❈ 19

          

«¡Por todos los dioses!», grité en mi interior mientras alcanzaba el quicio de la puerta y veía cómo Cassian iba directo hacia Darshan, que no se encontraba en condiciones para poder apartarse con facilidad. Vi a cámara lenta cómo el brazo de mi amigo retrocedía para impactar de lleno sobre la mandíbula del otro; intenté llegar antes de que el puño de Cassian alcanzara su objetivo, pero Darshan consiguió apartarse del camino del puñetazo, mostrando unos reflejos desconocidos hasta ese momento.

Aproveché aquellos breves segundos de confusión que Cassian utilizaría para corregir la trayectoria, y tratar de no errar en aquella segunda ocasión, para abalanzarme sobre su espalda y retenerle por el brazo. Sentí la tensión de sus músculos bajo las palmas de mis manos, la rabia que recorría su cuerpo y cuyo principal objetivo era el chico que teníamos delante observándole con una expresión de recelo y sorpresa por la repentina llegada de mi amigo.

Cassian me miró por encima del hombro con un brillo casi asesino reluciendo en sus ojos. No me amedrentó, pues no era la primera vez que me topaba con aquella faceta de mi amigo en la que ansiaba un derramamiento de sangre; Cassian no me daba miedo y no me preocupaba tener que enfrentarme a él para frenar sus instintos homicidas.

—Detente ahora mismo —le ordené.

Cassian entrecerró los ojos, molesto por mi interrupción. La tensión no rebajó un ápice, a pesar de la advertencia implícita de mi mirada: «no me obligues a hacerte daño»; en aquellos instantes no quería empezar una confrontación, no después de que nuestra amistad se hubiera visto afectada por la discusión que mantuvimos en aquella casa abandonada donde encontramos refugio, después de que aquel nigromante salvara mi vida y me sacara de palacio. Pero no me iba a temblar el pulso si Cassian nos empujaba a ello.

El ambiente de mi reducido dormitorio se hizo mucho más pesado conforme los segundos transcurrían sin que mi amigo diera señales de querer hacerme caso. Nos sostuvimos la mirada hasta que Cassian fue el primero en relajar el brazo por el que lo tenía detenido; lo liberé con cautela y dirigí un rápido vistazo a Darshan, cuyo cuerpo no se había relajado un ápice desde que mi amigo irrumpiera de ese modo, intentando golpearle.

Dejé que Cassian se deshiciera de mí y le di un golpe en el hombro, obligándole a retroceder un paso. Eo continuaba en el umbral de la puerta, con los ojos abiertos de par en par por el temor de haber visto cómo su hermano perdía la compostura.

—¿Qué demonios haces aquí? —le espeté, colocándome discretamente entre él y Darshan.

Cassian resopló mientras su mirada regresaba hacia el chico con un brillo de peligro reluciendo en el fondo de sus ojos.

—Salvarte la vida, evidentemente —contestó.

Enarqué una ceja y me moví cuando lo hizo Cassian, manteniendo a Darshan a mi espalda y convirtiéndome en un muro entre mi amigo y él.

—¿Y qué te hace pensar que necesito que me salves, Cass? —pregunté.

No habíamos vuelto a cruzar palabra —ni vernos— desde que me acompañó de regreso a casa. Me resultaba extrañamente reconfortante que se hubiera presentado allí, pues eso significaba que quería arreglar las cosas; que aquella discusión quedaba en el pasado, olvidada.

Cassian se inclinó hacia mí con una expresión ensombrecida.

—El hecho de que continúes siendo una inconsciente —me respondió en voz baja.

Por encima de su hombro capté el gesto tortuoso de Eo, que se mordía el labio inferior con desazón. Las piezas encajaron de golpe y el estómago se me hundió al comprender qué había sucedido para provocar que Cassian acudiera rápidamente, y de ese modo; no pude evitar dirigirle una mirada decepcionada a mi amiga.

—Ella te lo ha contado todo —dije con voz neutra.

Eo se encogió sobre sí misma al verse introducida en la conversación. Darshan continuaba guardando silencio a mi espalda, quizá sopesando un plan de fuga después de haberse visto al descubierto.

