Capítulo 14
—Tú y yo tenemos que ponernos de acuerdo para que me cuentes tu reciente aventura —soltó Karen mientras la guiaba a la puerta, tras terminar la cena, echando un vistazo a su hermano que se despedía a lo lejos.
En una cena José Luis se había ganado la simpatía de todos, y en verdad me alegraba. Yo tenía la creencia que el término familia abarca un amplio significado, y pese a que no compartíamos una gota de sangre, él era parte de la mía. Nos unían cosas lazos igual de importantes.
—Claro, aunque no quiero prometerte fechas, estoy saturado de trabajo —reconocí para no comprometerme con algo que conociéndome tal vez no cumpliría.
Karen no lució convenida con mi respuesta, pero no tuvo tiempo de reprocharme porque el brazo de José Luis me rodeó, anunciando su adiós.
—Hermano, que linda familia —comentó jovial—. Ahora ya no tienes excusa para llegar desmotivado a la oficina —me advirtió divertido. Reí porque tenía razón, me sentía diferente, con más ganas de hacer planes a futuro—. Lo cual es vital ahora que tenemos que comenzar a trabajar en nuestro proyecto. Espero que el viaje te diera ideas —expuso, equivocándose. Estaba en blanco, por suerte no tuve que dejarlo a la luz—. No me lo cuentes aquí —me pidió enseguida echándole un vistazo a Karen—, hay demasiado testigos.
—Por el amor de Dios, José Luis, sigues con esa tontería —se molestó cruzándose de brazos. Alcé una ceja, sin comprender la indirecta. Karen se vio en la necesidad de aclararlo—. Cree que yo le fui con el chisme a Sarahí de que participarían en la convocatoria...
—Nada descabellado teniendo en cuenta son amigas cercanas —argumentó a su favor.
—Yo no tengo la culpa que su papá forme parte de la asociación de empresarios, ¿no te parece más lógico que hubiera sacado el dato de él? —se defendió.
Él quiso añadir algo más, pero los interrumpí, habiendo presenciado cientos de sus discusiones sabía que nos embarcaríamos en una guerra sin ganador.
—Ya no tiene sentido que discutamos por eso —corté cansado, adelantando no llegaríamos a ninguna parte—. Además, queramos o no, acabaría enterándose de todos modos —reconocí usando la cabeza—, no podíamos mantenerlo como un secreto para siempre.
Sarahí siempre conseguía lo que deseaba. Jose Luis no lució convencido, pero decidió llevar la fiesta en paz.
—Sí, tienes razón, al final no importa quién lo cuente, si no quién lo haga —remarcó sin quitarle los ojos de encima a su hermana menor. Karen frunció los labios, dedicándole un mirada de reproche—. Y será mejor que nos vayamos, estos días hay mucho por hacer —dictó dando por terminada la conversación.
Estuve de acuerdo, de nada servía hallar culpables. ¿Qué más daba quién fue el que echó abajo la presa? El agua ya había corrido. Sin embargo, Karen no pensaba lo mismo.
—Te prometo que yo no se lo dije —insistió angustiada, buscando mi mirada para que notara no mentía—. Tienes que creerme, Sebastián —me pidió—, jamás te traicionaría.
Estudiando sus pupilas avellanas confieso que tuve la sensación de que estaba siendo sincera, pero tampoco podía descartar la posibilidad, después de todo, eran amigas desde hace años. Fue justo ella quien me la presentó y luego de nuestro rompimiento siguieron frecuentándose. Sin embargo, no me afectaba, no esperaba su lealtad, tampoco se la pediría.
—Qué más da cómo se enteró —resolví sin darle más vueltas. Karen bajó la mirada, no era lo que esperaba escuchar, pero no logré decir lo que deseaba, era pésimo mintiendo—. No te preocupes más. Descansa —me despedí.
Ella asintió antes de pintar una sonrisa débil, me dio un beso en la mejilla antes de perderse por el pasillo. Cuando al fin cerré la puerta, solté un pesado suspiro. Qué día.
—Vaya, fue un día lleno de sorpresas —Una voz a mi espalda pareció leer mi mente. Al girar distinguí a Celeste que abandonaba el pasillo que daba a las habitaciones—. ¿Siempre es así aquí? —indagó con cierto temor, haciéndome reír, mientras limpiaba sus manos nerviosa en su pantalón.
—Espero que no —solté divertido, también un poco abrumado—. ¿Berni? —pregunté, lo había perdido de vista.
—Ya está dormido.
