❈ 66
Un peso pareció soltarse dentro de mí al mismo tiempo que los grilletes abiertos caían al suelo haciendo un ruido sordo, liberándome. Sin embargo, mi alivio duró muy poco cuando los dedos de mi padre se cerraron alrededor de mi brazo y tiró de mí con firmeza, obligándome a caminar; sus ojos estaban clavados en cualquier otra parte que no fuera mi rostro, y supe que tendríamos una seria conversación una vez estuviéramos a solas.
—Deberías vigilar más de cerca a tu hija de ahora en adelante —comentó Ramih antes de girarse hacia Darshan, que continuaba encadenado—. Y tú, tú serás ejecutado mañana al amanecer.
Mis pies titubearon cuando escuché su sentencia, forzando a mi padre a reducir ligeramente el ritmo de nuestra huida. Darshan se limitó a bajar la cabeza y clavar su mirada en sus cadenas, apoyadas sobre su regazo; el estómago pareció encogérseme cuando le contemplé en ese estado, después de haber confesado quién era realmente... lo que había hecho. Mi padre me instó a que siguiera caminando, impaciente por abandonar la celda y a las dos personas que dejaríamos atrás; lo último que vi fueron los ojos grises de Darshan antes de que la puerta se cerrara y quedara a merced de Ramih, quien, estaba segura, iba a aprovechar la oportunidad que se le había presentado.
—Papá...
—No digas ni una sola palabra, Jedham —me cortó abruptamente—. Aquí no.
Mi padre era consciente de los riesgos que correríamos de ser oídos, de cómo se emplearía esa información. Sin embargo, había notado algo en su voz que me indicaba que no me había hecho callar únicamente por el peligro que se escondía en la oscuridad de las cuevas, sino también su propio enfado después de que Cassian le hubiera encontrado, cumpliendo con lo que yo le había pedido.
Sus dedos no me soltaron durante el tiempo que duró el trayecto hacia un rincón apartado, donde podía ver una vieja cortina cubriendo un hueco en la pared. Una puerta, en realidad. Mi padre apartó la tela con energía y descuido, empujándome al interior; la Resistencia había hecho un gran trabajo acomodando las cuevas para albergar a los rebeldes, incluyendo a sus familias.
Pero mi padre nunca nos había pedido a mi madre y a mí que abandonáramos todo por instalarnos en las cuevas, en aquel dormitorio que le pertenecía.
Podía contar con los dedos de una de mis manos las veces que había estado en aquel lugar, pero seguía estando tal y como la recordaba. El espacio era generoso, lo suficiente para que cupiera un camastro, una mesa baja, cojines y un par de cómodas desvencijadas donde mi padre tenía colocadas lámparas que permitían mantener iluminada la habitación.
Cassian, cumpliendo las órdenes de mi padre, estaba sobre uno de los cojines. Se puso en pie de un salto al vernos entrar, pero un simple vistazo por parte de mi progenitor le convenció de no intentar acercarse a mí.
—Papá, yo...
Por segunda vez, mi padre no me permitió continuar con mi discurso sobre lo sucedido. Sobre lo que Cassian debía haberle contado para, por último, decirle que había sido apresada por órdenes de Ramih Bahar después de que Darshan me hubiera acusado de ser amante de un nigromante.
—Perseo Horatius —fue lo único que dijo, congelándome en el sitio.
Me pareció absurdo negarlo y la decepción que leí en sus ojos hizo que bajara la mirada. Sabía que no sería tan fácil de convencer, que los prejuicios contra los monstruos que se llevaron a mi madre y que nos habían estado aterrorizando por su falta de sentimientos mientras mataban por órdenes del Emperador le cegarían antes de darme la oportunidad de explicarme... pero había confiado en tenerla. Por pequeña que fuera, había creído que mi padre me escucharía del mismo modo que había hecho Cassian.
—Todo tiene una explicación —conseguí decir a través del nudo que se había empezado a formar en mitad de mi garganta.
Mi padre soltó un bufido.
—Por supuesto que la tiene: te dejaste engatusar, Jedham —exclamó, extendiendo sus brazos—. Y me mentiste porque fue ese... muchacho —escupió el término con desagrado— quien te ofreció ese puesto de trabajo y tú lo aceptaste para estar más cerca de él.