—Estaba preocupada por ti —esgrimió, saliendo en defensa de su hermana; luego sus ojos volvieron a clavarse en Darshan—. Por todos los dioses, Jem, ¿qué has hecho?

—No podía entregarlo —mascullé.

Cassian se cruzó de brazos, irguiéndose para poder contemplarme desde los centímetros de altura que nos diferenciaban. Por la línea tensa de su mandíbula supe que no estaba de acuerdo con mi decisión, y que él no tendría problema alguno en hacer lo que yo no había sido capaz.

Alcé una mano para dejarla apoyada en su musculoso antebrazo, pidiéndole con la mirada una oportunidad para que pudiera explicarme. Una parte de mí quería enfadarse con Eo por aquel desliz y las consecuencias que había traído consigo, pero no podía: la hermana de mi amigo estaba preocupada por dejarme a solas con un prófugo que podía haber intentado acabar con mi vida al menor despiste; nos preocupábamos la una por la otra. Y no podía culparla por ello.

—Vayamos a hablar —le pedí con suavidad.

Y, cuando creí que lo tenía todo bajo control, resonó la inconfundible voz de Darshan a mi espalda:

—Dijiste que estabas sola.

Tomé una bocanada de aire mientras Cassian alzaba su mirada hacia el otro para fulminarle. Luego miré por encima del hombro para toparme con el rostro ensombrecido de Darshan, que alternaba sus ojos en Cassian y en mí; debía sentirme aliviada de que, al menos, no hubiera aprovechado que yo hubiera caído rendida la noche anterior para poder huir sin que supusiera un obstáculo en su camino.

Pero el tono que había usado, casi acusador, me hizo olvidar que hubiera cumplido con nuestro pequeño —y desesperado— acuerdo que habíamos alcanzado. La tensión volvió a hacer acto de presencia y noté que el cuerpo de Cassian parecía prepararse para abalanzarse de nuevo contra Darshan.

Crucé mi antebrazo contra su pecho en una advertencia silenciosa, rezando para no tener que interponerme de nuevo entre ambos.

—Y lo estoy.

Cassian gruñó algo para sí mismo, con su incendiaria mirada todavía clavada en Darshan.

—Puedo explicártelo, Cass —dije a mi amigo, intentando que abandonara esa postura beligerante—: esto solamente es temporal.

El brazo de Cassian salió disparado hacia delante, cerca de donde se encontraba mi rostro; me mantuve inmóvil hasta que vi que había extendido su dedo índice, señalando a Darshan.

—Tú —le gruñó—. Vas a venir conmigo.

Mi cuerpo se quedó rígido al escucharle hablar. Un sudor frío bajó por mi cuello mientras contemplaba a Cassian, sin saber qué decir. ¿Iba a entregarlo? Dioses, ¡esperaba que no fuera tan estúpido de hacerlo! Las consecuencias de atraer a los Sables de Hierro hasta allí para que pudieran atrapar a Darshan no iba a reducirse a un simple arresto: ellos no se conformarían con ello, querrían saber más.

—¡No puedes entregarlo, maldita sea! —le grité, exasperada.

Los ojos de mi amigo se encontraron con los míos. La rabia era más que palpable en su mirada y la línea de su mandíbula; Eo dejó escapar un sonidito preocupado a su espalda, consciente de lo complicado que resultaría frenar a su hermano una segunda vez.

—No voy a entregarlo —me corrigió con frialdad y luego frunció el ceño—. Al menos, no de momento.

No sentí ningún alivio por ello. Todavía nos encontrábamos andando en la cuerda floja, sabiendo que Cassian tenía las riendas de la situación; mi amigo podía cambiar de opinión en cualquier instante... y podríamos tener allí a los Sables de Hierro en un simple chasquido de dedos. Me limité a sostenerle la mirada a Cassian, intentando anticiparme a sus intenciones.

Pero el rostro de mi amigo se había cerrado a cal y canto.

—Cassian...

—Vamos a ir a la salita —propuso, aunque más bien sonó a orden— y vas a decírmelo todo.

