❈ 60

Muy pocos sabían cómo enfrentarse a un nigromante en una pelea desajustada, yo era uno de esos afortunados. Los nigromantes siempre habían sido protagonista de cuentos de terror infantiles, historias que los padres contaban a sus hijos por las noches para que se fueran a dormir; nadie parecía estar interesado en conocer más de ellos, les tenían demasiado miedo.

Craso error.

De todos los elementales que existían, los nigromantes, de lejos, eran los más peligrosos debido a su capacidad de acceder a la esencia de cualquier ser vivo. Y a nosotros se nos había instruido en muchas materias, incluyéndoles a ellos; enseñándonos que no eran invencibles y todopoderosos.

Mostrándonos sus vulnerabilidades.

No tenía a mano damarita —un escalofrío descendió por mi cuerpo al pensar en aquella gema que anulaba los poderes de los nigromantes, tornándose incluso mortífera—, pero no importaba: no estaba tan desamparado como aquel nigromante creía. Sabía que sus manos era la zona de su cuerpo donde se acumulaba su magia para que pudiera dirigirla; si quería tener una oportunidad, tenía que ponerme lejos del alcance de ellas... y tratar de inutilizarlas lo antes posible.

Aferré con fuerza mi arma y me moví para alejarme de su palma izquierda. Los ojos azules de mi contrincante resplandecieron de ira contenida ante el modo en que conseguía deslizarme como una serpiente, demostrándole que no iba a ser tan sencillo acabar conmigo.

A nuestro alrededor la batalla proseguía después de habernos visto sorprendidos en aquella emboscada. Mis compañeros rebeldes se defendían con uñas y dientes de los Sables de Hierro que los dos nigromantes —pues sabía que él no había venido solo— habían llevado como apoyo; en mis oídos rugía el atronador sonido de las armas entrechocando y mi acelerada respiración.

Desvié con un golpe en la muñeca el brazo del nigromante y él siseó cuando mi rodilla impactó en su cadera, obligándole a retroceder. En mi boca sentía el sabor de la bilis y todo mi cuerpo se sacudía mientras intentaba controlarme a mí mismo; en lo más profundo de mí la notaba agitándose, pugnando para ser liberada.

Pero eso no iba a suceder.

El nigromante esquivó mi tajo y yo tuve que moverme a toda prisa, poniéndome fuera del alcance de sus mortíferas manos antes de que empleara su magia para hacerse con el control de mi cuerpo... o detener mi corazón. La emboscada seguía desarrollándose en el interior de aquella nave, provocando que mi autocontrol se viera seriamente comprometido al ser capaz de sentir tanto.

De estar rodeado de todas aquellas personas que se enfrentaban los unos a los otros; de estar rodeado de tantos estímulos que me golpeaban sin piedad, despertando un molesto dolor en mis sienes.

—Ordena a tus hombres que se marchen —le dije al nigromante.

Bajo la máscara plateada, sus ojos azules me observaron con atención.

—No tengo poder para ello —me respondió con esfuerzo—. Ellos siguen las órdenes de Argos; yo también.

El otro nigromante. Aquel cabo suelto que había desequilibrado nuestros planes iniciales y que se encontraba en algún punto de aquel cúmulo de personas luchando por sus vidas, quizá limitándose a observar cómo sus propios hombres caían.

Finté de nuevo y lancé otro tajo a modo de advertencia.

—Maldita sea —gruñí cuando el nigromante acortó distancias conmigo.

Espié mi alrededor, estudiando a quiénes se encontraban más cerca de mí. Cassian se defendía de dos Sables de Hierro, pero su cuerpo sufrió una sacudida cuando resonó un grito por encima de la multitud.

Un grito femenino.

Pronunciando un solo nombre, el suyo.

Mis miembros se quedaron agarrotados al toparme con la persona que había emitido ese desgarrador sonido; perteneciente a una silueta que estaba en la periferia del enfrentamiento. Ese inconfundible cabello pelirrojo y esos fieros ojos de color verde estaban clavados en su amigo, quien estuvo a punto de ser ensartado por uno de sus contrincantes; la incomprensión de ver a Jem allí hizo que yo mismo perdiera la concentración, olvidándome de a quién estaba enfrentándome.

Pero el nigromante también había desviado su mirada en mi misma dirección, descubriéndola a ella. El pánico destelló en su mirada de color azul al reconocerla, su postura vaciló...

Perdí de vista a Cassian entre la multitud y mis pensamientos volvieron a enfocarse.

Recordándome que había miradas atentas a todos y cada uno de mis movimientos, esperando cualquier fallo por mi parte para abalanzarse sobre mí y poder destrozarme.

