Capítulo 18
Celeste
Remarqué con fuerza el borde cobrizo del corazón mientras mi mente se enredaba en lo que descubrí la noche anterior. No dejaba de darle vueltas. Sentía que estaba cada vez más cerca, ante un enorme rompecabezas, imposible de terminar.
—Dios nos libre... —Pegué un respingo cuando una voz resonó en mi espalda, por inercia abracé contra mi pecho el cuaderno que Sebastián me había regalado. Volví a respirar al reconocer de quién se trataba. Doña Juli—. Como si uno no fuera suficiente, ahora en casa hay dos obsesionados con el trabajo —me acusó cariñosa.
Sonreí cuando pasó a mi lado. Volví a esconder sin malicia la hoja donde se asomaban mis bocetos a la par ella tomaba asiento en el sofá. No es que no confiara en ella, lo hacía, de no ser así no dejaría en sus manos a Berni, pero aún me seguía avergonzando mostrar mis intentos.
—No deberías madrugar —me recomendó.
En realidad no había despertado antes de tiempo, sino que apenas había dormido. Quise contarle lo que dominaba mis pensamientos, pedirle un consejo solo para sentirme menos culpable por algo que sabía perfectamente no era correcto, pero olvidé mis advertencias cuando unos brazos me abrazaron por la espalda. Entonces el remordimiento se esfumó. Sí, sabía que me equivocaría y causar dolor a mi paso, sin embargo, valía la pena arriesgarme.
Ese sería el primer de cientos de errores.
—Vaya, vaya, así deberías levantarte tan temprano cuando vas a la escuela —lancé divertida cuando di con su sonrisa juguetona. No tenía idea de lo mucho que me gustaba verlo feliz.
—¿Por qué no saliste al balcón? Es una mañana preciosa —mencionó Doña Juli arrastrando sus pantuflas y asomándose por el ventanal. En el cielo celeste apenas aparecían algunos rayos de sol.
—Y también helada, no quiero morir tan joven —bromeé, escudándome en el cabello aún húmedo que caía sobre mis hombros.
La verdad es que conociendo lo importante que era ese lugar para Sebastián, preferí no romper esa burbuja. Ella afiló su mirada sin tragarse mi cuento, a sabiendas la sensatez no era una de mis virtudes, por suerte el de la improvisación sí. Así que antes de que hiciera más preguntas me puse de pie de un salto.
—¿Sabe qué vendría perfecto para una mañana así? Un poco de café —lancé de pronto, chasqueando los dedos, concentrándome en otra tarea—. Y leche para ti, Dios me proteja de darle cafeína a un monstruito como tú —acusé a mi sobrino que se echó a reír, escondiendo su cara risueña en su vieja pijama azul—. Hoy será un día muy largo —hablé al aire, sin saber que la vida no tardaría en darme la razón.
Porque no había terminado de calentar el agua cuando un par de golpes en la puerta rompieron la tranquilidad esa mañana. Fruncí las cejas extrañada mientras mis manos bajaban un frasco de café en la alacena. Miré de reojo a Doña Juli, a ella también le pareció raro. Sebastián no solía tener visitas, o al menos eran poco frecuentes. Su madre, ya acomodada en el comedor, me pidió yo me encargara de revisar.
Y me arrepentí apenas abrí la puerta.
—¿Karen?
Su falsa sonrisa se enfatizó al notar mi desconcierto cuando mis ojos la recorrieron. Vestía un vestido salmón a la rodilla que combinaba con su piel bronceada, bolsa pequeña y tacones que manejaba con una gracia que despertaba la admiración de cualquier mortal. Sin embargo, mi admiración se apagó cuando pavoneándose como si fuera la dueña del mundo se hizo espacio para entrar sin invitación, echándome a un lado como a su cabello dorado.
—Quita esa cara, cualquiera pensaría que viste un muerto —se burló, despabilándome.
—¿Qué haces aquí? —lancé sin contenerme, desconcertada. No entendía la razón de su visita. Ella mejor que nadie sabía que Sebastián estaba en la empresa.
