❈ 64
Los dos rebeldes se interpusieron en mi camino, tapándome la única puerta con la que contaba aquella cavidad que usaban como morgue debido a su baja temperatura. El rostro del rebelde más corpulento estaba ligeramente coloreado debido a la rabia que sentía después de mi sucia estrategia para colarme allí; en algún momento había conseguido sacar su arma y me apuntaba con ella.
—Te dije que no podías entrar —espetó.
Alcé las palmas, aunque sabía que no sería suficiente. La desconfianza me devolvía la mirada desde los ojos de aquellos dos rebeldes, haciendo que la distancia que nos separaba fuera acortándose a cada paso que daban en mi dirección; Cassian había quedado relegado a un segundo plano, olvidado.
—Mi curiosidad es una de mis peores enemigas —dije, intentando sonar arrepentida—. Pero ha quedado demostrado que estaba equivocada.
Procuré parecer lo suficientemente inocente, una muchachita tonta que había bajado hasta allí con el único propósito de ganar una apuesta. Una rebelde más que disfrutaba de aquella dulce victoria de saber que uno de los perros del Emperador había muerto a manos de los suyos. Mi cabeza continuaba agitada a causa del descubrimiento de que ese cadáver no pertenecía a Perseo, el único nigromante que se había dejado ver en la emboscada que les habían tendido a los miembros de la Resistencia, entre los que se encontraban Cassian... y Darshan.
—La curiosidad atrae a la muerte, ¿lo sabías? —me respondió el corpulento, su amigo mudo se limitaba a guardarle las espaldas—. En especial cuando metes las narices en asuntos que no te competen.
Esbocé una sonrisa acorde con las circunstancias.
—Lo sé, y lo siento mucho —le di la razón, deseando que todo aquel asunto quedara en una nimiedad.
Cassian dejó escapar una forzosa risa que pretendía ser divertida. Había adoptado de nuevo ese aire burlón que había empleado con aquellos dos rebeldes en el pasillo de piedra, cuando había intentado convencerlos para que nos dejasen pasar para saber quién era el ganador de una supuesta apuesta que teníamos entre manos.
—Deberíamos volver arriba, Jem —dijo en tono jocoso, pero su mirada reflejaba cautela por cómo podían desarrollarse las cosas—, y hacer caso al amable consejo que nuestro amigo nos dio antes de que decidieras colarte aquí.
Convertí mi sonrisa en una avergonzada, como si el recuerdo de lo que había hecho me produjera un terrible apuro, y me encogí sobre mí misma. Casi podía sentir la adrenalina a punto de ser disparada por todo mi cuerpo; mis músculos tensándose para atacar y salir huyendo de allí... Pero esa no sería mi mejor opción.
No era un plan factible, en especial por mi costado herido.
—Lo siento —repetí como una niña pequeña. Las sienes me latían con vida propia ante la vorágine de pensamientos que seguían planeando dentro de mi cabeza sobre todo lo sucedido; sobre aquel descubrimiento que había hecho que mi corazón se sintiera ligero y, a la vez, acongojado.
El compañero del rebelde corpulento esbozó una sonrisa perezosa cuando contempló mi convincente papel de chica arrepentida. Me tragué un suspiro de alivio al ver cómo enfundaba la daga, de regreso a su legítimo lugar en la cadera, y se movía para hacerse a un lado, permitiéndome ver a Cassian esperándome al otro con una expresión llena de zozobra.
—Jissen, son jóvenes —dijo, sacudiendo la cabeza—. Sentían curiosidad, eso es todo.
La mirada de Jissen pasó de mí hacia el bulto que había a mi lado; el cadáver de aquel nigromante que no era Perseo. Lo examinó con detenimiento, fijándose en si yo había hecho algo con él. Aguanté aquellos segundos de exhaustivo escrutinio y duda por parte de aquel rebelde hasta que su compañero le dio un codazo amistoso, interrumpiéndole; los ojos de Jissen volvieron a mí con una sombra de recelo.
—¿De qué facción dices que eres, chica? —quiso saber.
