Capítulo 22

Sebastián me quiere. Hasta sonaba irreal. Tal vez me había golpeado la cabeza. Negué mientras sentada en el piso, buscando una camisa en un cajón, repasaba las letras garabateadas en una arrugada servilleta. No, aquella era la prueba de que era real, no lo había imaginado. Respiré hondo, procesándolo. Dios, mis mejores sueños tenían justo las palabras que había escuchado de sus labios la noche anterior...

—¿Piensas ir?

Una voz a mi espalda me sacó de mis pensamientos haciéndome pegar un respingo, eché la mirada a la puerta encontrado a Sebastián apoyándose en el marco. Respira, Celeste. Ya llevaba puesto uno de sus impecables trajes, una fina corbata de seda azul y esa sonrisa encantadora que seguro le había ayudado a cerrar miles de tratos. Me sorprendió siguiera ahí, por la hora debía estar en la oficina. Una parte de mí quiso preguntarle el motivo de su demora, otra ni siquiera fue capaz de mirarlo a los ojos. Estaba comportándome como una adolescente. Nerviosa regresé la vista a la ropa que estaba perfectamente ordenada. De solo recordar lo cerca que estuve de besarlo, quería esconder la cara en la tela.

Mañana me arrepentiré dije, y mañana llegó.

—No esperarás que deje pasar otro día. No puedo perder tiempo —solté para que el silencio no lo volviera más complicado, fingiendo seguía ocupada.

—Sí, en realidad me sorprendió no decidieras ir en la madrugada —admitió con un toque de gracia. Sonreí aprovechando no podía verme, ni siquiera me defendí. Me conocía bien—. ¿Quieres que te acompañe?

Guardé silencio, dudando si sería buena idea.

—¿No tienes que trabajar? —le recordé, mirándolo de reojo.

—Puedo llegar un poco más tarde —resolvió sencillo. Apreté los labios, librando una lucha en mi interior—. Igual no creo que sea de mucha ayuda —añadió ante mi titubeo. Yo opinaba justo lo contrario, era saber lo mucho que lo necesitaba lo que me impedía negarme—, pero como eres nueva en la ciudad pensé que tal vez podría ayudarte a ubicarte. Eso si no termino enredándote más porque no es mi ruta —consideró divertido, diluyendo un poco la tensión—. De todos modos, seguro que entre dos es más fácil hallar el camino de vuelta a casa.

Sin contenerme me giré para escucharlo, era tan fácil notar sus buenas intenciones. Ese era mi problema con Sebastián, tal vez si hubiera sido un mal hombre me hubiera resultado sencillo sacarlo de mi cabeza, sin embargo, resultaba imposible maldecir el cruce de nuestros destinos cuando hacía esa clase de cosas. No tuve la voluntad de pronunciar un no, no solo por él, sino porque él se había convertido en una clase de fortaleza para mí. Si las cosas se pintaban oscuras lograba llevarme de vuelta a la luz.

—Sí, es una buena idea —consideré poniéndome deprisa de pie, sacudiendo mis pantalones de mezclilla, para no hacerlo perder más tiempo con mis dilemas—. Porque debo estar de vuelta aquí a las tres, Berni tienes una cita con el especialista —le expliqué.

Fingiendo ceguera, intenté pasar de alto cuando crucé la habitación, pero fue inútil porque apenas me acerqué, Sebastián dio un paso sutil bloqueando mi avance, obligándome a alzar la cara para encontrarme con su mirada. Eso bastó para desarmarme. Todo esa valentía que había reunido se desplomó apenas lo miré a los ojos. Tenía los ojos más cautivadores que había visto en mi vida.

—¿Podemos hablar? —me preguntó, bajando la voz para que solo yo pudiera oírlo. Tenerlo tan cerca desconectó mi cerebro y revoloteó las mariposas en mi estómago.

—Vas a llegar tarde —repetí una buena excusa que creí nos ayudaría a los dos a ordenar prioridades.

Prioridades que olvidé cuando él dejó ir una media sonrisa.

—Te preocupas más por mi horario laboral que la propia compañía —alegó de buen humor.

—Me preocupa que arruines lo que te has ganado por mi culpa —remarqué en un chispazo de cordura.

—Sí, las utilidades van a bajar peligrosamente si llego una hora tarde.

Negué, no, no estaba entiendo el punto.