Tragué saliva ante la dureza que había en su tono de voz. Era la misma que le había visto utilizar con otros miembros de la Resistencia que se encontraban a su cargo; en aquellos momentos no estaba viendo a mi amigo, sino a uno de los miembros más relevantes dentro de las esferas donde nos movíamos dentro del grupo.

Consciente de que no podía hacer nada más, asentí con derrota y contuve un suspiro mientras mi amigo fulminaba con la mirada por última vez a Darshan antes de dar media vuelta y dirigirse hacia Eo, que le acompañó por el pasillo, abandonando mi pequeño dormitorio.

Miré al chico, escondiendo a toda prisa mis sentimientos bajo una capa de aparente indiferencia. Los ojos de Darshan refulgían a causa del enfado que le embargaba después de habernos visto sorprendidos por la repentina llegada de mi amigo y su hermana menor.

—Es de confianza —dije, haciendo referencia a Cassian; Eo no era una completa desconocida para Darshan.

El chico enarcó una ceja, poniendo en duda lo que acababa de decir.

—Puedes confiar en que no te entregará... al menos de momento —repetí las palabras de Cassian, corroborándolas.

Aguardé cerca de la puerta, escuchando el trajín que llevaban mi amigo y Eo en la pequeña salita que colindaba con la cocina; mis ojos se vieron atraídos de manera inconsciente hacia el pequeño asiento que había bajo la ventana, donde la noche anterior deposité la comida que preparé para él. Sin duda alguna, había estado hambriento, pues no quedaba una sola miga en los desportillados platos.

Darshan dudó unos segundos antes de empezar a renquear hacia mí. Fruncí el ceño, estudiándolo de pies a cabeza; todavía llevaba las prendas del día anterior y era evidente que necesitaba un largo baño; el problema residía en los vendajes de su herida, un auténtico inconveniente. Valoré la posibilidad de ofrecerle una muda de ropa, pero me mordí la lengua, temiendo que pudiera ladrarme alguna mala respuesta.

—Será breve, te lo prometo.

O eso esperaba.

❈ ❈ ❈

Cassian y Eo ya se encontraban acomodados en los cojines. Mi amiga había hecho una pequeña incursión a la cocina y había preparado algo de té para todos; sus ojillos se toparon con los míos mientras Darshan y yo entrábamos en la sala de manera cautelosa, parecía arrepentida por habernos conducido a ambas a aquella tensa situación. Vi que retorcía las manos en su regazo, nerviosa por lo que nos quedaba por delante.

Mi amigo, por el contrario, estaba de brazos cruzados y ya tenía sus ojos clavados en Darshan con un brillo de desconfianza. Vigilé al chico mientras ocupaba un sitio frente a los dos hermanos y luego escogí el mío a su lado, controlando todos los frentes que se encontraban abiertos.

La vieja tetera desprendía un hilillo de vapor, aguardando a que alguno de nosotros empezara a rellenar las tazas. El silencio hizo acto de presencia, envolviéndonos como una pesada capa; Cassian controlaba cada movimiento de Darshan, como si el chico pudiera sacar en cualquier momento un arma oculta con el que poder atacarnos.

Eo le había puesto al corriente sobre la procedencia de Darshan y sabía que había huido de la prisión más peligrosa del Imperio. La cuna de los peores criminales del país; el patio de recreo de los nigromantes, que aprovechaban a los presos para practicar sus habilidades. Para volverse mucho más mortíferos.

Alejé los turbios pensamientos sobre nigromantes de mi mente y me concentré en el presente. En el rostro de Cassian, en sus ojos.

—Lo siento mucho, Jem —la primera en romper la tensión del momento fue Eo, que abrió mucho los ojos para darle énfasis a su disculpa.

Mi amigo despegó la mirada de su objetivo unos instantes para contemplar a su hermana menor. La preocupación apareció unos segundos en el rostro de Cassian, antes de que fuera sustituida por la habitual indiferencia que había esgrimido desde que hubiera descubierto a Darshan en el interior de mi dormitorio.

—No importa, Eo —le dije, intentando tranquilizarla—: lo entiendo. Estabas preocupada por mí...

