Capítulo 17
Celeste
Dios mío, por eso debí ir a la universidad.
Arrugué mi nariz, regañándome. Ahora era tarde, no tenía sentido reprocharse. Acomodé la aza de mi pequeña bolsa que resbalaba por mi brazo mientras contemplaba la entrada del edificio. No se parecía a esos centros que aparecían en las películas, con decenas de pisos, cristales y un ejército de seguridad. Se trataba de una construcción de apenas una planta, paredes marrones y un diminuto estacionamiento donde se apartaban los automóviles de los trabajadores, reconocí el de Sebastián entre ellos. En la puerta se hallaba un velador que parecía verse tentado a preguntar si estaba perdida tras diez minutos parada en el mismo sitio.
No, sabía perfectamente dónde estaba, lo que desconocía era lo qué haría al cruzar las puertas de cristal. Un horrible cosquilleo me hizo morderme los labios a la par una lista de horribles posibilidades se cruzó por mi cabeza. Maldije por ser tan cobarde. No, ya no. Cerré los ojos, respiré hondo y me lancé al vacío. Era ahora o nunca, no podía echar a la basura esta oportunidad.
Aunque cuando, tras un tímido saludo al vigilante, choqué con un curioso trío de miradas apenas arribé a la pequeña recepción preferí el "nunca". Perdí todo el valor. Sí, debí preguntar dónde estaba la salida de emergencia. Limpié mis manos en mi pantalón de mezclilla. Me regañé por no haber traído algo más formal en mi maleta al comparar su elegante ropa de ejecutivas. Es que jamás me pasó por la cabeza que terminaría en ese lugar. Fue un milagro encontrara esa blusa sencilla de botones blanca, más digna de una ceremonia estudiantil que de una reunión de trabajo.
—Buenas tardes —carraspeé avergonzada, queriendo desviar la atención de mi ropa cuando la más alta me repasó de pies a cabeza. Era imponente—, disculpe que las moleste —inicié dando un paso adelante pese al temblor de mis piernas—. Mi nombre es Celeste Rangel —me presenté. Juro que hasta se me olvidó mi nombre—, el día de ayer el licenciado Sebastián Valenzuela me pidió que me presentara...
—¿Tiene cita? —lanzó sin dejarme terminar la morena. Asumí que era la recepcionista porque sin esperar respuesta barajeó una enorme agenda. Se me olvidó ese detalle.
—Bueno, no lo sé, ayer me dijo que pasara por aquí —resolví sin estar segura si Sebastián lo recordaría o no—. Igual puedo llamarlo —propuse enseguida.
—No, no, está bien —me cortó apenas saqué mi celular del bolsillo—. Iré a preguntarle. Espere aquí.
Asentí obediente. La chica bloqueó su máquina antes de retirarse, perdiéndose por un angosto pasillo a su espalda. Mordí ansiosa mi labio, tambaleando de de un pie a otro, mientras le daba un vistazo al escritorio, las paredes y los sofas azules en el recibidor, en mi mal intento de mezclarme. No funcionó.
—Perdón que me entrometa... —Alcé mi mirada al caer en cuenta que la rubia de la coleta alta tenía sus ojos fijos en mí. Los papeles que revisaban dejaron de importarle. En verdad tenía una mirada que daba la sensación podía colarse hasta tu alma—, escuché que estás trabajando con el licenciado en un proyecto. Por mera curiosidad, ¿en qué área estás especializada? —curioseó afilando la mirada.
No supe qué responder.
—En realidad, no tengo ninguna especialidad —admití riéndome, en una acto involuntario. Ella permaneció sería, no movió ni un músculo. Sí, no era divertido—, digamos que soy autodidacta.
Era mi manera de resumir que ni siquiera terminé la preparatoria.
