❈ 31

Cassian me apartó con violencia cuando Darshan empezó a vomitar, haciendo que cayera sobre mi trasero. Los grupos de instrucción que habían estado trabajando al otro lado de la cueva se habían detenido, alarmados por lo sucedido; vi a los rebeldes ordenar a sus alumnos que se quedaran allí mientras iban a comprobar nuestro pequeño grupo.

Los dedos de mi amigo se cerraron con firmeza alrededor de la parte superior de mis brazos, ayudándome a incorporarme; los dos incapaces de apartar la mirada de un afectado Darshan, que continuaba apoyado sobre unas inestables manos al tiempo que intentaba recuperar el resuello. Tenía los ojos húmedos a causa de las violentas arcadas que le habían sacudido, y había un brillo de desconcierto y de temor cuando su mirada se desvió hacia Cassian. Hacia mí.

Hice que Cassian se apartara a un lado cuando los hombres llegaron a nuestra altura, todos con expresiones idénticas de preocupación y desconcierto. Sus ojos saltaban del vómito, al rostro pálido de Darshan y hacia nosotros dos sin ser capaces de establecer un nexo causal. Ni siquiera yo era capaz de encontrar una explicación a qué había sucedido.

Uno de ellos se acuclilló junto a Darshan y colocó con cautela una de sus manos sobre la espalda del muchacho. Los otros dos se enfrentaron a nosotros con los brazos cruzados y una expresión severa, a pesar del brillo confuso de sus respectivas miradas. Al fondo de la cueva se había levantado un coro de murmullos de todos aquellos testigos que hicieron a mis oídos pitar.

—¿Qué demonios ha pasado? —espetó uno de los que estaban encarándonos a Cassian y a mí.

Me enervó el tono que empleó con nosotros.

—¿Tengo aspecto de saber qué ha pasado? —repliqué con osadía, sosteniéndole la mirada y animándole a que continuara tratándonos de ese modo.

—Makin, basta —intervino el hombre que se encargaba de Darshan—. Necesitamos llevarlo a la enfermería de inmediato.

La mención de aquel lugar hizo que mi mirada saliera disparada hacia donde el muchacho se encontraba. Makin chasqueó la lengua con fastidio, pero dio media vuelta para acudir en ayuda del tipo que todavía mantenía una mano sobre la espalda de Darshan, como si el simple contacto pudiera resultarle beneficioso.

—Esmail, ocúpate de los chicos —continuó repartiendo órdenes el mismo hombre; su mirada se clavó entonces en Cassian y en mí—: Vosotros vais a acompañarnos.

Bajamos la cabeza como un par de perros apaleados y obedecimos en silencio. Entre aquel tipo y Makin ayudaron a Darshan a incorporarse; luego lo arrastraron entre los dos hacia la salida.

Esmail soltó un suspiro por lo bajo antes de dar media vuelta y dirigirse hacia el nutrido grupo de curiosos, que se ponían de puntillas para tratar de ver qué estaba sucediendo. Por qué se llevaban a aquel muchacho desmadejado.

Seguimos al trío sin atrevernos a pronunciar palabra alguna. Cerca de las cuevas donde se llevaban a cabo las instrucciones y entrenamientos se encontraba nuestro destino, pero eso no nos salvó de que fuéramos vistos por algunos rebeldes que se movían por la zona, atrayendo sus miradas. Escuchando sus susurros, que se preguntaba qué habría sucedido; si Darshan sería una víctima más de las trampas que nos tendían los perros del Emperador.

El hombre cuyo nombre desconocía soltó un bufido al ser consciente de la atención que habíamos suscitado. Quiso acelerar el paso, pero un quejido dolorido por parte de Darshan le hizo cambiar de opinión.

Dejé mi mirada clavada en mitad de la espalda de Darshan y traté de encontrar una explicación a lo sucedido. ¿Qué era lo que había causado aquella fuerte reacción en él? Aún recordaba su rostro mortalmente pálido, el brillo asustado de su mirada y el modo en que su voz había temblado al preguntar...

«¿Qué es eso...?»

Mis dedos se movieron solos cuando buscaron el colgante que escondía bajo la tela de la camisa que llevaba. El regalo que me había hecho mi madre siendo niña y que me había acompañado desde entonces.

Lo saqué para poder contemplarlo fijamente, preguntándome si acaso aquel objeto habría sido el motivo desencadenante. Pero ¿cómo era posible que un simple colgante pudiera hacer eso? Rocé con mis dedos la piedra de color sangre, casi esperando sufrir el mismo destino que Darshan.

