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Decidí creerle.

Aunque hubiera apartado la mirada antes de darme sus respuestas. Una discreta señal que podía delatar que no estaba siendo sincero conmigo o, al menos, no del todo; en aquellos años había aprendido a estudiar a mis enemigos, a fijarme en ese tipo de detalles.

Por eso mismo fingí que me había tragado su mentira y esbocé una sonrisa de comprensión, logrando que mi mediocre actuación relajara al chico; Darshan se llevó una mano a la nuca de manera inconsciente, recordando el delator tatuaje que lo había puesto en evidencia. Aquellos trazos de tinta confirmaban que había estado en prisión, los dioses sabían cuánto tiempo; el problema radicaba en saber qué había hecho para terminar en ese horrible lugar... y cómo había logrado escapar de allí.

Rogué para mis adentros que la ausencia de mi padre se alargara un poco más, lo suficiente para que Darshan ya se hubiera marchado y yo pudiera olvidarme del asunto lo más rápido posible.

—Creo que es el momento idóneo para que me respondas a unas sencillas preguntas.

La petición del prófugo herido me arrancó una sonrisa llena de ironía que no disuadió al chico para hacerme saber cuál era su primera pregunta. Continuaba apoyado sobre los cojines, con una mano presionándose discretamente la zona cosida con puntos; sus ojos grises parecían mucho más espabilados que antes. Mucho más despiertos y llenos de desconfianza.

Al menos coincidíamos en algo: los dos éramos unos pésimos mentirosos.

—¿Este sitio es seguro? —preguntó.

Apreté los labios con fuerza, recordando lo mucho que podría perder si alguien descubría a Darshan allí... o veía el tatuaje que llevaba en la nuca. Yo acabaría en prisión, pero mi padre seguramente perdería la casa porque quedaría clausurada por los nigromantes o los Sables de Hierro.

—Todo lo que puede ser un hogar humilde —contesté con cierta renuencia, contemplando la habitación con desasosiego.

Aquella casa era el orgullo de mis padres, quienes habían trabajado hasta la extenuación para conseguirla. De la familia de mamá no sabía mucho —por no decir nada—, pero sí que había escuchado historias sobre los parientes de papá: provenía de una extensa familia que vivía en Dilibe, una aldea que se encontraba a un par de días de viaje de la capital; todos ellos dedicados al cultivo de cereales, mi padre había sido el primero de ellos en aspirar a algo más gracias a los viajeros que se encontraban de paso en la zona y compartían sus experiencias en el camino. Cuando cumplió los veintiuno, tras trabajar duro en el campo que trabajaban para el señor de la zona, anunció sus intenciones de viajar hasta Ciudad Dorada, capital del Imperio y cuna de los sueños de los más ambiciosos; no encontró mucho apoyo entre sus familiares, pero eso no le desanimó a empacar sus pocas pertenencias e iniciar el viaje hasta la capital.

Papá siempre se ponía algo nostálgico cuando hablaba de los años que trató de abrirse paso en la ciudad, de los lugares en los que había tenido que vivir hasta que encontró un trabajo estable que le permitiera subsistir... hasta que se topó con mi madre. El corazón se me contrajo al pensar en ella, en cómo los ojos de mi padre se iluminaban siempre que la mencionaba: el modo en que apareció de la nada, un torbellino de cabellos color fuego que había chocado con brusquedad contra él, haciendo que cayeran ambos al suelo... Papá solía bromear al respecto diciendo que fue en ese preciso instante cuando se enamoró de ella; mamá siempre sonreía cuando relataba su encuentro en el mercado, pero algo turbio cubría su mirada. Algo que más tarde reconocí como pena. Se casaron jóvenes, algo nada extraño en las zonas que no pertenecían a los perilustres; trabajaron duro para conseguir un techo propio antes de buscar ampliar la familia.

Conocía la historia de mis padres, pero nunca conocí los motivos que empujaron a papá a formar parte de la Resistencia. Y, cuando de niña preguntaba al respecto, mi madre solía cambiar de tema o enseñarme que no podía hacer ese tipo de preguntas porque, de lo contrario, algo muy malo pasaría.

Pestañeé para huir de mis pensamientos y fruncí los labios en una mueca.

—Esta —dije, señalando con el pulgar las paredes que nos rodeaban— es mi casa. Pero ningún lugar es lo suficientemente seguro... no con los nigromantes pululando por la ciudad como perros de caza.

La mirada de Darshan continuó sobre mí, analizándome y provocando que tuviera una extraña sensación debido al escrutinio.