—¿Autodidacta? —repitió en un murmullo, saboreando el significado. Entonces esta vez no se dirigió a mí, sino a la pequeña rubia, de cabello a los hombros, que se había mantenido en silencio a su costado, pero bien atenta a nuestra charla—. Parece que nuestro jefe a vuelto a las andanzas —le contó como si yo fuera invisible. No disimulé su comentario me confundió—. No lo tomes personal, tiene la manía de sumar a las nóminas a sus citas —añadió en un comentario que fingió ser "casual"—. Toma un consejo, si quieres mantener un lugar en la compañía tenlo feliz —remarcó bajando la voz—. Y no te ofendas, no te juzgo, cada quien tiene sus medios para escalar —siseó con falsa compasión.
Apreté los labios. Una parte me pidió la ignorara, que no le diera la satisfacción de saber me había afectado, la otra quiso darle un golpe.
—¿Cuáles fueron los suyos? —lancé sin morderme la lengua.
La mujer se sorprendió, no esperó respuesta. Irguió la espalda, poniéndose a la defensiva.
—Mi inteligencia —contestó altanera alzando el mentón—. Contéstame otra duda, ¿a qué te dedicas? —me acorraló, disfrutando no tenía la respuesta que me gustaría—. Porque no sé para qué podría necesitar la empresa a alguien que no tiene la educación básica.
—No lo sé, tal vez para hacer algo que no puede hacer usted.
Y entonces la pequeña rubia que había intentado mantenerse callada, tras un leve intento de mantenerla para sí misma, soltó una risa que cortó la tensión. Confundida la analicé, al notar todas las miradas se fijaron en ella, se abanicó intentando alejar el rubor de sus mejillas.
—Wow, si has venido por una entrevista olvida esas trivialidades —lanzó divertida sin importar la mirada de reproche de su compañera—, en este momento quedas oficialmente contratada —declaró golpeando la mesa como si fuera un veredicto.
La mujer rodó los ojos, fastidiada.
—Es una suerte que tú aún no tengas esa autoridad... —le echó en cara, resentida.
—El licenciado Valenzuela dice que puedes pasar —nos avisó la recepcionista al regresar. ignorando la riña y tal vez evitando la tercera guerra mundial—. También tú, Dulce —añadió, señalando a la más pequeña. La aludida se acomodó con aires de divas el blazer blanco que llevaba, dándole una sonrisita victoriosa a su rival.
—Eso ya lo veremos —murmuró triunfal al pasar a su lado.
Sin más ganas de meterme en más líos decidí seguirla deprisa.
—Aún no formas parte de la nómina y ya quiero que te den un aumento —mencionó amigable la rubia. Le di un vistazo mientras caminaba a su costado por el ajetreado pasillo. No había mucho más que mirar, personas ocupadas y paredes blancas. Sí, me hablaba a mí. Tardé un segundo en procesarlo—. Las has noqueado en una frase —apuntó, fingiendo estaba en un cuadrilátero.
Me hubiera gustado estar tan orgullosa de mi tropiezo.
—Es...
Necesitaba confirmar qué tan grave era el enrollo.
—¿Yo? —lanzó, confundiéndose—. Que tonta. Dulce Palacios —se presentó dándome la mano con efusividad, pero sin dejar de caminar, como si no pudiera quedarse quieta en esos altos tacones negros a juego con su pantalón sastre—, gerente de recursos humanos, pero eso es un simple título, una insignia —le restó valor mientras discretamente acomodaba el gafete en la solapa que lo confirmaba, con falsa vanidad. Sonreí—. Puedes llamarme simplemente Dulce.
Tenía unos impresionantes ojos azules claros y unas facciones de muñeca de porcelana que resaltaban cada que sonreía, parecía que lo hacía con frecuencia. Le sentaba bien.
—Y ella... —indagué mi verdadera duda.
Dulce hizo una mueca de fastidio.
—Carlota, gerente financiera. Lo de ella también es una insignia, pero una que no podrás olvidar... —me advirtió aburrida. Saludó a un par de chicos al pasar a su lado—. Prepárate para que te recité todos los días que tiene una carrera, una maestría y dos cursos de idiomas, como si los estuviera pagando a crédito.