Cassian descruzó los brazos y se inclinó hacia delante, dejando reposar los antebrazos sobre la tambaleante mesa pequeña que actuaba de muro de contención entre ambos lados; entre mi amigo y Darshan, que se encontraba a mi lado más tenso que la cuerda de un oud. Listo para lanzarse hacia la vía de escape más cercana: la puerta de la entrada que había a unos metros de nosotros, a nuestra espalda.

—¿Quién eres? —Cassian lanzó su primera pregunta a mi compañero, sin andarse con rodeos.

El chico entrecerró los ojos, valorando sus posibilidades.

—¿A qué te refieres exactamente? —contestó a su pregunta con otra.

Vi a mi amigo apretar la mandíbula con enfado.

—No juegues conmigo —le advirtió en un tono bajo—; te he preguntado quién eres.

Sabía que no estaba preguntándole por su nombre. No sabía cuánto había compartido Eo con su hermano sobre el chico que tenía sentado a mi lado; miré a mi amiga y ella me devolvió la mirada, disculpándose de nuevo en silencio por no haber cumplido con la promesa de guardar silencio. De no involucrar a nadie más.

—Cassian... —intervine, poniendo una mano sobre la mesa.

Los ojos de mi amigo se clavaron en mí con una contundencia que, de nuevo, solamente había visto usar con otros; nunca conmigo.

—Estoy hablando con él.

Su cortante respuesta me dejó plantada en el sitio, con una extraña opresión en el pecho. ¿Acaso continuaba enfadado por la pequeña desavenencia que tuvimos aquel día? Me obligué a no encogerme ante el dolor que me había provocado su tono de voz, como tampoco a apartar la mirada. Yo no era ninguno de sus subalternos a las que pudiera mangonear como quisiera; yo no era inferior a Cassian.

—¿Qué pretendes con todo esto? —le pregunté, ignorando la advertencia de su mirada.

El pecho de mi amigo se hinchó ante un suspiro silencioso, como si estuviera armándose de paciencia conmigo.

—¿Qué pretendes , Jem? —me replicó y el enfado borboteó en todas y cada una de sus palabras.

Lo miré sin entender a qué se debía aquel estallido por su parte, tuve que controlar mi expresión para no quedarme boquiabierta ante aquel comportamiento por parte de mi amigo. Cassian aprovechó mi titubeo para sacarme de dudas:

—¿Creías que estabas haciendo la buena acción del día? —apreté los labios para contener mi propia lengua, sintiendo cómo mi propio enfado despertaba en mi interior ante el golpe bajo de la persona que tenía frente a mí y que, en aquellos instantes, me resultaba desconocido—. ¿Estabas tan ansiosa por volver de nuevo a tu rutina que decidiste salvar la vida a un... criminal? ¿Qué pretendías con todo esto, Jem? No sabes nada de él —los incendiarios ojos de Cassian se desviaron de nuevo hacia Darshan con un brillo acusatorio—. No puedes confiar en este tipo.

La piel me cosquilleó a causa del enfado.

—¿Por qué no escupes lo que realmente estás pensando, Cass? —le reté.

Mi amigo entrecerró sus ojos, aceptando mi desafío.

—Pienso que todo esto es por lo que sucedió aquel día —mis ojos se abrieron de par en par, al entender a qué estaba refiriéndose—. Porque eres tan cabezota que no eres capaz de ver que lo hemos hecho por tu bien.

Mi pecho se retorció a causa de la desilusión y el dolor que me produjo el dardo envenenado que me había lanzado al insinuar que estaba haciéndolo porque mi padre me había dejado apartada de cualquier asunto de la Resistencia desde que hubiera regresado de mi última misión, cuyas consecuencias aún ocultaba bajo la manga del vestido que llevaba. Que todo aquello se debía a un berrinche infantil.

Un modo de desafiarles a ambos.

Sin darme cuenta mi puño impactó con rabia contra la madera de la mesa, sobresaltándonos a todos. Pese a ello, tanto Cassian como yo nos mantuvimos la mirada con aire desafiante.

—Eso es injusto, Cassian —le dije, intentando que no me temblara la voz.