—Cumpliendo mi promesa —resolvió. Hice un esfuerzo por no maldecir al recordarlo—. Le dije a Sebastián que te ayudaría con el evento de este sábado —planteó mientras distraída se paseaba por la sala del departamento, revisando con su mirada inquisitiva todo a su paso.
De pronto el cuaderno abandonado llamó su atención, quiso tomarlo, pero como si la vergüenza me regalara súper poderes, en un par de zancadas lo alcancé, impidiéndole pudiera revisarlo a detalle. Frunció las cejas ofendida por mi arrebato.
—No tienes que hacer esto —insistí tratando de desviar de tema, avergonzada.
Lo único que lograríamos era un momento incómodo para ambas.
—Claro que sí —me contradijo—. Yo siempre cumplo mi palabra —defendió.
Me hubiera gustado creer era el honor lo que la motivaba.
—Bueno, pero no le des tantas vueltas —me pidió riéndose de mis exageraciones con un ademán al presenciar como mordía el interior de mi mejilla, buscando una excusa—. Escucha, sé que no somos las mejores amigas, pero solo vamos a escoger un vestido y zapatos para una fiesta, no el terreno para un entierro. Tranqui, hagamos una tregua, apuesto a que te diviertes —repitió relajada.
Pensándolo mejor, tenía razón, me estaba comportando de forma ridícula, solo lo estaba complicando. Al mal paso darle prisa.
—No tengo mucho tiempo, debo acompañar a Berni esta tarde a su diálisis —le informé.
—Dos horas —aseguró, sonriendo en señal de victoria—. Eso bastará.
Sí que lo haría.
El tortuoso trayecto en avión de Hermosillo a Monterrey quedó en segundo término tras veinte minutos viajando en silencio al lado de la menor de los Iriarte. No escuché su voz hasta que su chofer encontró un cajón disponible en el estacionamiento del centro comercial y ella se vio obligada a apartar la mirada de su celular.
—Al fin llegamos —celebró. Me sonrió, y confirmé me sentía mejor cuando estaba ignorándome—. Te va encantar este lugar, es de lo mejor de la ciudad —me aseguró mientras le seguía el paso tras descender torpemente de tremenda camioneta.
Asentí, estaba segura que no mentía, lo comprobé cuando tras un saludo del guardia que custodiaba las puertas de cristal, revisé la primera etiqueta de un maniquí que nos daba la bienvenida portando un espectacular vestido largo. Quise salir corriendo. Le di un vistazo a lo que me rodeaba, azulejos relucientes, decenas de espejos, un bonito candelabro...
—Puedes darle un vistazo a todo —me recomendó mientras ella se perdía fascinada en un aparador, comparando las telas que tocaban sus manos—. Eso sí escogeremos algo de acuerdo a la ocasión, siguiendo el código de vestimenta de la reunión —dictó con mucha prioridad.
Asentí fingiendo entendí lo que dijo. Es decir, el idioma era sencillo, lo que desconocía era qué resultaría adecuado para esa noche. Así que para no hacerle preguntas, me entretuve con unos bonitos vestidos y sastres que se agrupaban en una esquina. Siendo honesta, eran preciosos, pero también me parecía una tontería gastar tanto en algo que dudaría un suspiro. Supongo que mi rostro habló por sí solo.
—Pero no solo te centres en la etiqueta amarilla —me dijo queriendo hacerse la graciosa, atrapándome cuidando no querer dañar ningún botón. Me ayudó a buscar con prisa entre los modelos, muecas que no logré descifrar desfilaron a toda velocidad—. Recuerda que Sebastián paga —lanzó, guiándome el ojo. Que consuelo, eso me hizo sentir peor—. Pero no pongas esa cara, después de todo también lo hace por él —prosiguió hablando consigo misma, antes de medirme por encima un vestido. Alcé una ceja sin comprender su indirecta.
—Por él...
—Sí —respondió. Otra mueca de fastidio, de pronto perdió el interés en ese pasillo. Nada le gustó. Siguió adelante—. Sebastián está acostumbrado a causar una buena impresión. En los últimos años se ha relacionado con gente muy importante, debe cuidar lo que hablen de él.
Asentí, reflexionándolo. Yo no quería arruinarlo, hacerlo pasar un mal momento, tal vez recordarlo me motivó a dejar mis egoísmos de lado y mostrarme más accesible. Quería que la gente que estaba conmigo se sintiera orgullosa de mí.