Ladeé la cabeza y mi ensortijado cabello pelirrojo cayó como una cascada de rizos por encima de mi hombro. Juraría que vi a Cassian tragar saliva por la extraña pregunta que me había realizado, pero yo me concentré en el rostro de Jissen y traté de mantener mi fachada de inocencia y juvenil impulsividad.
—No lo he dicho —respondí con convincente timidez—. Pero pertenezco a la facción de Mhaar Asaash.
Jissen no dijo una sola palabra al respecto, simplemente se hizo a un lado y yo me encaminé hacia donde esperaba Cassian, quien parecía compartir conmigo las ganas de marcharnos de allí lo antes posible. El pulso se me aceleró cuando pasé junto al rebelde, quien me observó con una expresión seria.
—La próxima vez avisaré a tu jefe de facción, ¿me has entendido?
Cassian me aferró por la muñeca una vez estuve a pocos metros de distancia. Su cuerpo estaba tenso como la cuerda de un arco y había escuchado la amenaza implícita en las palabras de Jissen; la sonrisa que todavía curvaba sus labios era mucho más forzada e incómoda, y sus prisas por salir de la morgue eran más que evidentes debido a su postura ligeramente inclinada hacia las puertas abiertas.
—Que Mnason bendiga el suelo que pisáis, amigos —dijo en tono cantarín.
Jissen entrecerró los ojos en dirección a Cassian.
—Y tú vigila mejor a tu novia, chico —le respondió en tono duro—. No dejes que ese par de ojos bonitos te mangonee a su antojo.
El rostro de mi amigo se torció en una mueca y tiró de mí para que nos pusiéramos en movimiento. Los dos rebeldes no trataron de seguirnos, quizá para comprobar que no hubiera tocado nada más de allí dentro; quizá comprobando que el cadáver del nigromante siguiera estando tal y como lo habían dejado cuando lo abandonaron allí.
Procuramos ir a un ritmo normal hasta estar lo suficientemente lejos, sintiendo el peso de sus presencias a nuestra espalda. Cassian miró un par de veces por encima de su hombro, comprobando si aquellos dos rebeldes que estaban de guardia habían terminado con su escrutinio y podían oírnos, antes de soltar mi muñeca para encararse hacia mí.
—¿Qué demonios significaba eso, Jem? —me preguntó, controlando su tono de voz. Su mirada vigilaba cada rincón del pasillo donde nos habíamos detenido para asegurarse de que estábamos solos—. ¿Qué se te ha pasado por la cabeza para burlar a esos dos guardias de ese modo y...?
—El cadáver no era Perseo —le interrumpí con precipitación.
Cassian me miró con una expresión incrédula, como si no me hubiera oído bien.
—¿Cómo que...? —se inclinó hacia mí—. Es un nigromante, Jedham. Maldita sea, solamente había uno de ellos aquella noche y todo el mundo lo vio, en especial cuando fueron a por su cadáver.
Lo aferré por la muñeca.
—No, Cassian —le dije, con la respiración acelerada—. Perseo no era el único aquella noche: había otro más con él.
Aquel dato era imposible que lo supieran debido a que, al parecer, no se habían tomado la molestia de dejar a ninguno de los Sables de Hierro con vida; el resto de los soldados bajo las órdenes del nigromante fallecido habían huido para informar de lo sucedido... Pero ¿dónde estaba Perseo entonces? ¿Habría escapado junto a los supervivientes de la emboscada?
—Jem...
—Darshan también debía saberlo —continué, alterada.
Mi cabeza seguía siendo una zona catastrófica de pensamientos intentando encajar los unos con los otros. Aquella noche vi a Perseo y Darshan enfrentándose el uno al otro; el nigromante también me vio, distrayéndose unos segundos que su oponente aprovechó para ganar el enfrentamiento. Pero el cuerpo que reposaba en la morgue correspondía al segundo nigromante, al que escuché repartiendo órdenes, incluyendo a Perseo.