—Sabes lo que sucederá si le descubren aquí, Jem —intentó convencerme, suavizando su tono de voz—. Es un prófugo... Un criminal.

Eo se removió con incomodidad, delatando que había hablado con su hermano sobre el tatuaje que Sajir había descubierto en la nuca del chico, indicándonos la procedencia del mismo.

—Estaba herido, Cassian —dije—. ¡Podía haber muerto, maldita sea!

Luego hice una pequeña pausa, sosteniéndole la mirada. Rezando para haberme equivocado con mi amigo; rezando para que lo que estaba leyendo en su mirada no fuera cierto.

—¿Le hubieras abandonado, Cass? —le pregunté a media voz—. ¿Hubieras sido capaz de dejarlo?

Mi amigo desvió la mirada, azorado por la facilidad que había tenido en leer en sus ojos la verdad. Me dolió pensar en que, a pesar de formar parte de la Resistencia, Cassian hubiera mostrado sus primeros resquicios en la promesa que había hecho ante el resto de miembros de servir al pueblo del Imperio; de nuevo tuve la sensación de encontrarme frente a un desconocido. De no saber quién era en realidad mi amigo, en aquella parte de Cassian que no había podido ver hasta ahora.

—¿Habrías sido capaz de abandonarlo por ser un prófugo de Vassar Bekhetaar? —le pinché, intentando arrancarle alguna respuesta ante su evidente silencio.

Era posible que la prisión estuviera llena de criminales de la peor calaña, pero muchos de ellos habían terminado en aquel horrible lugar habían sido condenados por levantarse contra el Usurpador, por reclamar que no era el legítimo dueño del Imperio y que sus manos estaban manchadas de sangre inocente; el Emperador no se conformaba solamente con asesinar a todos aquellos que se atrevían a cuestionar su legitimidad como soberano del Imperio: también disfrutaba enviándolos a Vassar Bekhetaar para que sus perros se entretuvieran con sus nuevos juguetes.

—Terminó allí por algún motivo, ¿no es así? —los ojos de Cassian se dirigieron hacia Darshan con un brillo acusador—. ¿Has pensado que estás dándole cobijo a un asesino? ¿O quizá un violador?

Eo hizo un sonidito de protesta, pero Darshan permaneció inmutable ante las acusaciones de mi amigo sobre los motivos que le habían llevado hasta Vassar Bekhetaar. El chico no me había dicho ni una sola palabra sobre los motivos que le habían conducido hacia aquella prisión... y yo no había sido lo suficientemente valiente para preguntarle al respecto.

Lo único que tenía claro era el feroz deseo de Darshan de no regresar jamás a ese horrible lugar.

—Dime —le tentó Cassian, inclinándose en su dirección—. ¿Qué eres? ¿Un ladrón? ¿Un asesino? ¿Un alborotador? ¿O un violador?

—Es un ser humano —respondí yo en lugar de Darshan—. Un ser humano que estaba a punto de morir y del que decidí apiadarme. ¿Puedes juzgarme por eso, Cass? ¿Puedes culparme por haber intentado ayudarle?

—Puedo culparte por haberos puesto en riesgo tanto a Eo como a ti —apreté los labios cuando mencionó a su hermana; por la pequeña chispa de razón que ocultaban sus palabras.

—Cassian —protestó Eo.

Su hermano le hizo un gesto para que guardara silencio, pero ella lo ignoró.

—Fui yo quien le suplicó a Jem que le ayudara —por el tono que empleó, no era la primera vez que lo decía—. Ya sabes que los nigromantes hicieron una redada en el mercado y que conseguimos encontrar refugio en un callejón. Vi un rastro de sangre sobre la arena e hice que Jem y yo lo siguiéramos hasta encontrarle; no sabes el aspecto que tenía, Cassian... Como tampoco la herida —el cuerpo de mi amiga tembló a causa de los recuerdos de aquel día—. Jem se negó, alegando que ya estaba condenado... que prácticamente estaba muerto. Pero yo insistí en que le ayudáramos, que podíamos llevarle hasta un conocido que podría encargarse de la herida.

