Capítulo 19
Había olvidado la primera vez que acudí a una de esas monótonas reuniones. Lanzando como un reflejo las preguntas perfectas para convencerlos tenían mi atención, recordé al ingenuo muchacho al que la ansiedad debió devorar, lleno de ilusiones pensando que estaba ante la página que cambiaría su vida, dispuesto a entregar su alma a cambio a obtener las llaves del éxito. Muchos años después me pregunté en silencio, ¿en qué momento perdió la magia? ¿O es que nunca la tuvo?
No logré responder porque el sonido de mi celular me obligó a volver al presente. La alegría de hallar una excusa perfecta para plantear distancia se tornó en una mueca molesta cuando leí el nombre que iluminó la pantalla. Solté una disculpa, fingiendo naturalidad, antes de apartarme de la gente, decidido a hacerle frente. Mejor ahora que nunca.
—Sebastián, te llamaba para saber si Celeste llegó.
La voz de Karen se perdió un poco entre la melodía. Negué incrédulo, su naturalidad hubiera convencido a cualquiera de sus buenas intenciones, pero no a mí, a mí me había bastado una noche para conocer otra de sus caras. No cometía el mismo error dos veces.
—Sí, hace un rato —la puse al tanto, caminando por el pequeño recibidor sin poder quedarme quieto—. Pero no he tenido oportunidad de hablar con ella —solté, con un tono tan indiferente que enseguida las alarmas se encendieron.
—Sé lo que debes estar pensando —se adelantó. Tuve que contenerme para responderle que no tenía ni idea—. Debes estarte preguntando dónde está mi buen gusto... —lanzó de pronto una avalancha de posibilidades que se alejaban de mis verdaderas interrogantes. Lo que en verdad que cuestionaba era dónde había quedado su humanidad—, ¿cómo olvidé las reglas de etiqueta que conozco de memoria? Y no lo hice —remarcó—, pero tienes que entenderme...
—Y lo hago, entiendo perfectamente lo que hiciste —remarqué para que no quisiera verme la cara. Estaba bien claro que esa clase de "incidentes" no sucedían con ella al mando.
—No, escucha, yo le di unas recomendaciones, pero no podía obligarla a cumplirlas —alegó, defendiéndose—. Me pidieron que la ayudara, eso hice, me esforcé buscando algo adecuado, pero tú la conoces ella no se deja manejar. No podía ser impositiva —argumentó.
Respiré hondo para no perder la paciencia. No sé qué me indignaba más, que conociendo a Celeste creyera me tragaría su versión o que pensaba era tan imbécil para creerle.
—Entiéndela, era la primera vez que iba a un sitio igual —soltó en un pésimo intento de sonar empática. Tuve que contener una risa amarga. Ya no sabía si llorar o reír—, se dejó apantallar, tampoco la culpes, siendo honesta, el vestido es bello, no adecuado, pero sí lindo. Apenas lo vi se enamoró de él —alegó. Juro que solo la escuchaba porque me entretenía cómo intentaba voltear la moneda a su favor—, ¿qué querías que hiciera?
Tantas cosas que pecaba de ingenuo si imaginé alguna de ellas cumpliría.
—Sí, tienes razón, debió ser un momento muy difícil para ti —admití sin morderme la lengua, con una pizca de sarcasmo que ni siquiera hice el esfuerzo por disimular.
—Sebastián...
—Escucha, Karen, ahora estoy un poco ocupado —corté cansado, conteniéndome para no ser grosero, pero sin ganas de traicionarme a mí mismo fingiendo. Me llevé una mano a la cabeza—. Y la verdad es que no tiene sentido seguir con esto. Hablamos después.
Cuando el enfado no me nublara el juicio, la próxima semana o el próximo año, quizás nunca.
—¿Quién te puso de tan mal humor?