—¿Estás casada? —su pregunta hizo que me atragantara con mi propia saliva—. ¿Comprometida? ¿Apalabrada?

Apalabrada. El vello se me puso de punta al escuchar ese término, tan familiar entre aquellos barrios y que siempre que lo oía no podía evitar rechinar los dientes por la frustración que me embargaba, pues nos hacía parecer simples objetos que felizmente podían ser reservados hasta que la persona interesada pudiera pagar el precio convenido. Torcí el gesto al recordar a multitud de chicas cuyos padres apalabraban a otros hombres como si fueran mera mercancía.

Ladeé la cabeza y dirigí una punzante mirada a Darshan, quien no parecía muy cómodo con haber tocado el tema.

Por unos maravillosos segundos se me pasó por la cabeza decir que mi marido llegaría pronto, y que no solía venir de muy buen humor tras trabajar sus infernales horas en uno de los muchos hornos que habían instalado en el barrio para abastecer a las zonas perilustres de comodidades que nosotros no podíamos permitirnos, pero decidí morderme la lengua e imaginarme cómo habría sido su reacción.

—Aún poseo mi preciada libertad y no estoy atada a ningún hombre —suspiré con algo de dramatismo.

El rostro de Darshan no mudó de aspecto y sus labios ni siquiera temblaron ante mi comentario jocoso. Sus ojos grises continuaban con el análisis, empezando a inquietarme de una forma visceral; quizá fuera saber que se había escapado de Vassar Bekhetaar y desconocer los motivos que le habían conducido a tan funesto destino. Podía ser un asesino. O un violador...

Las posibilidades eran infinitas cuando se trataba de la prisión de Vassar Bekhetaar.

—¿Vives aquí tú sola? —prosiguió con su interrogatorio.

Me indignó entrever en su pregunta un inconfundible tono de recelo y sospecha, como si creyera que una mujer viviendo sola —o la posibilidad de una mujer viviendo sola— fuera un acto atroz, cerca de ser peor que un insulto a los dioses; apoyé mis manos en las caderas mientras mascaba la furia que me embargó comprobar que Darshan parecía ser como la mayoría de hombres que me rodeaban. Siempre creyendo que una mujer —por ese sencillo hecho, haber nacido mujer— tenía que depender de un hombre porque no podía sobrevivir sola.

—Por ahora, sí —contesté de manera escueta y malhumorada.

Darshan enarcó una ceja, captando mi cambio de humor y el hecho de que no había sido del todo clara con mi respuesta.

—¿Qué has querido decir con eso? —quiso saber.

Me encogí de hombros.

—Mi padre se encuentra fuera en estos momentos —y rezaba para que continuara siendo así en los próximos días— por lo que, sí, vivo sola.

Darshan se recolocó en los cojines.

—¿Cuánto tiempo pasará fuera?

Hundí las uñas en la tela de mi vestido hasta alcanzar la piel de mi cadera. No estaba segura de cuánto tiempo continuaría ausente mi padre, ya que no tenía forma de enviar un simple mensaje —a no ser que lo llevara personalmente a las cuevas donde tenía su base la Resistencia— y él me había prohibido de manera tajante que intentara encontrar el modo de mandar mensajes. Demasiado peligroso si caía en las manos equivocadas; consecuencias fatales.

Volví a encogerme de hombros.

—No lo sé con exactitud —respondí.

—¿Qué harás en caso de que tu padre se presente aquí y me encuentre? —insistió.

Me mordí el interior de la mejilla.

—Quizá te presente como mi futuro esposo —insinué con una pizca de maldad—. O quizá diga que quieres apalabrarme por una buena suma de dinero.

Mis insidiosas palabras no tuvieron el efecto que buscaba, el ponerlo algo incómodo, lo que provocó que el enfado aumentara en mi interior, burbujeando de una manera bastante desagradable ante la impasibilidad que mostró.

Había algo en su postura que estaba logrando sacarme de quicio, en el modo que parecía controlarlo todo.

—Sería incómodo para ti dar las explicaciones después —repuso.

Quizá tuviera razón. Sin embargo, me mordí la lengua y no dije nada al respecto; la habitación pareció reducir su tamaño conforme el silencio iba ganando terreno. Parecía que había saciado la curiosidad de Darshan respecto a las dudas que le asolaban tras haber recibido nuestra ayuda y decidir que tendría que quedarse conmigo hasta que su herida sanara lo suficiente para que pudiera seguir su propio camino.