Quizá esa era la prueba que necesitaba para demostrar que Darshan no había sido sincero con nosotros. Sin embargo, tendría que explicar por qué estaba tan segura de mi acusación; cómo era posible que supiera que el cadáver que había en la morgue no correspondiera con el chico al que Darshan se había enfrentado en aquella nave, el punto de encuentro que había visto en aquellos mensajes en la mansión de Perseo.
La garganta se me resecó al ser consciente del precio que tendría que pagar para ganar un poco de credibilidad.
—Necesito que busques a mi padre —dije, con un esbozo de idea formándose en mi turbulenta mente. Sabiendo que había sido Cassian quien me lo había pedido en primer lugar, mientras atravesábamos los túneles.
—Y yo necesito saber qué está pasando, Jedham —replicó Cassian, aturdido—. Estás comportándote de un modo extraño desde que supiste que tu... que Perseo estaba muerto...
—Perseo no está muerto —le corregí entre dientes—. Ese cadáver no era el suyo.
Pero Cassian no parecía muy convencido de mi aplastante seguridad. El tiempo seguía corriendo en mi contra y necesitaba encontrar a Darshan, arrinconarlo y exponerlo a la luz; pero también necesita que mi amigo fuera a buscar a mi padre y lo trajera hacia donde nosotros para que pudiera ver que era cierto, que Darshan había estado mintiéndonos desde el principio.
Hablaría con mi padre y le contaría la verdad.
—Busca a mi padre, Cassian —repetí.
Mi amigo se mantuvo inmóvil frente a mí, contemplándome como si hubiera perdido el juicio. Como si no reconociera a la persona que tenía delante de él.
—¿Acaso no confías en mí? —le pregunté, sintiendo un nudo en mi garganta.
Cassian desvió la mirada.
—No estoy seguro de poder hacerlo en estos momentos, Jedham —reconoció y mi corazón se encogió al escucharle.
Tomé sus manos con un deje de desesperación. Necesitaba la colaboración de Cassian para que mi plan pudiera tener alguna posibilidad de salir bien; necesitaba que mi amigo confiara en mí... y necesitaba un tiempo del que no disponía para poder explicárselo todo.
La mirada de Cassian se enturbió a causa de la culpa que sentía.
—Por favor, Cass.
—Jem...
Apreté sus manos entre las mías. Era consciente de que mi comportamiento había estado oscilando de una emoción a otra como si fuera un péndulo desde que me dijera que el cadáver —o lo que quedaba de él— de Perseo había sido llevado hasta la morgue de las cuevas como una especie de retorcido trofeo para la Resistencia.
—Es importante —insistí.
Y los segundos seguían transcurriendo.
Las dudas parecían estar reconcomiendo a Cassian. Sus manos estaban laxas, apoyadas contra las mías como si estuvieran muertas; sus ojos continuaban esquivando los míos, sin valor para enfrentarse a mi mirada.
Y su confianza en mí se había desvanecido.
—El cadáver es la prueba que necesitamos para demostrar que Darshan ha estado jugando con todos nosotros —expliqué atropelladamente—. Por eso tienes que encontrar a mi padre mientras yo intento dar con Darshan.
Al escuchar parte de mi improvisado plan, ahora que tenía muchas más piezas para jugar a mi favor que cuando nos dirigíamos hasta aquí, los ojos de Cassian buscaron los míos.
—¿Y qué garantías tienes de que tu idea salga bien? —me preguntó, pero intuía que había conseguido parte de su atención... y que su resistencia a creer en mí podía cambiar—. Los rumores sobre tu presencia allí no tardarán en salir a la luz después de que todo este... todo este júbilo se apague.
—Voy a decirle toda la verdad a mi padre —respondí con sinceridad.
Quizá mi padre no sería tan comprensivo como lo fue Cassian cuando hablé de mi relación con Perseo, pero confiaba en que me diera un poco de crédito, al menos. El suficiente para respaldar mi rotunda afirmación de que el cadáver del nigromante no correspondía con la persona con la que se había enfrentado Darshan en aquella nave; la misma a la que había visto caer después de distraerse con mi presencia. Esa noche había dos nigromantes, uno de ellos escondido entre las sombras; esa noche era Perseo quien debía haber muerto, y no lo hizo.