El aire presionó contra las paredes de mis pulmones de manera dolorosa ante la acusación que había en sus palabras. Ante la idea equivocada que parecía tener de mí, a juzgar por el brillo de su mirada.
—Todo el mundo sabía que un muchacho de ese linaje sería un potencial objetivo para otras gens importantes del Imperio —continuó, expulsando la rabia que se le retorcía en su interior—. La noticia de su compromiso no fue ninguna sorpresa, seguramente el chico estaba esperando ese momento, para el que le habían preparado toda su vida.
Perseo siempre se había visto atrapado entre los dos extremos que tiraban de su vida: su forzoso servicio al Emperador por ser un nigromante y su responsabilidad hacia su familia —hacia su abuelo— por ser el heredero de su gens. Era evidente que siempre había tenido claro lo que sería de su futuro, incluyendo el tener que obtener un compromiso que pudiera ser beneficioso para su familia, pero eso parecía haberle disuadido de buscar algo más... O eso había creído yo.
—¿Pensabas que enredándote con él tendrías un futuro mejor? —prosiguió mi padre, entregándose a la decepción y enfado que le embargaban después de haberlo averiguado—. ¿Qué pensabas que iba a suceder...? ¿Que te iba a convertir en su esposa?
Sentí calor en las mejillas por la frustración que me embargó al escuchar aquellas palabras, esa idea que flotaba entre nosotros y que mi padre no había tenido valor suficiente para decir en voz alta, de manera directa.
—Acabas de demostrarme que no tienes ni idea de cómo soy —conseguí decir, con la voz temblándome a causa de mi propio enfado—. No me conoces en absoluto, papá, y estás equivocado: jamás he aspirado a ser esposa de nadie. Ni siquiera de un puñetero perilustre cuya gens es una de las más poderosas dentro del Imperio.
Mi respuesta logró aplacar levemente los sentimientos de mi padre, que me dirigió una mirada que no pudo ocultar lo mucho que le afectaba lo que había dicho; el hecho de que la distancia que nos había separado durante aquellos años se volviera mucho más tangible. Más real.
Desde niña había crecido con las notables ausencias de mi padre, quien había dedicado gran parte de su vida a la Resistencia. Al principio, cuando era mucho más joven, mi madre era capaz de suplir ese hueco con sus historias y juegos; apenas daba importancia a los largos períodos que pasaba fuera de casa, apenas era consciente de lo que sucedía. Pero pronto me di de bruces con la realidad, cuando las historias ficticias que inventaba mi madre sobre él antes de irme a dormir se terminaron... cuando ya no había nadie para arroparme por las noches y la casa estaba tan, tan solitaria y vacía.
Nunca se lo reproché a mi padre, nunca le dije una sola palabra al respecto.
—Me duele que tengas ese bajo concepto de mí, papá —dije, señalándome a mí misma—. Me duele que creyeras que me había metido en su cama por una posición y riquezas —tomé una bocanada de aire, preparada para decírselo todo—. Es cierto... es cierto que estaba... Que había ciertos sentimientos por mi parte, pero nunca os traicioné. Nunca le conté quién era en realidad y yo... yo nunca pensé que Perseo... que él pudiera estar persiguiéndonos...
Colaborando con Darshan mientras iban menguándonos poco a poco gracias al gran equipo que habían formado con el único propósito de destruir la Resistencia, alcanzando su seno para obtener toda la información posible. Conduciéndola a la destrucción mediante subterfugios.
La mirada de mi padre se endureció al escucharme hablar con tanta franqueza de mi relación con Perseo, de lo que él había temido: que yo me hubiera involucrado demasiado con un nigromante, tal y como había dicho Ramih.
Tal y como debía haberle dicho Cassian cuando le encontró, pidiéndole que acudiera en mi ayuda.
—Surgió solo, papá —agregué a media voz.
La devastación se abrió paso en sus ojos con tanta fuerza que me quedé conmocionada, sin entender de dónde procedía... o qué la había causado. ¿Mi confesión, quizá? ¿Seguiría sintiéndose traicionado por el hecho de haberme enamorado de un nigromante?
