Capítulo 15

Celeste

Es una irónica cómo logramos luchar contra nuestro dolor, pero somos incapaces de presenciar el sufrimiento de las personas que amamos sin rompernos a pedazos.

Supongo que fue eso, creer ingenuamente que yo podía repararlo de alguna manera lo que me motivó a plantearme frente a ese enorme barandal de metal, con el corazón atorado en la garganta y el pasado haciendo en mi cabeza, para volver a abrir un capítulo que creí cerrado.

O más bien, intenté cerrar porque era demasiado doloroso para releer.

Yo adoraba a Patricia, resulta tan difícil hablar de ella en pasado, no solo porque era mi hermana, sino también mi mejor amiga, mi ejemplo a seguir. La noche que el doctor salió del quirófano y nos informó que algo andaba mal, supe que nada volvería a ser lo mismo para mí. Ahí, a punto de ver a la cara al hombre que cambió nuestra vida, tuve la misma corazonada.

—¿Tienes algún plan en mente? —me sacó de mis pensamientos Sebastián al alcanzarme. Se quitó los lentes oscuros a la par estudiaba la edificación frente a nosotros mientras el sol abrasador sobre nosotros empezaba a molestar.

Respiré hondo, que pregunta más difícil. Nada, después de una noche en vela llegué a la conclusión que cualquier plan fallaría, sería mejor improvisar.

—Podría fingir que vine a dejar un pedido de comida —lancé lo primero que se me ocurrió.

—Sí, eso podría funcionar —acepté divertido.

La risa de Sebastián me hizo sentir menos agobiada. Una débil sonrisa brotó. En verdad apreciaba que estuviera conmigo. No me creía capaz de enfrentar todo eso sola, aunque en el fondo temía no fuera tan buena idea asociarlo a mis momentos vulnerables. Mientras más reconociera mi corazón su voz, menos control tendría sobre mis sentimientos.

Negué, concentrándome. Esa era mi última preocupación. A sabiendas no podía perder más tiempo, escondí el miedo en un bolsillo antes de acercarme a la caseta. Tras unos golpecitos al cristal un guardia de seguridad, portando corbata y camiseta celeste, me examinó con sus ojos avispados cuando se vio obligado a hablar conmigo.

—Buenas tardes... —me presenté en un intento de sonar amable y ganarme su confianza, asomándome por la pequeña ventana, sin darle tiempo de hacer preguntas. Mi esfuerzo por impresionarlo con mi falsa simpatía no funcionó.

—Buenas tardes —respondió en automático. Su mirada se posó en una libreta que tenía sobre un escritorio repleto de papeles. Desde donde estaba apenas podía ver al interior por la mala iluminación—. ¿Viene por la entrevista? —lanzó como si conociera el diálogo de memoria.

¿Entrevista? Arrugué la nariz, confundida. Tras un segundo de aletargamiento me reprendí por ser tan tonta. Esa era la oportunidad, ya en el interior me las arreglaría solo.

—Oh, sí, perdón —admití deprisa. El hombre que no me había prestado realmente atención, alzó el rostro al percibir mi abrupto cambio de opinión. Sonreí—. Se me hizo un poco tarde, pero ya estoy aquí —mentí.

—¿Cuál es su nombre? —me interrogó afilando su mirada, surcada por algunas arrugas que dejaban a la luz años de experiencia. Me escaneó desconfiado de arriba a abajo. Maldije a mis adentros por mi atuendo porque nadie se creería iría a una entrevista vistiendo un pantalón de mezclilla y una playera rosa sin mangas.

—Mi nombre... Claro, mi nombre... —balbuceé riéndome, él no movió un solo músculo de su cara. Solté lo primero que se me ocurrió por los nervios—. Rosario Mercedes.

Por mero protocolo lo revisó, pero tuve la impresión que ya sabía lo que diría.

—No está en la lista.

—Tal vez se equivocaron, de hecho imprimí el correo que me enviaron... —argumenté a mi favor. Fingí buscar en mi bolso imaginario, me golpeé la frente con la palma—. Maldita sea, olvidé el folder, pero si gusta puede preguntarle a...