—Jedham, ¿entiendes...?
Supe a lo que estaba refiriéndose y esbocé una sonrisa decidida.
—Estoy dispuesta a asumir los riesgos.
Era posible que mi relación con el nigromante se filtrara por medio de algunos miembros, llegando a casi todos los rincones de la Resistencia. Sabía que esa noticia no sentaría bien, que sería objeto de sus conversaciones durante mucho tiempo por haber estado con uno de nuestros enemigos, pero no me importaba; en aquellos instantes lo único que ocupaba cada rincón de mi cabeza era atrapar a Darshan.
Y si eso suponía caer con él, lo haría.
Estreché las manos de Cassian de nuevo, pidiéndole con ese gesto que me brindara una parte de la confianza que parecía haber perdido en mí. Ignoré el pellizco de culpa por haberme guardado lo más importante, el mayor secreto de Darshan, el arma que pensaba emplear para destruirlo.
Podía salvarse de ser considerado un traidor gracias a que mis pruebas pudieran no ser suficientes.
Pero no podría hacerlo de su verdadera naturaleza, la misma que había salido a la luz aquel remoto día, cuando nos enfrentamos el uno al otro.
Transcurrieron unos tensos segundos hasta que Cassian bajó la cabeza y dijo:
—Está bien —se aclaró la garganta y volvió a mirarme, en esta ocasión con mayor intensidad—. Está bien, Jem: lo haremos a tu manera.
Sentí un calor expandiéndose desde mi pecho por el resto de mi cuerpo cuando oí que mi amigo estaba dándome un voto de confianza, pese a las reservas que había mostrado al principio. Apreté sus manos mientras notaba una punzada en las comisuras y tomaba una bocanada de aire, mentalizándome para lo que estaba a punto de desatar con aquel secreto.
—Encontraré a tu padre, Jem —me prometió.
Solté sus manos y di un paso atrás.
Nos contemplamos el uno al otro. Cassian también parecía sospechar la inmensidad de lo que se avecinaba, pues sus ojos parecían relucir con una nube de preocupación; unos segundos después, cada uno empezó a moverse en una dirección distinta: mi amigo para intentar encontrar a mi padre y yo para atrapar a Darshan, con el único deseo de exponerlo frente a todos.
Mis pies se detuvieron cuando escuché la voz de Cassian a mi espalda, llamándome. Miré por encima del hombro, contemplando el rostro de mi amigo desde la distancia que nos separaba.
—Ten cuidado —me pidió.
Le dediqué una sonrisa y retomamos nuestros respectivos caminos. Mis apresurados pasos resonaban contra las paredes de piedra mientras mi cabeza trataba de pensar del mismo modo que Darshan, intentando descubrir dónde se encontraba; después de lo sucedido aquella noche, la fama de Darshan habría aumentado notablemente y su presencia no pasaría tan desapercibida.
No me costaría dar con él.
Llegué a los niveles superiores, donde la alegría por la victoria en aquella nave perteneciente a algún comerciante, después de haber sido emboscados, y los trofeos que habían traído consigo no decaía gracias a los barriles de bebida que habían decidido gastar en aquella improvisada celebración.
Mis ojos escaneaban la multitud allí reunida buscando un rostro en concreto, sin éxito. Tragué saliva ante la posibilidad de que mi objetivo no estuviera allí, pues no había tenido ocasión de pensar en ello. ¿Qué haría entonces? Todo se quedaría en suspenso, y Darshan estaría más cerca de escaparse de mi control. Me moví entre los cuerpos de los rebeldes, intentando indagar sobre el paradero de Darshan. Ignoré algunas miradas lascivas que me dirigieron algunos de ellos y continué, sintiendo una extraña agitación en el estómago por la ausencia de pistas que pudieran desvelar el paradero del chico.