—Escucha, no creas que no valoro lo que haces por nosotros —comencé, deseando dejar las cosas claras—, todo lo contrario. Sebastián, no va alcanzarme la vida para darte las gracias por acompañarme en toda esta travesía, apoyarme, preocuparte por Berni, estar al pendiente de él, llevarlo al hospital. Sé que lo haces de corazón —reconocí sincera—, porque eres un hombre de una pieza, pero... —Paré, conteniendo un suspiro. Negué, mejor hablar sin rodeos—. No quiero que sientas que tienes la obligación de cuidarnos —zanjé. Que adoptara una responsabilidad que no le correspondía.

Sebastián se dio la oportunidad de pensarlo como si jamás le hubiera pasado por la cabeza. Se alejó dejando un vacío en mi pecho, mis ojos lo siguieron mientras caminó por la habitación con las manos en los bolsillos, digiriendo la idea. Temí estropearlo, pero preferí poner las cartas sobre la mesa antes de que cobraran facturas.

—¿Por qué te hiciste cargo de Berni cuando Patricia murió? —lanzó de pronto, tomándome por sorpresa, con tal genuina curiosidad que me quedé en blanco. No estaba enfadado, lo supe por la discreta sonrisa que se le escapó.

—¿Qué? —balbuceé, parpadeando.

Eso no era la respuesta que esperaba.

—Es decir, eras muy joven, Celeste. Ni siquiera habías terminado la preparatoria —enumeró—, tenías tantos sueños, a los demás puedes ocultárselos, pero no a mí. Deseabas hacer tantas cosas, y renunciaste a ellas —expuso como si no pudiera entenderlo—. Y no me digas que era tu obligación legal porque ambos sabemos que no es verdad. Eras una niña que la vida convirtió de un día a otro en mujer. Tú pudiste lavarte las manos, seguir con tu vida, pero no lo hiciste... —describió. No me gustaba pensar en eso. Nunca me daba permiso de pensar como hubiera sido mi vida si las cosas hubieran sido diferente—. ¿Por qué? —me cuestionó, no para acorralarme, sino por una razón más poderosa. No tuve una respuesta, al menos no una sencilla.

¿Por qué? ¿Por qué? Porque se lo prometí a Patricia, porque la quería, porque apenas vi a Berni supe que se convertiría en el motivo para levantarme, porque mi madre me necesitaba, porque no quería volver a fallar, porque el amor que no viene acompañado de hechos es inútil. Y no fue necesario que respondiera, ambos lo entendimos.

—Celeste, las cosas que hacemos por las personas que amamos no son sacrificios.

Supongo que tenía razón.

—Bien, quedó claro que es complicado ganarte —reconocí para mí, robándole una sonrisa—. Y como no quiero que sigas anotándome puntos será mejor que me despida de Doña Juli y Berni para irnos...

Sin embargo, mis palabras quedaron en el aire porque en mi recorrido casi me llevé a alguien de encuentro. Un fugaz susto que se mezcló con una infantil risa. Volví a respirar al comprobar de quién se trataba

—A que no me viste —adivinó contento Berni a la par su risa inundó la habitación. Sin poder quedarse quieto me rodeó. Negué con una sonrisa, cruzándome de brazos. No era gracioso—. ¿A dónde van? —curioseó al notar que íbamos de salida.

No tuve tiempo de armar una historia, supongo que Sebastián lo adelantó porque intervino antes de que cometiera una imprudencia.

—Voy a robarte a Celeste un rato, va a ayudarme con unas cosas del trabajo —le explicó tan hábil, que ni siquiera percibió mi titubeo. Lo comprendió sin problemas, asintió con una sonrisa.

Sonrisa que despareció apenas abrí la boca.

—Pero prometo que no tardaré. Ya preparé la ropa para ir al doctor apenas regrese —le avisé.

Entonces su alegría se esfumó por arte de magia.

—Ay no —se quejó en voz alta. Un puchero se formó en sus labios antes de caminar lejos de mí y echarse a la cama, resistiéndose—. No quiero ir. No. No —murmuró escondiendo su rostro en la almohada.

Me hubiera gustado reñirlo por su berrinche, pero me fue imposible. No cuando sabía lo mucho que le costaba, cuando yo había presenciado en primera fila su dolor. Respiré hondo, agotada por no ganar ninguna de esas batallas. Con el corazón estrujándose en mi pecho, me trepé en el colchón, buscando su carita. Hubiera dado todo por tener la cura de su sufrimiento.

—Sabes que es por tu bien, Berni —le recordé.

Y lo era, pero eso no implicaba fuera fácil. Berni no me dio la cara, se resistió a ceder.