Centré toda mi atención en el nigromante, que todavía estaba conmocionado por la presencia de Jedham, y aproveché mi oportunidad.

Sorpresa, traición y un ápice de resignación relampaguearon en su mirada azul cuando me abalancé sobre él.

Un aullido de agonía resonó por todo mi cuerpo cuando el cuerpo del nigromante cayó pesadamente al suelo. Jadeé ante aquella oleada que chocó contra mi cuerpo, a pesar de la distancia que me separaba de la fuente; otra náusea ascendió por mi esófago cuando supe que algo no marchaba como debía ir.

Había una conexión entre nosotros.

Una que yo mismo había forzado por no haber ido con el suficiente cuidado, por haberme dejado llevar en un momento de rabia y frustración.

Vi a Cassian desembarazándose de un Sable de Hierro, esquivando a cualquier enemigo hasta llegar hasta donde Jedham se tambaleaba, con la mirada perdida. Como si así se sintiera: desorientada. Confusa.

Ni siquiera pareció darse cuenta de la presencia de su amigo. Los labios de Cassian se movieron, pero ella no reaccionó; la conexión seguía funcionando, transmitiéndome cada una de sus sensaciones, haciéndome saber que algo no iba bien. Cassian la tomó por la parte superior de los brazos, zarandeándola con suavidad para intentar hacerla volver en sí; el contacto pareció sacarla de su trance, ya que dirigió su mirada hacia el rostro de su amigo.

La vi separar los labios.

Vi la sangre borboteando de ellos.

Un instante después me encontraba cruzando el campo de batalla, intentando llegar hasta ellos. En mi frenética carrera contemplé cómo el cuerpo de Jedham caía entre los brazos de un aturdido Cassian; mis ojos no podían despegarse de la sustancia roja que continuaba manando de su boca, de cómo sentía su vitalidad apagándose dentro de ella.

Me convertí en un objetivo fácil para mis enemigos, pero no me importó: tenía que llegar hasta Jedham. Tenía que descubrir qué estaba sucediendo, traducir aquella amalgama de sentimientos que aporreaban contra mis costillas y que se transmitían mediante aquella conexión que, sabía, con el tiempo se desvanecería.

Cassian tenía la mirada húmeda cuando la alzó hacia mí, creyéndome un enemigo; Jedham también dirigió sus ojos en la misma dirección, pero fue como si no me viera realmente; tenía la mirada nublada y casi vidriosa. La conexión palpitó entre nosotros con virulencia, obligándome a apartarla a un lado y doblar mis rodillas hasta que tocaron el suelo.

—Jem —la voz de Cassian se rompió cuando pronunció su nombre.

Ella separó los labios, pero lo único que brotó de ellos fue un lastimero gemido.

No tardé mucho en localizar la fuente de su dolor: una herida supurante en el costado. Jedham debía haberse arrancado el arma, provocando una hemorragia difícil de contener. Apreté de manera inconsciente mi palma contra la herida, humedeciéndomela con la sangre y provocando que sintiera un nuevo vuelco, además de un cosquilleo en la palma.

—Ayúdala —me exigió el chico, todavía sosteniendo a duras penas a Jem.

Le dirigí una mirada de mal disimulada irritación. Estaba dejándose llevar por el pánico de tener a su amiga desangrándose entre sus brazos, casi podía saborear la adrenalina corriendo por sus venas; el miedo expandiéndose por su cuerpo como si fuera una enfermedad. El temblor de su cuerpo ante la cantidad de sangre que manaba de la herida de Jedham, lo que significaba aquella masiva pérdida y el funesto destino de su amiga si no hacíamos algo pronto.

—Mantenla despierta —le ordené.

Escuché a Cassian hablarle, haciendo un esfuerzo por mantener un tono calmo. Dejé escapar un suspiro cuando llegué a la conclusión de que podía ayudarla... pero también condenarme si lo hacía; ahora que mi piel entró en contacto con la suya pude saber con mayor certeza lo grave que era la herida.

El arma con la que había sido atacada le había atravesado un pulmón.

Un molesto pitido se instaló en mis oídos mientras oía el débil eco de la voz de Jedham respondiéndole a su amigo, un húmedo lamento producido por la sangre que subía por la garganta, procedente de ese pulmón herido. Recordé las advertencias que había recibido toda mi vida, las consecuencias de lo que sucedería si alguien descubría mi mayor secreto.

Me pasé la lengua por el labio inferior, saboreando la sal de mi propio sudor; calibrando la difícil decisión que se extendía frente a mí. ¿Qué garantías tenía de que saliera bien? No contaba con la preparación necesaria, como tampoco conocía el alcance de lo que podía hacer.