—Buen intento —cortó mi cuento, poniéndose de pie para quedar a mi altura, se apoyó en el marco de la ventanilla—, pero nosotros somos muy precavidos con quién entra y sale de la fábrica, señorita —destacó para que dejara de intentar engañarlo.

Una mirada bastó para saber perdí el poder, tenía que probar otro comino.

—Okey, bien, lo siento —reconocí avergonzada. Me quité las máscaras. Respiré hondo—. Le diré la verdad, estoy buscando a alguien que trabaja aquí, me urge hablar con él. ¿Cree que podría hacerme el favor de decirle que estoy aquí? No le quitaré ni cinco minutos. Su nombre es Raymundo Álvarez...

Sin embargo, ni siquiera me dejó terminar.

—No me suena —zanjó sin darle importancia.

Ser testigo de su indiferencia, ante un tema que me ponía tan mal, encendió mi sangre. Fruncí las cejas molesta al verlo regresar a su asiento, mandándome al diablo.

—Claro que no le va sonar, hay más de doscientas personas trabajando aquí —argumenté perdiendo la paciencia.

El tipo volvió a clavar sus pupilas en mí al notar no me mordí la lengua.

—Cuide como me habla —me advirtió porque no le gustó el tono con que le hablé.

Estuve a punto de hacer justo lo contrario cuando la voz de la razón intervino al presenciar se estaban encendiendo los ánimos.

—Tranquila...

El suave toque de Sebastián alejándome un poco fue un recordatorio: no debía dejarme llevar, tenía toda la de perder. Le di un vistazo, sus ojos me dieron un poco de calma, calma que se esfumó apenas el otro abrió la boca.

—Calme a su chica o voy a tener que hablarle a un policía de verdad, hombre —soltó muy valiente desde dentro. Entonces sí agradecí que estuviera a mi lado para contenerme cuando tuve el impulso de cometer una locura y borrarle sus aires de grandeza.

—Al menos la policía me escucharía —le eché en cara.

Él soltó una risa burlándose de mi ingenuidad.

—Se nota que no es de aquí.

—No, no lo soy —le di la razón, desesperada—. Vine de muy, muy, muy lejos para hablar con él y no pienso irme sin hacerlo —zanjé. 

—Suerte con eso, las salidas son a las siete de la mañana, cuatro y seis de la tarde —dictó lavándose las manos.

Quiso cerrar el cristal, dando por terminado el tema, pero soltándome de Sebastián de una se lo impedí, bloqueando con mi mano su camino. Me había llenado a mi límite. Se equivocaba, me escucharía.

—Ya me cansé de este juego —me quejé fastidiada—. Raymundo es el padre de mi sobrino, llevo años sin saber nada de él, la única que pista que tengo es que trabaja aquí y en verdad necesito que me escuche...

—Señorita, vaya con su novela a otra parte.

—No, y no me importa si me cree o no. Usted no tiene idea por qué estoy aquí —mencioné. Casi pude escucharlo decir que tampoco le interesaba, pero me adelanté—. Mi sobrino necesita un trasplante —escupí sin tapujos, a sabiendas estaba cerrándose mi puerta, para que entendiera no estaba jugando. Y supongo que el miedo me delató porque él por primera me contempló con interés—. Él es mi única esperanza. Le juro que si no fuera de vida o muerte no estaría aquí —le aseguré. El aire se volvió pesado a la par sus facciones se fueron suavizando. Tragué saliva empujando el nudo que comenzaba a entorpecer las palabras porque lo último que deseaba era ponerme a llorar—. No sé si usted sea padre o no, pero... Escuche, puede llamar a la policía, intentar echarme de aquí, hágalo, no voy a irme, no hasta asegurarme que he agotado hasta mi última posibilidad.

Odiaba mendigar ayudar, había aprendido a sobrevivir sola, pero estaba dispuesto a todo si eso salvaba a la persona que más amaba en el mundo. Y él lo entendió, lo supe, porque aunque no bajó la armadura de inmediato, sus ojos pronto volvieron a fijarse en los papeles que había en el escritorio y al regresar a mí, un sentimiento diferente bailó en sus pupilas.

—Raymundo Álvarez...