—Cuando te mezclas con nigromantes, nunca sale nada bien. Terminaste con el corazón destrozado, Jem —la voz de mi padre brotó llena de sentimiento, de arrepentimiento por lo que había creído sobre mí—. Y eso es lo que más me duele a mí: el daño que te han causado porque te quiero. Aunque no haya estado siempre ahí, aunque hayas pensado en multitud de ocasiones que no me importabas, te quiero.
❈ ❈ ❈
Empecé a cumplir con mi condena, manteniéndome en los dormitorios de mi padre. Cassian se ofreció amablemente a hacerme compañía mientras mi padre se veía en la obligación de salir para cumplir con sus responsabilidades con la Resistencia; no se me pasó por alto, al apartar las cortinas, el reducido flujo de personas que había por aquella zona, casi desértica en circunstancias normales; el calor ardió en mi rostro al comprender que se trataban de hombres seleccionados por el propio Ramih para tenerme estrechamente vigilada.
Aparté la mirada de la entrada y fui hacia el camastro, desplomándome sobre él mientras Cassian intentaba distraerme en aquellas largas horas que se extendían delante de nosotros, encerrados en aquel lugar. Pero mi mente no paraba de regresar una y otra vez hacia Darshan, hacia lo que había hecho por mí.
Porque había salvado mi vida, sabiendo los riesgos a los que se exponía si yo lograba descubrir la verdad tras su decisión de emplear su magia para sanar la herida que podría haberme conducido a un fatal desenlace.
Lo que antes había estado claro para mí... ahora ya no lo estaba.
—Darshan es un nigromante —exhalé y Cassian me miró con desconcierto—. Ghaada era su madre y él... él salvó mi vida en el suelo de aquella nave, me curó antes de enviarte a ella.
Procedí a relatarle todo lo que había sucedido desde que nos separaran, a mí hacia las celdas y él hacia las cuevas para buscar a mi padre. El rostro de mi amigo se mantuvo forzosamente imperturbable conforme avanzaba en mi relato, pero sus ojos castaños eran una puerta abierta que dejaba ver todo lo que sus rasgos no permitían; Cassian había tenido razón desde el principio, y yo no le había escuchado: deberíamos haber ido con más cuidado.
No debería haber actuado de manera tan impulsiva, dejándome embargar por la ira y el dolor.
¿Acaso no había aprendido nada de mis descubrimientos sobre los nigromantes, sobre lo que el Emperador les hizo en el pasado? Ghaada había vivido oculta toda su vida de la mirada del Usurpador, y había tratado de proteger a su hijo de ello. Darshan seguramente habría tenido sus motivos para convertirse en uno de los hombres que servían al tirano, aún no tenía su historia completa... Y era demasiado tarde para intentar conocer su versión, el porqué había decidido aceptar aquella misión suicida de tratar de escalar dentro de la Resistencia con el único propósito de enviar toda la información que cayera en sus manos a sus superiores.
Apoyé la frente entre mis manos, consciente del error que había cometido al dejarme llevar por mis sentimientos... de nuevo.
—Creo que me he equivocado, Cass —dije con voz ronca.
Que Ramih Bahar hubiera aparecido en lugar de mi padre y que yo no hubiera pensado en las consecuencias de descubrir a Darshan frente al líder de la Resistencia había sido mi fallo más garrafal: el hombre había demostrado ser mucho más retorcido de lo que había creído desde que tuvimos el placer —o no tan placer— de toparnos con él en el hogar de ese maldito comerciante y agente encubierto de la Resistencia.
Tendría que haber esperado. Tendría que haber hablado con mi padre en primer lugar, en vez de empezar a lanzar mis acusaciones sin pensar en lo que desencadenaría.
Si no hubiera sido tan jodidamente impulsiva y hubiera contado lo que sabía a mi padre, llevándole a Darshan, quizá no habríamos terminado en aquella celda... Quizá mi padre hubiera conseguido sacarle más a Darshan que Ramih con ayuda de aquella nigromante; el cantor de la Resistencia tenía métodos mucho menos dolorosos y más efectivos para obtener información.
Quizá, incluso, podría haber convencido a Darshan de que trabajara para nosotros realmente. Un doble agente al servicio de la Resistencia.