—Una duda, ¿tu novio no se molesta que estés viviendo con Sebastián? —lanzó de la nada, sin mirarme, con sus enormes ojos verdes puestos en el encuarte de un palazo.
¿Qué? La pregunta me tomó por sorpresa, la miré preguntándome si había escuchado bien.
—Es decir, yo no digo que sea un maniático celoso —prosiguió, ignorándome—, pero tampoco podría culparlo. Piénsalo, estás sola en otra ciudad, a cientos de kilómetros, durmiendo bajo el techo de un tipo que tienta a cualquiera.
Recé porque la tela que arrugué en mis manos no fuera delicada.
—No tengo novio —escupí sin disimular un poco molesta por la insinuación.
—Eso tiene más sentido —admitió con una sonrisita cruzando sus manos sobre una góndola y apoyando su mentón—. Explicaría porque Sebastián es tan protector con ustedes, los hombres siempre tienen esa necesidad de convertirse en los salvadores de las mujeres que están solas —prosiguió. Apreté los labios para no soltarle que a nadie le interesaba su conclusión sobre el comportamiento humano—. Sobre todo ahora que tu sobrino está enfermo. Él siempre ha sido muy sensible con esas cosas.
—¿Lo conoces desde hace mucho? —lancé porque hablaba de él como si fuera su conciencia.
—No creo que más que tú —reconoció.
—Te equivocas.
—Pues sí, somos cercanos desde hace años —me presumió ante mi silencio, sin mucho interés en mí—. Sebastián era un muchacho cuando se convirtió en el mejor amigo de mi hermano, a partir de la universidad se hicieron inseparables, así que era súper normal verlo en casa, un día sí y otro también. Pasábamos mucho tiempo juntos —rememoró para sí. La escuché atenta, por un momento ese atisbo de altanería desapareció, parecía más sencilla y sincera—. Yo siempre suelo bromear con que lo conozco mucho mejor que cualquiera de las mujeres con las que ha salido. Te apuesto que ha pasado más tiempo junto a nosotros que con cualquiera —presumió. Dios, me faltó poco para preguntarle si quería una estrellita en la frente—. Yo fui la que le presenté a Sarahí.
—Vaya...
No se me ocurrió qué más decir. ¿Felicidades? No sabía si eso era motivo de orgullo.
—Él la amaba muchísimo, estaba seguro que sería su esposa y tampoco puedo culparlo, Sarahí es el tipo de mujeres que lo vuelven loco —parloteó sin parar como si fuera su terapeuta. Bla, bla—. Él siempre salió con mujeres así, de buen apellido, elegantes, hermosas, pero cuando la conoció, algo cambió. Lo desarmó, supongo que cuando la vio por primera vez supo que no debía buscar más.
¿Y a mí eso que me importa?
—Que bien —murmuré sin ganas.
—Pero mira como son las cosas, después de cinco años los dos no llegaron a nada —contó desencantada, pero yo tuve la sensación de que no le generaba tanta pena—. De todos modos, aunque Sebastián ha tenido múltiples aventuras, porque ahí donde lo ves, es todo un caso —me puso al tanto—. Nunca ha logrado olvidarla...
—Escucha —estallé intentando sonar diplomática, pero cansada. Llevé una mano a mi cabeza —. En verdad te agradezco que quieras charlar conmigo —mentí, porque el resumen amoroso de Sebastián no me dejaba dormir—, pero tengo prisa. ¿Crees que podrías ayudar a escoger algo adecuado? Necesito marcharme para ver Berni —le hice saber.
Karen pareció caer en cuenta de que se había pasado de la cuenta. Ella miró el reloj, fingió que en verdad le preocupó.
—Tienes razón —dramatizó—. Ya habrá tiempo de tomarnos un café para hablar —mencionó simpática. No en esta vida—. Pero no te preocupes, conozco esta tienda de principio a fin y antes de poner un pie dentro sabía perfectamente lo que necesitabas —anunció.
—¿En serio? —dudé extrañada.