Cansada de aquel silencio y del hecho de que solamente estábamos evaluándonos el uno al otro como si estuviéramos participando en alguna competición pueril, aparté la mirada y le di la espalda con intención de ir hasta la cocina. Necesitaba unos instantes a solas para poner mis pensamientos en orden; el modo en que Darshan había entrado de lleno en mi camino me había alterado, poniendo mi vida patas arriba por el riesgo que venía aparejado a ese chico.

—Aún no sé tu nombre —dijo detrás de mí.

Giré el cuello para mirarlo por encima del hombro. Había sido consciente de sus mentiras, del hecho de que parecía tener demasiados secretos; dudaba de que el nombre que me había dado fuera cierto y, aun así, me había resignado a fingir que era tan estúpida para habérmelo tragado todo.

—Aún no sé por qué terminaste en la prisión —repliqué.

El rostro de Darshan se cubrió de una leve pátina sombría.

—No es una historia agradable.

Por supuesto que sabía que no era una historia agradable. Los peores criminales acababan en aquella prisión de alta seguridad, donde se rumoreaba que los nigromantes utilizaban para pulir sus habilidades o mostrar sus conocimientos a las nuevas incorporaciones; el Usurpador había sido muy crítico respecto a esos monstruos: debían ser entregados al Imperio, y era evidente para qué.

Me pregunté si Darshan habría tenido que hacer frente a esos monstruos mientras estuvo en aquel horrible lugar, si había sentido en sus carnes el nauseabundo poder de los nigromantes deslizándose por su cuerpo como hilos invisibles... arrebatándote el poder y convirtiéndote en una simple marioneta.

—Me llamo Jem —dije al final, devolviendo mi vista al frente.

Refugiada en la relativa seguridad de la cocina, me apoyé sobre la vieja encimera y solté un suspiro tembloroso. No había pensado en los detalles de cómo sería la convivencia con aquel desconocido que, por algún extraño motivo, conseguía sacarme de quicio; estaba recuperándose de la herida que lo había tenido a las puertas de la muerte y, quise creer, que eso le detendría de sus intenciones contra mí. Sabía que su retorcida mente no habría parado de dar vueltas, intentando encontrar el modo de deshacerse de mí y huir para encontrar a ese maldito comerciante; no podía bajar la guardia en ningún momento, especialmente cuando no estuviera cerca de Darshan.

Inspiré hondo, intentando calmar mi acelerado corazón. Dar cobijo a un prófugo que no había hablado de los motivos que le habían mandado de cabeza a Vassar Bekhetaar era, cuanto menos, una mala idea. Una muy mala idea.

Por no hacer mención de las mentiras y secretos, Darshan había apelado a que debíamos confiar el uno en el otro... o intentarlo. Pensé que el hecho de haberle llevado hasta mi propia casa, corriendo un gran riesgo al hacerlo, podría haber detenido las intenciones del chico, fueran las que fuesen; me mordí el interior de la mejilla hasta hacerme daño, notando cómo las sienes me latían con fuerza.

De manera inconsciente saqué el colgante que siempre llevaba conmigo —el único regalo que conservaba de mi madre— y lo acaricié entre mis dedos. Aquel gesto se había convertido en una costumbre después de que ella muriera: siempre que estaba nerviosa o alterada, buscaba consuelo en su contacto; en el pequeño hilo que conectaba aquel simple objeto con mi madre. La piedra engastada, de un granate oscuro, emitió un leve tintineo y yo dejé escapar el aire, notando cómo la calma se apoderaba de mí.

Cómo aquella furia que presionaba en mis venas como fuego líquido se apagaba hasta reducirse a cenizas, regresado a su oscuro hueco dentro de mí.

Hice un rápido recuento de la comida con la que contaba, dilatando el tiempo antes de regresar hasta donde estaba Darshan, y de cuya presencia era aterradoramente consciente a pesar de la distancia que nos separaba, y luego regresé hacia donde le había dejado, con energías renovadas.

Él continuaba en aquel rincón, sobre los cojines, con una expresión neutra. Incluso juraría que no había movido ni un solo músculo desde que le hubiera dado la espalda y había salido huyendo como una cobarde.

—Creo que ha llegado el momento de mostrarte dónde vas a dormir —dije.

Darshan enarcó una ceja al mismo tiempo que yo me humedecía el labio inferior. Ni siquiera había valorado la posibilidad de dejar que pusiera un pie en el dormitorio que habían compartido mis padres y que, ahora, solamente pertenecía a mi padre; sabía que le estaba abriendo las puertas de mi intimidad a un desconocido, pero en mi habitación no encontraría nada lo suficiente peligroso para ponernos en riesgo frente a los nigromantes o los Sables de Hierro.