Procuré mantener a raya mis nervios pero entonces los dioses parecieron ponerse de mi lado:
—¿Darshan? —repitió un rebelde con las mejillas arreboladas y la mirada brillante—. La última vez que le vi estaba acompañado de una mujer despampanante —hizo un aspaviento hacia una de las oscuras bocas de la multitud de pasadizos que conformaban las cuevas—. Creo que se fueron por ahí.
Di las gracias por sus escuetas y vagas indicaciones, apresurándome a esquivar a los festejantes para poder alcanzar la dirección que me habían señalado. El corazón empezó a aporrearme dentro del pecho cuando la negrura me tragó por completo y me alejé de la bulliciosa celebración que continuaba a mi espalda; las pocas antorchas que colgaban de las paredes brillaban levemente, iluminando con timidez el suelo que pisaba.
Mis pasos trastabillaron cuando creí escuchar el eco de unas voces. Me detuve en mitad de aquel pasadizo, agudizando el oído: la seductora voz de una mujer me llegó de algún punto de la bifurcación que había a unos metros de distancia; segundos después vino la contestación, y mi corazón dio un vuelco al creer reconocerla.
Sin importarme lo más mínimo lo que me esperaba, eché a correr en esa dirección. El aliento se me escapó en un sonoro jadeo cuando doblé la esquina, encontrándome con un pasillo sin salida y dos siluetas que se confundían en la penumbra que reinaba en aquel recóndito lugar; a pesar de ello no me costó mucho reconocer a Darshan arrinconado contra la pared de piedra mientras una despampanante mujer de cabello negro pasaba por su pecho una de sus manos, de cuya muñeca colgaban multitud de pulseras tintineantes.
El sonido de mis pasos les alertó de mi presencia, rompiendo la íntima burbuja que parecía haber a su alrededor. Los ojos grises de Darshan no tardaron en toparse con los míos; su compañera, por el contrario, tardó unos segundos más en dignarse a girar su cuello para descubrirme en la entrada de aquel callejón sin salida en el que se habían refugiado, quizá buscando algo de intimidad.
Una sensación en absoluto agradable pareció descender como hiel hasta mi estómago cuando creí reconocer a la compañía de Darshan. Su cabello caía como una cortina de hebras oscuras hasta la parte baja de su espalda; sus ojos color caramelo, perfilados de una generosa capa de kohl, resplandecían con una chispa de molestia al verse interrumpida.
Era la emisaria de Assarion, la misma mujer que había visto contoneándose por el vestíbulo de la propiedad de Ptolomeo, disfrutando de la atención que su atuendo atraía por parte del resto de invitados.
—Jedham.
A pesar de la distancia que nos separaba, el eco de aquel pasillo de piedra hizo que su voz me llegara con claridad. Darshan se apresuró a alejarse de la emisaria, marcando una distancia que antes no había tenido tantos reparos en hacer desaparecer; pensé en cómo debía actuar, sobreponiéndome a la conmoción de no entender qué significaba aquella extraña pareja que conformaban, recordando haber visto a aquella llamativa y misteriosa mujer con los brazos en alto, en mitad de un caótico vestíbulo.
Dejando salir su poder de nigromante.
Mis músculos se pusieron en tensión cuando caí en la cuenta de lo peligroso que podía resultar tenerla allí, tan cerca de nosotros; de mí. ¿Procedería de Assarion siquiera? ¿Sería realmente una emisaria? ¿Y si se trataba de otra infiltrada por parte del Emperador? Traté de que mi corazón no alterara mucho su ritmo, fingiendo una actitud calmada que no sentía en absoluto; luego obligué a mis pies a quedarse clavados en el suelo cuando dije:
—Me gustaría hablar con Darshan a solas.
Una sonrisa especulativa curvó la comisura izquierda de los generosos labios de la nigromante. Vigilé cada uno de sus movimientos mientras ella se apartaba con un coqueto gesto el cabello y dirigía una mirada a Darshan, que pareció no darse cuenta; una extraña tensión me embargó al ser objeto de su atención, provocando que todo mi cuerpo se erizara ante su poder latente.
