Capítulo 25
Había comprobado que los problemas no se turnan, aparecen uno tras otro, arrastrando todo como una avalancha. Suspiré cansado, sosteniendo el puente de mi nariz. Cansado cerré los ojos, cegado por la luz de la pantalla donde las letras comenzaron a bailar. Había perdido la cuenta del tiempo que había pasado frente a mi laptop. El sonido de la puerta corrediza me regresó de vuelta al presente.
—¿Estás ocupado?
Encontrarme con la dulce sonrisa de Celeste, diluyó un poco mi fatiga. Verla era una inyección de energía, una brisa fresca que me revivía.
—No, no, pasa —la animé. Me haría bien despejarme un poco. Ella era capaz de ayudarme a olvidar cualquier angustia—. Pensé que estarías dormida, es tarde —noté al revisar el reloj de la barra. Hace un rato que pasaba de medianoche. No solía desvelarse.
Ella le restó importancia, se encogió de hombro traviesa antes de cruzar emocionada el balcón. El tacón de sus botines resonó en la silenciosa noche.
—Estaba a punto de hacerlo, pero antes debo que decirte algo importante —anunció haciéndose espacio en el sofa a mi lado. Me encantaba verla sonreír de ese modo—. No te quitaré ni quince minutos —aseguró, como si eso me preocupara. Todo lo contrario, el tiempo dejaba de importar a su lado—. Te tengo una sorpresa... —soltó de pronto, emocionada. Bien, eso no lo vi venir. Alcé una ceja, confundido. Ella pareció disfrutar mi desconcierto, mordió su labio escondiendo una sonrisa—. Pero promete que no harás demasiadas preguntas —me pidió, anticipándose a mi curiosidad.
—Okey... —concedí intrigado, aceptando su trato.
Celeste dejó ir una enorme sonrisa mientras me entregó la hoja que llevaba sus manos y había pasado por alto. Ni siquiera me dio tiempo de terminar de leer lo que estaba escrito, ella misma aclaró mis dudas.
—Tinta de Casa estuvo en tu lista de proveedores —me explicó ante mi desconcierto. Tardé un segundo en ubicarlos. Volví la vista al punto, sin entender a dónde se dirigía—. De hecho te surtieron algunos pequeños materiales hace años, pero están muy interesados en trabajar en un proyecto mucho más grande —añadió. Entonces las piezas cobraron sentido. Mi rostro gritó lo que mi voz no logró formular—. Y eso no es lo mejor...—se adelantó antes de que pudiera hablar—. Dulce, Mariana y yo te conseguimos una cita para mañana —murmuró dibujando una sonrisa tan genuina que casi percibí el ritmo acelerado de su corazón.
—¿Para mañana? —repetí aletargado.
—Bueno, por más pronto, pero si te arruina algún plan, puedes reagendarla —propuso enseguida, equivocándose.
Negué, en realidad no era el cuándo, sino el qué, lo que me mantenía un poco perdido.
—¿Cómo lo conseguiste? —expuse mi verdadera duda.
Es decir, apenas habíamos hablado del tema. Ella ya tenía un montón de problemas para preocuparse por los míos. Pero lo había hecho, sin que yo se lo pidiera.
—Esa era la clase de preguntas que evitaríamos —murmuró para sí, incómoda—. Digamos que un pajarito me ayudó —resumió sin entrar en detalles y aunque moría por saber quién, respeté su condición. Pareció agradecérmelo con una débil sonrisa que retomó su fuerza—. No sé si será lo que buscas, pero al menos dales una oportunidad —me pidió—. Nada pierdes. Mariana revisó su página, son pequeños, pero tienen buenos comentarios y muchas ganas de crecer. Esto será bueno para ambos.
Sonreí escuchándola. Su ilusión chocaba con la nube oscuras que muchas veces me absorbía.
—Seguro que sí.
—Y olvidé un pequeño detalle —recordó de pronto, haciendo una mueca como si estuviera a punto de confesar una travesura—, para animarlos un poco les dije que irías tú personalmente.
—Eso haré, igual le pediré a José Luis que me acompañe, este problema también lo tiene un poco preocupado —planteé. Sonreí sin poder evitarlo, admirando como su cabello se sacudió al asentir—. También me gustaría que vinieras con nosotros, para que revises la calidad de los materiales, escojamos los que se adapten a la colección y les del visto bueno —expuse. Y de pronto su alegría se esfumó, aunque tras pensarlo no replicó—. Me gustaría acabar con eso de una vez.
