Capítulo 3
Muy bien, pensó Harry. Esto es muy extraño. Al recostarse en la cama en sus aposentos se sintió ligeramente confuso y algo temeroso y además tenía sueño pero... ¡Por las barbas de Merlín, había un fantasma en el barco!
Sabía que debía hacer algo para solucionarlo y como rey tenía que encontrar un plan para hacerlo.
Había escuchado los rumores del fantasma de un antiguo pirata que surca los mares en busca de su navío y también, del difunto padre del maestre Gibbs —quien amaba la mar— eran dos posibles opciones para explicar lo que ocurría aquí pero cómo explicar que él estaba teniendo sueños muy extraños con Lady Annabeth también . Cuando abrió los ojos, fuertes golpes parecían querer derribar la puerta a sus aposentos.
¿Se había quedado dormido?
—Rey Hary, abra pronto. Ha pasado otra vez, el fantasma volvió.
La penumbrosa voz de Eli lo levantó por completo de su estupor. Mirando su reloj de bolsillo sobre la mesita junto a su cama, suspiró. Apenas habían transcurrido unos 45 minutos desde la última vez que vio su reloj. Lenta y perezosamente salió de cama y se dirigió a la puerta luego de cubrirse con una suave y calientita bata de terciopelo azul oscuro como la noche. La tela había sido traída de muy lejos como un regalo de su padre y Lady Annabeth la había confeccionado. Ella había añadido unos detalles en dorado en las mangas, el cuello y la espalda. Era exquisita.
—¿De qué diablos está hablando, Eli? ¿Y por qué viste usted esos trapos sucios y viejos?— preguntó Harry ignorando el miedo, la vergüenza y el dolor en los ojos de la chica tras su comentario. También había ignorado a una pequeña fierecilla de cabellos oscuros que estaba justo a unos metros detrás de ella, cubierta por la neblina.
Anna salió dispuesta a defender a Eli con sus garras si era necesario —no es como si ella tuviera garras reales pero ella lo haría por Eli— quién se había ofrecido a ir por Harry muy amablemente.
—Esas son sus ropas de cama, Majestad. Como puede darse cuenta, no todos disponemos de caras batas de terciopelo o algodón egipcio—. Sus ojos eran llamas y pasó protectoramente su mano sobre los hombros de Eli luego de arroparla con una suave manta que ella misma había confeccionado ya que tiritaba de frío.
Harry estaba demasiado ocupado estudiándola como para notar el insulto. Lady Annabeth vestía un bonito y recatado camisón lila y encaje blanco que cubría sus hombros, pecho y brazos. Este bajaba libremente hasta sus pantorrillas, dejando así en descubierto sus tobillos delgados y sus pequeños y pálidos pies descubiertos con dedos regordetes. Eran los piececillos más lindos que Harry había visto jamás. —¿Qué hacen aquí?— preguntó un minuto, o tal vez dos, más tarde cuando por fin salió de su trance.
Lady Annabeth le explicó que, debido a la conmoción de hace unos minutos, ambas estaban teniendo un poco de dificultad para dormir. Anna no iba a admitir delante de Harry que, era Eli quien en realidad no podía dormir y ella quiso quedarse despierta con ella hasta que lograra conciliar el sueño.
Anna además sabía que los fantasmas no existían; eran todos producto de una pantalla verde y efectos especiales. Los mejores acababan en las pantallas grandes y ella, amaba dichas producciones —pero no había dicho nada sabiendo que podría provocar un cambio en el futuro o como sea que funcionaran las líneas del tiempo— por eso no estaba asustada de un fantasma pero si estaba asustada de los hombres que viajaban con ellas; algunos tenían aspectos un tanto… cuestionables.
Si bien es cierto, hasta ahora todos se habían mostrado amables con ambas, Anna temía que fuera sólo cuestión de tiempo para que algún saltara sobre ellas. Después de todo, sabía cómo eran las cosas por aquellas épocas.
—¿Qué has visto?— se dirigió a la joven criada con un tono más suave, más amigable.
Eli le explicó cómo ambas oyeron pisadas que Lady Annabeth había descrito eran como las que había escuchado antes pero esta vez decidieron no salir hasta que las pisadas se alejaron. Cuando estuvieron en cubierta, divisaron una luz desaparecer detrás de un banco de neblina y escuchar susurros arrastrados por el viento.