—Me temo que no entenderé ni la mitad de lo que diga —admití.
—No te preocupes, nadie lo hace —cuchicheó alegre, antes de empujar una puerta.
La sonrisa en mis labios, contagiada por su jovialidad, titubeó cuando choqué con la mirada de Sebastián que se puso de pie para recibirnos apenas pusimos un pie dentro de lo que asumí, por la larga mesa de cristal y las sillas de cuero, era la sala de juntas. Él seguía teniendo efecto en mí, paralizarme cada que estábamos cerca.
—Llegaste —celebró echando la silla atrás. Sí, le había dado mi palabra. Su sonrisa de conquistador solo hizo más difícil replicarla—. ¿Lista?
—Ni volviendo a nacer —murmuré, haciéndolo reír.
—Dulce, te presento a Celeste, ella va estar ayudándonos en el nuevo proyecto —dictó. Ella me dio una sonrisa amable—. Llamaré a José Luis, también me gustaría que estuvieras presente —le pidió.
—Como usted ordene, capitán —soltó, contuve una sonrisa al verla hacer el saludo militar—. Y no se preocupe, jefecito, yo puedo ir a buscarlo, aprovecharé para ir por unas galletitas para la ocasión.
—Dulce es un caso especial —me contó divertido, guiándome con un ademán a tomar asiento. Él no se posicionó en la cabecera, sino frente a mí, gesto que llamó mi atención—. Terminarás tomándole cariño —pronosticó. Sí, tenía la misma corazonada—. ¿Cómo te sientes?
Suspiré, sin hallar la palabra correcta.
—Creo que voy a desmayarme —me sinceré.
—Es una suerte que esté cerca para sostenerte —apuntó con una sonrisa que despertó un cosquilleo en mi estómago—. Pero tranquila, ¿por qué no mejor pensamos a dónde iremos a cenar para festejar? —soltó entusiasta, desbalanceándome.
—A cenar...
—Sí, ayer te dije que después de la reunión iríamos a celebrar —me recordó sin perder la alegría—. Y lo decía en serio —apuntó de buen humor—. Hay unos restaurantes buenísimos que seguro te encantan —propuso.
Y que luciera tan sincero, formó un vacío en mi pecho.
—Suena genial, pero... Yo creo que no se va a poder —le dije sin darle más vueltas, directa, sin importar la desilusión que se coló en su cara pese a que intentó disimularla—. No me malinterpretes —le pedí deprisa—, he dejado a Berni con Doña Juli, pero solo porque era una emergencia, no puedo abusar de su ayuda. Él me necesita.
Sebastián me escuchó atento, pareció estar de acuerdo conmigo tras reflexionarlo.
—Claro, tienes razón, igual podemos pedir algo para cenar en el departamento los cuatro —resolvió fingiendo el mismo encanto, para no hacerme sentir culpable por arruinar los planes.
Esa siempre fue la razón por la que nunca tuve una relación formal, mi vida estaba repleta de negativas. Había perdido la cuenta de las veces que me mordí los labios porque moría ir a algún sitio, pero que al final terminaba solo en un sueño porque apenas me quedaba tiempo para respirar entre el trabajo y el cuidado de Berni. La gente terminaba cansándose, estaba segura que Sebastián formaría parte de esa lista.
—¡Y llegaron los meseros!
Pegué un respingo cuando las puertas se abrieron de par en par. Escondí una sonrisa con la entrada de Dulce, pero pronto se esfumó cuando noté quién la acompañaba. Me sentí diminuta apenas el dueño de la empresa hizo acto de presencia, pese a que no había cambiado nada a la noche que cenó en el departamento de Sebastián.
—Debo dejar de ver telenovelas latinoamericanas —aceptó Dulce.
Su jefe solo negó con una sonrisa.
—Celeste Rangel, me da gusto volver a verte —me saludó sencillo, dándome la mano.