Ni siquiera me había prestado que José Luis se había acercado. Él, que me conocía bien, percibió en un vistazo algo andaba mal. Era una pena, que por más confianza que le tuviera, no pudiera decirle lo que pensaba. Después de todo estábamos hablando de su hermana y pese a tener ciertas fricciones sabía lo mucho que la quería.
—Estaba hablando con Karen —le puse al tanto, sin querer entrar en detalles, disimulando mal mi malestar.
Él frunció los labios, incómodo. Es decir, sabía que no tenía la culpa de sus acciones, pero siendo el mayor seguía sintiendo cierta responsabilidad.
—A veces se sigue comportando como una niña caprichosa —opinó.
Yo no había conocido una niña con esas actitudes, por suerte. Gracias al cielo la llegada de Celeste acompañada de Dulce impidió abriera la boca y pecara de imprudente.
—Hasta que se nos hace hablar con la artista de la noche —vociferó José Luis, alzando la copa, cuando ambas se acercaron. Yo entendí que su comentario no tenía ninguna mala intención, pero ella, aún incómoda, aceleró su andar evitando más miradas se centrara en ella.
—Perdónenme por arruinarles la noche —se disculpó apenada, confundiéndose.
José Luis soltó una risa al descifrar su preocupación.
—¿Bromeas? Yo la estoy pasando increíble —resolvió—, he entablado muy buenos tratos, claro que después de que apareciste se cancelaron varios —añadió. Celeste perdió el color, volvió a respirar cuando él se echó a reír de su expresión—. Solo bromeo. Tranquila, Celeste, no le des tanta importancia. Escucha, si Karen quiso hacerte pasar un mal, logro justo efecto contrario, hasta nos ayudó un poco —mencionó mientras saludaba con un leve asentimiento a unos conocidos que no habían pasado por alto nuestra presencia.
—¿En serio? —preguntó extrañada, frunciendo las cejas.
—Ajá, centró la atención en nosotros, ahora nadie va olvidarse de nuestras caras —remarcó satisfecho—. Ya sabes lo dicen, en este negocio lo importante no es lo qué digan, sino que hablen —expuso como si fuera un experto en marketing.
Celeste torció los labios en una adorable mueca, meditándolo. No era lo que deseaba oír.
—No sé cómo sentirme al respecto —admitió.
—Como una celebridad —alegó orgulloso—. Vamos, Celeste, eres demasiado guapa para que te deprimas, igual hubieras llamado bastante la atención solo apareciendo, si ya te has ganado las miradas, lúcete —le recomendó.
Y aunque conocía lo suficiente a José Luis para saber que no había una segunda intención en su halago, confieso que algo dentro de mí se incomodó al notar fue él quien le robó una primera sonrisa.
—Eso es justo lo que le digo —lo apoyó Dulce antes de tomar una copa de la bandeja de un mesero que pasó fugaz a su lado, le agradeció con una sonrisa—. Si yo fuera tú mandaría todos al demonio y hasta bailaría sobre la mesa —propuso. Yo retuve una sonrisa ante su idea porque estaba claro que era muy rápido para culpar al alcohol de su iniciativa.
—Bueno, ella llevó el llamar la atención a otro nivel —murmuró mi amigo.
—Claro que elegiría otra canción. Esto parece un funeral —opinó dándole un vistazo al ambiente que nos rodeaba. Pocas sonrisas, mucha diplomacia. No era su ambiente natural.
—He ido a funerales más divertidos —lo apoyó José Luis. Dulce chocó su copa con él celebrando —. Alguien debería demandar al organizador de eventos, o al menos cambiar el playlist —sugirió.
Dulce estuvo de acuerdo, se quedó en silencio un segundo. Uno solo antes de que sus ojos brillaran ante una nueva idea.
—Quizás esa pueda ser yo —propuso de pronto ella, encantada por la idea—. Claro, solo le daría un pequeño consejito —aclaró con una sonrisita traviesa—. Vamos, mi marido no pidió permiso de salir temprano del trabajo para cuidar a los niños y que yo termine durmiéndome aquí —se quejó en voz alta, convicción que tambaleó un segundo al caer en cuenta de un pequeño detalle—. Claro que sí usted me autoriza, jefecito...