—Te pareces mucho a Patricia. —Escuché a Sebastián, ganando mi atención, de forma tan inesperada que incluso Berni se asomó de forma disimulada. Fruncí las cejas confundida, sin entender qué planeaba—. Odiaba ir al médico cada que se enfermaba, hacía exactamente lo mismo, ¿lo recuerdas? —me preguntó.

Pensándolo bien, tenía razón. Una sonrisa nostálgica se me escapó al viajar en el tiempo. Era todo un espectáculo convencerla cada que una vacuna se marcaba en su cartilla, protagonizaba las mejores locuras con tal de librarse.

—¿Tú conociste mucho a mi mamá? —curioseó Berni sin contenerse, recuperándose de a poco.

Verlo un poco más animado le regaló un poco de paz a mi corazón. Contemplando cómo había logrado sacarlo de aquel panorama oscuro le agradecí en silencio, con un débil sonrisa.

—Ajá, teníamos la misma edad, estudiamos juntos durante muchos años —lo puso al tanto, haciéndose espacio a mi lado. Eso despertó su interés. 

—¿Entonces también conociste a mi papá? —lanzó de pronto, dejándome en blanco. No lo vi venir, aprovechó la oportunidad a sabiendas lo difícil que le era conseguir esa información. Me tomó por sorpresa, tardé un segundo en reaccionar y cuando al fin logré conectar mi cerebro con mi cuerpo lo único que logré fue darle una mirada alarmada a Sebastián.

No sé qué pretendía escribir en ella. Miedo, silencio, ayuda. Había tanto escondido en aquel gesto que fue un milagro él la descifrarla.

—Yo ya me había marchado a Monterrey cuando tú naciste —admitió para su desilusión y mi alivio, sin mentirle, pero cuidando no lastimarnos.

La carita de Berni, viendo su última puerta cerrarse, se llenó de tristeza. Me odié un poco. Una punzada de culpa me atravesó, yo mejor que nadie sabía lo mucho que él añoraba saber de su padre, en verdad me hubiera gustado darle lo que tanto deseaba, pero es que lo poco que sabía de Raymundo causaba más pena que alegría. Prefería no abrir viejas heridas, ni despertar más dudas con la poca información que tenía en mis manos. Me pregunté si intentando protegerlo no estaría haciéndole más daño.

—Pero no te pongas triste —añadió Sebastián al notarnos perdidos—. Tú no eres una mezcla de ambos, eres una versión única. Escucha —le pidió, desviando su atención al presente. Tenía una forma de decir las cosas que incluso a mí me había envuelto en su charla. Berni fijó sus ojitos en los de él—. Eres el chico más valiente que conozco. Te lo digo en serio, no solo porque sé que sobrellevar el tratamiento no es sencillo, sino porque mírate —lo señaló. Berni ladeó su rostro—, te adaptaste como un campeón a la ciudad. Cuando yo me mudé estaba muerto de miedo. Creo que no dormí una semana —le contó divertido.

—¿En serio?

—No te miento. En cambio tú, no te has quejado una sola vez, has aprendido a sonreír aunque no es tarea sencilla —reconoció. Berni lo pensó. Yo asentí, estando de acuerdo—. Imagino cómo te sientes, y llorar está bien, estar cansado —le explicó comprensivo—, pero tú eres demasiado fuerte para rendirte. No. Piensa que este es el último acto de la película —expuso. Mi sobrino se acomodó para oírlo mejor—. Cuando el villano parece que tiene todo para ganar y el héroe quiere renunciar, pero no lo hace. Solo hace falta el último empujón, Berni —le animó.

Mi sobrino, sentándose en el colchón, pintó un mohín, meditándolo. 

—¿Soy como un superhéroe? —soltó ilusionado ante la comparación.

Sebastián tan dulce, revolvió su cabello en un gesto que dejaba a la luz el material del que estaba hecho su corazón. Él siempre fue así, un abrazo para el que muere de frío. Reservado, callado, de pocas, pero significativas palabras.

—Pues eres lo más parecido a lo que conozco.

Sonreí enternecida ante su respuesta.

—Escucha, hagamos algo —propuso Sebastián al notar había logrado capturar su entusiasmo—. ¿Qué te parece si buscas cuál sería tu nombre? Dibújate. Y cuando tú regreses del hospital y yo del trabajo, me lo muestras —planteó, dándole un motivo para soñar esa mañana.