—Por eso decidimos venir a buscarle, señor—. Dijo la pelinegra.
En ese momento los ojos de Harry lanzaron dagas en su dirección y antes de poder responderle alguna cosa, el capitán Gregory Taucher apareció, blanco como la nieve, murmurando incoherencias acerca de murmullos y los pasos.
—Gregory, cálmate de una puta vez, amigo. ¿Qué es lo que está pasando?
Anna se sobresaltó, no sólo por el tono fuerte y hosco que Harry utilizó con el capitán si no también por la confianza con la que lo trató. A pesar de haber sido grosero en con su tono también había un deje de amistad que le recordaba mucho a su Harry, al Harry del siglo XXI que era amable y amistoso con ella y con todo el mundo en general.
El capitán le comentó a Harry que él había salido de su catre a hacer una inspección rutinaria, un recorrido que estaba acostumbrado a hacer durante las noches, cuando vio la parpadeante luz acercarse a él y luego desaparecer entre susurros.
Harry sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Las dos indefensas mujeres habían arriesgado sus vidas al salir así, por la noche, a la desierta cubierta del barco para alertarlo de lo que sucedía sin saber si se trataba de algún hombre de su tripulación que pudiese hacerles daño y él las había amedrentado por ello. Su madre estaría furiosa con él. Últimamente no se comportaba como el caballero con modales que era. Ser rey se le había subido a la cabeza.
Miró a los tres pares de ojos fijos en él: dos pares realmente alarmados y el otro con una mirada indescifrable.
Se disculparía con ella luego.
—Capitán, señoritas—, dijo inclinándose a cada uno de ellos, —como les dije hace un rato, en cuanto salga el sol buscaremos al culpable. Hasta entonces les sugiero que vuelvan a la cama y descansen.
El capitán Taucher acompañó a Lady Annabeth y Eli que caminaban juntas, con sus brazos entrelazados con los de la otra. Harry notó la curva del trasero de Anna bajo su camisón y se dijo que su repentina dureza era por causa de estar tanto tiempo sin tener sexo. Una semana era mucho tiempo, ¿no?
A la mañana siguiente Harry salió tarde de sus aposentos. Al mirar el cielo dedujo que faltaba menos de una hora para que el sol llegara a su punto máximo en el cielo. Era el momento perfecto para hacerlo. Iría hasta sus aposentos, se disculparía con ella y la invitaría a almorzar. Ella, gustosa, aceptaría y tendrían una charla amena mientras se dieran un festín y ambos reirían al mismo tiempo que disfruten del postre.
Sip, eso es lo que haría.
—
Se detuvo un momento para hablar con Henry, uno de los tripulantes más jóvenes de unos 14 o 15 años, que era pescador. Este le habló por varios minutos del enorme pez que había atrapado para él con sus redes y Harry lo había felicitado. Era un joven amistoso y divertido pero demasiado parlanchín para su gusto.
Minutos después cuando bajaba a los aposentos de Lady Annabeth la vio encorvada sobre su escritorio murmurando. —Y esta mierda no va a ser inventada hasta dentro de unos ciento cincuenta años. ¡Maldita sea!
Harry sonrió divertido pero la sensación rápidamente fue reemplazada por otra que borró la sonrisa de sus labios, sintió que había visto algo similar antes pero no podía recordar cuándo o dónde.
Meneando su cabeza para librarse de la sensación se aclaró la garganta. —Ahora no, maldita sea. ¿Qué no ves que estoy ocupada? ¡Ya te dije que no voy a cenar contigo! —exhaló una sobresaltada Anna.
Henry había estado invitándola a cenar con él durante todo el día y la había retrasado bastante. Además, como si el destino la odiara, había escuchado a Henry y Harry hablar unos minutos antes y ella aún tenía que terminar el bordado de su chaleco y coser sus pantalones. Rodó los ojos sabiendo que, en cuanto Harry bajara y viera su poco avance, le lanzaría un comentario hiriente y ella, en este estado no quería hablar con él. Sabía que podría tener una discusión con él y capaz, la tiraba por la borda atada al ancla para hacerla la cena de los tiburones esa misma noche. Así que, no, ya no tendría más paciencia con Henry por más que el muchacho le resultara encantador.