Me quedé inmóvil cuando la mujer pasó de nuevo una de sus manos por el pecho del chico de manera provocativa, estirando sus labios hasta que la sonrisa que antes había formado se hiciera completa.
—Recuerda mi oferta, chico.
Después de lanzar aquellas crípticas —y sospechosas— palabras al aire, dio media vuelta y se encaminó hacia donde estaba detenida, casi bloqueándole el camino. Sus ojos castaños me evaluaron de pies a cabeza con una mezcla de fastidio e interés; no reaccioné al escrutinio, ni siquiera cuando su mirada se clavó en mi esternón, donde reposaba mi colgante de damarita.
Mi cuerpo no se relajó hasta que comprobé que sus pasos se desvanecían en la penumbra del camino de regreso a la fiesta, dejándonos completamente a solas. Darshan trató de dar un paso en mi dirección, pero yo lo detuve en seco:
—Lo sé todo.
Sus ojos grises relucieron de alarma antes de entrecerrarlos con una expresión que oscilaba entre el recelo y la desconfianza. Aproveché ese breve instante de duda por su parte para ser yo quien cerrara la distancia que nos separaba; podía sentir cómo mi corazón aumentaba su ritmo, alcanzando una cadencia casi frenética. A pesar de haber hecho que aquella nigromante se marchara, el peligro que pendía sobre mi cabeza no había desaparecido. No del todo.
Con un valor que no sentía en absoluto empujé a Darshan hacia una de las paredes, haciéndole perder el equilibrio. La tentación de tomar la damarita que pendía de mi cuello y colocarla sobre su piel me provocaba un intenso picor en las palmas de la mano; las sienes empezaron a dolerme debido a la intensidad de mis pensamientos.
—Has sido muy cuidadoso al tratar de esconderlo —dije, percibiendo la tensión que emanaba del cuerpo del chico—. Pero, por mucho esfuerzo que pongas, no puedes ocultar tu verdadera naturaleza.
Darshan mostró tener la osadía suficiente de sonreírme con picardía, intentando mantener una fachada que le permitía cubrir los nervios que le atenazaban por la posibilidad de que yo hubiera averiguado su secreto. Pero había sido testigo de aquel breve y fugaz brillo de alarma en su mirada.
—¿Y cuál es esa naturaleza, Jedham? —preguntó, zalamero.
—Ser un maldito nigromante.
A pesar de los intentos de Darshan por mantener una expresión imperturbable, fui testigo de las silenciosas grietas que se abrieron en su máscara cuando expuse a la luz aquella verdad que había conseguido ocultarnos durante todo aquel tiempo. Apoyé el antebrazo en su cuello a modo de disuasión, conminándole a que no hiciera ningún movimiento sospechoso; como si Darshan no pudiera partirme el cuello con un sencillo chasquido de dedos. Como si fuera yo la parte fuerte en aquella situación, cuando la verdad era que la balanza estaba inclinada a favor de Darshan.
—Lo que estás diciendo es absurdo —repuso él, pero sonó sin apenas convencimiento.
Una retorcida parte de mí disfrutó de cómo estaba logrando ponerle contra las cuerdas, haciendo caer su mentira. Del modo en que el miedo estaba empezando a cubrir su avispada mirada gris, confirmando mis sospechas.
—Cassian me dijo que fuiste tú quien le mostró dónde vivía Ghaada —sentí un pellizco de satisfacción el sentir cómo tragaba saliva al mencionar a aquella nigromante que había conseguido eludir el decreto del Emperador—. Ella es tu madre. Os escuché cuando acudiste a verla, te escuché llamándola mai.
Un término familiar para todos aquellos que vivíamos lejos de la zona perilustre, donde se usaban términos más formales. Un apelativo cariñoso que los niños usaban para referirse a sus madres.
—Tuve la verdad delante de mis malditas narices y no supe verla —continué, pues él parecía haberse encerrado a propósito en un hermético silencio—. Nuestro enfrentamiento, al intentar asfixiarme... Tocaste esto —mis dedos se enroscaron alrededor de la cadena, alzando la damarita para que pendiera entre nosotros; una fugaz chispa de reconocimiento pasó por sus ojos grises al contemplarla— y sentiste sus efectos, ¿no es cierto?