No habría sido condenado a muerte.
Mis hombros se hundieron bajo el peso de los terribles errores que había cometido aquella noche. Toda la rabia, frustración y dolor que había sentido al descubrir el doble juego de Darshan y Perseo se había desvanecido después de haber contemplado cómo Ludville había cedido a Ramih para utilizar su poder contra el chico, quebrando su coraza y haciéndole daño.
Un escalofrío de pavor recorrió mi columna vertebral al recordar la letal caricia del poder de los nigromantes, la sensación de ser convertida en una maldita muñeca cuyos hilos estaban atrapados en el puño de otro. Sabiendo que tu vida ya no era tuya, sino que había pasado a otras manos.
Unas más crueles.
—No he actuado bien, Cassian —dije ante el silencio de mi amigo—. Darshan va a morir por mi culpa.
Había tenido una oportunidad de cambiar las cosas, de ayudar a que el estigma que perseguía a los nigromantes fuera desvaneciéndose, convirtiéndolos en potenciales aliados, y dejé que mis problemas me nublaran el juicio. Dejé que la supuesta muerte de Perseo y el odio que sentía hacia Darshan se hicieran con el control de mis acciones; me comporté como una niña pequeña, no como la adulta que era. Que debía ser.
Me había jactado de haber madurado, había creído hacerlo cuando decidí anteponer mis sentimientos hacia Perseo ante mi estúpida venganza hacia su madre, pero lo cierto es que aún me quedaba mucho camino por delante. Aún me faltaba mucho por aprender.
—Jem...
—Dioses, he sido tan estúpida —farfullé, notando un peso en lo más hondo de mí.
Ghaada había dicho que existían nigromantes que habían logrado esquivar el funesto destino que les esperaba si el Emperador descubría lo que eran en realidad. Quizá había llegado el momento de apartar a un lado los prejuicios que teníamos contra ellos y ver lo que realmente eran: víctimas. En el pasado habían sido masacrados por el Emperador hasta que consiguió doblegarlos a su voluntad, convirtiéndolos en un arma más entre sus ansiosas manos.
Nadie parecía recordar a las grandes gens de nigromantes que habían sido aniquiladas por aquel hombre sediento de poder. Nadie quería recordar que los nigromantes también habían perdido mucho, y que habían optado por doblegarse para conservar la vida... para impedir seguir el mismo destino que sus familiares.
Y el Emperador lo permitió, sabiendo que estaban débiles. Sabiendo que ya no eran una amenaza para su gobierno, aprovechándose de eso para tenerlos bajo su control y evitar que pudieran levantarse de nuevo contra él.
—No debería haber llevado a Ramih Bahar hacia vosotros —dijo entonces Cassian con voz ahogada—. Pero no encontraba a tu padre y pensé... pensé que era mi única oportunidad...
Abracé a mi amigo por la cintura y reposé mi cabeza contra su hombro, pensando en todo lo que había hecho mal desde que nos despidiéramos de Ghaada y él se ofreciera a descubrir qué había sucedido. Pensar en la nigromante, en el modo en que había condenado a su hijo, por lo que tanto había dado para que nadie supiera su secreto, hizo que mi corazón se encogiera de vergonzosa culpa.
—¿Qué podemos hacer, Cass? —pregunté.
Pero ya sabía la respuesta: nada.
❈ ❈ ❈
Cassian y yo caímos rendidos sobre el camastro de mi padre, cansados por las largas horas que transcurrieron, puntualmente interrumpidas por las comprobaciones que realizaban los hombres que Ramih había designado para que cumpliera con el castigo que había alcanzado junto a mi padre después de que mi relación con Perseo hubiera salido a la luz.
Un poderoso estruendo procedente del pasillo hizo que despertara de golpe. Bajo mi mejilla podía percibir el suave vaivén de la respiración de Cassian, quien no parecía en absoluto perturbado por los ruidos del exterior del dormitorio; me incorporé sobre el maltratado colchón, con el ceño fruncido.
Aquella zona no era muy concurrida, pero no olvidaba el festejo que estaba teniendo lugar en las cuevas después de la victoria en aquella nave, con la muerte de aquel nigromante; haciendo que las esperanzas de todos ellos resurgieran al ser conscientes de que los perros del Emperador podían morir. Quizá la alegría estaba extendiéndose por las cuevas.