Sin embargo, no sucedió nada en absoluto.

La piedra estaba caliente debido al contacto con nuestras pieles y mis yemas resiguieron el contorno, quizá tratando de encontrar algo que se me hubiera pasado por alto en aquellos años...

De nuevo, nada.

Solté de golpe el colgante cuando alcanzamos la puerta de la enfermería. Makin dejó que su compañero cargara con todo el peso de Darshan mientras se apresuraba a abrir la puerta, cediéndole el paso; su mirada pareció tornarse furiosa cuando llegó el turno de Cassian de pasar al interior de la habitación. Yo fingí no darme cuenta del modo en que apretó las mandíbulas cuando imité a mi amigo.

Un fortísimo olor a remedios caseros nos golpeó en nuestras fosas nasales nada más poner un pie en el interior de aquel lugar. Emplastos, ungüentos y ciertas mezclas que desprendían un extraño humillo de color gris perlado ocupaban casi parte del largo mostrador que había a nuestra izquierda; el resto de la sala estaba lleno de maltrechos catres donde depositar a todos aquellos que acudían allí.

El hombre que cargaba con Darshan ya se encontraba colocándolo sobre uno de ellos mientras Makin llamaba a cualquiera de los pocos sanadores que se encargaban de la enfermería de aquel nivel.

Un hombre menudo y con una túnica que había visto tiempos mejores apareció desde una de las puertas anexas, frotándose las manos con fruición en un viejo trapo que luego se colgó al cinto. Sus pobladas cejas blancas se alzaron al contemplar al variopinto grupo que conformábamos; sin embargo, tuvo el buen juicio de centrar toda su atención en Darshan, que apretaba los dientes desde el catre. Como si estuviera conteniendo las ganas de vomitar de nuevo.

—Faysal Lerouk —saludó al hombre que estaba junto a Darshan, el único que no había desvelado su identidad—. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Otro de tus aprendices?

Faysal negó con la cabeza.

—Me temo que no es uno de mis aprendices...

Darshan dejó escapar un gemido ahogado antes de aferrarse al colchón e inclinarse para vomitar de nuevo. El sanador le contempló con una expresión horrorizada, apresurándose a acercarse hasta donde el chico continuaba vaciando el poco contenido que debía quedar en su estómago.

—Oh, dioses, estás pálido como un muerto —escuché que decía.

Las miradas de los dos instructores se desviaron hacia donde aguardábamos Cassian y yo con expresiones idénticas. Aunque Makin me mostró ligeramente los dientes en un gesto amenazador; no parecía haberle sentado muy bien que le replicara, demostrándole que no era tan cobarde como sus propios alumnos.

El sanador enarcó una ceja al comprender hacia dónde apuntaban las miradas... o mejor: hacia quién.

Me encogí de hombros, fingiendo una tranquilidad que no sentía en absoluto. Había repasado en mi cabeza cada segundo de lo que había transcurrido durante la pelea, incluso había intentado descubrir si mi colgante podía contener algún tipo de sustancia que pudiera haber producido esa reacción en Darshan. Pero no había encontrado nada de utilidad.

Solamente más preguntas.

—Estábamos enfrentándonos cuerpo a cuerpo cuando él me inmovilizó contra el suelo —mis ojos se dirigieron hacia donde Darshan continuaba vaciando su estómago; con esfuerzo le vi incorporarse hasta que pudo devolverme la mirada. Me pregunté si debía añadir el detalle de que había intentado asfixiarme—. De repente se puso pálido... y luego empezó a vomitar estruendosamente.

El sanador y los instructores alzaron las cejas a la vez, sorprendidos por mi versión de los hechos. Vi a Faysal fruncir el ceño, quizá dándole vueltas a lo que acababa de contar; quizá creyendo que había algo más. Sin embargo, él había estado allí... aunque fuera a distancia.

Makin se giró hacia Darshan mientras el sanador chasqueaba la lengua con fastidio y llamaba a voces a su ayudante para que limpiara el estropicio.

—¿Es eso lo que sucedió, chico? —le preguntó sin rodeos.

Los ojos plateados de Darshan parecían haberse oscurecido, resaltando sobre su tez pálida; el sudor por el esfuerzo y las arcadas humedecía sus sienes, dándoles un aspecto brillante. Le sostuve la mirada, esperando que respondiera.

Esperando a ver si hablaría de lo que yo no había dicho. La pregunta que había lanzado al aire antes de vomitar.