Firmar el compromiso para evitar más contratiempos. Este proyecto me estaba costando más que cualquiera, no sabía la razón, cada que creí estaba en el curso correcto una corriente me arrastraba cerca del inicio.
—Tú sabes que eso de las reuniones no me emociona mucho —admitió—, pero si eso ayuda en algo cuentas conmigo.
No tenía que decírmelo. Celeste me había dado prueba de su incondicionalidad en más de una ocasión. Era la clase de persona que uno añora encontrar en la vida, de las que no te abandonan en la tormenta, que sostienen tu mano con fuerza cuando el viento sopla con fiereza, que no solo se quedan a tu lado, sino que te invitan a sonreír incluso cuando crees no hay motivos.
—Gracias por todo tu apoyo, Celeste —murmuré.
Y no hablaba solo de esa noche, sino de todas las que le antecedían. Sin contenerme tomé su mano, depositando un beso en su palma, gesto que le robó una tierna sonrisa.
—En realidad no hice nada —le restó importancia, encogiéndose de hombros. Pero se equivocó, porque no dejarlo pasar, intentar cambiar el curso, era mucho más de lo que otros hubieran hecho—. El trabajo será para ti mañana —me advirtió. Notarla tan feliz me contagió. Era sencillo sentir que el mundo me daba su mejor cara cuando ella sonreía—. Bueno, ahora será mejor que vuelva con Berni —me avisó. Se puso de pie, sacudió su jeans mientras caminaba sin darme la espalda—. No quiero separarme de él hasta que se recupere. Mucha suerte, verás que todo irá bien —me animó.
Y por primera vez en muchos años lo sentí. Es decir, es imposible evitar los problemas, el camino está lleno de ellos, pero su compañía me volvía más fuerte.
Durante años sentí que debí ganarme mi lugar en el mundo, que jamás sería suficiente, que por más que me esforzara siempre habría alguien que iría más rápido, sin embargo, mientras contemplaba la sonrisa de Celeste a mi costado mientras establecíamos las condiciones del trato, todas esas inseguridades que me habían atormentado perdieron sentido. Porque en su mirada no había reproche, ni insatisfacción, porque sentía que me quería tal como era, con todos esos defectos que durante miles de noches me torturaron, con esos sueños que aún no cumplía en la maleta. Celeste me motivaba a ser una versión mejor de mí mismo, pero su cariño no estaba destinado solo al hombre del futuro, aceptaba al del presente, me animaba a hacer las paces con del pasado.
Era tierna, sincera, transparente... Esa mezcla estaba volviéndome loco, porque sonreír cada que nuestras miradas se cruzaban se estaba volviendo un hábito.
Años atrás, saliendo de una reunión hubiera llamado ansioso a Sarahí, contándole detalles de un trato que jamás la sorprenderían, escucharía atento exigencias disfrazadas de consejos... Y viéndome ahí, caminando tan feliz, sin reprocharme a mí mismo lo que pude hacer, descubrí estaba avanzando. Estaba sanando viejas heridas. ¿Cómo no hacerlo cuando a mi lado estaba una mujer que me querría incluso cuando fallara? Esa certeza en lugar de hundirme en la mediocridad, me impulsaba a arriesgarme. Saber que el cariño no desaparecería si algún día la suerte no jugaba a mi favor esfumaba viejos temores de los que creía jamás me libraría.
Celeste dejó los formalismos apenas nos despedimos del personal. Adelantándonos, mientras José Luis seguía estrechando relaciones con nuestros nuevos proveedores, recorrimos los pasillos en los que su adorable risa resonó camino al estacionamiento. Una sonrisa involuntaria brotó sin esfuerzo ante el abrazo fugaz que me dio, apoyando su cabeza en mi hombro, sacudiéndome con energía.
—No puedes hacerte una idea de lo que feliz que estoy —me aseguró, pero se equivocó, Celeste tenía la capacidad de transmitírmelo—. Estoy tan orgullosa de ti, en verdad, te luciste —me felicitó emocionada, mirándome con una admiración que creí jamás vería en las pupilas de alguien.
Me fue imposible apartar la mirada de su preciosa sonrisa.
—Tuvimos suerte —admití, porque el trato nos habíamos beneficiado a ambas partes.
Ella negó con una sonrisa, su cabello negro que contrataba con la blusa crema que llevaba puesta se agitó como las hojas de los árboles.
—No, no —me corrigió para que no usara ese argumento. Caminando sin darme la espalda, con esa habilidad que llevaba desde niña, me hizo sonreír—. Te planteaste tan seguro, hablando con tanta propiedad que era difícil decirte que no. Entendí por qué la chica suspiró como diez veces escuchándote —soltó risueña, dándome un sutil codazo, emparejándose a mi costado.