Fue una idea tan sencilla que logró robarme el corazón porque contemplando la sonrisita de Berni, la niebla se disipó. Y mientras los contemplaba charlando, me encontré con la sonrisa de Doña Julieta que nos observaba desde el marco de la puerta. No necesitó hablar para saber lo que estaba pensando, la misma pregunta que me había hecho miles de veces: ¿a qué le tienes tanto miedo, Celeste?

Y la repuesta resonó con más fuerza.

A despertar.

—¿Es aquí? —dudé.

Mis ojos estudiaron desconfiados la construcción frente a mí. Tras más de una hora de camino al fin el vehículo de Sebastián se detuvo frente a una pequeña casa de un piso. En ella no distinguí ninguna pista que me adelantara se trataba del hogar de Raymundo, nada más que las letras escritas en una servilleta.

Sebastián volvió a revisar la pantalla de su celular.

—Al menos ese es el lugar que marca el mapa.

Asentí distraída, otro vistazo sin prisa que despertó miles de preguntas. De solo imaginar que detrás de esa puerta estaba Raymundo, la posible salvación del ser que más amaba, se abrió un vacío en mi estómago. Tan cerca de conseguir lo que había venido a buscar. Estaba a unos pasos de enfrentar uno de mis mayores temores, porque ninguno de mis escenarios terminaba con un "no" de su parte.

Negué, no era momento para arrepentirse. Respiré hondo, necesitaba ser valiente. No me rendiría sin luchar, pensé en Berni, el recuerdo de su sonrisa fue el impulso que me faltaba.

—Bueno, no perdamos más el tiempo —solté tras reunir el valor, dispuesta a saltar sin importar en el camino me rompiera en pedazos. En un impulso tomé la manija y cuando estuve a punto a salir, alguien me detuvo tomándome con cuidado de la muñeca.

Giré confundida, encontrándome con la mirada de Sebastián.

—Tal vez sería mejor que fuera yo a revisar primero —optó. Tardé un segundo en entenderlo, se me escapó una sonrisa al comprender solo estaba preocupado por mí. Era normal no se fiara de las intenciones de un par de personas que ni siquiera conocía.

—Tranquilo, conozco a Raymundo, no es santo de mi devoción —admití—, pero tampoco un sicario.

Él no usaría un pistola, tenía armas mucho más poderosas para hacerte pedazos, ambos lo sabíamos, y contra ellas no había forma de protegernos.

—Sí, tienes razón —reconoció tras meditarlo, cayendo en cuenta que tal había exagerado.

No, tenía razón de sobra para desconfiar, era solo que... Yo sabía que tenía que enfrentarlo por mi cuenta, después de todo, era mi batalla. De todos modos, me fue imposible no sonreírle con ternura porque sabía cuál era su verdadera intención. 

—Gracias por cuidarme —repetí sin contenerme.

No solo era tarde, sino en cada paso. Desde que nos habíamos reencontrado en Hermosillo no había dejado de hacerlo, en cada paso, en cada tropiezo. Siempre sus manos para sostenerme en las caídas, para secar mis lágrimas. Sonreímos, en silencio, y tuve la impresión que ambos pensamos lo mismo. En la promesa que hicimos sin palabras, protegernos, estar para el otro cuando lloviera. 

Y afuera amenazaba con pronto caer un aguacero, así que a sabiendas era momento de enfrentar la verdad descendí de un salto. Un soplo de viento revoloteó mi cabello con fuerza, nerviosa ajuste mi chaqueta a la par el tacón de mi botín se hundió en la tierra que se mantenía húmeda tras la tormenta de la noche anterior. El primer paso costó, el otro se dio de manera tan natural que cuando caí en cuenta estaba cruzando el corto sendero que me separaba de mi objetivo.

Busqué alguna pista que me adelantara qué encontraría del otro lado, pero más allá del largo del césped o un papel tirado en el suelo, no hubo un solo detalle que despertara mis alarmas. Y entonces de pronto, el tiempo se acabó. Respiré profundo al encontrarme con aquella puerta. Intenté repasar el guión, pero las palabras de esfumaron. No quedaría de otra que improvisar, decidí a la par di el primer golpe. Fuerte, contundente, directo. Un simple movimiento que lo dijo todo. No había vuelta atrás.