—Sí, así ha sido —confirmó mi versión.

Un muchacho apareció instantes después, saliendo de la misma puerta que había usado el sanador para acceder a aquella sala. Entre los brazos cargaba con un pesado cubo y algunos trapos; el sanador señaló el suelo y retrocedió un paso para darle espacio.

Luego se acercó hacia el catre que ocupaba Darshan con el rostro ligeramente ensombrecido por la incertidumbre. Cassian me tomó del codo para que retrocediera, para que tomáramos distancia de aquellos hombres, del sanador y del propio Darshan; casi parecía estar pidiéndome que nos marcháramos de allí.

Además, ¿qué pintábamos en la enfermería? Nuestro papel en aquel lugar había terminado después de que Darshan hubiera apoyado mi versión de los hechos. Sin añadir lo que yo había preferido callar.

Sin embargo, una parte de mí se resistía a marcharse. No hasta que el sanador pudiera arrojar algo de luz a lo que podía haberle sucedido a Darshan.

Por eso mismo clavé los pies en el suelo con firmeza y no aparté la mirada de las manos del hombre de cejas pobladas mientras el sanador se encargaba de reconocer con atención el cuerpo del chico; cuando llegó a la conclusión de que debía hacer una exploración mucho más interna. Me crucé de brazos y hundí las uñas con fuerza en la carne de mis brazos cuando el hombre levantó la camisa que llevaba Darshan.

Mis ojos se dirigieron hacia la zona del abdomen donde había sido herido por aquel Sable de Hierro en su huida. Casi habían pasado varias semanas desde la última vez que la había visto, desde que había comprobado su lenta recuperación; en aquellos instantes pude ver que su aspecto era mucho mejor, recordando que Darshan me había explicado que en nuestra ausencia que los sanadores se habían encargado de ella.

El sanador de las pobladas cejas blancas chasqueó la lengua al contemplar el pequeño apósito que cubría la zona.

—Es posible que recibieras un golpe contundente aquí —nos explicó a todos, señalando la herida cubierta— y que la fuerza del impacto provocara los vómitos.

Los dos instructores, incluso Cassian, se mostraron aliviados de aquel diagnóstico, pero yo tenía la sensación de que el sanador no había acertado. La mirada plateada de Darshan clavada en mí me informó que él tampoco creía que aquella fuera la respuesta correcta.

Pero ninguno de los habló.

Guardamos silencio como si tuviésemos un acuerdo tácito.

—Te pondremos hielo —decidió entonces el sanador, bajando su camisa y dándole una palmada en el hombro—. Y te recomendaría que te quedaras aquí esta noche, al menos. Para poder vigilarte de cerca.

Darshan asintió casi por compromiso, aceptando la propuesta del sanador de quedarse bajo estrechamente vigilancia.

El sanador esbozó una sonrisa amable. Los instructores, satisfechos por el diagnóstico, ya habían decidido que su papel allí había concluido; vi a Makin dirigirle una mirada a Darshan que pretendía enviarle ánimos mientras Faysal estrechaba la mano del otro hombre en señal de agradecimiento.

Yo me aparté del camino, empujando a Cassian a mi espalda hasta que quedamos pegados casi contra la pared. Pero ninguno de los dos pasamos desapercibidos cuando los dos hombres se giraron para marcharse; el odio que Makin había manifestado hacia mí parecía haberse aplacado, aunque me lanzó una mirada cargada de desdén cuando pasó por mi lado. Faysal, por el contrario, hizo un gesto de asentimiento en mi dirección antes de seguir a su compañero por la puerta.

El sanador alzó ambas cejas al descubrirnos a Cassian y a mí todavía allí. El aprendiz tropezó con el cubo de agua al ponerse en pie, recordándonos su silenciosa presencia; sus ojos nerviosos nos recorrieron a todos antes de dirigirse apresuradamente hacia la puerta que había al fondo de la habitación.

Por mi parte, señalé a Darshan con el pulgar con un gesto forzosamente relajado.

—¿Le importa que nos quedemos un rato haciéndole compañía? —le pregunté con dulzura, ladeando la cabeza con inocencia—. Estaba preocupada por él...

Vi a Darshan contener una sonrisa llena de sarcasmo al escuchar mi burda treta para convencer al sanador de que permitiera que me quedara allí, al menos unos minutos. Los suficientes para que pudiésemos hablar con calma de lo que ambos habíamos mantenido en secreto.