Negué con una sonrisa mientras ella volvía a adelantarse.
—Tú no cambias.
—No lo digas como una queja. Mejor para ti —resolvió optimista—. Agradece que no soy celosa porque si me molestara cada que una mujer te mira con una sonrisita enamorada ya tendría gastritis —alegó divertida—. Lo hago más por mí que por ti...
No la dejé terminar. Su tierna risa me acarició el rostro cuando mi brazo la rodeó por la cintura, atrayéndola a mí en una acción que no vio venir. El dulce aroma de su shampoo me inundó al tambalear como tontos por el estacionamiento. Sonreí, perdiéndome en su mirada.
—Tal vez no eres celosa porque tienes plena segura que solo tengo ojos para ti —murmuré cerca de sus labios, resistiendo mis deseos de besarlos.
—Si hubieras pronunciado esa frase con ese tono allá adentro, nos hubiéramos ahorrado media hora de reunión —argumentó jovial.
Reí disfrutando del sonido de su voz. Había algo en Celeste que me nublaba un poco el juicio, juicio que regresó cuando dio un paso atrás, soltándose de mi agarre al percatarse de las pisadas de José Luis. En un reflejo limpió sus manos en su pantalón de mezclilla, regalándole una sonrisita nerviosa, fingiendo serenidad. Volví a respirar al percatarse él lo dejó pasar.
—Bien ahí —me dijo, integrándose al grupo. Me dio una palmada en la espalda, felicitándome—. Nos fue mucho mejor de lo esperado. Hasta podríamos decir que nos benefició la patada que nos dio Azura Color —apuntó del mejor humor.
Sí, tenía razón. Quién lo diría, cuántas bendiciones puedes encontrar en las tragedias.
—La vida tiene caminos inesperados —admití.
—Mejor dicho imposible. Deberíamos ir por ahí a festejar —propuso aún con las emociones al tope por el reciente triunfo. El plan comenzó a tomar formar en su cabeza en un chispazo—. Esto no es de todos los días. ¿Qué dices, Celeste? ¿Te nos unes? —la animó sonriéndole.
Celeste lo pensó, no fue necesario que hablara para conocer su respuesta.
—Me encantaría —reconoció un poco más tímida, aunque conservando su sonrisa porque la alegría estaba siendo más fuerte que la tristeza—, pero me temo que será en otra ocasión —se excusó acomodando la aza larga que resbalaba por su hombro—. Quiero regresar temprano para ver a Berni, estos días ha estado un poco indispuesto —le platicó.
José Luis lo entendió. Celeste, a sabiendas que lo entendería y era bueno escuchando, le contó el resumen de sus últimas pesadas noches.
—Te entiendo. Igual podríamos armar algo en tu departamento para que estés al pendiente —añadió para no dejar pasar la oportunidad. Ella le agradeció con una sonrisa su idea—. Vaya, estoy armando una fiesta en una casa que ni es mía —murmuró para sí, tras analizarlo—. Tu madre me odiará.
Pero se equivocaba, apostaba que le encantaría la idea.
Estuve a punto de decírselo, pero el sonido del celular de Celeste nos interrumpió.
—Hablando de la reina de Roma —dijo mostrándonos la pantalla, antes de llevar deprisa el aparato en su oído—. ¡Hola, Doña Juli! ¿Cómo van las cosas por allá? —la cuestionó jovial, con una sonrisa que delató no le pasaba por la cabeza lo que ocurría del otro lado de la línea. En realidad, nadie vio venir el huracán que se acercaba en silencio y que estalló sin aviso. Su rostro se oscureció a la par la voz de mamá relataba su peor temor. Bastó contemplar la forma en que sus labios temblaron para entender algo malo sucedía—. ¿Qué? —murmuró tan bajo que apenas logré escucharla—. ¿A qué hospital se lo llevaron? Sí, sí, yo voy para allá. Dígale que no tardaré, va estar bien, que no tenga miedo.
Una petición irónica porque estaba claro que en ese momento el miedo era lo único que recorría sus venas.
¡Hola! ¿Cómo están? ¿Alguien tomó vacaciones o la pasaron trabajando? Yo soy del segundo grupo T-T, pero me encantaría leer a los que sí disfrutaron de unos días libres. El siguiente capítulo es importante 🤫. Preguntas de la semana: ¿Qué creen que suceda? ¿Les gustó el capítulo? Si les regalaran unas vacaciones todo pagadas, ¿cuál sería su destino? Los quiero. Un abrazo.
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