—Y yo seguiré su ejemplo —soltó mi madre, ahogando un bostezo. Celeste le regaló una sonrisa acariciando su brazo—. Un minuto más brindando y terminaré esterilizando pinzas de hospital —bromeó, haciéndome sonreír.
—Descansa, cualquier cosa estaré aquí.
Celeste se despidió con un ademán cuando ella regresó la vista. Echó las manos a los bolsillos, sin saber qué hacer, como si aún no se hallara en aquel espacio.
—Escucha, no quiero que tomes mi comentario como una queja hacia tus amigos —mencionó cuando nos quedamos solos, temiendo la malinterpretara. Reí. No lo hacía. En realidad entendía su sentir, todo era nuevo para ella—. Ellos son muy agradables, en especial José Luis, parece un tipazo.
—Lo es —le di la razón—. Y apuesto que tú le caíste muy bien.
Celeste era la clase de persona que lograba cautivar con su sencillez. Era transparente, tenían eso en común. Ella asintió con una suave sonrisa, pero no dijo nada, notándola más callada que de costumbre, descubrí que en el fondo estaba asustada. Sonreí identificándome con ese miedo que despierta lo desconocido. La noche que descendí del autobús en la central el miedo era lo único que corría por mis venas. Así que en un plan absurdo, deseando despejar su mente, caminé hacia el balcón y corrí el cristal que nos separaba del exterior permitiendo la brisa de la noche nos golpeara a la cara.
Celeste dudó antes de dar un paso, tampoco la presioné. Entendí que era un proceso.
—La ciudad es bonita —lanzó al aire, cuando tomó el valor para seguirme. Sus ojos negros estudiaron los edificios que no rodeaban. Las luces que había colocado para iluminar el balcón bailaron en su rostro. Echó un vistazo a ese pequeño espacio, la guirnalda de luces en lo alto, algunas que bordeaban el barandal, el largo sofá blanco en los que se amontaban un par de cojines grises y la mesa pequeña. Había invertido en aquel sitio porque solía pasar mucho tiempo en él—, pero por este lugar ya valió el vuelo de casi dos horas. Es maravilloso.
—Lo es, y deberías presenciar un amanecer desde aquí —le conté, arremangándome la camisa blanca antes de apoyarme en el barandal—. No puedes imaginar la tranquilidad que te da, es la mejor forma de empezar el día.
Darte cuenta que estar vivo es un regalo, ese pequeño instante me lo recordaba, uno muchas veces lo da por hecho y no sabemos apreciarlo. Y aunque era una tontería, Celeste no me juzgó, en cambio, digno de ella, me dedicó una tierna sonrisa, esa que siempre me regalaba cuando soltaba esas cosas raras que solo podía hablar con ella.
—Te creo. —Guardó silencio un segundo antes de fijar su mirada en la nada. Hubo una pequeña pausa que ella terminó—. Una parte de mí desea con todo mi corazón que amanezca para poder hablar con Raymundo, para enfrentarlo de una buena vez, pero otra... —Calló, el terror se apoderó de su voz. Soltó un suspiro que se perdió en el viento. Sus ojos buscaron algo de consuelo—. Tengo tanto miedo de que algo salga mal —se sinceró—. Todas mis esperanzas están puestas en él, ¿qué voy hacer si recibo un no?
Me hubiera gustado tener la respuesta correcta, una que ahuyentara su incertidumbre. Respiré hondo, enfrentando que era una alta posibilidad. Estábamos saltando con los ojos vendados.
—Buscaremos otro donador, Celeste —expuse para que no se diera por vencida—. Siempre hay un camino. —Incluso cuando no es el que planeamos. Apretó los labios—. Escucha, imagino como te sientes, pero prometo que todo pasará.
—¿Cómo estás tan seguro? —dudó.
—Una vez me dijiste que podías ver el futuro —le recordé con una débil sonrisa que ella imitó de a poco al hacer recuento de sus propias palabras—. Tal vez yo también tengo ese don.
Ella negó sonriendo mientras sus manos se aferraban al filo del barandal. La verdad es que la vida no da ninguna certeza más allá de que nada dura para siempre.
—No entiendo cómo pretendías quedarte en Hermosillo cuando está claro que tú perteneces aquí—comentó de pronto, sin ganas de hablar más de un tema que le resultaba doloroso, cambiando la atención a mí.
Sacudí los hombros porque padecía del mismo mal. Había escogido justo mi favorito. Otra bocanada de aire para hacerle frente a mi realidad.
