Capítulo 11
Fue el trayecto más silencioso de mi vida. Busqué la forma de comenzar, pero cada que miraba de reojo a Celeste con la mirada perdida en el cristal, el valor se diluía como una gota de lluvia en el océano. Desde que salimos del hospital no pronunció una palabra y aquello empeoró el nudo en mi estómago.
Pese a que mi lado lógico me recordaba no era verdad, sentía que le había fallado.
Había puesto su fe en la persona equivocada, como muchas otras personas lo habían hecho.
Otra punzada de culpa me atravesó cuando la voz de Berni resonó apenas pusimos un pie dentro de casa. Rápido como un relámpago corrió a recibirnos, me esforcé por darle una débil sonrisa a la par Celeste se puso de cuclillas y poniéndose a su altura lo envolvió en un abrazo que hizo temblar su corazón. No fue un gesto rutinario, por la fuerza con que lo envolvió noté que en silencio rogaba existiera una forma de retenerlo consigo.
—¿Te pasó algo? —dudó Berni, que también percibió había algo peculiar. Entonces Celeste cayó en cuenta de su realidad y evitando asustarlo le regaló una sonrisa, de esas que eran capaces de calmar cualquier tormenta.
—¿Tiene que haber una razón para abrazarte?—jugueteó apartándose. Aunque lo intentó fue imposible su mirada no titubeara al tenerlo frente a frente. La fortaleza que construyó comenzó a tambalear—. No tienes una idea de lo mucho que te quiero —le confesó esforzándose porque su voz no delatara su corazón estaba haciéndose pedazos.
Mi madre que la conocía me dio un vistazo y sin palabras reconocí la derrota. Entendió algo andaba mal. Bajó la mirada, procesando la noticia.
—¿Sabes una cosa, Berni? —soltó de pronto, conociendo Celeste necesitaba un poco de espacio—. Deberíamos terminar de ver esa película de autos que tanto te gusta —propuso.
Celeste le dio una débil sonrisa en agradecimiento al notar le arrebató un poco de alegría a su sobrino que pronto olvidó la tensión y aceptó el plan gustoso. Su mirada triste lo siguió aún de rodillas hasta que en el pasillo se perdió, y cuando no quedó ni siquiera su sombra dejó ir un sollozo que la estaba asfixiando. No lloró, la agonía se quedó en los labios, atascado en su corazón.
Respiré hondo, con la amargura recorriendo mi pecho.
—Lo siento mucho, Celeste —le confesé al quedarnos solo, dando voz a lo que no me dejaba respirar.
Por ser incapaz de curar su dolor, por haberle dado esperanzas que ni siquiera fui capaz de cumplir, por haber hecho todo más difícil.
Entonces mi voz la despertó, Celeste me dio una mirada peculiar antes de levantarse, quise hablar, sin embargo, lo olvidé cuando en un parpadeo acortó la distancia entre los dos para envolverme entre sus brazos. Había tantas palabras que podíamos decir y supe en ese instante que ninguna haría tanto eco como su corazón refugiándose en el mío. No supe si fue para darme consuelo, o hallar el suyo. Durante ese instante sentí que tal vez eso era lo único que podía ofrecerle.
—No te disculpes —me pidió en un murmullo sobre mi hombro. Afianzó su fuerzas un segundo, como si estuviera intentando reunir fuerzas antes de darme la cara. Encontrar su mirada, donde no brillaba pizca de reproche, sirvió de consuelo para mi impotencia—. No después de lo que hiciste. Estaré siempre en deuda contigo. Y no pienses que estoy enfadada —aclaró—, jamás. Es solo que... Estoy pensando qué haré.
No entendí a qué se refería.
—Celeste...
—Sé lo que dijo el médico —reconoció dando un paso atrás, nerviosa limpió sus manos en su pantalón de mezclilla—, pero debe haber algo más. Pensé en otra solución... —me confesó de la nada. Y antes de que pudiera preguntarle, la sacó a la luz—. Raymundo.