—Así es —le di la razón, asintiendo. Liberé mi celular del bolsillo, recordando tenía algo que podía ayudar, rebusqué a toda velocidad en mi galería hasta dar con la fotografía que había guardado. Tal vez eso facilitaría reconocerle—. Por esta imagen supe que estaba trabajando aquí —le expliqué mostrándole la pantalla.

Y por la forma en que su expresión se transformó noté funcionó.

—Ay, ya lo recuerdo —reconocí haciéndome sonreír cuando la esperanza encendió en un chispazo una luz en mi interior. Aunque la felicidad se fue tan rápido como llegó al percibir cómo cambió su expresión a una mueca de malestar—. Niña, vas a tener que lidiar con una fichita —me advirtió. 

—¿Sabe algo de él? —dudé.

—Bueno, no mucho, el Ray lleva menos de un año trabajando aquí, y he escuchando que tiene siempre muchos problemas con los jefes —me puso al tanto, sin querer entrar en detalles. Eso no sonaba demasiado extraño para mí. Su segundo problema eran líos—. Aunque quién sabe, en una de esas son puras habladurías —reconsideró, no sé si para hacerme sentir mejor—, porque yo no tengo una sola queja de él. Muy sencillo, saludador y simpático el muchacho —opinó, no sé si en un intento de hacerme sentir mejor o defendiendo la verdad—. En una de esas no era el mejor en la chamba, pero es buena persona.

Lo dudaba, pero apreté los labios para no soltar una imprudencia, porque a mí me convenía creer lo mismo. Pensar que la bondad de Raymundo había dejado de ser solo una fachada. Él siempre fue carismático, sabía ganarse a la gente escondiendo la cascada de defectos que le seguían. Así se ganó a Patricia... Aunque supuse que estar a la defensiva, cantándole todos sus errores, no serviría de nada. Necesitaba a Raymundo de mi lado.

—De todos modos, voy a ir a buscarlo, espérame aquí —me avisó, compadeciéndose de mí.

—Gracias, muchísimas gracias —repetí sincera sonriendo, luchando entre los nervios y la alegría que estaban destruyendo mi ritmo cardíaco.

Solté un suspiro mientras lo contemplé abandonando la caseta para perderse en el patio de la compañía. Al verme sin escapatoria llevé una mano a mi corazón, sentí los latidos a través de mi no habría otra oportunidad.

—Tranquila, todo irá bien —me animó Sebastián al verme morderme los labios para calmar el temblor que los dominaba. Asentí solo porque era incapaz de quedarme quieta, abrazándome con todas mis fuerzas a sus palabras.

Necesitaba creerle, pero no lo hice porque creo en el fondo sabía lo que me esperaba. Confirmé mi corazonada cuando divisé al hombre a lo lejos. Solo. Su rostro no me dio buenos indicios.

¿Qué le dijo? ¿No quiere hablar conmigo? —solté ansiosa sin dejarlo hablar, dejando a la luz mi mayor temor.

—Me acababan de informar que Raymundo renunció, hace dos semanas recibió su finiquito y no ha vuelto a poner un pie por aquí —me avisó con vergüenza sin verme a la cara, demoliéndome en un golpe. Respiré despacio, procesándolo. Raymundo no estaba ahí—. Yo no lo había visto en un buen tiempo, pero imaginé que lo habían suspendido como otras veces, pero tal parece que al supervisor se cansó de sus andanzas y terminó echándolo —me contó.

Sin embargo, yo ya no lo escuchaba. En mi cabeza solo se repetía, una y otra vez, que Raymundo se había marchado. 

—Pero debe haber algún registro de él en recursos humanos —consideró Sebastián, al verme perdida, sin emitir una sola palabra—. Si trabajó para ustedes deben conservar su teléfono, su dirección...

—Sí, licenciado, pero están protegidos. Ya sabe como anda la ley en esas cosas —argumentó—. No esperará que se lo suelten de buenas a primeras, los de recursos no van arriesgarse que el Raymundo los demande por andarlos divulgando cuando firmó un contrato. 