Había recuperado aquel recuerdo cuando comprendí lo que Darshan había estado ocultándonos, el modo en que su rostro había empalidecido al entrar en contacto con la gema, que anuló momentáneamente sus poderes, pillándolo desprevenido; en aquel momento no supe verlo porque no sabía siquiera lo que era en realidad el último obsequio de mi madre. Pero ahora las piezas empezaban a encajar en su lugar.
—Pero tu verdadera naturaleza no es todo lo que he descubierto de ti, Darshan —hice que mi antebrazo presionara un poco más su garganta—: también sé que eres el traidor. La persona que ha estado enviando información sobre la Resistencia, vendiendo a sus miembros... provocando que facciones enteras desaparecieran de la faz de la tierra.
Un dolor sordo se expandió por mi pecho cuando pensé en los secretos de Perseo, en el modo en que había estado trabajando para hacer desaparecer a la Resistencia. Él nunca había dejado de ser mi enemigo y si hubiera sabido quién era yo en realidad, probablemente hubiera corrido la misma suerte que todos aquellos rebeldes que fueron atrapados gracias a Darshan.
—¿Dónde está Perseo? —pregunté, pero la voz me falló cuando pronuncié su nombre.
Una sonrisa torcida surgió de sus labios al percibir aquella vulnerabilidad que mostré al no ser capaz de sobreponerme a los sentimientos que el nigromante despertaba en mi interior.
Pese a la sonrisa burlona, Darshan no dijo ni una sola palabra al respecto.
—No juegues más conmigo, bastardo —gruñí con rabia, ya que solamente había sido yo quien había hablado desde que hubiera logrado arrinconarlo—. Parecías bastante familiarizado con la finca de Ptolomeo, apareciendo siempre en el momento adecuado. Incluso encontré tus mensajes en el escritorio de Perseo.
Silencio.
—También sé que el cadáver que trajisteis a modo de trofeo no era el suyo —añadí en un siseo.
La mirada de Darshan resplandeció al verse al descubierto, sabiendo que yo podía echar por tierra su mentira ahora que había desvelado que había visto el cadáver y sabía que no correspondía con quien debía ser.
Su final se encontraba cerca, y los dos lo sabíamos.
Nos vimos interrumpidos repentinamente cuando un grupo de rebeldes, encabezados por Ramih Bahar y Cassian, se detuvieron en la boca de aquel pasadizo de piedra donde mantenía retenido a Darshan; de manera inconsciente busqué entre los rostros de aquel reducido grupo a mi padre, pero no le encontré. No así como la mirada del líder rebelde, que alternaba entre ambos con una expresión sombría; mi amigo, por el contrario, parecía ligeramente preocupado y sólo me miraba a mí.
Me giré hacia los recién llegados, sintiendo una súbita oleada de júbilo... hasta que vi a la supuesta emisaria de Assarion deslizándose con discreción entre los cuerpos de los rebeldes para colocarse junto a Ramih Bahar.
Sus ojos de color caramelo me contemplaban con profundo interés, pero no dejé que su presencia me amilanara.
—¡Él es el traidor! —grité con firmeza, luego señalé a la mujer—. ¡Y ella, al igual que Darshan, son nigromantes!
Sentí a Darshan moviéndose a mi espalda, pero no supe lo que estaba tramando hasta que su propio grito se alzó con temple, dejándome congelada en el sitio.
—¡Ella es la amante de uno de ellos!
La mirada de Ramih Bahar se clavó en mí, esperando que yo negara la acusación que Darshan había lanzado a modo de defensa. Buscando desestabilizarme para que no lograra salirme con la mía; empleando esa habilidad que tenía para manipular a los que se encontraban a su alrededor a su antojo.
Las palabras quedaron atascadas en mitad de mi garganta por la conmoción de que Darshan supiera de mi relación con Perseo...
... y fueron aquellos segundos de silencio los que se convirtieron en mi condena.
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