Esperé. Unos segundos antes de que la desesperación me llevara a dar el segundo. El tercero, el cuarto... Mi respiración se aceleró cuando perdí la cuenta. Negué, ansiosa retrocedí buscando otra alternativa. No dije nada, rodeé la entrada antes de asomarme por el pasillo que daba al patio trasero. Me paré de puntas, no logré ver más que el concreto. Nada. Regresando sobre mis pasos, los impactos fueron menos pacientes. No sabía si era cosa mía, pero sentía que había pasado una vida.

—¿Habrá alguien en casa?

Escuché una voz sensata a mi espalda. Ni siquiera me di permiso de pensar en esa posibilidad. No, otra vez no. Quizás fue mi angustia lo que me llevó a delirar porque tuve la impresión que distinguí el leve aleteo de una cortina, apenas perceptible para un simple espectador, imposible de dejarlo pasar para alguien que no estaba dispuesta a irse sin una respuesta.

—¡Raymundo! —Esta vez el golpe fue acompañado de un grito que me desgarró mi garganta. Tenía que oírme—. Soy Celeste, la hermana de Patricia —anuncié. Otro golpe que hizo eco—. Tenemos que hablar, es sobre tu hijo —le informé, no sé con qué intención.

Quizás tocar un corazón que quizás ni tenía.

—Tal vez salió —planteó, cuando no recibí respuesta.

Solo había una forma de saberlo.

Aún con el corazón apretado en el pecho, escaneé los alrededores, en un vistazo fugaz acabé chocando con una mirada curiosa a lo lejos. Ni siquiera lo pensé. En un par de zancadas atravesé como un tornado las casas que me separaba del hombre que en una mecedora nos observaba desde el pórtico de su casa. Tenía una botella que aferró con fuerza cuando me planteé frente a él. En un primer instante su rostro reflejó sorpresa, como si no hubiera visto venir pasaría de espectador a protagonista, pero pronto el sentimiento fue remplazado por otro que me revolvió el estómago. No le di importancia centrándome en lo más importante. Estuve a punto de hablar, pero él se me adelantó estudiándome a detalle de arriba a abajo.

—Wow, los ángeles decidieron hacerme una visita.

Fruncí las cejas, molesta. Por Dios, lo que me faltaba. Decidí pasar por alto su comentario, notando estaba ahogado en alcohol, ordenándome no perder el norte. Necesitaba respuestas.

—¿Usted sabe si Raymundo García vive en aquella casa? —lo interrogué, directa, ansiosa.

Pintó un mohín exagerado, fingió pensarlo y después dejó ir una sonrisa cínica.

—Puede...¿Qué me darás a cambio si te lo digo, guapa? —insinuó.

Ni siquiera tuve tiempo de responderle porque en un reflejo tuve que interponerme entre Sebastián, que me había alcanzado, y al que no le había hecho nada de gracia. De un momento a otro coloqué mi mano en su pecho, impidiendo avanzar, temiendo se metiera en problemas. En una mirada le pedí que se contuviera. Tras un largo suspiro, me dio la razón. No valía la pena.

—Te vas a ahorrar un par de golpes si te andas sin rodeos —le advirtió.

El hombre cambió de actitud en un parpadeo, al percibir iba en serio.

—Tranquilo, catrín —se excusó, queriéndose hacerse el graciosito y hacerlo bajar la guardia. No funcionó—. Era solo una broma.

—Raymundo vive ahí o no —repetí, para terminar de una buena vez antes de que las cosas se pusieran peor.

—Pues sí, de que vive ahí, vive —admitió, regresándome el alma a mi cuerpo. Entonces Gabriel no me había engañado... Celebré demasiado rápido—, pero eso es un decir.

—¿A qué se refiere? —indagó Sebastián, al que la paciencia se le estaba acabando.

—A que Raymundo no tiene un lugar fijo —expuso con torpeza, librando una batalla entre su lengua y sus ideas—. Anda por aquí unos días, luego consigue un trabajito y se desaparece una semana. Es difícil seguirle los pasos. Encontrarlo es cuestión de suerte —me puso al tanto. Me obligué a respirar para no perderme, necesitaba usar la cabeza—. No lo he visto en un tiempo, pero volverá —aseguró como si aquel ritual siempre tuviera el mismo final—, aunque solo Dios sabe cuándo.

Raymundo era una promesa sin fecha de cumplimiento.

—Eso sí, no eres la primera mujer que pasa a buscarlo —añadió—. Así que si vienes a decirle que estás de encargo o a cobrarle deudas mejor ni te desgastes —me aconsejó, golpeándome con la realidad—, no vas a volver a verlo...