Escuché un murmullo al otro lado de la cortina de la puerta y una extraña sensación se extendió por todo mi cuerpo, advirtiéndome que lo que fuera que estuviera sucediendo fuera no podía ser bueno. En especial cuando oí gritos repartiendo órdenes y el apresurado sonido de los pasos yendo de un lado a otro.
El corazón aporreó con violencia dentro de mi pecho cuando la tela que cubría la oquedad en la piedra se apartó con brutalidad, desvelando al grupo de hombres que hacían guardia. Aquella imagen terminó de despejarme, haciendo que mi cuerpo se tensara y que Cassian saliera abruptamente de su reparador sueño; mi amigo se incorporó por los codos y contempló a los rebeldes con una somnolienta expresión que pronto se desvaneció para dejar lugar a un gesto de incomprensión y recelo.
—¿Qué sucede? —pregunté con voz tensa.
—Humo —fue la respuesta de uno de ellos—. Han dado el aviso de que hay humo en los túneles.
Deslicé mis piernas hacia el suelo, sintiendo el apresurado latido de mi corazón en las sienes. El jaleo que había en el pasillo se coló hasta allí dentro, delatando la gravedad de la situación; miré a mi amigo con una expresión circunstancial, consciente de lo que podría suponer aquel humo que habían mencionado.
Estábamos siendo cercados como si fuéramos animales.
Los hombres del Emperador habían conseguido encontrarnos, y estaban allí.
Salté del colchón del camastro, lo mismo que Cassian. Los hombres de Ramih permanecían detenidos en la puerta, dubitativos; sus órdenes eran mantenerme vigilada y encerrada en aquel lugar, pero lo sucedido —la presencia de nuestros enemigos en aquel mismo lugar— había traído consigo un dilema: quedarse allí o abandonar las órdenes que habían recibido para acudir donde podían ser de verdadera utilidad.
Decidí echarles una mano.
—Ellos están aquí y miles de vidas pueden estar corriendo peligro en estos precisos instantes —les dije con severidad—. Todos vosotros podéis ser los que inclinen la balanza hacia un lado o hacia el otro.
Más gritos anunciando que el humo seguía expandiéndose nos llegaron desde otro de los pasillos. Pasé mis ojos por cada uno de sus rostros, sabiendo las dudas que estaban corroyéndoles mientras tomaban su decisión; Cassian permanecía a mi espalda, sumido en un tenso silencio.
Uno de ellos pareció tomar el mando de la situación, señalando con un gesto de cabeza el pasillo. Una silenciosa orden en la que indicaba que salieran todos a ayudar contra la amenaza que campaba por las cuevas con otro tipo de órdenes; después de unos segundos de duda, aquel grupo de hombres salieron apresuradamente por el pasillo, sumándose a otros que gritaban indicaciones sobre cómo proceder.
La alegría que antes había recorrido aquel lugar se había tornado en miedo. En inseguridad. En temor por aquel humo negro que continuaba avanzando, ocultando el peligro que se ocultaba tras él.
Cassian y yo abandonamos la relativa seguridad del dormitorio de mi padre, sin saber qué dirección tomar; al final optamos por tratar de encontrar una salida, uno de los pasadizos que conducían lejos de allí, hacia el gran desierto. El sonido de los pasos y los gritos ahogados resonaban contra las paredes de piedra; las exclamaciones que traían consigo malas noticias sobre el mal que continuaba extendiéndose en aquel refugio.
Allí, donde se encontraba el epicentro de la Resistencia.
Mi mente recordó una celda... a la persona que todavía debía encontrarse en su interior. Con la amenaza del Emperador en las cuevas, nadie pensaría en Darshan; todos estarían ocupados tratando de contener a los hombres y poner a salvo a los más indefensos, pero ninguno de ellos se preocuparía por el traidor.
Quizá lo dejaran abandonado con la retorcida esperanza de que no lograra salir con vida de aquel ataque.
Y yo no podía hacerlo. No podía apartar el rostro hacia un lado, despreocupándome por completo de lo que sería de Darshan.
