.

Eso me pasaba con ella, no es que las inseguridades o líos se esfumaran, estaban ahí sin rendirse, pero su compañía era el recordatorio de que la felicidad no es el final, sino una decisión del día al día. Y supongo que ella percibió era sincero porque se rindió.

—No sé que voy hacer si algo le pasa a Berni... —me confesó tras despojarse del escudo que muchas veces en lugar de protegerla se convirtió en una carga.

—Tranquila —murmuré tomándola de los hombros para que me mirara a los ojos, intentando mantener su mente lejos del fondo. Contemplándola tiritando, no por el frío sino por el temor que congela más que los huesos, algo olvidado en mi pecho se estrujó—. Escuchaste al doctor, por ahora está bien, encontrarán un donador, harán la operación, con la fuerza que tiene ese niño verás que se recuperará más pronto de lo que nos imaginamos —pronostiqué optimista robándole una débil sonrisa.

—Cuando lo dices tú suena tan real —se burló de sí misma—. Ojalá yo tuviera tanta fe, porque no sé cómo voy a entrar a ese cuarto de hospital, mirar a Berni a los ojos y convencerlo de que todo irá bien cuando ni siquiera yo lo sé —me confesó su lucha.

Entendía su debate. El verdadero reto de Celeste era ser el faro en un cielo que para ella misma no tenía una sola estrella, era armar una sonreír para alejar miedos que no la dejaban dormir, asegurar futuros que ni siquiera conocía. Siempre fue así, cuando su padre se marchó, al morir Patricia, ella siempre intentó ser la tabla que llevara a otros a la orilla. No quería que se repitiera la historia.

—Berni es un chico inteligente, háblale con la verdad. Él más que nadie merece saber cómo van las cosas —le aconsejé. Torció los labios sin estar del todo convencida. No la juzgué, entendía sus razones—. Y comprendo perfectamente debas mantenerte fuerte para él, pero no tiene nada de malo que hables de cómo te sientes, al menos conmigo.

Conmigo no había que mantener ningún papel, todo lo contrario. Quería ser el lugar donde descansara, su lugar seguro. Ella dejó ir un pesado suspiro, liberando de a poco el nudo que le cortaba la respiración. Bajó la mirada, el aire revolvió su cabello oscuro.

—No puedes hacerte una idea de las veces que he maldecido haberte encontrado justo ahora —se sinceró cerrando los ojos con fuerza antes de armarse de valor para alzar el rostro. Al encontrarse conmigo sus dedos cálidos se atrevieron a rozar mi rostro—, porque sé que en otro momento la historia sería tan diferente... Pero cuando te veo... —Calló, mordiéndose los labios—. Sé que el destino no actuó al azar, eres lo único que me ha mantenido en pie en este huracán, porque cada que quiero caer estás para sostenerme, para evitar que me pierda...

—Entonces déjame estar a tu lado —la interrumpí. No tenía sentido seguir en aquel enredo cuando ambos lo teníamos tan claro. Ella quiso alegar, pero se lo impedí, adelantando una eterna lista de no, apoyé mi frente en la suya cautivado por su cercanía y el ritmo de su lenta respiración—. Por favor, no me alejes creyendo que me proteges del dolor —le pedí. Todo lo contrario, estando lejos de ella sería imposible no caer en aquel pozo.

—Vas a odiarme cuando comience a darte problemas —me advirtió temiendo el final, en el último chispazo de cordura.

Negué sin permitir de nuevo los miedos tomarán el timón.

—Yo jamás podré odiarte —le aseguré mirándola a los ojos—. No cuando te quiero como lo hago.

Con esa fuerza que me hizo abandonar la cobardía y hacer lo que había deseado hacer desde hace mucho tiempo cuando descubrí que mi corazón le pertenecí. A sabiendas que no existían palabras que le hicieran justicia a lo sentía, silencié los miedos en sus dulces labios. El mundo se detuvo un instante apenas rocé su boca, un segundo en lo que Celeste dejó la página en el aire, su cuerpo se congeló hasta que me correspondió escribiendo las líneas que le seguirían.

El resto sobró apenas me perdí en el sabor de labios que se volvió embriagador junto al roce de sus manos. Había perdido la cuenta de las veces que había deseado besarla, pero tuve la certeza que después de esa noche nunca tendría suficiente de ella, de sus besos, de su cálido aliento, de su amor que traspasaba en cada latido. Celeste acunó mi rostro entre sus manos mientras sus suaves labios se fundían con los míos en un beso lento, de esos que dicen mucho sin usar una sola palabra, de los que entregan un trozo de corazón sin condiciones, de los que te cortan la respiración y a su paso también un par de cadenas.

No hubo mejor imagen que encontrarme con su mirada cuando nos apartamos de a poco. Sus mejillas estaban sonrojadas, pero en sus labios, esos mismos que ahora no abandonarían mis pensamientos, se dibujó una sonrisa que me fue imposible no replicar. Celeste intentó hablar, soltó un torpe balbuceo que me hizo beberme su adorable risa cuando volví a capturar sus labios. Esta vez no hubo dudas, ninguno lo pensó, su corazón se refugió en el mío cuando mi mano a su espalda la atrajo desapareciendo el espacio entre los dos. Tuve la sensación que sin importar el pasado, aquel era mi lugar.

—Te quiero, Celeste —murmuré sobre sus labios.

Celeste levantó el rostro, sus preciosos ojos negros repasaron mis facciones antes de darme una tierna sonrisa.