La vida de Jedham continuó fluyendo entre mis dedos, deslizándose con cada gota de sangre que manaba de la supurante herida del costado. Indicándome que los segundos eran valiosos, y que no podía demorarme por mucho más tiempo.

—Jem —gemía Cassian, casi al límite—. Jem, mírame. No cierres los ojos.

Apreté la palma contra la herida y Jedham sollozó de dolor en respuesta. La conexión seguía sacudiéndome a causa de las oleadas de agonía que me transmitían, desvelándome el infierno que estaba sufriendo mientras moría poco a poco; el pulmón atravesado sería su sentencia de muerte si no hacía algo.

Jedham me encontró en aquel callejón, malherido. Podía haber dado media vuelta, arrastrando consigo a su amiga y dejándome allí abandonado, después de que las cosas se torcieran estrepitosamente; podía haber dejado que la muerte me llevara, pero no lo hizo: salvó mi vida y luego me protegió, abriéndome las puertas de su hogar. Arriesgándose a ser descubierta.

Estaba en mi mano hacer algo.

Me mordí el interior de la mejilla y dejé que mi poder fluyera, que saliera del rincón oscuro donde siempre lo mantenía encadenado por temor a que alguien más lo supiera. Lo sentí zigzaguear a través de mi palma, alcanzando la piel de su costado, colándose por la herida y avanzando inexorablemente hacia mi objetivo; apreté los dientes con fuerza cuando alcancé el pulmón herido, sintiendo aquel agujero con dolorosa precisión. La sangre manaba a borbotones y contaminaba las vías respiratorias, asfixiando a Jedham lentamente.

Permití que mi poder se entremezclara con su cuerpo y ordené al tejido pulmonar que empezara a regenerarse, volcando parte de mi propia energía para acelerar el proceso. Sin embargo, debía ser cuidadoso; la sanación de aquella herida fatal debía hacerse minuciosamente, sin dejar un solo cabo suelto. Debía trabajar del mismo modo que una costurera.

No debía fallar, como tampoco perder la concentración.

Noté la humedad del sudor acumulándose en mis sienes mientras continuaba con la ardua tarea de sellar la fatal herida del pulmón. Noté el sabor de la bilis en la punta de mi lengua mientras ponía en juego todo lo que me había jurado esconder hasta ser libre. Entonces percibí cómo el último de los hilos de tejido se tensaba, cerrando la punción e impidiendo que la sangre siguiera derramándose.

Incluso me permití insuflar más energía a su débil corazón, obligando al músculo que latiera con mayor vigor.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero fingí estar concentrado en taponar la herida del costado de Jedham, cuyo flujo de sangre había disminuido notablemente. Esa parte de mí que había liberado me exigía que sanara aquella herida, pero me habría condenado: curar aquella invisible herida del pulmón había alejado a Jem de las terribles garras de la muerte, consiguiéndole tiempo suficiente para llevar a cabo la siguiente fase de mi arriesgado plan.

—Necesito un trozo de tela para tratar de detener la hemorragia —dije, en tensión.

Sin dejar de presionar sobre su costado, me tomé la libertad suficiente para arrancar parte de la capa que usaba, utilizando la tira para intentar anudarla alrededor de su costado de modo que taponara la herida, cortando el fluyo de sangre.

Con ayuda de Cassian, logré rodear el costado de Jedham. Luego lo anudé con fuerza, pero sin llegar a que fuera opresivo.

Me humedecí el labio inferior, consciente de lo que estaba a punto de desvelarles a ambos.

—Voy a darte una dirección —le avisé a Cassian—. Allí os podrán ayudar.

Y procedí a darle instrucciones.

Todos mis sentidos estaban embotados.

Pero mi cabeza permanecía lo suficientemente lúcida para ver de nuevo, una y otra y otra vez, cómo Perseo y Darshan se enfrentaban el uno contra el otro... Hasta que el cuerpo del nigromante caía frente a sus pies. La herida del costado me había impedido moverme más rápido, tratar de hacer algo.

Mi visión se enturbiaba y aclaraba a intervalos regulares, cada pocos segundos. La sangre continuaba manando de mi flanco y notaba cierto regusto metálico en la punta de la lengua, en las paredes de mi garganta; reconocía el sabor... y también de dónde procedía.