—En serio —insistió animada. Su mirada repasó un par de pasillos hasta que pareció dar con lo la aguja en el pajar. Sonrió—. Es perfecto para la noche. A qué es precioso —dictó emocionada a la par me mostraba el vestido que liberó.
Revisé los detalles, siendo justa sí que era demasiado bonito.
—¿Servirá?
—Claro que sí. Aprende algo, en este mundo donde todos fingen tenerlo todo, debes demostrar que más que dinero lo que vale la pena es conseguir ser inolvidable. Lo realmente importante, a nuestro pesar, no se puede comprar —remarcó, abrazándome por los hombros deteniéndose frente al espejo. Su sonrisa chocó con mi mirada en el cristal—. Te prometo que todos van a convencerse que perteneces ahí.
Sin embargo, cuando se llegó la noche y aguardé un rato en el taxi que esperaba afuera del hotel, sentí que necesitaba más que un milagro para sentirlo. Ansiosa enredé mi dedo en la aza del pequeño y brillante bolso que Karen me prestó. Tomé la manija, pero antes de abrir, volví a arrepentirme. Dios, a ese paso no solo llegaría tarde, sino que tendría que vender mi casa para pagar el taxímetro.
La noche se llegó.
Sintiendo mi cartera estaba a punto de suicidarse decidí dejar la cobardía. Debí aceptar el ofrecimiento de Sebastián de traerme, pero Karen me había llamado de última hora para citarme en una estática para arreglarme las uñas. Siendo honesta, pese a sus comentarios, había sido más generosa de lo que pensé, empezaba a sentirme culpable por enjuiciarla por tonterías, no solo recogió el vestido tras hacerle los ajustes para que quedara a la medida, sino que estuvo atenta hasta de los últimos detalles. Odiarla por lo que parecía sentir por Sebastián era una tontería, admití mientras subía los escalones de la entrada del salón con esos hermosos tacones que salieron de su armario. Le debía mucho.
Por ejemplo, la vergüenza que me inundó cuando me enfrenté a la mirada de todos los presentes.
Odiarla por lo que me hizo, eso era otro asunto.
Debí suponer que algo andaba mal desde que el guardia me escaneó de pies a cabeza, y retuvo una mueca. En mi defensa pensé que eran cosas mías, pero claro que no eran cosas mías, lo comprobé cuando una decena de pares de ojos se clavaron en mí con curiosidad. Me hubiera gustado que la atención se debiera a que me consideraran una impuntual, sin embargo, estaba lo suficientemente cuerda para saber que debía parecerles una auténtica loca con aquel llamativo vestido rosa de falda de lentejuelas con algunos flecos a la rodilla, perfecta para una fiesta de año nuevo, desatinada y de mal gusto entre un montón de vestidos recatados, formales y sobrios.
Quise esconder mi cara en un agujero, salir corriendo. Ese se convirtió en mi plan, sin pensarlo, por inercia, retrocedí decidida a marcharme, deseosa de que nadie recordara mi nombre, pero algo a lo lejos me detuvo.
—¡Celeste!
Reconocí la voz de Dulce. No, no, no. Tras un vistazo noté me llamaba animada con un ademán. Sin embargo, al verme mejor su emoción fue cambiando de a poco. Todos podían notar estaba mal. Yo, que siempre me resistía a llorar, me vi tentada a hacerlo cuando noté no estaba sola. Mi mente se enredó entre los posibles caminos a tomar: huir, disculparme, inventar una excusa. Todo sonaba tan mal.
Lo peor es que para todos necesitaba dar el primer peso y por desgracia, el cuerpo no me respondió. Estaba tan perdida que apenas me di cuenta cuando alguien me haló suavemente del brazo, guiándome a quién sabe dónde. Debí preguntar, no lo hice, porque al notar era Dulce decidí confiar en ella. Además, sabía que si intentaba hablar terminaría estropeándolo. Tras un fugaz recorrido en lo que único que deslumbré fueron mis torpes pasos llegamos al baño. No fue hasta que cerró la puerta tras nosotras y me encontré con mi propio reflejo, que se me escapó un sollozo. No lágrimas, solo un grito callado del dolor que se acumuló en mi garganta.