Sebastián no pudo alegar más en contra, aunque noté luchó por hallar otro camino. Al final tuvimos que darle razón. La ley no se rompe solo por las lágrimas de una chica. Lágrimas que aunque con todas mis fuerzas intenté mantener solo para mí se asomaron por mi mirada, lo supuse cuando el hombre me contempló con una pizca de lástima.

—Pero no se de por vencida, el que puede tener información es Manuel —me informó para que no decayera. Lo miré confundida, sin entenderlo—. Esos dos eran buenos amigos, siempre andaban de un lado a otro juntos, seguro que él debe saber dónde anda o mínimo tener su número. Ahorita no pude preguntárselo porque descansó, pero déjeme su teléfono y apenas consiga algo se lo hago saber —propuso entregándome un papel, deseoso de ayudarme.

Noté que su intención era buena. Me hubiera gustado haberle dado las gracias como se lo merecía, pero aunque su iniciativa me enterneció, abatida tras garabatear una serie de números con mis dedos temblorosos apenas logré darle una débil sonrisa. Tuve la impresión que intentó decir algo para hacerme sentir mejor, pero sin hallar la palabra adecuada, no sé atrevió. Fue mejor así.

Me despedí en silencio, ansiosa de poner distancia entre ese sitio que solo terminó de enterrarme. Quise golpearme contra la pared al caer en cuenta de mi ingenuidad. Había viajado hasta allá para nada, arrastrada solo por una ilusión. Solo Dios sabía dónde estaba Raymundo, y en una ciudad como esa, era como buscar una aguja en un pajar. Tal vez jamás lo hallaría. 

—Celeste...

Percibí en la cálida de Sebastián que había seguido mis pasos sus deseos de darme consuelo, pero aunque me enterneció su intención no se lo permití, necesitaba un respiro. Le pedí con una seña me diera un minuto, y él lo respetó. Aguardó con paciencia, me dio libertad de procesar mi duelo. Había perdido algo que me costaría recuperar, la esperanza, la fuerza para hacerle frente al dolor. Sobrepasada por la oscuridad me sostuve del barandal y con las piernas temblando, me deslicé de a poco en el suelo. Cuando papá nos abandonó lloraba todas las noches, pese a que no se lo mereciera porque sabía que él ni siquiera se acordaba en mí. Siempre en silencio, contra mi almohada, para que mi mamá no me escuchara, para que no sufriera más.

Regresé a esos tiempo, me convertí de nuevo en esa niña ilusa que lloraba en contra de su voluntad, escondiendo la cara avergonzada por mi debilidad, detestando mi inocencia. Había vuelto a fallarles, porque no importaba cuánto me esforzaba, nunca fui capaz de proteger a la gente que amaba. Apreté lo labios para acallar los sollozos que hacían grietas en mi pecho, que estrujaban mi alma, que paralizaban mis sentidos por el miedo de perder lo que más quería en el mundo. 

Un leve toque me regresó a la realidad, al darle la cara descubrí que se trataba de Sebastián que se había puesto a mi altura y me observó con una ternura que hizo más complicado contener las lágrimas. No dijo nada, conociendo lo mala que era con las palabras, lo mal que ponía saber que el mundo presenciara mi quiebre, pero conociendo lo mucho que necesitaba algo que jamás le pediría, se limitó a apoyar su mentón en mi cabeza envolviéndome en sus brazos. Cerré los ojos, sintiendo la suave caricia de sus manos por mi cabello. Guardó silencio, su tenue respiración fue lo único que hizo eco mientras mi corazón lleno de miedo se refugió en el suyo repleto de cariño. No hubo palabras vacías que no creería, ni promesas que no se cumplirían, solo un estoy aquí. Estoy aquí aún cuando no quede nada por salvar, cuando tu fe tambalee, cuando sientas que incluso la misma vida te ha dado la espalda.

¡Hola a todos! Un capítulo un poco triste, las cosas no salieron como pensaron 🥲🥺. Ahora qué le han perdido la pista a Raymundo, ¿qué hará Celeste? ¿Regresará a Hermosillo? 🥺❤️‍🩹 ¿Dónde estará el papá de Berni? Espero que les gustara el capítulo, pregunta de la semana: ¿Pondrán pino de Navidad? Los leo. ¡Les quiero muchísimo! Un abrazo fuerte.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top