Cassian —o eso creí a través del velo que empezaba a cubrir mis ojos— me sostuvo cuando mis piernas no fueron capaz de sostenerme por más tiempo. A través del furioso pitido que se había instalado en mis oídos escuché su voz, además de otra masculina que sonaba ligeramente alterada, pero no tanto como la de mi amigo; el fuego siguió consumiéndome mientras trataba de hablar, sin éxito.

Lo intenté de nuevo, pero la sangre brotó de mi garganta y se derramó por mis labios, ahogando mis palabras.

El pitido en mis oídos se intensificó, dificultándome la tarea de entender lo que Cassian estaba diciéndome... o quizá no a mí, sino a la otra persona que se había reunido con nosotros. Los pensamientos se enredaban dentro de mi cabeza, sin llegar a formar nada coherente; un cúmulo de imágenes que intentaba transformar en palabras pero que no podía debido al vómito sangriento que presionaba contra las paredes de mi garganta.

Algo presionó contra mi costado, arrancándome un ahogado alarido de dolor.

Entonces lo sentí.

Un calor interno se expandió por mi interior, provocando que todo mi vello se erizara. Un peso se me instaló en el pecho con firmeza, como si una mano me presionara el pulmón; traté de boquear, de aspirar oxígeno que ayudara a diluir la ardiente sensación que había en aquella parte de mi cuerpo. Como si miles de afiladas agujas estuvieran tejiendo en mi propia carne.

El tiempo perdió sentido para mí mientras trataba de ordenar mis pensamientos y trataba de sobreponerme al dolor.

Mi cuerpo pareció flotar, agitándose de un lado a otro como una hoja atrapada en una corriente de aire. Mi mirada se cubrió de una pátina de niebla, impidiéndome distinguir con claridad el exterior. Algo frío —¿aire, quizá?— golpeó mi rostro, ayudándome a despejar mi embotada mente y poder ser consciente de lo que me rodeaba, de saber que habíamos abandonado la nave, dejando atrás la emboscada; parpadeé varias veces para aclarar mi visión, descubriendo el rostro conmocionado de Cassian.

—¿Cass...? —pude decir, sin vomitar sangre.

Su mirada me buscó de manera inconsciente al escucharme y en sus ojos pude ver el alivio por haber oído mi voz, aunque también distinguí una sombra de auténtico pavor.

—Reserva fuerzas, Jem —me pidió—. Ya casi hemos llegado.

No volvimos a hablar.

Mis brazos y piernas se movían de un lado al compás de las zancadas de Cassian. En la oscuridad pude intuir cómo los edificios pasaban como un borrón mientras mi amigo intentaba no bajar la velocidad de su frenética carrera; la niebla que antaño me había acompañado empezó a desvanecerse, aunque no el intenso dolor del costado.

Todo se detuvo a mi alrededor cuando frenamos en seco, frente a una desgastada puerta de madera. Los nudillos de Cassian impactaron contra su superficie, reflejando la angustia que se retorcía en su interior; escuché el sonido ahogado de unos pasos antes de que la puerta se deslizara sobre los granos de tierra que cubrían el suelo.

Intuí la figura de una mujer vestida con un fino camisón y un desgastado chal sobre los hombros.

—¿Es usted... Ghaada? —la voz de Cassian temblaba.

Los segundos transcurrieron y noté el cuerpo de mi amigo tensándose, la desconfianza que se respiraba en el ambiente. La pesada ausencia de palabras por parte de aquella desconocida a la que Cassian había acudido.

—Me envía Darshan —añadió.

La mujer continuó en silencio, quizá contemplándonos a ambos con una expresión de recelo.

—Él me dijo que podía ayudarnos —insistió Cassian, perdiendo poco a poco el control—. Mi amiga la necesita. Con urgencia.

La mujer, Ghaada la había llamado mi amigo, dijo a media voz, con cautela:

—Entra.

Mi cuerpo se bamboleó al ritmo de sus pasos.

La brisa nocturna quedó al otro lado de la puerta cuando Cassian obedeció en silencio, siguiendo la menuda figura de Ghaada. Creí ver paredes cubiertas con tapices antes de que la voz de la mujer ordenara a Cassian que me depositara sobre la mesa; mi espalda chocó con suavidad con una superficie dura y yo traté de encogerme, creyendo que así el dolor desaparecería.

Unas manos me sostuvieron por los hombros, deteniéndome.

—El costado —indicó Cassian—. No para de sangrar y temo...

Sentí unos dedos apartando la tela que alguien había colocado para taponar la herida y luego una calidez que se expandió por mi piel, provocando que mi estómago diera un vuelco de angustia. Me removí, tratando de alejarme de ese contacto; busqué con mi mirada a Cassian.

—Nigro... nigromante —balbuceé.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top