Algo que solamente nosotros dos sabíamos.

Pestañeé para darle un mayor efecto a mi actuación. El sanador sonrió con comprensión y supe que había caído en mis garras cuando alternó la mirada entre Darshan —que había hecho desaparecer convenientemente la sonrisa para dejar en su lugar un gesto contrito— y mi gesto cargado de inocencia.

Cassian, a mi espalda, chasqueó las mandíbulas.

—Por supuesto —aceptó—. Pero ten en cuenta que necesita descansar...

Mis labios se curvaron en una peligrosa sonrisa.

—No lo olvidaré —prometí con voz dulce.

El sanador se despidió de todos llevándose dos dedos a la frente y dio media vuelta, siguiendo el mismo camino que había hecho su aprendiz minutos antes. Aguardé unos instantes antes de girarme hacia mi amigo, que me observaba con un gesto de absoluto descontento.

No me cabía duda de que había adivinado mis intenciones.

—Saldré en un minuto —le aseguré.

Porque mis intenciones eran las de mantener una pequeña conversación a solas con Darshan; un intercambio donde conseguir las respuestas que necesitaba. O, al menos, una pista que pudiera ayudarme en mis pesquisas personales.

Cassian se cruzó de brazos, reticente.

—Por todos los dioses, Cass —le espeté—. Confía un poco en mí.

Pero yo sabía que el problema no radicaba en mi persona, sino en la del chico que se encontraba recostado en aquel catre. En aquel muchacho que nos observaba a ambos como si fuera un maldito halcón.

Mi amigo apretó los labios con fuerza y, lanzándole una mirada cargada de advertencias a Darshan, dio media vuelta y salió de la enfermería.

Tamborileé los dedos sobre mi piel mientras trataba de encontrar la forma de afrontar el asunto que tenía entre manos. Contuve las ganas de apretar el colgante de mi madre, y dejé que permaneciera escondido bajo la tela de mi camisa.

Hice que mis pies me situaran frente al catre de Darshan, que se apoyó sobre los codos hasta incorporarse a medias.

—¿Por qué? —fue lo primero que pregunté.

Darshan enarcó una ceja.

—Tendrás que ser más específica, Jedham —me provocó.

Pero yo no caí en su trampa.

—¿Por qué? —repetí con voz indiferente.

Casi pude sentir de nuevo su mano presionando sobre mi cuello, provocando que el colgante de llevaba al cuello quedara atrapado entre su palma y mi carne y se me clavara dolorosamente.

Darshan inclinó la cabeza hacia abajo, como si hubiera leído mis pensamientos.

—Quería que te rindieras —contestó al final.

Ladeé la cabeza y me permití esbozar una media sonrisa que delataba lo poco que había creído en sus palabras.

—¿En serio? Cualquier otro diría que intentaste asfixiarme —la última palabra se me escapó con un deje de desdén.

Darshan suspiró y apoyó la nuca sobre el cabecero maltrecho del catre que ocupaba.

—¿Por qué no hablamos de cosas mucho más interesantes? —me preguntó y se incorporó con un gruñido de esfuerzo—. Tan interesantes como la maldita cosa que llevas al cuello y que mantienes convenientemente escondida.

Bien. Aquel era otro de los temas que quería tratar con el chico, siendo incluso mucho más urgente e importante que sus infructuosos intentos de acabar con mi vida mediante la asfixia.

Ante su atenta mirada deslicé la piedra engastada fuera de su escondite y la sostuve entre los dedos, mostrándosela con una ceja enarcada.

—¿Te refieres a esto?

Los ojos de Darshan se entrecerraron al contemplar la piedra del color de la sangre con desconfianza... casi con temor.

Y yo decidí que había llegado el momento de acortar la distancia y permitir que la piedra jugara el papel de instigador para que Darshan me diera algo de información que pudiera disipar algunas dudas.

Conforme mis pasos me acercaban al catre, el rostro de Darshan empezó a perder color, quizá al recordar cómo mi colgante parecía haberle arrancado aquella visceral reacción que nos había conducido a aquel lugar.

—¿De verdad crees que el colgante tuvo la culpa?

Una pregunta estúpida, a todas luces. Por supuesto que Darshan creía que el colgante que me regaló mi madre era el responsable de que hubiera terminado en el suelo, vomitando estruendosamente.

Pero necesitaba escuchar las razones que le empujaban a pensar en ello.

—Es evidente —dijo—: tiene algún tipo de magia... Magia negra —escupió.

* * *

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