Era un maldito desastre. Y pensar que hace menos de una hora cuando me observé me sentí tan orgullosa, y ahora sin cambiar una sola pieza de lugar apenas era capaz de enfrentarme con la verdad. ¿Cómo pude ser tan tonta?
—Wow...
Al escucharla recordé no estaba sola. Alcé la mirada para chocar con sus ojos celestes llenos de preguntas. Su cabello rubio estaba recogido y sobre ella caía un bonito vestido coral que le llegaba a la rodilla. Titubeó, balbuceó como si no se atreviera a preguntarme qué demonios tenía en la cabeza. Nada. Ese era el problema.
—Sé lo que estás pensando —me adelanté, cuando abrió la boca, ahorrándole el mal momento. Dulce se desinfló como un globo, aliviada.
—Perfecto, porque ni siquiera yo lo sabía —mencionó. Una débil sonrisa brotó ante su respuesta sin malicia. Ella se acercó cuidadosa—. ¿Que fue lo que pasó? Es decir, no me malinterpretes...
—Pero esto es demasiado —lo resumí.
Dulce pintó una mueca sin poder llevarme la contra. Más que demasiado. Y no me refería solo a la ropa, sino a todo lo que había detrás.
—Nunca debí venir —escupí siendo realista.
Debí suponer que saldría mal desde que comencé a jugar a ser la Cenicienta empresarial.
—¿Y perderte los bocadillos gratis? Solo por lo que gente que ni siquiera conoces vaya a opinar —me hizo ver, regalándome una cálida sonrisa por el reflejo. Era sincera, fue sencillo verlo en la mirada que me dio sin juicios—. ¿Sabes qué necesitas? —lanzó en un intento de hacerme sentir mejor. No me dio tiempo de responder, cuando caí en cuenta estaba despojándose deprisa de su delicado collar dorado—. Algo discreto —dictó echando mi coleta de cabello a un lado para quitarme los accesorios que Karen me prestó, colocando en su lugar uno más simple, buscando un equilibrio—. Y este deberíamos llevar a la casa de empeño —fingió malicia, haciéndome reír.
Respiré hondo, admirándome en el espejo. Había tanto que arreglar...
—Escucha, si yo fuera tan bonita como tú no me preocuparía ni un segundo lo que otros dijeran —me animó comprensiva, dándome una sonrisa, tan auténtica que pese a mi tristeza la imité—. Querían disfrazarte de reina, entonces pórtate como una —defendió, determinada.
—De lo único que seré reina de las ilusas que no son capaces de ver lo que está frente a ellas.
Dulce torció sus labios.
—Sé como te sientes. Yo también me equivoqué muchas veces por creer en otros —rememoró con un suspiro nostálgico. La estudié sin prisas—, pero una persona muy sabia me dijo que no es justo cargar con la culpa de confiar en alguien que nos falló. Celeste, caer es parte del juego, la gente que solo usa la cabeza muchas veces olvida como usar el corazón —repitió con tal pasión que supuse que el autor debía ser alguien importante para ella.
Y sí, pensándolo bien, tenía razón. En mi tranquila vida de Hermosilla nunca pasaría nada de esto, para ser más exactos, no pasaría nada de nada.
—Gracias, Dulce —murmuré enternecida por sus buenas intenciones.
—No me agradezcas —le restó importancia—. Eres nueva en la ciudad, ¿verdad? —conversó apoyándose en el lavabo, haciendo lucir un bonito anillo plateado que adornaba sus manos.
—Llevo unos días —le conté entrando en confianza. Tal vez fue su forma tan natural de hacerme sentir bienvenida, pero poco a poco me fui percibiendo menos ridícula.
—Te vendría bien relajarte un rato —soltó de pronto, sorprendiéndome. La miré confundida, ella se echó a reír con una sencillez que volvió el aire más liviano—. Deberías pasarte por la cafetería en la que trabaja mi esposo, no es por presumir, pero probarás el café más delicioso de la ciudad —presumió orgullosa. Sus ojos brillaron al mencionarlo—. No está lejos de la oficina y además, puedes llevar a tu... ¿Sobrino? —propuso, intentando no equivocarse tras hacer memoria. Que lo tuviera en cuenta fue lo único que faltaba para comprobar de qué estaba hecho su corazón—. Mis hijos son más pequeños, pero seguro que se divierten, son unos auténticos cotorritos, no pueden quedarse callados. Desde que aprendieron a hablar en mi casa no hay un minuto de silencio... —compartió divertida.