No disimulé la confusión.
—No me mires así, no es tan descabellado, es su papá. Es muy probable que sea compatible —argumentó—. Él podría ser su donador...
Eso no era lo que no comprendía.
—Tengo entendido que llevas años sin saber de él —le recordé lo más importante.
—Que desconozca que fue de él no significa que no exista —expuso—. Raymundo está en alguna parte —defendió para sí misma—, solo debo encontrarlo.
Respiré hondo, no quería herirla, pero no me parecía un plan razonable.
—Escucha, Celeste, no quiero desilusionarte, pero piénsalo —pedí siguiendo la lógica para que el golpe después no fuera peor—, si no ha mostrado interés por él, ¿por qué ahora sería diferente?
¿Cómo pretendía que realmente le importara lo que sucediera con él?
—Porque estamos hablando de la vida de su hijo —alegó, aunque intentó imprimir seguridad, tuve la sensación que estaba convenciéndose a sí misma—. Y sí, tengo que abrazarme a la absurda idea de que eso signifique algo, Sebastián. No tengo muchas más opciones —admitió su temor. Cerró los ojos atormentada—. A veces.... A veces me pregunto qué hubiera pasado si mamá hubiera permitido estuviera cerca de Berni —contó luchando con el remordimiento—. Tal vez en nuestro intento por protegerlo solo terminamos de condenarlo. Quizás la historia sería diferente.
—Celeste, no te culpes, hicieron lo que creyeron que era mejor.
De nada servía hacerse reproches por decisiones del pasado.
—Tú lo dijiste, lo que pensamos que era, pero eso no significa que en verdad lo fuera... —mencionó sin importar ellos se convirtieron en los villanos en esa versión. Tambaleó hasta recargarse en la pared, echó su largo cabello atrás, desesperada—. Le arrebatamos un hijo a Raymundo y a Berni la oportunidad de estar sano —murmuró—. Mamá jamás lo perdonó, creo... Creo que en el fondo siempre lo culpó de la muerte de Patricia. No dejaba de repetir que conocerlo fue su maldición —me contó atormentada por el pasado.
Celeste apretó los labios, frustrada.
»Y aunque al principio yo permitía que lo viera terminé convencida que tenía razón. Después de todo, de no haberse atravesado en su camino Patricia seguiría viva...
—Nadie tuvo la culpa de eso.
—Lo sé, ahora, pero en ese momento yo creía que mientras más lejos estuviera de Berni menos podría dañarlo. Imaginaba que no le haría falta, después de todo, nos tenía a nosotras, eso bastaba, en mi pensamiento adolescente Raymundo no tenía nada que ofrecerle. Era un inmaduro que poco a poco cosechaba peores amistades, sin sueños, ni aspiraciones... Pero olvidé que era su hijo, Sebastián.
—No quiero justificarlas, pero si realmente lo quisiera hubiera luchado por él, Celeste —le hice ver. Hubiera hecho hasta lo imposible por hacer valer su derecho, se hubiera esforzado por ser suficiente, por darle la vida que se merecía. No hubiera permitido lo separaran de él.
—Tal vez tienes razón, a veces creo que lo intentó —se sinceró cansada, soltó un suspiro derrotada como si hubiera caído en cuenta que de nada servía abrir viejas heridas—. Porque cuando se marchó dijo que conseguiría una estabilidad que le permitiera luchar por su custodia. Solo Dios sabe qué pasó con él. Se fue lejos, y jamás volvió... Pero eso tiene que cambiar ahora —sentenció a sabiendas no podía cambiar el pasado. Lo único que estaba en sus manos era el presente—. Quizás todo esto es la forma en que la vida quiere que reparemos nuestros errores —consideró.
Yo no estaba muy convencido de esa teoría, pero preferí no intervenir en un tema tan personal.
—¿Y tienes alguna pista para empezar? —indagué.