—Deberíamos separarnos —dije con voz templada, deteniéndome a poca distancia de nuestro objetivo.
No tenía intenciones de compartir el riesgo que iba a correr con mi amigo porque, si todo salía bien, si lográbamos sobrevivir, existía la posibilidad de que el peligro no desapareciera. No cuando lo que estaba a punto de hacer me pondría una soga al cuello, dándole a Ramih el motivo que necesitaba... y que eliminaría cualquier ayuda que pudiera intentar brindarme mi padre para salvarme por segunda vez si descubría lo que tenía en mente.
Cassian no me miró con dudas en aquella ocasión. No lo hacía porque no era capaz de imaginar lo que pasaba por dentro de mi cabeza. ¿Cómo iba a hacerlo, me dije? ¿Cómo iba a saberlo?
—Busca la salida, Cass —le pedí—. Huye.
Una sombra pasó fugazmente por sus ojos, pero yo no le di la oportunidad de preguntarme qué significaban mis palabras. Por qué no habíamos continuado juntos hasta el final.
Eché a correr por el pasillo de piedra, oyendo los gritos ahogados de Cassian a mi espalda mientras yo me alejaba más y más, consciente del aroma a madera quemada que había en el ambiente conforme me acercaba más al peligro. Además de la ligera nube gris que llegaba desde algunos pasillos y las personas que corrían despavoridas, algunas confusas por no saber qué estaba sucediendo.
Me costó orientarme, sobre todo cuando la histeria se había extendido como la peste y la gente huía despavorida, convirtiéndose en un obstáculo en mi avance. El humo se hizo más denso a cada paso que daba, tratando de alcanzar la zona donde Darshan seguía preso y olvidado; los pulmones empezaron a arderme y los ojos a lloriquearme cuando alcancé el pasillo que conducía a mi meta.
Cubrí mi nariz y boca con la mano y avancé casi a tientas por el pasillo hasta que mis dedos libres se cerraron alrededor del pesado cerrojo que había fijado a la madera; el estómago me dio un vuelco cuando descubrí que no estaba echado... y que la puerta, empujándola, se deslizaba por el suelo de piedra.
La celda estaba vacía.
Los grilletes, abiertos.
Darshan... Darshan se había desvanecido.
Mis emociones entraron en conflicto ante aquel inesperado descubrimiento. Alivio y desconcierto, incluso un ramalazo de conmoción, se entremezclaron y retorcieron mi pecho, haciendo que pestañeara estúpidamente al interior vacío de la habitación.
Hasta que escuché el inconfundible intercambio de gritos dándose órdenes, exigiendo que trataran de hacer el mayor número posible de rehenes... y que entregaran directamente a su superior a los líderes de la Resistencia.
Las náuseas agitaron mi cuerpo al creer escuchar el nombre de mi padre, además del nombre de Ramih Bahar.
Salí de la celda y miré a ambos extremos del pasillo, cada vez más cubiertos de humo. El grupo de asalto se escuchaba cada vez más cerca y mis opciones para salir huyendo se reducían a una única dirección: eché a correr, notando cómo el humo que aspiraba se quedaba atascado en mis pulmones, provocándome una dolorosa sensación de ardor y asfixia.
Se me escapó un jadeo ahogado cuando distinguí las siluetas de un nutrido grupo de personas viniendo hacia mí. Busqué refugio en uno de los recovecos del pasillo, pegando mi espalda contra la piedra y obligándome a no hacer ni un solo movimiento que pudiera delatarme; cubrí mi boca con ambas manos para silenciar los sonidos que brotaban de mis labios a causa de mi acelerada respiración.
Sentí que el suelo se abría a mis pies cuando una hilera de inconfundibles Sables de Hierro pasó ante mi incrédula mirada, seguidos de cerca por tres figuras enfundadas en idénticas túnicas negras y máscaras sobre sus rostros.
El corazón se me detuvo unos segundos al reconocer a uno de ellos. El cabello ensortijado rubio y esos ojos que reconocería en cualquier parte, de un color azul que había heredado de su padre... y su abuela.
Perseo mantenía una expresión neutra mientras seguía a sus compañeros, listo para cumplir con lo que fuera que se le hubiera ordenado. Una horda de sentimientos estalló dentro de mí cuando vi que estaba vivo, que no me había equivocado al descubrir que el cadáver que se pudría lentamente en la morgue pertenecía a otro.
