❈ 51
—¡Perseo! —exclamé con voz ahogada, entumecida por su presencia.
El nigromante al menos tuvo la decencia de parecer terriblemente avergonzado. Retrocedí un paso y me crucé de brazos, contemplándome con una expresión que pretendía enmascarar la desazón que me reconcomía por dentro al descubrir que había sido Perseo la persona que había estado siguiéndome. ¿Habría mantenido las distancias o habría aprovechado su sigilo para acercarse? Y lo más importante: ¿cuánto había llegado a escuchar?
—¿Qué demonios estás haciendo? —exigí saber momentos después, recuperada de la inesperada revelación sobre la identidad de mi sombra.
Perseo se irguió y apretó la mandíbula, haciendo que su rostro se tornara demasiado serio. Sin embargo, optó por no responderme.
Apreté los puños, con una mezcla de rabia y frustración por aquel silencio, y me obligué a esconderlos bajo las axilas antes de ceder a la irresistible tentación de descargarlos sobre el propio nigromante. Quizá en su serio rostro.
—¿Por qué estabas siguiéndome? —cambié de táctica, encarándolo directamente.
Un sudor frío bajo por mi nuca al saber que me encontraba en una situación complicada debido a que no sabía lo que Perseo había llegado a escuchar. Un instante después me sentí estúpida por no haberme dado cuenta, por no haberme percatado antes de que había alguien que estaba siguiendo mis pasos. Pero ¿cómo se me iba a pasar por la cabeza que Perseo hubiera decidido gastar su preciado tiempo siguiéndome por media ciudad?
Fulminé con la mirada al susodicho, que todavía no había abierto la boca.
—¿Y bien? —presioné, sintiendo cómo mi enfado iba aumentando ante su silencio.
Nada. Continuaba con los labios sellados, limitándose a contemplarme con su fría mirada; refugiado de nuevo tras aquella fachada de nigromante, la misma que siempre empleaba para mantener bien ocultos sus pensamientos.
—¿Acaso no vas a pronunciar una sola maldita palabra sobre por qué demonios estabas siguiéndome? —mi paciencia se encontraba rozando el límite y la idea de golpearlo ya no me parecía tan descabellada.
Perseo desvió la mirada y adoptó un aire culpable ante mi estallido; yo dejé escapar un bufido.
—Porque apenas sé nada de ti.
Mis ojos se abrieron desmesuradamente al escuchar la confesión tardía del nigromante. Luego un sentimiento de culpa me golpeó en lo más profundo de mis entrañas, trayendo consigo el familiar pensamiento de que Perseo se había enamorado de una mentira, de una Jem que, en realidad, no existía.
De una versión que yo misma había creado para salvarme el cuello... y mi misión.
Retrocedí un paso de manera inconsciente, abrumada por su respuesta. Sabiendo que, en el fondo, tenía razón: conocía parte de su historia, pero Perseo no conocía nada de mí a excepción de mi ficticia historia en la que yo era una más de las pobres chicas de Al-Rijl... y que había perdido a mi madre por culpa del Imperio.
Sacudí la cabeza, alejando cualquier pensamiento y centrándome en lo importante: Perseo había invadido mi privacidad, poniendo en peligro a mis seres queridos. No sabía el alcance de mi error al no darme cuenta de que me estaba siguiendo.
—¿Y crees que siguiéndome conseguirías conocerme un poco mejor? —pregunté con sarcasmo.
Los ojos azules de Perseo resplandecieron con ligera molestia al captar mi timbre de voz, pero no tenía ni un solo maldito motivo para sentirse ofendido: era él quien se había equivocado, no yo.
—Al menos ya he descubierto qué es lo que te ata aquí.
Su respuesta fue como si me hubiera abofeteado. En aquella ocasión logré no moverme del sitio, pero no pude evitar que mi rostro mostrara lo herida que me había sentido tras sus palabras; la expresión de Perseo se mantuvo firme, a pesar de ver lo mucho que me había afectado lo que acababa de decir.
De la insinuación que se escondía tras sus palabras y que confirmaban mis sospechas de que el nigromante me había visto con Cassian. Además de que parecía haber sacado sus propias conclusiones al respecto.