Cogí aire. Hasta un ciego se habría dado cuenta de que había algo entre Sajir y mi amiga; el aprendiz de sanador no había dudado un segundo en echarnos una mano y coser la herida que Darshan tenía en el abdomen. Luego las cosas se habían complicado cuando descubrió el tatuaje de su nuca, las opciones que se le habían presentado al muchacho; la pequeña chispa de codicia que había despertado mis desafortunadas palabras sobre lo que podría suceder si optaba por entregarlo a los Sables de Hierro.

Era evidente que lo sucedido en la casa de aquel sanador no había sido una experiencia agradable para Eo, como tampoco para la relación que habían mantenido el aprendiz y ella hasta que las cosas se habían torcido, obligándonos a salir huyendo de allí a toda prisa... dejando a Sajir inconsciente y maniatado, como si hubiera sido víctima de un robo.

—Tuvimos... problemas —reconoció Eo y lanzó una tímida mirada a Darshan— y Jem se encargó de sacarnos de allí a todos. Después ella se ofreció a darle cobijo aquí hasta que él se recuperara y pudiera continuar su camino.

—¿Y qué camino es ese? —se interesó.

Me puse rígida. Darshan me había confesado a regañadientes que buscaba a una persona en concreto; un mercante cuyos negocios eran amplios... y de lo más variopintos; Cassian reconocería el nombre del mismo modo que lo había hecho yo cuando lo escuché por primera vez. Quizá también llegara a la conclusión de que Darshan escondía algo... que tenía algún tipo de relación con la Resistencia.

A mi lado, Darshan guardó silencio unos instantes, pensando qué iba a responder... o cuánto iba a compartir sobre sus planes de futuro.

—Encontrar a Prabhu Vishú —dijo tras unos segundos.

La mirada alarmada de Cassian se topó con la mía, confirmando mis propias sospechas: mi amigo sabía que aquel hombre también colaboraba con la Resistencia, como contacto entre los distintos miembros que acudían en su búsqueda; muchos de los que formábamos parte de la Resistencia considerábamos al mercante como uno de nosotros, gracias a los servicios que nos brindaba. Pero no podía olvidar que aquel tipo también mantenía otro tipo de negocios en los que se aprovechaba de algunos pobres desgraciados que necesitaban desesperadamente algo. Ya fuera comida, un préstamo de dinero... o hacerlo desaparecer del mapa, como si nunca hubiera existido.

Entre las cualidades de Prabhu Vishú no se encontraba el ser un hombre honesto, precisamente. Siempre buscaba el provecho en cualquier situación que se le presentara; siempre buscaba el modo de obtener algún tipo de beneficio, preferiblemente de carácter económico.

Intuí el dilema en el que estaba mi amigo, pues yo también me había visto atrapada en el mismo cuando supe por boca de Darshan que estaba buscando a aquel tipejo y, después de presionar para que continuara hablando, me confesó que quería una nueva identidad para poder abandonar la ciudad y empezar una nueva vida lejos de ella.

Vi cómo mi amigo fruncía el ceño antes de devolver su atención a Darshan, que esbozó una sonrisa tirante al adivinar la siguiente pregunta de Cassian.

—¿Eres tan idiota que no sabes por qué acudiría a un tipo como él? —le preguntó, usando un tono burlón—. ¿O acaso estás esperando que lo admita en voz alta?

Cassian entrecerró los ojos al captar el timbre lleno de burla que había utilizado, el sutil modo que estaba empleando para ver si conseguía sacarlo de quicio. Recuperado del asombro tras haberse visto sorprendido por mi amigo, Darshan se había propuesto cobrarse su propia venganza por ello. Y estaba haciendo uso de una faceta que no conocía... aunque tampoco es que supiera mucho sobre él.

—Estoy intentando decantarme entre las dos opciones que se me presentan —contestó mi amigo, amenazador—: entregarte a los Sables de Hierro en este preciso instante... o darte primero una paliza para entregarte después.

—No vas a entregar a nadie, Cassian —intervine, seca.

—¿Y por qué no? —preguntó, arrastrando las palabras.