Mordí mis labios para contener el quejido que amenazaba con escapárseme y me obligué a mantenerme en mi improvisado refugio hasta que aquella tropa de hombres se alejó, permitiéndome deslizarme de regreso al pasillo... donde intentaría buscar una salida y luego trataría de encontrar a Cassian.
Traté de no hacer ni un solo ruido cuando tomé una dirección distinta a la que habían seguido ellos. El corazón comenzó a galoparme dentro del pecho cuando inicié una frenética huida por los pasillos llenos de humo, intentando orientarme entre la humareda que cubría cada palmo del aire que me rodeaba; las lágrimas cosquilleaban en mis comisuras a causa de la intensidad del humo y cada vez me costaba más respirar.
Choqué con una de las paredes de piedra, lacerándome con las esquinas puntiagudas, dejando escapar un gemido ahogado a causa del dolor que me recorrió las zonas que entraron en contacto con las esquinas, obligándome a detenerme unos segundos... los suficientes para poder oír a través de mis jadeos el sonido de unos pasos apresurándose hacia donde yo estaba parada.
El miedo a lo desconocido me espoleó a reanudar mi huida a ciegas, abriéndome paso entre la cortina de humo que lo cubría todo. Tanteé con mis palmas malheridas, usándolas como guía, intentando no dejarme llevar por el pánico que me atenazaba; intentando no pensar en qué había detrás de mis pasos.
Llegué hasta un punto donde confluían varios túneles. Las antorchas iluminaban tenuemente aquel lugar y el humo no era tan denso, permitiéndome ver con claridad y tomar una bocanada de aire que no hizo que mis pulmones ardieran con tanta intensidad.
Giré en redondo cuando persecutor logró alcanzarme y vi a través de su máscara plateada que sus ojos estaban llenos de silenciosa súplica.
—Jedham...
Retrocedí un paso. La verdad sobre la lealtad de Perseo, sobre lo que había estado haciendo mientras yo permanecía en un entorno controlado, sirviendo a su prima, me golpeó de nuevo al no encontrar ni un ápice de sorpresa al verme en aquel lugar.
Perseo siempre lo había sabido.
—¿Vas a terminar lo que supuestamente tenías que hacer aquella noche? —le provoqué, temblando de pies a cabeza.
En su mirada relampagueó dolor y culpa a partes iguales, sabiendo a qué estaba refiriéndome: el pasillo del palacio del Emperador. Él guiándome mientras yo pensaba en cómo podía huir. Mis intentos de liberarme. Su magia reteniéndome.
Y Perseo negándose a acabar con mi vida, pese a mis provocaciones.
—No voy a hacerte daño —me aseguró.
De mi garganta brotó una risa ronca y quebrada.
—Es posible que ya me lo hayas hecho —repuse—: cuando te vi caer al suelo... cuando me dijeron que habían traído tu cadáver aquí... Cuando descubrí la verdad.
Perseo dio un peligroso paso hacia mí, alzando las manos en mi dirección. La tensión se extendió por mi cuerpo, cubriendo de una gruesa capa de rigidez mis músculos al recordar que los nigromantes manejaban su magia gracias a ellas; él debió intuir lo que pasaba por mi cabeza y que parecía traducirse en mi postura, ya que apuntó con sus palmas lejos de mí como gesto de buena fe.
—Jedham, por favor.
Un dolor sordo se extendió por mi torso desde mi costado, recordándome que no estaba en condiciones de un enfrentamiento.
—No vas a entregarme al Emperador —le advertí con firmeza—. Al menos, no con vida.
Porque sabía qué destino me aguardaba: la prisión. Vassar Bekhetaar. Aquel infierno donde enviaban a los presos que eran condenados a una lenta tortura antes de morir por el simple placer que le producía al Usurpador.
—Estás herida, Jem —me dijo, persuasivo—. Puedo sentirla desde aquí.
—¿Este es el momento en que te ofreces a curarla...?
Perseo se atrevió a dar otro paso, llevándose las manos a la cara para retirar la máscara la plateada.