Se me escapó una carcajada de incredulidad.
—No puedo creer que estés insinuando... —le reproché, pero no logré terminar la frase; y mi corazón sintió un aguijonazo de decepción al contemplarle de nuevo.
Me pregunté si me habría mentido cuando afirmó que no había dudado de mí cuando le aseguré que no había estado con ningún esclavo. Era evidente que guardaba serias dudas sobre lo que había visto mientras me había seguido por la ciudad y que su cabeza ya se habría encargado de hacer las conjeturas oportunas sobre ello.
Perseo volvió a sumirse en aquel familiar silencio que le había acompañado desde que hubiera descubierto su identidad tras arrancarle la capucha de su capa. Yo sacudí la cabeza, entre decepcionada y furiosa por aquella postura que había adoptado.
En aquella ocasión no me detuve cuando le empujé en el pecho, haciendo que su espalda chocara con brusquedad contra la pared de piedra. Lo hice de nuevo por el simple placer que me produjo, pero las manos de Perseo me aferraron por las muñecas para detenerme cuando lo intenté repetir una tercera vez.
Sus dedos estaban fríos contra mi piel, recordándome la frialdad de Roma. De su madre.
—Eres un cobarde —le escupí.
Los ojos azules del nigromante me contemplaron con un ramalazo de furia contenida.
—¿Y tú qué eres, Jedham? —me preguntó, haciendo que mi cuerpo se quedara congelado—. Si yo soy un cobarde, ¿tú qué eres?
Mis músculos se quedaron agarrotados y el miedo serpenteó por mi columna vertebral. ¿Cuánto había escuchado Perseo de mi conversación con Cassian? Todo se detuvo a mi alrededor mientras le sostenía la mirada al nigromante con una expresión de pánico.
—¿A qué te refieres? —dije, con menos seguridad que antes.
Perseo entrecerró los ojos, contemplándome.
—¿Quién eres en realidad, Jedham Devmani?
La devastación se abrió paso en mi interior mientras le devolvía la mirada al nigromante. Porque la respuesta era, sin lugar a dudas, una mentirosa: no había dejado de mentir desde que nos cruzamos por primera vez; Perseo había conocido a alguien no era yo.
Era una maldita mentirosa, pero no tuve el valor suficiente para decirlo en voz alta.
Un trueno resonó sobre nuestras cabezas, anunciando la tormenta que se había ido adivinando desde el inicio del día. Un inconfundible aroma a humedad empezó a extenderse por el aire, haciéndonos saber que la lluvia estaba cada vez más cerca; pese a ello, ninguno de los dos nos movimos.
—Perseo...
Apretó la mandíbula ante mi súplica. Toda la valentía y rabia que antes había corrido por mis venas se había evaporado después de que Perseo hubiera pronunciado aquella sencilla pregunta; ahora lo único que sentía era frío por mi cuerpo... y miedo. Un profundo miedo que me había dejado paralizada y casi sin habla.
—Te he seguido porque eres como un libro cerrado a cal y canto y porque, a pesar del tiempo que ha pasado, no he conseguido abrirte siquiera un poco a mí —me dijo y sus dedos se apretaron alrededor de mis muñecas en un movimiento reflejo—. Y eso significa que no hay confianza, Jedham; al menos por tu parte.
De nuevo tenía razón, al menos en lo referido a que no le había hablado en absoluto en todo aquel tiempo mientras que Perseo no había tenido problema alguno en abrirse a mí, mostrándose ante mí como nunca había hecho con nadie más.
Pero yo no había podido devolverle el mismo trato; no había podido hablar con él del mismo modo, con la misma sinceridad.
En aquel momento me sentí acorralada. Mi relación con Perseo estaba pendiendo de un hilo debido a que el nigromante no estaba dispuesto a continuar si las cosas seguían estando así, y yo no podía hablar porque lo echaría todo a perder. Porque confesar mi verdad supondría sentenciar a mis seres queridos.
Incluso a mí misma.
—Perseo... —traté de ganar tiempo, de inventar cualquier excusa.
No quería perder a Perseo, pero tampoco podía darle lo que quería. ¿Cómo hacérselo entender? Sabía que me estaba colocando en una posición complicada, en una elección que no quería hacer.