Le di una tímida sonrisa sin poder responder con una mentira igual de educada mientras observaba de reojo a Dulce dejando cinco paquete de galletas y un café, antes de sentarse con total prioridad a mi lado. Todo listo.
—Bueno, no perdamos tiempo, me han dicho que has traído una propuesta muy prometedora —inició él, acomodándose en la silla tras desabotonarse el saco—. Soy todo oídos.
No me dio oportunidad de respirar. Tensa, pasé saliva intentando empujar el nudo que impedía me saliera la voz. No supe ni por dónde iniciar, con Sebastián era sencillo hablar, me sinceraba de forma natural, pero con el resto... Alcé la mirada encontrándome con su cálida sonrisa, en el gesto sutil que me regaló hallé un poco de fuerza. Entendí lo que significaba. Estaría conmigo.
Llámenme ingenua, pero a veces le creía, tal vez era mi forma de sobrevivir, pensar que alguien permanecería pase lo que pase. Y abrazándome a esa tonta ilusión decidí hablar, sin importar el precio, esperanzada a que él no se marcharía.
—Estaba pensando... —comencé disimulando el temblor de mi voz, sin mirar a ninguno de los dos. Respiré hondo—, que ustedes podrían aprovechar los recursos de la imprenta para lanzar una serie de productos que le den eco a la donación de órganos —expuse, enredándome. Dios, en mi cabeza sonaba maravilloso—. Lo valioso de compartir para salvar a otros.
»Y sé que van a pensar que he decidido tomar ese tema porque me toca de forma personal, y quizás tienen razón porque si soy sincera antes de que Berni ingresara al hospital y conociera a tantos niños que pasan por lo mismo jamás me había puesto cuántas familias está padeciendo ese infierno día a día —admití—. Es muy difícil vivir en un hospital esperando un milagro.
Dulce dejó su galleta a medio terminar, sus ojos azules me examinaron curiosa.
—Suena muy conmovedor, tú sabes que te apoyo, pero no te ofendas, no sé si sea rentable —apuntó José Luis sin deseos de herirme, solo siendo sincero.
—Sí, bueno, yo tampoco —acepté sincera. Prefería que fuera honesto—, por eso me esforcé porque los diseños fueran lo más universales posibles, es decir, la idea es que el cliente compre el producto porque le parezca agradable y después sea capaz de identificar el mensaje, no al revés —expliqué. José Luis lo meditó, se recargó en el respaldo mientras me escuchaba sin quitarme los ojos de encima. Hice mi mayor esfuerzo para no salir corriendo—. Además, pensé que no solo podría centrarse fuera, sino dentro de la empresa. No sé, concientizando sobre la prevención, para que menos gente tenga que llegar a un hospital, despertar la empatía...
—Es ahí donde queremos que entres tú, Dulce —intervino Sebastián, dirigiéndose a la rubia—. Nos gustaría que tú encabezaras la campaña para el personal, haciendo brigada, orientando por medio de asesorías o realizando alguna campaña que involucre a los compañeros. Hacer una red de apoyo entre todos los colaboradores —planteó sobre la mesa, con una firmeza que dejó claro su experiencia.
Dulce lo escuchó atenta, creo que tras pensarlo quiso decir algo, pero José Luis, que se había entretenido estudiando las hojas que llevé, ganó la partida. De la nada se puso de pie, y aquel movimiento me robó cualquier pizca de valentía.
—Admito que suena bien, creo que el concepto sería bueno, no solo para el bienestar de la gente que está dentro de la empresa, sino que nos da una imagen social favorable, pero... Tú misma lo dijiste, Celeste —remarcó señalándome mientras rodeaba la mesa de cristal, reflexionándolo—, el corazón es importante, pero queramos o no, una compañía sobrevive por los ingresos, y para que un proyecto en verdad tenga un impacto social no solo debe verse reflejado en opiniones —debatió—, sino también en los balance. De nada nos sirve coleccionar aplausos, de esos nadie come.