Celeste torció sus labios, reflexionándolo. No, era un plan en desarrollo. Tras un breve análisis pareció recordar algo importante, ansiosa sacó algo del bolsillo de su pantalón.
—No, pero sé dónde hallarla —me mostró la pantalla de su celular, ilusionada—. Nadie que haya caído en el encanto de las sociales puede mantenerse oculto para siempre. Este será el punto de partida.
Admití que era una buena idea. Internet es una arma muy poderosa, sabe más de nosotros que nadie, a veces da la impresión que para él no hay secretos.
—Puedes usar mi laptop si quieres —propuse al verla luchar con las pequeñas letras de su celular, aprovechando la había dejado sobre la mesa.
Celeste titubeó.
—¿No encontraré nada comprometedor? —dudó, haciéndome reír.
—¿Comprometedor? —repetí divertido a la par acomodaba la silla para que ocupara un lugar.
—No sé porqué, pero tengo la impresión que detrás de ese rostro de galán y manías de caballero eres un casanova —me acusó a la par yo tomaba asiento a su costado. Dejé ir una sonrisa ante su suposición.
—Y supones que uso las redes para conquistar.
Celeste ya no pareció tan convencida.
—Sí, tienes razón, debes tener mejores técnicas. Pero que quede claro que no lo negaste —remarcó. Negué con una media sonrisa al notar lo anotó como punto a su favor—. Espero que Ray si sea de ese grupo... —habló para sí a la par cerraba mi cuenta para abrir la suya.
En un parpadeo sus dedos teclearon un nombre que ya había olvidado en el buscador. Frente a sus ojos se desplegó una lista infinita de coincidencias que pusieron a prueba su paciencia. Sin embargo, Celeste no estaba dispuesta a dar con un no, debí ver que a partir de ese momento la palabra rendirse no estaría en su diccionario. Probó un par de combinaciones más, y tras hurgar en cientos de posibilidades al fin dio con la aguja en el pajar.
—¡Aquí está! —celebró pegando un sutil salto que me regresó al presente. Se inclinó un poco para apreciar de cerca los detalles—. Wow... Se ve diferente —dijo para sí misma, sorprendida. Me dio un vistazo como si se preguntara yo tenía la misma opinión. No fui capaz de decirle que apenas lo recordaba—. Aún tenía fresca la imagen de él cuando era un muchacho.
—El tiempo pasa para todos —le recordé, aunque la vida muchas veces nos haga olvidarlo—. Hace un par de años pasó los treinta.
Y aunque en su sonrisa aún deslumbraba destellos de jovialidad que lo caracterizada y su mirada dejaba a la luz seguía siendo un alma libre, la verdad es que los años también había hecho lo suyo.
—Pues sí.... —admitió a la par entraba en el perfil, acomodando un mechón tras su oreja. Y así la sorpresa se transformó en desconcierto—. ¿Qué demonios? —chistó afilando su mirada. Frunció las cejas—. ¿Por qué no puedo mandarle una solicitud? Tiene los comentarios inhabilitados y los amigos ocultos.... —describió a la par descubría las medidas de privacidad que su ex cuñado había habilitado.
O Raymundo cuidaba mucho su privacidad o estaba protegiéndose, adelantando lo fácil que era dar con él en un par de clics. Su rostro se desencajó ante la puerta que se cerró en su cara, porque si bien tenía la prueba que estaba vivo, estaba en el mismo punto. No había obtenido nada más.
La contemplé esforzarse por hallar otro camino. Nada. Analizando el panorama, solo destacaba una fotografía de Raymundo, tomada por sí mismo, sin nada más que el concreto de fondo.
—Tal vez podría reaccionar a una de sus fotos y esperar que sea él quien me mande solicitud —planteó—. Claro, si antes no asume que voy a reclamarle y termina bloqueándome.
Esa es otra opción, una muy probable.
—O podrías intentar comunicarte con la gente que reaccionó a su última fotografía —consideré. Si no podíamos dar con él, al menos sí con alguien que lo conociera—. Es decir, deben saber algo de él, algún dato, es reciente, tiene un par de semanas...