—El permiso está concedido desde antes de que lo pusieras sobre la mesa —aceptó José Luis—. ¿Qué es lo peor que podría pasar? —mencionó despreocupado, encogiéndose de hombros. Había muchas respuestas, por suerte, ellos formaban parte del grupo que jamás escuchaban esa respuesta. No temían a los riesgos—. ¿Que nos echen de aquí? Hasta nos estarían haciendo un favor —reconoció de buen humor.
Dulce ni lo pensó. Celeste que al principio pensó era una broma les deseó suerte cuando descubrió hablaban en serio, en su mirada noté la admiración que despertaba la rubia. No podía culparla, ambos eran un caso especial, en el mejor de los sentidos.
A mí me hubiera gustado ser tan valiente, así hubiera tenido el valor de decir lo que pensaba cuando Celeste me atrapó estudiándola con interés al quedarnos solos. Frunció las cejas al chocar con mi mirada, retuve una sonrisa al viajar al pasado, encontrándome con la misma mueca que se pintaba en su cara cuando creía estaba tomándole el pelo.
—No me mires más —me pidió entre orden y súplica—. Sé lo que todos deben pensar —adelantó antes de que pudiera abrir la boca, escondí una sonrisa—, que no tengo el mínimo conocimiento del buen vestir...
—Bueno, no soy el más adecuado para dar consejos —admití antes de dejar a la luz lo que se enreda en mi muñeca. Sus grandes ojos reconocieron esos nudos que ella misma trazó. Pasó su mirada de las piedrecillas que capturó a mí, confundida—. Es mi amuleto de la suerte.
Se trataba de la pulsera que me regaló antes de conocer los resultados de compatibilidad en Hermosillo. Me gustaba usarla en fechas importantes, no tanto por el objeto, sino por lo que significaba. Era mi recordatorio de que había una razón para seguir adelante.
—Si querías tener suerte, no debiste pedirme que viniera —soltó sin contenerse, mitad culpa, mitad reproche, no por mí, sino consigo misma.
Sonreí escuchándola castigándose por algo que no tenía la mayor importancia.
—Tienes razón —admití tras meditarlo—. Tú y yo no deberíamos estar aquí, deberíamos estar andando por alguna calle, perdidos en la noche, conociendo algún rincón de la ciudad —lancé una locura, dominado por un cosquilleo de adrenalina que había olvidado—. Tal vez esta era la noche de la que me hablaste.
Celeste tardó en entender me refería a aquella charla que tuvimos esa noche en el umbral de mi casa en Hermosillo, en la que hablamos de un futuro que parecía tan lejano y por vueltas de la vida se convirtió en nuestra realidad.
—Debes estar bromeando —murmuró, luego negó agitando su coleta oscura—. No, tú no eres un hombre de bromas —dedujo—, pero tampoco uno que deja sus compromisos a medio cumplir.
—Y no lo hago —me defendí divertido—. Yo prometí que acudiría a la reunión, no que me quedaría hasta terminar —expuse a mi favor.
—Esto lo haces por mí... Claro que lo haces por mí, pero... ¿Es por qué te avergüenza o por qué quieres ahorrarme el mal rato? —me cuestionó un poco a la defensiva.
No me ofendí por su desconfianza porque noté el miedo oculto en su mirada. Una débil sonrisa se me escapó, di un paso, desaparecieron la distancia entre los dos. Percibí como su cuerpo se tensó cuando la tomé del mentón, pidiéndole sin palabras no huyera de mi mirada.
—Deja de pensar que algo está mal en ti —le pedí.