—No puedo negar amo lo que hago —admití para mí—, soy del grupo afortunado que dedica su vida a lo que realmente le apasiona, que puede presumir haber hallado su vocación, pero... —Las palabras no llegaron, no sabía cómo explicarlo—. No es suficiente —me sinceré frustrado conmigo mismo.
Celeste me estudió curiosa.
—¿No lo es? —titubeó.
Reí ante su curiosidad y mi mala manera de explicarlo.
—No quiero sonar como un inmaduro egoísta —adelanté, aunque así me sintiera, porque en el fondo sabía tenía la obligación de ser feliz con todo lo que la vida me había dado. No tenía derecho a quejarme—, aunque lo soy —admití, riéndome un poco de mí mismo—, es solo que... He pasado toda mi vida esforzándome por demostrar soy suficiente —nos confesé, porque aunque lo sabía, no me daba permiso de aceptarlo—, que vale la pena apostar por mí. Y creía haberlo logrado —reconocí—, al menos dentro de la oficina. El problema está en que al salir de ahí me convierto en un fiasco.
Porque cuando ya no hay números que midan mi desempeño, ni reportes que soporten mi frágil ego, no podía evitar sentirme de nuevo ese crío que no sabía cómo hacerle frente a la vida.
—Tú no eres un fiasco, Sebastián —protestó Celeste, interrumpiéndome, buscando mi mirada, con esa fuerza que dejaba a la luz de lo que estaba hecha—. Mírame a mí —se señaló—, yo sí que encajo en ese concepto... Pero qué estoy diciendo. Esto no es una competencia de quién es el peor perdedor —se regañó haciéndome sonreí. Dejó ir un largo suspiro—. Para que lo negamos, sí, somos un desastre —concluyó de forma tan espontánea y sincera que me fue imposible no sonreír.
—Tal cuál.
No podía decirlo mejor.
—O quizás es la crisis de los treinta —consideró tras reflexionarlo. Asentí. Sí, también estaba esa posibilidad—. Aunque eso estaría bien para ti, pero yo soy mucho más joven —consideró divertida.
—¿Estás diciéndome viejo?
—No quería que sonara tan cruel, pero...
No terminó, su traviesa sonrisa resonó llevándose la carga de mis hombros. Escuchándola descubrí lo mucho que me gustaba ese sonido, era como un soplo de aire. Ni siquiera entendía cómo, pero Celeste tenía la mágica capacidad de hacerme olvidar muchas de mis dudas. A veces deseaba entender su secreto.
—¿Qué? —lanzó confundida al notar cómo la contemplaba en silencio.
—Nada, solo pensaba que desde que compré este departamento este fue mi lugar favorito —le compartí sincero. Cuando firmé ese contrato sentí que estaba cada vez más cerca de la felicidad, de alcanzar lo que soñé—, y pensé que nada podría mejorarlo, hasta que estuviste en él.
Porque esos límites de felicidad que conocía sabían a poco a su lado.
—Definitivamente el champagne se te subió —me acusó dándome un empujón. Reí ante su reacción—. Espero que Raymundo le de el mismo gusto verme, porque nuestra última charla no fue muy amistosa.
—¿Le rompiste algo en la cabeza?
—Solo tenía un biberón a la mano —murmuró—. ¿Sabes una cosa? —lanzó sin contenerse, exponiendo lo que le daba vueltas en la cabeza—. Durante años tuve un discurso aprendido para cuando volviera a verlo, le reclamaría por haberlo abandonado, por no escribirle una maldita tarjeta, por no hacerle una sola llamada en su cumpleaños —escupió frustrada, superada por las emociones—, porque no tiene una idea de cuánto lo lastimó, y hay heridas que no pude evitar... Pero ahora que sé que lo tendré frente a frente... No se me ocurre una sola frase —me confesó agobiada—. No sé cómo voy a convencerlo de ayudarme.
Sí, era complicado. A veces la vida nos sorprende, no importa lo que hemos practicado para el próximo capítulo, un giro puede echar todo a la basura.
—Celeste los años han pasado —consideré—, la gente cambia, el tiempo nos ayuda a madurar.
Raymundo no tenía por qué ser la excepción. Tal vez los aciertos y caídas lo habían convertido en otro hombre, ya no era un muchacho, era posible que hubiera aprendido de sus errores.
—A algunos —alegó con una mueca—. Yo sigo siendo la misma impulsiva, salvaje e irracional de siempre —murmuró mientras caminaba en círculos.
Sonreí admirando su ansioso recorrido.