—A menos que te dediquen a vender manitas aplaudidoras —murmuró risueña Dulce. Todos la miramos. Creo que pensó en voz alta porque enseguida se hundió en el asiento—. Suficiente de bromas... —zanjó fingiendo cerraba su boca con un zipper ante la mirada de su jefe al que le había cortado la inspiración.
Tras la pequeña interrupción José Luis volvió a retomar su actitud seria, fijó sus ojos claros en mí. Me costó sostenerle la mirada, lució mucho más imponente en su rol de superior.
—¿En verdad crees que tienes la capacidad para sostener un proyecto de este nivel? —me retó.
Vaya, qué pregunta. Me hubiera gustado darle un sí sin titubeos, animarlo a confiar en mí con los ojos cerrados, asegurarle era su mejor apuesta, pero no podía mentirle.
—Lo intentaría, pondría todo mi esfuerzo para...
—No recuerdo que alguien haya obtenido el primer lugar solo intentándolo —interrumpió, con una cruel verdad ante mi discurso.
Y tenía razón, lo mío no eran más que ilusiones. Respiré hondo, dudado entre engañarlo, ampararme en una seguridad que no tenía con tal de no perder la oportunidad que podría cambiar mi vida, y el miedo ante las consecuencias. Un horrible silencio nació ante su mirada desafiante, mismo que se prolongó hasta que me vi obligada a hablar. Él no lo haría hasta que yo tirara el último golpe.
—No quiero prometer algo que pueda perjudicarlos —admití dándole un vistazo a Sebastián, que ni siquiera me miraba. Nunca me perdonaría ocasionarle problemas a él—, pero también sé que todo inicio es un salto al vacío, una apuesta arriesgada, nadie puede saber de qué es capaz hasta que le dan la posibilidad de demostrarlo...
Entonces de la nada una risa jovial dejó mi oración a medio terminar. Fruncí las cejas, no supe cuál de todas mis palabras sonaba a broma. Mi rostro reflejó la confusión cuando su socio perdió cualquier pizca de seriedad. ¿De qué me perdí?
—Respira, es solo una broma —aclaró divertido, volviendo a tomar asiento. Resistí los deseos de llevar mis manos al pecho justo donde sentía se me saldría el corazón—. No te molestes, espero puedas perdonarme, estaba tomándote el pelo para ver tu reacción —me reveló. Entonces caí en cuenta que Sebastián dejó a la luz la sonrisa que había estado escondiendo. Me la cobraría—. Ya Sebastián me había comentado de tu idea y tras ver tus diseños me convenciste, igual la hubiera aprobado de no decir nada, pero confieso que te ganaste todos los puntos —reconoció. Asentí—. Tienes talento, claro que falta pulir algunos detalles, apuesto que con una buena asesoría serán dignos de cualquier convocatoria. Y me gusta tu idea, necesitamos armar una propuesta, todos en conjunto, el equipo de marketing, financiero, producción —planteó con esa ambición que lleva a los triunfadores al éxito—. ¿Qué me dices? —le preguntó a Dulce—. Después de todo, tú también vas a tener una campaña bastante grande a la espalda.
—Digna de una gerente de mi categoría —dramatizó. Sonreí, era su forma de decir que sí—, creo que puedo organizar algo muy interesante con los compañeros. Además, debo confesar que por un tema personal empatizo mucho con lo que has dicho, Celeste —me sorprendió, regalándome una cálida sonrisa—. Después de traer es Chayanne a México para reducir el estrés y motivarnos, esta es la segunda mejor idea que he escuchado —sentenció.
Reí ante su curiosa respuesta. Okey... Supuse que eso era un halago.
—Tenemos todos los votos a favor, porque Sebastián ya me ha dejado bien claro su postura. Maravilloso. Entonces no queda más que darte la bienvenida —me dijo ofreciéndome su mano, con una sinceridad que me hizo sonreír—. ¿Estás lista para ser explotada laboralmente durante las próximas semanas? —lanzó divertido.