Apreté los labios, colmándome de paciencia antes de ceder a mis impulsos. La actitud que estaba presentando Cassian no me gustaba lo más mínimo; se justificaba en el hecho de que Darshan pudiera ser un tipo peligroso, que había logrado huir de aquella prisión en la que había terminado por algún delito que todavía desconocíamos. Mi amigo creía que sería capaz de protegernos, que estaba en su maldita obligación de hacerlo... como si nosotras no fuéramos capaces de solucionar nuestros propios problemas.

—Porque si lo haces, nos estarás poniendo en peligro a todos —respondí, controlando mi tono de voz—. Sabes que los Sables de Hierro no se conformarán con recuperarlo, sino que también harán preguntas... Demasiadas. No saciarán su curiosidad con unas simples respuestas sobre el callejón; averiguarán que estaba herido y que nosotras le ayudamos. Nos convertirán en sus cómplices, Cass; podrían llevarnos a prisión por ello.

La línea de su mandíbula se endureció al escuchar mi explicación. La justicia en el Imperio no existía como tal, era una utopía del pasado. De aquel tiempo en que el Usurpador no estaba sentado en el trono, disfrutando del poder que le confería; solamente los perilustres podían gozar de ella gracias a sus arcas llenas de oro. Porque los nobles compraban la justicia gracias a su amplio poder adquisitivo.

Pero personas como Eo, Cassian o yo misma no podíamos permitírnoslo. No podíamos costeárnoslo porque, si apenas teníamos para llegar a fin de mes, ¿cómo podríamos sobornar a alguno de los magistrados para que fallaran a nuestro favor? Era imposible.

Darshan también parecía haberse quedado en silencio, meditando sobre la delicada situación en la que estábamos inmersos.

—Solamente tenemos que aguantar un poco más —insistí—. Dejar que su herida cure lo suficiente para que pueda continuar con su búsqueda y separar nuestros caminos.

La mirada de Cassian retornó a mí.

—¿Cómo es posible que hayas podido dormir tan tranquila, sabiendo que podría haberte rebanado el cuello y luego salir huyendo? —me preguntó, estupefacto.

No podía esperar que los prejuicios que guardaba mi amigo sobre Darshan desaparecieran en un abrir y cerrar de ojos. Incluso entendía su pregunta, la confusión que podía leer en su mirada por haber sido tan estúpida de haber bajado la guardia de ese modo, durante la noche anterior.

—Pensé que no sería tan estúpido de ofender a los dioses de ese modo —le espeté, sintiendo mis mejillas arder.

Pero eso no era del todo cierto. Desde que Darshan hubiera recuperado el conocimiento, le había estado repitiendo una y otra vez que teníamos que obligarnos a ceder un poco, tender un fino hilo de confianza al otro; Eo y yo habíamos sellado nuestro destino tras haber decidido ayudarle en aquel callejón, lo que nos dejaba en el mismo bando... de momento. Por no hacer mención a cómo me había rendido al sueño después de un día cargado de emociones fuertes que me habían permitido olvidarme, al menos de manera temporal, de mis intenciones de regresar a la Resistencia tan rápido como pudiera.

Cassian enarcó una ceja y no me costó mucho adivinar sus pensamientos mientras me contemplaba en silencio.

—Y no lo he sido —intervino Darshan—: sigues respirando.

Me mordí el interior de la mejilla, conteniendo mi réplica en la punta de la lengua.

—Cuidado, chico —le advirtió mi amigo.

Los labios de Darshan se curvaron por primera vez en una sonrisa; una que parecía indicar a todas luces peligro. Eo se había sumido en un hermético silencio después de haber salido en mi defensa, alegando que fue idea suya la de salvar a Darshan de aquel callejón donde había terminado después de haber sido herido.

—¿Chico? —repitió con sorna—. Si juraría que somos de la misma edad...

—¡Ya es suficiente! —exclamé, dando una palmada sobre la mesa.

Cassian abrió la boca, seguramente para responder la pulla que le había lanzado Darshan, pero yo no estaba dispuesta a contemplar de nuevo aquel intercambio de comentarios insidiosos. Aquella estúpida competición de testosterona que parecía haberse organizado en la pequeña salita de mi casa.