—Sí decían que había que tener cuidado contigo —recordé de buen humor porque Celeste siempre fue una mujer peculiar. Con los años adquirió fama de no dejarse doblegar por nadie—, pero yo sé que detrás de ese terremoto está la mujer más dulce del mundo —le hice ver, porque aunque ella jamás se vanagloriaba de esa virtud, yo que la había acompañado por años, podía presumir de deslumbrar muchas otras de sus facetas. Tenía esa mezcla perfecta entre valor y gentileza.
—Sí, definitivamente, ya se te subió —zanjó sin querer darme la razón, odiando los halagos, por más ciertos que fueran.
—¿Tengo que estar borracho para decir la verdad? —pregunté al aire. Celeste afilió su mirada, abrió la boca, pero no contestó. Reí al notar el camino que tomaría, así que siendo más hábil, adelantando su próximo movimiento, tomé su mano impidiendo escapara—. ¿A dónde vas? —la encaré cuando giré para verla a la cara. Sonreí contemplando sus ojos, seguía siendo una mala perdedora, lo comprobé cuando quiso protestar, igual a nuestras peleas de niños—. Escucha —le pedí antes de que se saliera con la suya y me dejara hablando con mi sombra. No quería pasar por alto lo más importante—, solo quiero que sepas que, pase lo que pase —remarqué mirándola a los ojos. Ella me escuchó atenta, al caer en cuenta los juegos habían quedado atrás—, voy a estar aquí apoyándote.
Como ella lo estuvo tantas veces. Tal vez no podía arreglar el mundo, pero estaría a su lado. Y supongo que percibió no eran solo palabras, que hablaba de corazón porque tras un corto silencio dibujó una débil sonrisa.
—Ojalá yo pudiera hacer lo mismo por ti.
—Ya lo haces —remarqué, alcancé otra de sus manos y dejé sobre ellas un beso en la palma. No tenía idea lo bien que me hacía su compañía—. Además, si te soy sincero, mis problemas apenas comienzan —conté, entrando en confianza.
—¿Una corazonada u otra visión del futuro? —curioseó robándome una sonrisa.
—Una realidad de la que no puedo escapar —reconocí. Celeste me contempló confundida. Reí, no podía culparla, estaba desvariando. Agité los hombros, intentando echar la tensión fuera—. No te conté los detalles, pero la razón por la que adelanté mi viaje a Monterrey fue porque estamos planeando unirnos a una convocatoria que reconocerá proyectos sociales de emprendedores —la puse al tanto.
—Eso suena increíble —opinó entusiasmada al escucharme, acariciando mi brazo para darme ánimos, como siempre lo hacía. Lucía tan sincera—. Seguro lo logras, Sebastián.
—Bueno, primero tendría que conseguir una idea —admití mi primer error.
Su adorable risa me hizo consciente que no era un panorama tan oscuro.
—Algo se les ocurrirá.
—Eso espero, y también que sea rápido —murmuré para mí—, no tengo el tiempo a mi favor. Y en verdad que deseo ganar, no solo porque es una gran oportunidad para la compañía, sino también por, aunque me pesa reconocerlo, orgullo. Ahora que sé que Sarahí va a participar —decidí sacarlo sin filtro. De qué servía mentirme a mí mismo.
Sabía que estaba cayendo en su juego, pero no podía evitarlo. Ella me conocía bien, no le era difícil saber qué piezas mover para desbalancearme.
—Sarahí... —repitió, perdida.
Oh, sí, había olvidado otro detalle.
—Sarahí Urdaneta —expliqué, recordando me había brincado algunos capítulos. Ella alzó una ceja sin notar la diferencia. Sí, bien, faltaba el otro dato. El que no me daba tanto orgullo—. La mujer con la que estuve a punto de casarme.
Entonces cobró sentido.
—Suena a alguien importante —comentó, acertando.
—Lo es. Su padre es un empresario de antaño —le platiqué—, domina una cadena de centros comerciales muy prestigiosa en la zona norte. Es un viejo lobo de mar —le conté. Imponente, astuto, y capaz de todo por conseguir sus metas, características que ella le heredó. Fue su mejor alumna.
—Entonces resulta natural que participe —dedujo sin entender porqué no lo vi venir.
—En realidad no, después de todo, Sarahí solo se encarga de supervisar algunas de sus inversiones, el único negocio a su nombre es una tienda de ropa que puedes encontrar en algunos de esos centros —expuso—. Y ella jamás quiso tomar parte de estas dinámicas, porque no necesitaba ese capital, ni la difusión. Y no quiero sonar como un narcisista —Aunque estaba a punto de hacerlo—, pero estoy seguro que cambió de opinión porque sabe que es una gran oportunidad para ganarme.