—Deberías escuchar tus propios consejos, Sebastián —alegó de forma tan hábil que me robó una sonrisa. Confieso que esa era una de las cosas que más me gustaba de ella, que pese a tener las palabras adecuadas para curar heridas, siempre me hablaba con la verdad, aunque muchas veces no quisiera escucharla—. ¿No es la razón por la que quieres irte? —me cuestionó—. Porque sientes que no perteneces a este lugar —expuso—. Y tampoco es verdad. Te has ganado un lugar que nadie tiene derecho a poner en duda —defendió.
—Así que no solo eres guapa, sino también muy perspicaz —reconocí.
Celeste afilió su mirada, al notar había desviado el tema con la misma agilidad.
—Y tú un casanova, contestaste una pregunta incómoda con un halago —me acusó haciéndome reír.
—¿Al menos tengo derecho de réplica? —lancé al aire. Celeste quiso protestar, pero me adelanté—. Tranquila, no necesitaré hablar —anuncié, ganándole la partida. Ni siquiera opuso resistencia cuando coloqué mi mano en su espalda, y la guie entre la multitud.
Fue un plan tan inesperado que sus tacones se deslizaron con cierta torpeza mientras yo disimulaba una sonrisa ante su expresión de pánico mientras regalábamos un par de sonrisas cada que me topaba con algún conocido y lo saludaba a lo lejos en nuestro fugaz recorrido por el salón.
Celeste quiso reclamarme cuando frené de golpe, tuve la impresión que quiso preguntarme qué demonios pretendía, pero las palabras quedaron en el aire apenas capturé su mano temblorosa entre las mías. A su espalda, con mi mentón casi apoyado en su hombro, percibiendo el suave aroma de su perfume que por las mañanas inundaba mi hogar, guie su índice en aquel eterno mural hasta que encontró su nombre. No fue hasta que sus ojos negros recorrieron la tinta que las dudas se fueron aclarando poco a poco. Ahí estaba la respuesta.
—Escucha, no me avergüenza que estés aquí —expuse para que ni siquiera dudara, decidido a que no quedara ninguna pregunta en el aire. Celeste suavizó su dulce mirada percibiendo mi sinceridad—. ¿Por qué lo haría? Celeste, no sé qué pretendía Karen, pero no funcionó. Eres preciosa, sin importar lo que lleves —defendí para que no se dejara vencer por inseguridades que no tenían sentido—. Cualquiera que ponga tus ojos en ti tendrá difícil sacarte de su cabeza.
Celeste me regaló una cálida sonrisa que dotó de una luz especial sus bonitas facciones. Era esa dulzura que habitaba en sus ojos oscuros lo que te volvía complicado apartarte de ellos.
—Pero eso es lo de menos, Celeste. Estás aquí por algo más que ser hermosa. Tienes talento, iniciativa —remarqué sonriéndole. Había motivos de sobre para estuviera orgullosa de sí misma—, eres inteligente. Sabes conectar lo que crea tu cabeza con tu corazón. Y... —Callé un segundo, pero no quise guardármelo. No repetiría mis errores—. No quiero que pierdas tu momento, te lo has ganado, te mereces disfrutar tus triunfos, solo no quiero estés aquí porque te lo pedí, por complacer a los demás. No cometas los mismos errores que yo —le dije mirándola directo a los ojos—. Quiero que seas libre, dueña de ti misma, que la primera persona que pienses al tomar una decisión sea en ti misma.
—Quieres para mí lo que tú no tuviste para ti —soltó, estudiándome.
—Quiero que seas feliz —resumí, sonriéndole. Era la forma más sencilla de mencionarlo, porque cuando su sonrisa iluminaba la habitación aquella oscuridad que me había envuelto se disipaba—. Que logres lo que de niños parece tan sencillo, pero al crecer es tan complicado encontrar.
—¿Tú lo eres? —me cuestionó sin juicios, solo con esa curiosidad que la caracterizaba, sin poder mantener las dudas para sí misma. Me di permiso de pensarlo.