No quería elegir entre mi misión y Perseo.
Él sacudió la cabeza y soltó mis muñecas, retrocediendo un paso para alejarse de mí.
—No, Jedham —me cortó, muy serio—. Si no eres capaz de hacerlo, no voy a forzarte a que hables conmigo... pero no voy a continuar, no así; no sabiendo que no confías lo suficiente en mí.
Un puño pareció apretar mi corazón cuando vi a Perseo girarse para marcharse, para dar por zanjado lo nuestro. De nuevo sentí que me asfixiaba por la elección a la que tenía que enfrentarme; el pánico de ver cómo se iba para siempre hizo que diera un paso hacia delante, desesperada por detenerlo.
Otro trueno resonó y una gota de lluvia cayó sobre mi mejilla.
—Se llama Cassian —grité a sus espaldas, logrando que se quedara repentinamente quieto—. Él... él es como un hermano para mí.
Me disculpé mentalmente con mi amigo por haber desvelado su identidad ante Perseo, colocándolo en su punto de mira. A parte de conocerle físicamente, ahora también sabía su nombre; pero confiaba en que su secreto, nuestro secreto, se mantendría a salvo porque iba a ofrecerle otro pedazo de mi verdad.
La suficiente para que Perseo viera mi predisposición a hacerle saber que estaba dispuesta a no continuar por ese camino; a abrirme, tal y como el nigromante me había pedido.
—Nos conocemos desde que somos niños —me obligué a continuar, apretando los puños—. Nuestras madres eran... eran amigas y nosotros, al final, también terminamos siéndolo. Nos convertimos en uña y carne.
Perseo me miró por encima de la línea de su hombro, haciéndome saber que había captado su atención.
—Aproveché mis días libres para venir hasta aquí y ver cómo iban las cosas —proseguí y un ligero temblor se coló en mi voz—. Su familia es... es como mi propia familia; hicieron mucho por mí cuando mi madre... cuando mi madre fue...
No fui capaz de seguir hablando, la voz se me rompió al rememorar cómo Silke había cuidado de mí en todos estos años, ocupando el hueco de mi madre. Le debía mucho a Cassian y a su familia, y era una deuda que estaba dispuesta a pagar de buen gusto después de todo lo que habían hecho por mí; ya no hablaba de cómo me habían acogido en su pequeña familia, sino en cómo Cassian había estado dispuesto a correr grandes riesgos para apoyarme. Mi mejor amigo no había dudado un segundo en unirse a la Resistencia conmigo, renunciando a mucho para poder llegar hasta donde estábamos ahora.
No me olvidaba de su rostro preocupado cuando me confesó que su madre creía que estaba viéndose con alguien; el modo en que me miró cuando me descubrió en compañía de Silke y Eo apenas unas horas atrás. Mi amigo había sacrificado parte de su vida por estar conmigo, y había llegado el momento de liberarlo de esa carga; de permitir que Cassian pudiera abandonar la Resistencia y poder cumplir sus propios objetivos. Sus propios deseos.
Había sido egoísta el mantenerlo a mi lado de ese modo, por no haberle pedido a mi padre que dejara a Cassian a un lado. Que le permitiera abandonar a los rebeldes y recuperar una vida normal, sin riesgo.
Sentí el escozor de las lágrimas en las comisuras, pero no derramé ni una sola.
—Le he entregado parte de mi oro porque su familia lo necesitaba —la voz me salió ronca—. Y porque es lo mínimo que debía hacer por ellos después de todo lo que hicieron... hacen por mí.
Vi cómo Perseo se giraba de nuevo en mi dirección.
—Es mi mejor amigo —repetí, sin fuerza.
Recé para no haberme equivocado al abrir una pequeña parte de mí vida al nigromante. Ahora la seguridad de Cassian estaría en peligro si Perseo llegaba a sospechar que había algo más, si descubría que no era la persona que le había hecho creer en un principio; una pobre prostituta que necesitaba huir desesperadamente de su pasado.
