Capítulo 20

Dulce: Te envío la dirección de la cafetería por si quieres pasar a tomar algo. Parece promoción, pero es invitación ;)

Confieso que me pensé mucho si sería una buena idea, pero tras la última diálisis de Berni consideré que, asfixiado en aquella triste vida que se resumía al hospital y las paredes del departamento, le haría bien conocer otros niños. Deseosa de que por un momento olvidara el dolor, un sábado por la noche tomé mi viejo bolso, me puse mis botines y con ayuda de un taxista di con esa linda y hogareña cafetería que inundaba la calle de un suave olor a chocolate.

Las luces que se proyectaban por los amplios ventanales de cristal contrastaban con el pequeño cartelito que colgaba de la entrada donde podía leerse "cerrado" en negro. Cerré los ojos, regañándome por mi despiste, se me había pasado por alto preguntar el horario. ¿Cómo pude olvidar algo así de importante? Suspiré derrotada, y cuando estuve a punto de darme la vuelta para regresar, una voz a lo lejos me detuvo.

—Mira a quiénes tenemos aquí.

Reconocí enseguida la voz de Dulce que cargando un pequeño de cabellos rubios y enormes ojos azules se apoyó en el marco de la puerta, sonriéndonos con esa sonrisa de comercial que dejaba a la luz su alegría. Llevaba un pantalón de mezclilla y una sudadera enorme rosa.

—Lamento la hora —me disculpé algo avergonzada, acomodando el aza de mi bolsa, en una manía para mantener mi mano libre ocupada. Con la otra me aferré con más fuerza a Berni que nos miró curioso de una a otra.

—Baa. ¿Lo dices por el cartel? —lanzó, restándole importancia con un ademán—. Eso aplica para los clientes, no para los amigos, para ellos siempre hay tiempos —remarcó generosa. Sonreí, eso decía mucho de ella—. Pero no se queden ahí, pasen —nos animó agitando su mano, invitándonos a entrar—. Sé que desde fuera se ve bien, pero la magia está dentro.

Berni ni se lo pensó, me haló obligándome a dejar la timidez. Y comprobé no mentía, apenas pusimos un pie dentro la atmósfera que nos envolvió fue como un abrazo. No sé si fue la melodía tranquila que resonaba, el olor a café o los colores de los adornos, pero fue imposible no sonreír. Cada detalle gritaba su nombre.

—Así que tú debes ser Berni. —La voz de Dulce me regresó al presente. En su andar le dio una simpática sonrisa a mi sobrino que caminaba a mi lado—. Estás enorme. Bien, para alguien que mide uno sesenta, todo el mundo es enorme —reconoció risueña—. Temo que en un par de años este siga lo mismo pasos —soltó mientras con su brazo acomodaba al niño—. Saluda, diles hola —le dijo contenta. Él, que parecía aún no entender muy bien el significado de esa palabra, solo rio, dejando a la luz una sonrisita con sus pequeños dientitos blancos. Sonreí enternecida—. Es un poco tímido, pero dejen que agarre confianza —nos advirtió.

Si se parecía a ella las pláticas serían interminables.

—Cariño, llegaron visitas —anunció alzando la voz para hacerse oír sobre la música. Casi en un reflejo un hombre se asomó por la barra, chocando sorprendido con nosotros. Incluso cuando parecía no entender, no hizo preguntas, nos dio un tímido, pero amigable, saludo en un sutil asentamiento—. Ellos son Celeste y Berni —nos señaló—. Te presento a mi marido, Andy Islas, el mejor cocinero, repostero y hombre del mundo.

—Un gusto.

Era un hombre alto, delgado, de cabello algo implacable, pero facciones apacibles. Llevaba un mandil blanco sobre una camisa clara y unos pantalones cafés. Le di una leve sonrisa antes de centrarme en el otro pequeño que apareció y se escondió tras el pantalón de Dulce, observando curioso a los nuevos intrusos. Vaya, Dulce, tenía buenos genes, admití divertida porque ambos eran idénticos a ella. Rubios, de ojos claros y piel blanca como la leche, unas réplicas.

—Y ellos son Andrés y Eve —añadió sin querer dejarlos fuera. Les dediqué una sonrisa junto a un ademán para que no tuvieran miedo, creo que funcionó porque el más grande correspondió a mi gesto.

—No sabía que tu esposo tenía una cafetería —retomé la conversación.

Aunque para ser sincera no sabía casi nada de ella, apenas nos conocíamos, lo poco que hablamos en mis fugaces visitas a la empresa, eran para mostrar algún avance del proyecto.

—Bueno, aún no es de él, digamos que estamos en pláticas —me contó, guiándome con un ademán a una mesa vacía. Asentí, escuchándola. Tomé asiento junto a Berni, ella ni siquiera se sentó. Fue como si algo anduviera mal, pronto pareció dar con la pieza faltante. Chasqueó los dedos—. Esperen aquí, tengo algo para ustedes —anunció contenta.