Era una pregunta tan difícil. Hace unos meses si alguien me hubiera lanzado la misma pregunta no hubiera tenido el valor de responder, pero en ese momento las cosas habían cambiado. Si bien aún no podía celebrar ser dueño de mí mismo, había algo diferente recorriendo mis venas. No sabía darle nombre a esa sensación que me hacía sonreír de la nada, que pintaba mi futuro de un color distinto, que me permitía soñar. Le sonreír a una atenta Celeste que aguardaba por una respuesta que jamás sonó más liberadora.
—Ahora sí.
Y en medio de aquel panorama que muchas veces se mostró sombrío, Celeste pintó una adorable sonrisa que brilló como un farol en las tinieblas. No sabía por qué, pero con ella a mi lado la felicidad no parecía tan imposible de alcanzar. Tal vez se lo hubiera dicho, sin embargo, el cambio estruendoso de música nos sobresaltó a los dos. No fue necesario hablar, la mirada cómplice que compartimos lo dijo todo. Dulce.
—Ella sí que sabe divertirse —reconocí.
Para nuestra sorpresa descubrimos que muchos celebraron su iniciativa, porque de pronto, algunos valientes despertaron y olvidándose de los protocolos se animaron a abrirse espacio, improvisando una pista de baile. En un abrir y cerrar de ojos aquel silencioso lugar se tornó en una fiesta. Ser testigo del nacer de tantas sonrisas me contagió.
—¿Sabes una cosa? Soy un pésimo bailarín —admití, desconectando mi lado racional—, pero esta noche no sé por qué quiero hacer locuras.
Ni siquiera adivinó qué pretendía cuando alcancé su mano, frunció sus cejas sin adelantar mi siguiente movimiento. No fue hasta que en un giro inesperado quedamos frente a frente que su adorable risa inundó el ambiente. El resto de la gente despareció apenas mis dedos rozaron su cintura, guiándola por el salón riendo. ¿Qué más daba el ritmo, las miradas, los pasos equivocados? De pronto el mundo se centró en su cuerpo junto al mío, en su risa contagiosa, tan pura y sincera. Había olvidado la última vez que me di permiso de hacer algo parecido, pero rejuvenecí diez años cautivado por su alegría. Reencontrándome con esa Celeste risueña que iluminaba cualquier rincón tuve la sensación que ser feliz era tan sencillo.
Y en medio de aquel caos los ojos de Celeste se fijaron en algo a lo lejos, su expresión cambió en un chispazo, notando su sutil cambio quise preguntar la razón, pero no me dio tiempo. Antes de que pudiera abrir la boca, dio un paso adelante, acortando la distancia, apoyó su mentón en mi hombro. Su aliento cálido rozó mi oído cuando se acercó lo suficiente para que solo pudiera escucharla sobre la música.
—Vas a ganar el concurso, Sebastián —murmuró, tomándome por sorpresa.
Celeste se echó a reír cuando se encontró con mi expresión de confusión.
—¿Es otro de tus visiones del futuro? —indagué sin entender a dónde se dirigía.
Ella lo pensó, terminó negando agitando su cabello. Una sonrisa especial brilló.
—No. Esto no viene de mi cabeza, sino de mi corazón —admitió con un toque de orgullo—, y aunque para muchos seguirlo es caminar con los ojos cerrados, creo que se equivocan, es un gran vidente y consejero. No se trata de una apuesta, sino una certeza —defendió con una ternura que me desarmó.
Entonces sonreí, confirmando donde radicaba su magia. Celeste tenía la capacidad inexplicable de motivarme a romper mis propias reglas, de transformar mi miedo en esperanza, de volver a confiar en mí y en la bondad de otros. Esa clase de fe que solo el amor despierta.
¡Hola a todos! Gracias a todos por leer el capítulo. Las cosas están cambiando... 🤫 En el próximo Dulce cumple su promesa, veremos a su familia 🩷. Preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿Cuál es su snack favorito? No sé, algunas frituras, semillas, dulces... Los quiero mucho. Gracias por todo el apoyo ❤️.
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