La puerta perfecta para reafirmar quién tenía el poder. Para demostrarme tenía razón cuando me dijo que no tenía lo necesario para escalar. Esa era la diferencia, Sarahí no quería ganar solo ver perder a su competencia.
—En verdad te odia —zanjó, tras analizarlo—. ¿Qué le hiciste? ¿Le pusiste los cuernos? —me cuestionó sin encontrarle el sentido, haciéndome reír por su hipótesis.
—Perdí la cuenta de las veces —exageré divertido.
Celeste afiló su mirada, fingiendo juzgarme antes de darme otro suave golpe.
—Eres un descarado.
Reí, ojalá fuera tan fácil.
—La realidad es que su apellido tenía mucho peso, y cuando nos conocimos lo dejó pasar. Tenía la esperanza de que con el tiempo pudiera ponerme a la par, y aunque la compañía creció, no logré cumplir sus expectativas —reconocí.
Y con el tiempo también las mías, empecé a exigirme más, a ignorar mi avance porque a mis ojos me convertí en un mediocre. Esa época dejó muchas trampas en mi cabeza.
Celeste me contempló de reojo, dudó un segundo si sería prudente hablar, agradecí lo hiciera.
—Es muy cansado y difícil cumplir las expectativas de los demás, Sebastián —me dijo—. A mí me pasó con mamá, deseaba tanto hacerla sentir orgullosa y nunca pasó —se sinceró.
—Fuiste una gran hija, Celeste —destaqué porque quizás no era capaz de verlo, pero yo recordaba lo mucho que la amaba.
—Al menos lo intenté, ser una buena hija, hermana, mamá... Pero no una gran mujer —argumentó para sí—. Y lo veía en sus ojos. Deseé cumplirle a todos, excepto a mí misma —se sinceró con un suspiro que escapó de su pecho—. Y mírame, aquí estoy, ni siquiera terminé la prepa, no tengo un trabajo, ni sueños, ni un futuro...
—Por suerte, el futuro se escribe día a día —la interrumpí para que no diera por terminada su vida cuando había tantas hojas en blanco.
Celeste pintó un mohín, desanimada.
—Es tan incierto.
—Y lleno de oportunidades —alegué a mi favor.
—¿No puedes dejarme deprimirme en paz? —me reclamó divertida al ver que siempre me ingeniaba una respuesta, haciéndome reír.
—Supongo que aunque sea absurdo uno siempre intenta evitar que las persona que quiere sufran —acepté para mí. El corazón tiene estrategias muy poco originales. Al menos el mío.
Celeste no pudo contradecirme, sus ojos oscuros en los que se reflejaban las luces de los departamentos me estudiaron, volvió la mirada a los edificios antes de recordar algo importante de pronto.
—Será mejor que me vaya, ya es tarde —decidió, planteando distancia en un abrir de ojos—. Tal vez Berni se despertó y no pueda dormir porque todo es nuevo para él —me avisó. Asentí, sí, era lo mejor. Después de todo era un niño, debía extrañar su casa.
—Sí, deséale buena noches de mi parte —le pedí. Ella asintió con una sonrisa amable—. Yo me quedaré un rato más, quiero adelantar a algunos pendientes.
El silencio de la noche me ayudaba a concentrarme.
Celeste afiló la mirada al escuchar mi plan. Negó con una sonrisita.
—Tú nunca cambias, Valenzuela —me acusó, pero no sonó a reproche.
Aunque tenía razón, porque había errores de los que me era imposible desprenderme, que me seguían en cada paso, cuando se marchó y le sonreí a la nada, sintiéndome diferente en un sitio tan conocido, sin lograr contener esa extraña e inexplicable felicidad que me invadió, comencé a notar que tal vez sí había cosas que poco a poco estaban transformándose. Y lo mejor de todo era que, por primera vez en muchos años el cambio no me provocó miedo, todo lo contrario.
¡Hola a todos! Tenemos otro nuevo capítulo. 🥰💖🤗 Gracias por todo su apoyo. Espero les gustara. Algo está cambiando en Sebastián y muchas cosas más lo harán en el próximo capítulo 🤫. No se pierdan lo que se viene. Nos vemos pronto 💖. Me despido no sin antes publicar las preguntas de la semana: ¿Les gustó el capítulo? ¿Cómo reaccionará Raymundo cuando vaya a buscarlo? ¿Lugar favorito en el mundo? Los quiero mucho.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top