—Estos días tampoco han sido sencillos para mí, Jedham —susurró y mis defensas flaquearon al escuchar una preocupación real en su tono de voz—. No tenía ni una sola noticia de ti... No sabía qué había sucedido cuando...
—Cuando seguiste el juego de Darshan —completé con voz monótona, permitiéndome reforzar los muros que había levantado alrededor de mi corazón para protegerlo de él.
La distancia entre nosotros se redujo cuando le permití al nigromante dar algunos pasos más. Los temblores empezaron a sacudir mi cuerpo ante la necesidad de ceder a esa vocecilla que me rogaba que le permitiera penetrar en mis defensas de nuevo; sentí el escozor de las lágrimas en las comisuras de mis ojos y tuve que hacer un gran esfuerzo para ahogar el sollozo que amenazaba con escapárseme.
Me odiaba a mí misma por aquel leve atisbo de debilidad, por no ser capaz de arrancarle de mi corazón y verle como realmente era: un enemigo.
—Puedo explicártelo —y, en el fondo, intuí una súplica desesperada. Una oportunidad para hacerlo; la que le negué en el balcón de su dormitorio, después de que la emboscada fuera controlada.
«Dásela», rogó una voz dentro de mi cabeza, recordándome el peso de la culpa que me atenazó cuando creí que estaba muerto. Cuando fui consciente de lo arrepentida que me encontraba por no haber permitido a Perseo darme una explicación sobre su compromiso, tratando de alcanzar una solución después.
Dudé... y Perseo aprovechó esos instantes para cruzar los metros que nos mantenían separados. Sus brazos me rodearon y mi cuerpo reaccionó a ese contacto, a su cómo su cuerpo encajaba con el mío; el calor que me rodeaba como si fuera un escudo protector a mi alrededor.
Mis brazos se movieron solos, enredándose en torno a su cintura y pegándolo más a mí mientras hundía el rostro en su capa, aspirando una amplia bocanada de su familiar aroma. Mis dedos se enredaron en el tejido y Perseo curvó la palma de su mano para colocarla sobre mi rostro, acariciándolo con ternura.
—Mis sentimientos por ti son reales, Jem —murmuró y alcé la cabeza ante la cercanía de sus labios—. Te quiero.
—Yo también lo hago, Perseo —dije con voz ahogada.
Pero no era suficiente. Nuestro amor no era suficiente en aquel mundo en el que vivíamos, donde pertenecíamos a bandos tan distintos y que nos condenaría tarde o temprano.
Perseo estaba allí para capturar el mayor número de rebeldes posible, y yo no iba a ser una de ellas.
Deslicé con cuidado mis manos alrededor de su cintura: una de ellas ascendió hasta su rostro, inclinándolo para que nuestros labios se unieran en un último beso, y la otra tanteó con cuidado hasta colarse debajo de su capa, buscando la empuñadura del arma que sabía que llevaba prendida a la cintura.
Él parecía ajeno a mis intenciones, entregándose a aquel beso como si supiera que había ganado; que estaba dándole una nueva oportunidad para nosotros... Pero no podía estar más equivocado.
Saqué la daga de su funda con un brusco movimiento y me aparté, rompiendo el beso y provocando que Perseo me observara con una mezcla de estupefacción y desconcierto. Alcé el arma que sostenía en mi temblorosa mano y pegué el filo contra mi cuello, ahí donde latía mi pulso; la mirada del nigromante se tiñó de pavor al entender lo que me proponía.
—No lo hagas —me suplicó, alzando de nuevo las manos en mi dirección; su máscara repiqueteó contra el suelo de piedra al caer.
—No voy a entregarme a ese hombre —repetí con seguridad.
La mirada azul de Perseo resplandeció de pánico cuando vio cómo presionaba la daga contra mi carne.
—Jedham, confía en mí —me suplicó—. Confía en mí.
La daga tembló en mi mano al escuchar la desesperación del nigromante al pedírmelo y entonces sentí cómo su poder chocaba contra mí como una ola arrasándome, asfixiándome bajo su peso... arrebatándome el control de mis extremidades. De mi respiración.
Incluso de los latidos de mi propio corazón.
—Lo siento —fue lo último que escuché antes de que todo se apagara a mi alrededor.
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