Señalé a mi amigo con el dedo índice.

—No vas a decir una sola palabra más —le aseguré, luego me giré hacia Darshan para añadir—: Y tú también vas a guardar silencio.

Eo se aclaró la garganta con expresión circunspecta.

—Creo que deberíamos marcharnos —opinó, sin mirar a nadie en particular.

—Sí —coincidí con frialdad—. Creo que va a ser lo mejor.

Ignoré la mirada dolida que me lanzó Cassian y me crucé de brazos, indicándole con ese gesto que no iba a cambiar de opinión. Darshan torció las comisuras en una media sonrisa, intentando continuar con la confrontación; sin embargo, mi amigo tuvo el buen juicio de pasarla por alto y ponerse en pie, seguido de su hermana.

Les acompañé hasta la puerta y me entretuve en el umbral, cerciorándome de que ambos bajaban por las escaleras y enfilaban la calle que les conduciría a su propio hogar. Eo me dio un abrazo de despedida antes de dar media vuelta y ser la primera en descender, susurrándome una nueva disculpa al oído a la que yo traté de restarle importancia al asegurarle que la entendía, que entendía su preocupación por el riesgo que había corrido; su hermano, por el contrario, se entretuvo en el porche, mirando a cualquier parte menos a mí.

El duro recordatorio de nuestra discusión me golpeó de lleno en el estómago; aún no habíamos arreglado las cosas y no sabía qué podía significar lo que había hecho hoy al presentarse de ese modo en mi casa, dispuesto a darle una paliza al chico que me esperaba en la salita. Esperé a que reuniera el valor suficiente para despedirse de mí o, al menos, para que diera media vuelta y siguiera a su hermana sin tan siquiera pronunciar una sola palabra.

—No me siento cómodo dejándote aquí sola —me confesó a media voz.

Controlé mi boca, negándome a sonreírle.

—Confianza —dije y luego nos señalé a ambos con el pulgar—. En las dos direcciones.

El rostro de mi amigo se ensombreció.

—Ese tipo... Hay algo en él que no termina de cuadrarme —repuso; no pude evitar estar de acuerdo con Cassian en mi fuero interno: había algo en Darshan que no terminaba de encajar—. Es demasiado joven para haber terminado en una prisión así... Por no hablar del hecho que busque a Prabhu Vishú —hizo una pequeña pausa, acariciándose la mandíbula—. Tendrías que evitar quedarte a solas con ese chico, Jem.

Ladeé la cabeza.

—Está herido —le recordé— y yo no estoy tan indefensa como aparento. Podré arreglármelas, Cass; solamente serán unos días y desaparecerá de nuestras vidas para siempre.

Pero no había seguridad en el rostro de Cassian: su expresión estaba sembrada de dudas de todas las cosas que podían salir mal. La primera de ellas el hecho de que estaba dando cobijo a un criminal que todavía no había querido compartir con nosotros qué le condujo hacia Vassar Bekhetaar; la segunda... bueno, mentiría si dijera que no sentíamos curiosidad por saber cómo había logrado huir de una cárcel de alta seguridad, protegida por nigromantes.

No obstante, vi a mi amigo asentir, indicándome que, al menos, confiaba en mis habilidades para lograr defenderme en caso de que Darshan intentara hacer algo conmigo. Un instante después dio media vuelta, dispuesto a seguir a Eo, que le esperaba abajo.

—No seas tan duro con ella, Cass —le dije a su espalda.

Aguardé hasta que los dos hermanos desaparecieron de mi vista antes de cerrar la puerta y apoyarme sobre la madera para contemplar a Darshan, que continuaba sentado frente a la mesa y estaba jugueteando con la tetera fría.

—Y eso que parecías inofensivo —comenté en voz audible, todavía asombrada por el modo en que se había comportado frente a Cassian.

Darshan ladeó la cabeza para poder dirigirme una inquietante mirada que me puso los vellos de punta, despertando aquella familiar sensación...

Me mostró los dientes en una sonrisa amenazante.

—Inofensivo es lo último que me consideraría.

* * *

Vaya, vaya con Darshan. Y parecía dócil cuando lo compramos.

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