Apreté los labios para no reírme.
—Sí, ¿a quién se parecerán? —murmuró con gracia al aire, leyéndome la mente—. Entonces... ¿Qué me dices? —me animó con tal alegría que me fue imposible negarme.
Dulce fue el recordatorio de que no todo es malo, que todavía existe la gente buena, que está en todas partes, que es más de la que puede hacerte daño.
—Gracias de verdad —insistí honesta porque charlar con ella había liberado la presión que me asfixiaba.
—Bueno, pero no perdamos más tiempo, si van a arrepentirse de invitarnos vamos a darles motivos reales para hacerlo —susurró juguetona, incitándome a dejar la pena en el cajón.
Su autenticidad capaz de borrar cualquier nubarrón me llevó a sonreírle a mi desastroso reflejo, entendí que en realidad no era la figura que me estudiaba lo que me atormentaba, sino el miedo a no estar a la altura, de no encajar, de decepcionar a los que me habían dado la oportunidad... Pero qué más daba, mi vida era mucho más.
Le regalé una suave sonrisa a Dulce por haberme recordado por qué estaba ahí.
Y en verdad necesité tenerlo presente cuando alguien se planteó frente a mí apenas salimos. No fue una casualidad, ni un choque accidental, porque cuando estuvo frente a mí la impresionante rubia castaña que tenía los ojos verdes más poderosos que había visto en mi vida, me regaló una sonrisa que dejó claro estaba aguardando por mí. Alta, con un precioso vestido negro sastre que dejaba a luz su perfecta manera de andar. Altiva, con el mentón en alto y una seguridad que llenaba el vacío pasillo.
—Celeste Rangel —pronunció acercándose con una sonrisa encantadora, la naturalidad con la que dijo mi nombre me desconcertó. Parpadeé aturdida, sin procesarlo—, hasta que tengo el placer de conocerte.
Ella me conocía, estaba claro que sí, pero pese a mis esfuerzos yo era incapaz de ubicarla. Algo complicado teniendo en cuenta que una cara así no se olvida. Dios, creo que no había visto una mujer más imponente en toda mi vida. Por suerte, o desgracia, alguien me dio una mano.
—Sarahí —murmuró Dulce a mi costado, afilando su mirada.
Hasta el nombre me puso la piel de gallina. Volví a verla, ahora con nuevos ojos. Wow... Apuesto que cuando Dios repartió la gracia y la belleza, ella estaba en primera fila.
—¿Podemos hablar? —preguntó educada sin perder la sonrisa. Entendí por qué Sebastián había quedado tan prendado a ella. Sí, sabía que la belleza es subjetiva, ni es lo más importante, pero hay cosas que no pueden negarse—. Sin tu guardaespaldas —añadió dándole un vistazo a Dulce que se había quedado fiel a mi lado, en un tono que intentaba sonar simpática.
Dulce afiló la mirada, pero ella ni se inmutó. Fue como si fuera invisible. Dulce resopló, tras una mirada me preguntó si estaría bien cuando entendió no aceptaría un no por respuesta. Un leve asentamiento fue el banderazo para que se alejara. Sabía que era una mala idea, pero no podía contener mi curiosidad.
—Noté que estás trabajando con Valenzuela e Iriarte en el proyecto que inscribieron —inició estando al tanto de cada detalle, apenas nos quedamos solas. Ni siquiera pude negarlo, porque no era una pregunta—. Te felicito, eso te abrirá muchas puertas. Una de las grandes virtudes de Sebastián es detectar buenos negocios —aceptó, de forma tan encantadora que me enredé—, aunque te confieso que me sorprendió que un hombre como él a estas alturas necesite ayuda de un amateur para cumplir sus objetivos —lanzó en un comentario casual que no tuvo nada de inocente.
Y aunque no me había ofendido a mí, confieso que no disimulé mi enfado.
—Y a mí que alguien como usted, con todo el prestigio que tiene, le guste competir contra principiantes —lancé sin contenerme, con el mismo tono de utilizó, como si fuéramos las personas más diplomáticas del mundo.