Me abracé a mí misma mientras las gotas de lluvia comenzaban a caer sobre nuestras cabezas, subiendo de intensidad a cada segundo que transcurría. Perseo continuó contemplándome, en apariencia impasible; como si mi explicación sobre la identidad de Cassian no hubiera sido suficiente.
—¿Qué más quieres de mí? —le pregunté, alzando la voz al ver que no se movía.
Aquel arrebato por mi parte hizo que el nigromante reaccionara, dando media vuelta y deshaciendo sus pasos hasta quedar detenido justo delante de donde yo todavía estaba detenida. Me fijé en las gotas de lluvia que resbalaban por su rostro, dejando surcos húmedos sobre su piel.
Luego reuní el valor suficiente para encontrarme con su mirada.
—Quiero que confíes en mí, Jem —susurró y sus ojos perdieron parte de la gelidez con la que antes me había observado.
Una peligrosa petición cuyas consecuencias, de salir algo mal, podían ser nefastas; ya no solamente para mí, sino para mis seres queridos.
Sabía el alcance de lo que Perseo quería y una pequeña parte de mí no estaba segura de poder confiar plenamente en él por lo que representaba: era un nigromante, su lealtad estaba con su Emperador... incluso por encima de su propia familia. Mordí el interior de mi mejilla con fuerza, debatiéndome sobre la decisión que se me presentaba.
Alcé mis temblorosas manos y aferré a Perseo por el cuello de su capa, acercándolo más a mí. Sus ojos me contemplaban con una pregunta muda... a la que únicamente yo podía darle respuesta.
—Si eso es lo que quieres de mí —empecé a media voz, sin apartar la mirada— necesito... necesito hacerlo poco a poco —intuí una protesta por su parte, así que me adelanté y añadí—: Por favor, no es tan sencillo.
En mis oídos sonó convincente; en mi interior supe que no iba a ser capaz de hacerlo, no del modo en que Perseo buscaba. Estaba dispuesta a arriesgarme a mí misma, pero no a mi padre y a Cassian; no cuando conocía los deseos de mi amigo y estaba preparada para liberarlo.
Los segundos transcurrieron agónicamente hasta que la mirada del nigromante se suavizó, haciendo que mi pulso se ralentizara al comprender que me había creído. La culpa volvió a aposentarse en mi estómago al saber que, pese a haberle prometido confiar en él, no podría hacerlo por completo.
Que habría partes de mí que nunca sería capaz de compartir por el riesgo que entrañaba que las cosas salieran mal y gente a la que quería pudiera salir perjudicada.
Porque, aunque Perseo no lo supiera, pertenecíamos a bandos distintos.
La lluvia arreció, haciendo que un chillido de sorpresa brotara de mis labios cuando una brusca cortina de agua empezó a caer sobre nuestras cabezas, calándonos hasta los huesos. El nigromante esbozó una sonrisa traviesa antes de tomar mi mano y sacarme de aquel callejón en el que le había emboscado, antes de saber que era él.
Echamos a correr, huyendo de la tormenta y esquivando a todos aquellos que, como nosotros, buscaban un lugar donde guarnecerse. Apreté la mano de Perseo en la mía mientras dejaba que me guiara en aquel entresijo de edificios señoriales que me resultaba desconocido hasta alcanzar las deslustradas viejas de una propiedad; entrecerré los ojos para poder intuir mejor la enorme silueta de la finca que había al fondo, aquella monstruosidad de piedra blanca que, al parecer, iba a convertirse en nuestro improvisado refugio hasta que pasara la lluvia.
Atravesamos el descuidado césped a toda velocidad, con las capas ya húmedas y las prendas de abajo corriendo la misma suerte. Se me escapó un jadeo involuntario cuando cruzamos el umbral abierto, cuyas puertas habían sido arrancadas desde los goznes; el estómago me dio un vuelco cuando contemplé el destrozo que había en el interior.
Perseo me soltó una vez estuvimos guarnecidos bajo el enorme techo del vestíbulo y se pasó ambas manos por su chorreante cabello, apartándose los rizos que se le habían quedado pegados en el rostro. Sus ojos recorrieron el interior de la propiedad con una expresión de vaga curiosidad.
—Esto servirá.
* * *
Spoiler del próximo capítulo:
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top