Su niño corrió tras ella mientras ella buscaba algo junto a la caja registradora. Admiré como su esposo la contempló con una sonrisa en su recorrido. Ella dio un salto alegre celebrando había dado con lo que buscaba. Entendí la razón de su triunfo cuando le mostró a mi sobrino una tarjeta de colorear junto a una caja de colores de madera. Noté por el logo impreso que eran parte del negocio. Un bonito detalle para los clientes con hijos. Berni y su pequeño pronto se olvidaron de nosotras.

—Mi esposo ha trabajado varios años en este lugar, nadie lo conoce mejor que él —remarcó—. Después de que se graduó estuvo en varios establecimientos, y le fue bastante bien, pero hace un par por cosas del destino se reencontró con su jefe y este le pidió una mano. Él confía muchísimo en él, lo quiere como si fuera su hijo, le dio un montón de libertades, y ahora que está a punto de retirarse quiere que él quiere al mando. No solo como gerente, sino como el dueño —celebró emocionada—. Pensamos que sería una buena oportunidad para que pueda cumplir su sueño. Solo necesitamos una firma, cosa de papeleo, reunir un poco de dinero y voilà —resumió con un aplauso—. Estaremos ante la cafetería de la ciudad. Apuesto que será un éxito, no solo porque tiene muchísimo talento, sino que tiene un montón de ideas maravillosas que sé que la gente amará —pronosticó ilusionada. Se me estrujó el corazón escuchándola hablar con tanto orgullo. Que suerte tenía ese hombre—. Te lo voy a demostrar, ¿qué te gustaría probar? —lanzó generosa.

—No, no, no se molesten —me adelanté deprisa, impidiendo se pusiera de pie. Ya suficiente tenía con que nos recibieran a esa hora para darles más trabajo.

Dulce río ante mi sobresalto.

—No es molestia, además no puedes decir que estuviste en Monterrey sin probar un café preparado por el mismísimo "Andy Islas" —anunció con bombo y platillos—. Pronto se convertirá en una tradición. Te aseguro que es el mejor de la ciudad, lo amarás.

Adelantando no aceptaría un no por respuesta, le pedí un par de chocolates. Ella asintió antes de acercarse con su marido, se apoyó en la barra mientras él la escuchaba con total atención. Admirandolos sonreír como un par de adolescentes brotaron algunas preguntas.

—¿Llevan mucho tiempo juntos? —me atreví a preguntar cuando regresó. En una mirada derrochaban complicidad, lo cual solo podía significar dos cosas: un romance nuevo o una conexión poderosa de años.

—Uy, creo que he perdido la cuenta —se burló de sí misma, meciendo a su bebé que jugaba con una servilleta en sus rodillas—. Nos casamos cuando tenía veinte —reveló. Supongo que mi cara reflejó la sorpresa—. Sí, una locura, llevábamos apenas unos meses saliendo, una noche en un impulso, muy digno de nosotros, me preguntó si quería casarme con él. Ni siquiera lo pensé, sabía que era el hombre de mi vida —me relató sonriéndole al pasado—. Nuestra boda fue sencilla, adecuada para un par de estudiantes que estaban más preocupados por acabar el semestre. Igual no me arrepiento, todo lo que pasó después lo compensó, tenerlo a mi lado me ayudó muchísimo a sobrellevar los días difíciles, a superarme. No sé dónde estaría ahora de no habernos conocidos —murmuró nostálgica tras un suspiro—. Terminamos nuestras carreras, nos estabilizamos, compramos nuestra casa, y cuando al fin logramos unos buenos empleos comenzamos a formar nuestra pequeña, pero original, familia.

—Suenas muy enamorada —noté, como si los años no hubiera desgastado su relación, todo lo contrario. Aún le brillaban los ojos al hablar de él. Era raro encontrar una pareja así.

—Lo estoy. En verdad que sí —repitió, sin poder contradecir lo evidente. Lucía tan radiante que estaba claro era feliz. Me alegraba en verdad por ella, se lo merecía. Era esa clase de milagros que te impiden perder la fe—. Pero ya hemos hablado muchísimo de mí, ¿tú no quieres contarme una de tus historia de amor? —cambió de tema, divertida—. Me encanta escucharlas.

Resoplé riéndome de mí misma, se había topado con la persona equivocada.

—Mi vida amoroso es más aburrida que una hoja de papel en blanco —admití con un mohín, sin querer hacerme la interesante, pero siendo honesta.

—Bueno, incluso lo más simple puede volverse especial en las manos correctas —argumentó con sabiduría cuando su esposo apareció con cuatro bebidas. Le agradecí con una sonrisa—. ¿Conoces a Sebastián desde hace mucho? —curioseó de pronto, sacándome de base mientras él acomodaba las tazas frente a nosotros.