—Yo también —respondió dedicándome la mirada más dulce que había visto, haciéndome sentir sus palabras en un gesto tan simple—. Muchísimo... —remarcó—. Ojalá algún día pueda demostrarte cuánto.

No era necesario porque las pruebas estaban en todas sus acciones, cuando me escuchaba por horas, por la forma en que me apoyaba y confiaba en mí...

—Tenemos muchos días por delante, Celeste —solté, pero no era la clase de compromiso que desgasta. No sabía si me alcanzaría la vida para todo lo que deseaba compartir a su lado—. Empecemos por este —la tranquilicé conociendo no quería hacer promesas a largo plazo.

Me ganaría su corazón, le demostraría que merecía apostar por lo nuestro. Ella me dedicó una dulce sonrisa, por ella valía la pena correr todos los riesgos.

—Mi yo adolescente estaría a punto de desmayarse —murmuró divertida—. La que está aquí daría lo que fuera por congelar este momento, pero debo volver adentro —me avisó, luchando con un corazón que no podía partirse en dos. Sonreí alejando sus dudas, la entendía. Sabía perfectamente que Berni la necesitaba—. No deben tardar en llamarme.

—¿Quieres que me quede contigo esta noche? —propuse para que no se sintiera sola.

—En verdad desearía que sí, pero sería una egoísta —argumentó usando la cabeza—. Después de todo, solo van a dejarme pasar a mí, no tiene sentido te quedes toda la noche en la sala de espera. Lo mejor será que vuelvas a casa con Doña Juli y descansen. Te avisaré cualquier cosa —me prometió. Leí en aquel tono la frase oculta, debía dejarme de preocuparme.

—Si necesitas algo solo llámame y...

—Estarás aquí antes de que acabe la llamada —terminó risueña, conociéndome. Ladeó el rostro, sus dedos acunaron mi rostro—. Lo sé, lo sé mejor que nadie, no tienes que decírmelo —repitió sonriéndome con cariño.

Pero ahí está la complejidad del amor, uno siempre tiene la sensación de que puede dar, hacer o querer más. Celeste me dedicó una última mirada antes de disponerse a regresar, pero no había dado ni un paso cuando distinguimos una figura familiar bajar deprisa las escaleras.

—Celeste, el doctor nos ha dicho que ya puedes pasar a ver a Berni —nos avisó José Luis, elevando un poco la voz para hacerse oír a distancia, alcanzándonos. 

El rostro de Celeste se iluminó, contenta por ver con sus propios ojos a su sobrino, casi pude oír como se aceleraron sus latidos. Asentí cuando con una mirada se despidió de mí ansiosa por encontrarse de vuelta con Berni.

—Muchas gracias —le agradeció a José Luis al pasar a su lado, sin querer perder el tiempo, pero antes de que pudiera rodearlo, mi amigo extendió su brazo, bloqueando su avance.

—¿Crees que antes podríamos hablar? —la detuvo buscando su mirada. Celeste alzó una ceja, intrigada—. Te quitaré un minuto, mucho menos, hablo rápido —aseguró antes de darle tiempo de responder, dando prueba de ello—. Me enteré de lo de tu sobrino —inició poniendo el tema sobre la mesa—, solo quería decirte que no he olvidado lo que te dije aquella noche en el departamento de Sebastián.

—Sobre...

—Sobre el evento benéfico para recaudar fondos —le explicó. Celeste parpadeó extrañada—. Escucha, yo no puedo ver el futuro, no sé si será hoy o mañana, pero mejor que la suerte te atrape con el dinero en el bolsillo —expuso.

Escuchándolo obtuve otra prueba, una que no necesitaba porque sabía de que estaba hecho, de su generosidad. Sin embargo, Celeste que no lo conocía del todo sí quedó fría, le costó armar una oración. Lo único que escapó de sus labios fue un balbuceo que mi amigo malinterpretó.

—Y sé perfectamente que en este momento no tienes cabeza para andar armando fiestas, pero mis padres son expertos en el tema, no tendrías que preocuparte por nada —remarcó. Distinguí el esfuerzo de Celeste por disimular una sonrisa mientras él parloteaba sin parar—. Su fundación se encargarían, solo necesitaríamos tu aprobación y listo. ¿Qué me dices? —la animó.

Entonces Celeste ya no pudo contenerse, dejó ir una enorme sonrisa que contestó por sí sola.

—¿Hay forma de decirte que no? —soltó sin poder ocultar su emoción.

—Sí, pero para qué investigamos cuáles —soltó jovial, muy a su estilo, llevándose las manos a los bolsillos y encogiéndose de hombros—. Mi corazón no está listo, que no se te olvide que el negociador con experiencia en lidiar con "no" es este hombre —alegó de buen humor, sin querer cargarse las medallas que merecía.

Negué con una sonrisa, ignorando que incluso yo, con todas esas negativas a la espalda, no estaba preparado para enfrentar la que se aproximaba silenciosa con el objetivo de cambiarme la vida. Aprendería que no existe peor derrota que la que llega cuando crees que ya has ganado todo.

¡Llegó el capítulo! 😍 Al fin han dado el paso, veremos que les espera ahora que están juntos ❤️. Para los que tengan Instagram los invito a pasar a mi perfil para ver algunos edit e ilustraciones de esta, y otras, parejas ❤️.  Hace poco subí una de este capítulo ❤️. Se vienen que me encantan ❤️. Gracias por estar aquí. Preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿A qué creen que se refiera la última frase? ¿Cuál es la persona que más confían en el mundo? Su lugar seguro ❤️ El mío mi hermana y mamá, que siempre están apoyándome. ¡Los quiero mucho!

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