Eso último bastó, algo hizo clic en su cabeza.
—Pues que tonta fui, mira su fotografía, Sebastián —me alarmó deprisa señalando el logo bordado en su camiseta al caer en cuenta en algo que habíamos pasado por alto—. Está usando un uniforme, seguro ese es el lugar donde trabaja —apuntó optimista.
Asentí reconociendo era una buena clave.
—Dunso... —releí las pequeñas letras en su brazo.
Callé de golpe porque al escucharlo en mi propia voz caí en cuenta de que pequeño era el mundo.
—¿Te suena? —me preguntó en voz baja Celeste, al percibir mi incredulidad.
—Claro que sí, es una compañía muy famosa en Monterrey —le informé.
Sus ojos brillaron ante la información.
—Entonces debe estar allá, alguien tienen que saber de él —concluyó esperanzada—. No puedo perder el tiempo intentando, necesito enfrentarlo cara a cara —decretó, empujando la silla al ponerse de pie de un salto, con la adrenalina haciendo retumbar los latidos de su corazón.
—¿Y qué piensas hacer?
Era una decisión algo precipitada. Celeste no me respondió enseguida, pareció estar ordenando sus ideas cuando una voz a lo lejos intervino.
—Supongo que nos iremos a Monterrey.
—¿Qué?
Alcé la mirada encontrando a mi madre que recorría sin prisa el pasillo para acercarse a nosotros. Celeste la miró confundida, ninguno de los dos entendió sus palabras pese a que eran evidentes.
—Sí —repitió ante nuestro silencio—, después de todo, tú necesitas volver a la ciudad para empezar tu proyecto y tú encontrar a Raymundo —expuso, señalándonos a cada uno.
—Pero qué hay de ti, de tu casa —le recordé para que no tomara una decisión pensando únicamente en los demás.
Mi madre me dedicó una sonrisa serena que contrastó con el caos que reinaba.
—Tú mismo lo dijiste, solo serán unas semanas —remarcó un acuerdo para los tres—. No pienso darte más, eh. Las suficientes para que puedas hablar con Raymundo y para que yo me recupere del todo y puedas quitarte ese peso de la espalda —dictó.
Celeste no dijo nada, pasó la mirada de mí a ella, y conociendo lo difícil que le resultaba el cambio sus ojos se cristalizaron ante la prueba de su cariño. No dijo nada, se echó a sus brazos para darle un abrazo que retumbó con más fuerza que un trueno.
—Muchísimas gracias —murmuró enternecida, tentada a ponerse a llorar. Mamá no se lo permitió, la miró a la cara con tal cariño que cualquiera hubiera olvidado el miedo. Pese a que Celeste le sacaba varios centímetros de altura, estaba claro quién cuidaba a quién.
—No me des las gracias, ahora tienes cosas mucho más importantes que hacer —le hizo ver sonriendo con ternura—. Por ejemplo, tu equipaje y el de Berni...
—¿Equipaje?
Esta vez fui yo quien no pude quedarme callado.
—Claro, no esperarás que este milagro dure para toda la vida —me despabiló, burlándose con una sonrisa de mi sorpresa—. No hay tiempo que perder. Vamos, Sebastián, tú eres un hombre de negocios, sabes mejor que nadie que cuando una puerta se abre no hay que esperar a que se cierre —me aconsejó con esa sabiduría que dan los años y que ningún manual puede replicar—. ¿Sabes qué significa?
Estaba más que claro. Esta era una nueva página, el reto que necesitaba para volver a encontrarme, el capítulo en blanco que necesitaría improvisar.
—Que en un par de noches dormiremos en Monterrey.
Este capítulo cierra la primera etapa de la novela ❤️. El próximo lo viviremos desde Monterrey, empieza la etapa que más me emociona, ahora sí empieza lo bueno💕🥰. Gracias de corazón por todo su apoyo. Los quiero mucho.
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