Y aunque sonaba terrible no pude evitar asentir emocionada. Ese era un nuevo inicio para mí.
—Sí, claro que sí.
—Me gusta oír eso, porque vamos a empezar hoy mismo —nos informó—. Nadie se va a su casa sin antes de terminar el plan que vamos a enviar a la inscripción —dictó.
—Por suerte traje bocadillos —murmuró Dulce, ofreciéndome discretamente una galleta.
—Desde este momento estén prohibidas las interrupciones... —zanjó acomodando la carpeta que había traído consigo, dispuesto a trabajar.
O al menos ese era el plan porque ni siquiera había apoyado el bolígrafo sobre el papel cuando la puerta se abrió sin aviso.
—¡Hola a todos!
Reconocí al instante esa alegre voz. Tuve que hacer un esfuerzo para fingir ceguera cuando su hermana hizo, junto a una enorme sonrisa, una entrada triunfal.
—Dios Santo, ¿cómo es que nadie preguntó si podías pasar?—protestó al aire, le había arruinado el papel de jefe autoritario.
—Porque soy la hermana del dueño, gruñón —lo saludó animada, restándole importancia a su enfado antes de darle un beso en la mejilla, riéndose de su actitud malhumorado. José Luis no dijo nada, porque aunque se hizo el ofendido se limitó a resoplar. Sonreí, eso de tener hermanos es un caso. Karen lo ignoró, más interesada en saludar a Sebastián con efusividad. Y aunque me hubiera gustado fingiera era invisible a sus ojos, cuando agitó su mano en un ademán simpático para Dulce le fue imposible pasar por alto de mi presencia. Su sonrisa fue perdiendo fuerza. Sí, a mí también me daba gusto verla—. ¿Qué hace tu amiga aquí? —preguntó confundida.
—Celeste va trabajar con nosotros —soltó José Luis distraído en unos papeles antes de que Sebastián pudiera responder—. Te lo digo yo, para que después no te enteres por chismes y también por si eres tú la que tienes que pasar la información —lanzó sarcástico—, así tienes la confirmación de primera mano.
Karen torció los labios, molesta ante su insinuación. A mí me costó entender a qué se refería.
—Eres un tarado —le dijo dándole un sutil empujón—. Para que dejes de una vez esa tontería, y veas que estoy de tu lado, venía a contarles una primicia —anunció victoriosa, dejando mi tema de lado. Mejor así. José Luis por primera vez le prestó atención. Sonrió satisfecha tomando asiento al lado de Sebastián, siempre cerca—. Este fin de semana habrá un evento para presentar a todos los participantes, hoy mismo debe llegarles la notificación, será en la sala de un hotel muy prestigioso —contó.
Contrario a lo que ella esperaba, José Luis perdió el interés en un chispazo.
—Vaya, nos has cambiado la vida con la noticia —se burló solo por llevarle la contraria. Regresó a lo suyo con cierta indiferencia—. No podía dormir pensando si tendríamos oportunidad de socializar con nuestros compañeros de campaña. Díganme que les pasó lo mismo —nos animó. No debí hacerlo, pero tuve que apretar los labios para no reír.
Karen pintó una mueca, ofendida por su humor. No dijo nada porque Sebastián le pidió sin palabras, en una simple mirada, que no le hiciera caso. Ella respiró hondo, dándole la razón.
—Quieras o no lo que suceda ahí puede abrirte o cerrarte muchas puertas —argumentó.
—Un punto interesante para una relacionista pública, pero espero que lo que realmente valga la pena sea lo que pongamos sobre la mesa. De todos modos, no te preocupes, vamos a acudir y generar muy buena impresión para no decepcionar a nadie —concluyó con falsa sobriedad—. ¿Verdad, Sebastián?