Fruncí las cejas, confundida ante la cuestión. Tuve que disimular la sorpresa para que no malinterpretera mi emoción.

—Desde que éramos niños... Aunque no sé, hay veces que siento que lo conozco de toda la vida, y otras que la primera vez que lo vi fue cuando regresó a Hermosillo —confesé—. No sé cómo explicarlo, luce tan distinto, pero al mismo tiempo, sé que en el fondo no ha cambiado nada.

Supongo que el muchacho que conocí seguía vivo en el interior de aquel hombre mucho más formal y maduro.

—Lo has analizado bien —me acusó, dándole un sorbo a su bebida.

Enseguida aveciné a dónde se dirigía. Negué con una sonrisa antes de imitarla. Dios, no mentía, su esposo sí que tenía el toque. Creo que no había probado algo tan bueno desde hace mucho.

—No creo que más que tú, pasa más tiempo en la oficina que en cualquier lado.

—Eso es cierto, pero no somos muy cercanos. No porque tenga algo en contra de él, tengo pruebas que Sebastián es un tipazo, pero siempre ha sido reservado. Además, digamos que mi fidelidad estaba con otra persona —murmuró para sí. Alcé una ceja, no la comprendí. Tampoxo entró en detalles—. Pero no necesito ser su mejor amiga para notar que últimamente está diferente.

—El concurso lo está absorbiendo.

—El concurso... ¿Dónde he oído eso antes? —se burló de mí. Callé para no caer en ese juego. Cada que una persona hacía una insinuación la herida que trataba de cerrar tras su rechazo se abría un poco. Él no me quería de esa forma. Sus palabras seguían haciendo eco en mi corazón—. Bien, echémosle culpa, pero está feliz. Mantenlo así, te lo vamos a agradecer todos en la oficina —bromeó juguetona.

Quise sonreír, pero lo olvidé porque mi cabeza estaba en otra parte.

—Dulce, ¿puedo hacerte una pregunta? —dudé entrando en confianza, aprovechando había puesto el tema sobre la mesa, porque sabía que solo a ella podía ayudarme. Aquel nombre no dejaba de darme vueltas desde hace algunas noches.

—Dispara —me animó de buen humor.

—¿Tú sabes quién es Miriam?

Se arrepintió, de pronto su alegría se esfumó como el vapor. Fue tal su sorpresa que se atragantó en su intento de no escupir la bebida. La mirada de los niños se fijaron en ella que ruborizada se abanicó el rostro.

—Le falta un poco de azúcar, cariño —mintió cuando su marido se acercó a auxiliarla. Tuve que contener una risa ante su expresión desencajada—. ¿Quién te habló de ella? —preguntó fingiendo mal naturalidad mientras él se encargaba del más pequeño.

—Sarahí. La noche que nos conocimos, me dijo que Sebastián estuvo obsesionada con ella —le conté, repitiendo sus palabras.

Me pregunté si sería ella la que ocupaba su corazón.

Dulce chistó algo entre dientes, se acomodó irguiendo la espalda, fingiendo todo estaba bajo control.

—Miriam... Fue... —balbuceó, le pidió en una mirada ayuda a su marido, pero él no supo qué hacer—. Es... Bueno... Digamos que... Dios, deberían escribir un libro para ahorrarnos esta plática tan incómoda —murmuró para sí, haciéndome reír.

—No tienes que decírmelo si no quieres —la tranquilicé, liberándola del dilema.

—Mi lado chismoso si que quiere, pero el leal no me permite entrar en detalles —me explicó. Negué, no quería que se metiera en líos por mi culpa—. Digamos que trabajaron juntos, y que sí, hubo algo de amor, pero en diferentes tiempos. No tienes que preocuparte. Si conocieras a Miriam la amarías, te lo aseguro. Todos lo hacen —afirmó, buscando el apoyo de su esposo, que en un asentimiento le dio la razón.

—Sí, lo imagino.

Aunque de pronto se arrepintió al caer en un pequeño detalle.

—Pero no de ese modo amar —aclaró deprisa. Su esposo negó también en un reflejo cuando ella sacudió su cabeza—, es decir, me refiero a... Dios, por qué no puedo cerrar la boca —se regañó tras su enredo, escondiendo su rostro en la mesa.

Su marido disimuló una sonrisa.

—No te preocupes, te entiendo —le dije, escondiendo también una sonrisa.

—Lo que quería decir es que Miriam tiene la vida que siempre soñó —expuso sin deseos que la malinterpretara—. Y todos deberían alcanzarla, ya sea formar una familia, casarse, dedicarse a lo que te apasiona, abrir un negocio, vender tostadas en el mercado, adoptar un gato comelón o simplemente terminar de ver esa novela que dura más que tu juventud. Cuando eres feliz vives el presente, lo disfrutas, entiendes que de eso se trata el éxito.