Además estaba Eli, quién había desaparecido misteriosamente después de que Henry la invitara a cenar por tercera vez esa mañana. Anna temía que Eli se sintiera atraída al joven pescador y se hubiese sentido mal después de la invitación extendida a su ama. Anna sabía muy bien lo que se sentía y estaba dispuesta a compensárselo. Por eso, había pedido a Tom, el cocinero, que prepara dos porciones de pescado especiales para ambas y hablaría con ella, se reirían contando historias de sus familias al degustar el pescado y hablarían de sus sentimientos por Henry con el postre y en la merienda de la tarde, se ofrecería a confeccionarle un lindo vestido a Eli cuando llegaran a casa. Por alguna razón, Anna sabía que tenía en casa una tela de organza y satín en un color favorecedor para la piel de la humilde muchacha. Eso la haría sentirse mejor y más bonita y tal vez, lograría subirle el autoestima.
—No sabía que tenía planeada una cena—, la afilada voz de Harry asustó a Anna. Ella no sabía que estaba allí hasta que habló. Ella le había hablado como si fuese Henry y ahora no sabía qué hacer para arreglarlo.
Se volvió hacia él y vio que traía con sigo una rosa en su mano, probablemente de las que habían en sus aposentos, y Anna imaginó que seguramente él la había tomado pensando en su prometida, desconociendo que en realidad, Harry la había tomado pensando en ella, en la bonita costurera.
Harry dejó la rosa sobre uno de los muebles del aposento de Lady Annabeth. Iba a irse sin decir nada más hasta que vio que su traje aún estaba incompleto y ya sólo quedaban dos días de viaje. Haciendo acopio de su orgullo y para hacer valer su puesto en la jerarquía como rey, se acercó a ella.
—Veo que aún no ha terminado mi traje. Muy mal, Lady Annabeth, muy mal—, dijo con voz gélida y distante—, debido a su retraso y falta de interés para con su deber con la corona, se le prohíbe salir de sus aposentos hasta que no haya terminado mi traje. Su criada se encargará de traer todo lo que necesite y podra salir únicamente para ir al baño. Hasta entonces, si le llego ver fuera de estas cuatro paredes estará despedida y yo mismo me encargaré de que nunca más tenga trabajo y morirán de hambre usted y su criada y cualquiera que dependa de usted.
Harry pudo ver el dolor reflejado en las facciones de Lady Annabeth bajo esa fachada de furia. Por un segundo, estuvo dispuesto a retirar su castigo pero algo en él, en su interior, se retorció al pensar nuevamente en ella comiendo con alguno de sus hombres. No sabía por qué le disgustaba tanto si ella era simplemente su costurera. Sabía que, muchas mujeres en el reino, que poseían trabajos como el de ella, de vez en cuando ofrecían favores sexuales a cambio de dinero para subsistir. ¿Quién podría asegurarle que la dulce, amable e inocente Lady Annabeth no lo hacía? Después de todo, a pesar de ser la costurera del rey, seguía siendo una mujer soltera que vestía muy bien para una mujer se su posición.
Lo mejor era, como se había dicho, dejarle claro quién estaba arriba en la jerarquía y quién abajo, quién dictaba las reglas y quién las seguía. Quién era el rey y quién debía obedecer.
Con una sonrisa sardónica, Harry dio media vuelta y antes de salir se despidió. —Que tenga muy buenas tardes, Lady Annabeth.
Una vez que estaba fuera del alcance de la vista, Anna le ofreció el saludo universal del dedo y dejó que sus lágrimas cayeran libremente.
Harry la había confinado a estas cuatro paredes injustamente, y parecía no importarle en absoluto. Y así era, después de todo ella simplemente trabajaba para el rey y no era indispensable en su labor. Sabía de más de una costurera en el reino con habilidades como las suyas. Algo así como lo que sucedía con el Harry del siglo XXI.
A pesar de los elogios, ella no era más que una simple trabajadora que no iría muy lejos de su actual posición.
Pero eso estaba a punto de cambiar.
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