Él no lució muy emocionado. Sin perder el temple se acomodó los botones de las mangas en una manía que hacía sin pensar cuando algo le incomodaba.
—Bueno, las reuniones no son mi momento favorito —reconoció—, pero supongo que es parte del oficio—. Karen pareció satisfecha que alguien estuviera de acuerdo—. Igual sería bueno que ustedes también acudieran —soltó de pronto, señalándonos a Dulce y a mí.
Genial, lo que me faltaba. Intenté fingir que ni siquiera lo había escuchado, pero resultó imposible cuando el aplauso emocionado de Dulce casi me dejó sorda.
—Ya se había tardado, jefecito —celebró Dulce su gran iniciativa. Sebastián sonrió—. Eso sí es una gran, gran idea —remarcó.
—¿Y tú qué dices, Celeste? —preguntó sin dejarse engañar, conociéndome.
—¿Yo?
—Pues sí —respondió riendo ante mi balbuceo—. Es lógico, la idea es tuya, eres una parte primordial del proyecto —me explicó. Sí, sonaba muy lindo, pero...
—Tampoco la presionen —intervino Karen. Me hubiera gustado que fue compasión lo que la llevó a hablar—, ella no está acostumbrada a esta clase de eventos, debe estar asustada —alegó. Y sí, pero odié el tono lastimero que utilizó, como si en verdad le importara lo que me pasara—. No deberían forzarla. Además, con tantos problemas en la cabeza dudo que viniera preparada, ni siquiera debe tener ropa para la ocasión —argumentó. Y aunque era verdad, la inseguridad de mi atuendo que había pasado a segundo plano, volvió a resurgir.
Entonces cuando creí no podía ponerse peor, José Luis habló.
—Tú podrías ayudarla.
Karen abrió los ojos, sorprendida.
—¿Yo?
Él escondió una sonrisa, disfrutando haberle dado un giro que no esperaba.
—Sí, siempre presumes que eres una experta en el tema —repitió, evidenciándola, enfatizando sus propias palabras—. Sería un buen momento para que le des un buen provecho —propuso.
Terminar en medio de una riña de hermanos nunca es un buen final.
Karen torció los labios, sin encontrar una forma de deslindarse del tema sin perder puntos. El silencio que le siguió volvió el momento aún más incómodo. Quise terminar con esa tontería de jugar al hada madrina de una vez, pero fue Sebastián quién tomó el control al verme titubear.
—No, no tienes que hacerlo —zanjó, liberándola a ella del compromiso y a mí ahorrándome el mal momento—. Nosotros podemos encargarnos...
Y como por arte de magia, Karen pareció cambiar de la nada de opinión.
—No, está bien, claro que les ayudaré —mencionó enseguida, sonriéndole. No por mí sino por él. Sus ojos estaban puestas en el mejor amigo de su hermano—. José Luis tiene razón, sabe que todo lo relacionado a los eventos es mi fuerte, tengo mucha experiencia en el tema. Además, pensándolo bien, la idea me gusta —admitió a la par sus ojos se fijaron en mí por primera vez—. Apuesto que ambas podemos aprender mucho una de la otra. Ya verás lo mucho que nos vamos a divertir —me animó intentando sonar amigable. Hice mi mayor esfuerzo por corresponder a su entusiasmo. Creo que no lo logré—. Te prometo que voy a encargarme de que luzcas espectacular. Confía en mí. Ten por seguro que esa noche nadie va a olvidarte.
¡Hola a todos! No diré nada, pero no se pierdan el próximo capítulo. Comienza el drama 🤫😱😉. Celeste está dentro del proyecto, y eso va generar muchas reacciones. Nos reencontramos con Dulce y en el próximo con otro personaje 🤫. Empezamos el 2024 con toda la actitud. Preguntas de la semana: ¿Qué cenaron en Año Nuevo? ¿Les gustó el capítulo? ¿Qué tal les irá en la fiesta? Los quiero mucho, gracias por todo su apoyo ❤️🥰.
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