Y supongo que en el fondo lo sabía, siempre supe que creer en Raymundo era como confiar en las estrellas fugaces, deseos inocentes de una niña desesperada. Sin embargo, no fue hasta que  me quedé sin opciones para seguir fiándome de imposibles que algo dentro de mí se quebró. Era momento de enfrentar la verdad. ¿A quién intenté engañar? 

Huyendo de la respuesta ni siquiera lo seguí escuchando, adelantando me sepultarían mis errores regresé furiosa sobre mis pasos y me di permiso de estallar. Explotó tras el primer golpe todo lo que había guardado desde que leí el resultado del primer examen, desde que el primer negativo llegó a mi vida. Esa marea que había intentado contener, y que ahora reclamaba ser libre.

—Eres un maldito cobarde —le grité, sin importar pudiera escucharme, en un mal intento de sacar todo el odio que se me acumulaba. La impotencia, la rabia, el dolor...—. Nunca supiste ser su padre y ni siquiera eres capaz de dar la cara —escupí resentida. Otro golpe que hizo arder mis nudillos. No me importaba si me echaban. Ya no me importaba las consecuencias—. ¡Ojalá te hubieras muerto tú y no Patricia esa noche! —maldije sin pensarlo, tapándole los oídos a mi consciencia.

Mi vida hubiera sido tan diferente. Así ella estaría ahí, podría apoyarme en su hombro y me consolaría, me susurraría que todo iría bien, que juntas encontraríamos la salida. Maldije la hora en que se cruzó en su camino.

—Celeste...

Sebastián quiso tomarme de los brazos y alejarme de mi peor versión, pero repelé su contacto. No por él, sino por mí. No quería que regresará mis pies a la tierra, por un instante deseaba romperme, soltar lo que cargué por años sin importar si era buena o mala. Estaba cansada de levantarme esperando ese sería el día, aguardando por una llamada que nunca llegaría. Estaba cansada de luchar para terminar estampándome. Y lo peor era que no podía rendirme, por más que me temblaran los pies, por más que me doliera el corazón. Estaba atrapada en un laberinto sin salida.

—Solo te pedí una cosa, una maldita cosa —reproché al aire, con la voz cortada, golpeando con ambas palmas la madera. Derrotada apoyé la frente cuando la visión se me nubló—. Es tu hijo —murmuré.

Pero lo sentía más como mío. La sonrisita inocente de Berni, esa misma que había visto crecer con los años, se dibujó en mi mente. Y una parte de mí, mantuvo la esperanza de que estuviera dentro, que me escuchara, se compadeciera, que por primera vez en su vida pensara en el niño que dejó en Hermosillo.

No pasó. Nunca lo haría, fue entenderlo lo que me hizo pedazos. Era momento de aceptarlo: Raymundo no marcaría la diferencia, él no sería el milagro por el que rezaba cada noche.

¿Entonces dónde estaba? ¿En verdad existía?

—Celeste, podemos intentarlo otro día... —consideró Sebastián cuando el caos pasó, y lo único que quedó a su paso fue mi tenue respiración.

Sus manos me tomaron de los hombros, y aunque no pude verlo a la cara pude adivinar cuál sería su expresión. Confirmarla al darme la vuelta y encontrar su mirada preocupada me robó un sollozo. Aquel gesto derribó mi escudo, sus brazos cálidos me abrigaron, sostuvieron los trozos que quedaban. Dejé de fingir tenía todo bajó control.

Ese engaño estaba acabando conmigo.

Él siempre tuvo razón, poner mi fe en Raymundo solo me causaría dolor. Y ni siquiera podía culparlo porque sola me hice ilusiones, ignoré todas las advertencias que indicaban estaba tomando el camino equivocado. Y pese a que lo orillé en mi insistencia a ese punto, no hallé una pista de reproche en sus ojos. No hubo un solo "te lo dije", todo lo contrario.

Esa mañana el viento apagó la velita de esperanza que había intentado por todos los medios mantener con vida, quedándome a oscuras. De pie, frente a un futuro nebuloso, tiritando de miedo, la vida me enseñaría una de sus lecciones más duras: las páginas que le seguían, pese a que me costó aceptarlo, no estaban en mis manos.

Jamás lo estuvieron. 


¡Hola! ¿Cómo están? Tal parece que Raymundo está fuera del mapa, Celeste tendrá que buscar otras opciones 😭¿Qué creen que hará? Los quiero mucho. Preguntas de la semana: ¿Qué sucederá con Celeste ahora que ha descartado a Raymundo? ¿Frío o calor? ❤️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top