Me gustó la manera en que veía la vida.

—Yo sé que seré completamente feliz cuando Berni pueda salir ese hospital para siempre —le confesé con una sonrisa, el corazón me amenazaba con explotar de solo imaginarlo —. Cuando eso pase, no voy a pedirle nada más a la vida porque me lo habrá dado todo.

El resto lucharía por alcanzarlo, aprendería a lidiar con los "no", a conseguir los "sí". Lo único que necesitaba era la oportunidad, porque sabía que con él a mi lado ser feliz estaba asegurado.

—Verás que sí —me animó con una sonrisa sincera. Guardó silencio un segundo, ladeó su rostro enfatizó su expresión enternecida—. Te confieso que me recuerdas un poco a mí —me compartió. Soltó una risita ante mi expresión confusa porque el comentario no lo vi venir—. Sé como duele ver a la persona que más amas sufrir, esperar en un hospital que su dolor cese, que te cueste respirar hasta asegurarte que él lo hará. El miedo paraliza, te esfuerzas por sonreír por los demás, mas por dentro estás rota por dentro —describió con tal precisión que se formó un nudo en mi garganta. Fue fácil, contemplando su mirada algo perdida, entender no eran palabras vacías, debían ser producto de una herida que aún no cerraba, que tal vez nunca lo haría. No quise hacer preguntas por miedo a herirla—. Eres muy valiente.

—¿Valiente?

¿Valiente cuando temblaba cada que la incertidumbre tocaba a mi puerta?

Dulce lo pensó, torció sus labios rosas hasta que llegó a una conclusión, muy a su estilo.

—Valiente es levantarte cuando crees que no tienes un solo motivo para hacerlo, seguir tu corazón, ese pequeño consejero en el que radica toda la fuerza, es seguir adelante cuando sientes no hay nada del otro lado del puente —declaró con una suave sonrisa—. Estas son las páginas complicadas, pero pasará, lo mejor está esperando un par de líneas abajo —me apoyó—. Te espera un gran futuro, eres buena y talentosa. He visto tus dibujos para la convocatoria, tienes algo especial. Además, la forma en que juegas con las texturas, que nos recuerdas hay vida en cada rincón, apuesto vas a destacar —me deseó con tan buena intención que me fue imposible no corresponder a su alegría—. Tal vez... Hasta podrías ayudarnos con el nuevo logo del negocio —propuso de pronto, como si la idea acabara de nacer en su cabeza.

—¿El logo del negocio?

—Ajá. Cuando mi marido compre el local queremos darle un nuevo aire, renovar la fachada. Sí, sería genial. ¿Qué te parece? —me preguntó, emocionada con su propia iniciativa—. Sería algo sencillo porque tenemos un ahorro pequeñito, pero podrías hacerme algún presupuesto. Me encantaría que estuvieras al frente.

—¿Lo dices en serio? —repetí incrédula, al borde del delirio. No podía creer lo que estaba escuchando, mi sonrisa apenas cabía en mi rostro.

—Claro. Yo no bromeo... Al menos no en cosas serias —añadió con una sonrisita traviesa.

Respiré hondo, digiriendo el cosquilleo en mi estómago. Quería ponerme a brincar.

—Sí, sí. Muchísimas gracias. No sabes lo importante que sería para mí, prometo que no voy a defraudar tu confianza, pondré todo mi empeño en entregarles un gran trabajo —les di mi palabra, determinada a no fallarle a quien me abría la puerta.

—Sé que lo harás —repitió sonriéndome—, pero no me agradezcas, para eso están los amigos.

Amigos. Sonreí con el eco de esa palabra retumbando en un corazón que por años se sintió un poco apartado del mundo. Ahora, con Berni a mi costado, la ayuda de Doña Julia, la compañía de Sebastián, y la familia de Dulce me sentía menos sola, como si de pronto el mundo que estuvo en pausa por una larga temporada comenzara a girar, y me hiciera un pequeño hueco para escribir mi historia. Así que así se sentía vivir...

Y de pronto, en medio de mi alegría, el celular en mi bolsillo vibró, y mientras la escuchaba hablar, disfrutando de la noche, aquel mensaje que llevaba días esperando apareció de la nada. Dejé de respirar. Así, de golpe, sin aviso, paralizando mi corazón, mi vida, y echando abajo todo lo estaba construyendo. 

¿Qué será ese mensaje? 🙀😯 Vimos un poco sobre la familia de Dulce y Andy❤️. Siempre es un regalo escribir sobre este par. Preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿De quién será el mensaje? ¿Saben por qué los nombres de los hijos de Dulce y Andy? Si tuvieran la oportunidad de darle nombre a la nueva cafetería, ¿cuál sería? Los quiero mucho.

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