Sarahí dejó ir una sonrisa amplia, satisfecha.
—Vaya, te habló de mí —celebró como si acabaran de entregarle un reconocimiento.
—Como un recuerdo —contrataqué para que no se confundiera—. Escuche, no es muy maduro de su parte estar al pendiente de todo lo que haga su ex novio. Hay que dejar el pasado atrás —le aconsejé.
—Tampoco es maduro enredarte con un hombre siendo consciente que solo eres un pasatiempo —contratacó, sin perder el temple, pero con clara intención de hacerme daño. Esa sonrisa de comercial ni siquiera tembló, sus ojos se oscurecieron al dar un paso delante—. Escúchame, por tu bien no te ilusiones, Sebastián no te quiere a ti, le gusta lo que le hace sentir estar con alguien como tú —remarcó dando un paso adelante.
—Alguien que no pertenece a su mundo —repetí el discurso que conocía de memoria.
—El mundo se lo hace uno mismo —objetó astuta, teniendo argumentos a su favor. Me señaló entera—. Tú encajas perfectamente con el tipo de mujeres con las que Sebastián se ha acostado desde que terminamos. Tener aventuras con chicas de tu clase le ha servido para aumentarse el ego. Miriam, su secretaria, es el claro ejemplo. Te pareces bastante —siseó fingiendo estudiarme. Miriam... Ese nombre retumbó en mi pecho. Intenté no ceder a mis dudas, no le daría el placer de verme tambalear—. Eres perfecta para él —elogió con falsa alegría—. Necesita tener a alguien inferior a su lado. A mí no me sorprende que te haya metido en su cama, lo que en verdad me causa curiosidad es cuanto tardará en decirte adiós —fingió pensarlo, llevando su mano al mentón. Tuve que contar hasta cien para no estallar. No era el lugar—. Confieso que es la primera vez que Sebastián no se dedica solo a sacarle la ropa a sus amantes sino también ideas...
—Si intenta hacerme sentir inferior por lo que tengo se equivocó de persona —corté su tonto intento de mermar mi autoestima. Estaba perdiendo el tiempo—, eso no funciona conmigo. Tengo problemas realmente importantes para ponerme a llorar por lo que usted opine de mí. Esa siempre ha sido su estrategia, ¿no? —la encare sin acobardarme. Noté, por la manera en que tensó su falsa sonrisa, que por primera vez había tocado una fibra sensible. No vio venir me acobardara cuando al dar un paso delante su encanto se esfumó, mostrándome su verdadera cara. Alzó el mentón, sosteniéndome la mirada, ahora en ella brillaba otra emoción—. Llenarle la cabeza de dudas a quién la escucha, exigirle a otros lo que usted no puede conseguir por su cuenta.
—Cuidado de como me hablas, porque si no vas a tener otro más grave —me advirtió, dejando caer las máscaras. Se equivocó, no le tenía miedo—. Te daré un consejo, no apuestes tus fichas por alguien que nunca te verá como algo más que un consuelo —remarcó sin prisas para que me lo grabara en la cabeza.
El dardo dio justo en mi corazón, pero no permití que desestabilizará mis latidos.
—Le devuelvo el favor... —mencioné rodeándola para marcharme, no pensaba seguir en aquella telaraña, no me convertiría en su presa. Sus ojos inundados de un cruel resentimiento me siguieron con interés. Pude notar odio no tener el poder de acabar la conversación. Amaba el control, que una mujer como yo se lo arrebatara la sacó de sus casillas—. Aprenda a perder, lo va necesitar.
Y para desgracia de las dos, aunque ninguna lo sospechaba, ambas tendríamos parte de razón.
¡Hola a todos! 🥰 La noche aún no termina, pero empezó fuerte 😱🤯. Celeste ya conoció a Sarahí, y tiene razón en que dará problemas 🤫. Por otro lado, Dulce le abrió una puerta 🩷, pronto veremos también a su familia. Ahora sí las preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué creen que suceda en el próximo? ¿Cuál será la reacción de Sebastián? ¿Si pudieran producir una película o serie, de qué género sería? Los leo. Los quiero mucho.
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