En mi familia siempre habíamos sido muy cuidadosos con cualquier pista que pudiera delatarnos como miembros de la Resistencia.

Le hice un gesto lleno de impaciencia para que se pusiera en pie y me crucé de brazos mientras contemplaba cómo Darshan lo hacía con esfuerzo. Su rostro se contrajo en una de sus habituales muecas de dolor provocadas por la tirantez de los puntos de su abdomen; decidí apiadarme un poco de su estado y bajé el ritmo mientras le conducía por el estrecho pasillo hasta una desvencijada puerta de madera que conducía a mi dormitorio.

La empujé con cuidado y dejé que echara un vistazo al interior de la habitación. Me removí con cierta incomodidad cuando los ojos de Darshan recorrieron cada rincón de mi refugio, de aquel pedacito de la casa que me pertenecía enteramente a mí; me pellizqué en los brazos para mantener a raya la inquietud que había despertado cuando había abierto esa puerta y se la había mostrado a Darshan.

—Supongo que no serás tan estúpido de intentar huir por la ventana —comenté en tono monótono, evitando mirarle a los ojos.

Las tablas del suelo crujieron bajo el peso de Darshan cuando se removió, haciéndome saber de ese discreto modo que se sentía inquieto y que era muy posible que se le hubiera pasado por la cabeza algo similar a lo que yo había dicho.

No dijo una sola palabra, quizá avergonzado por sus pensamientos y el hecho de que hubiera valorado la idea de huir.

—Tendremos que vigilar de cerca la herida —continué, fingiendo no haber sido consciente de su delator titubeo—; no será necesario acudir a ningún sanador como tampoco a ningún elemental de la tierra.

La mención del elemental de la tierra me recordó la marca de mi antebrazo, el tatuaje que me delataba como propiedad de Al-Rijl... como una más de sus chicas que vendía por dinero, para satisfacer las necesidades de todos aquellos hombres que acudían a él; de manera inconsciente me rasqué la zona por encima de la tela de mi manga, temerosa de que la inquisitiva mirada de Darshan pudiera descubrirla.

Cassian y mi padre me habían recomendado que acudiera a uno de los pocos elementales de la tierra con los que contaba la Resistencia, pero no había encontrado el momento de hacerlo después de regresar de mi arriesgada misión y sumirme de nuevo en la familiar rutina que llevaba cuando no colaboraba con la Resistencia.

—¿Estás incómoda por permitirme usarla? —escuché que preguntaba Darshan.

En aquella ocasión conté con la valentía necesaria para enfrentarme a su mirada.

—¿Por qué debería estarlo? —le respondí con otra pregunta—. Yo no tengo nada que esconder.

Mi acusación no pasó desapercibida para Darshan, cuyo ceño se frunció al comprender lo que estaba insinuando de aquel modo tan discreto.

—Aún sigues creyendo que te he estado mintiendo —me espetó, irritado—. ¿En qué, exactamente?

Quise abofetearme a mí misma a causa de lo imprudente que había sido. Sabía que Prabhu Vishú no era el honorable mercante que la mayoría de personas creían que eran; los susurros corrían como la pólvora en los rincones más pobres e inhumanos, entre todos aquellos que necesitaban desesperadamente una vía de escape: aquel hombre podía echarte una mano si te encontrabas desesperado. El comerciante era capaz de cumplir tus necesidades si podías costearte sus precios, que no solían ser baratos y que, casi siempre, conllevaban con los pobres desgraciados cayendo entre las garras de Prabhu Vishú, pagando sus deudas con altos intereses.

Sin embargo, yo tenía la ligera sospecha que los motivos que habían empujado a Darshan a buscar a Prabhu Vishú no tenían nada que ver con la excusa de querer obtener una nueva identidad que le permitiera estar lejos de la prisión de la que había conseguid huir: aquel comerciante también formaba parte de la Resistencia como contacto entre los miembros... y una ridícula parte de mí creía que Darshan también estaba afiliado a los rebeldes. Que era uno de nosotros.

Sin embargo, aún no había sido tan estúpida de exponerme ante él... y Darshan tampoco lo había hecho por el mismo motivo que yo: miedo a quedar al descubierto. Miedo a ser traicionados y entregados a los nigromantes o Sables de Hierro.

Cogí una bocanada de aire antes de responder.

—En todo. En nada —hice una pequeña pausa—. No lo sé. Pero tengo la sensación de que escondes muchas cosas.

Me resultaba muy complicado cumplir con lo que le había prometido: confianza, en los dos sentidos; tanto él como yo.

—Estoy en deuda contigo y con tu amiga por lo que habéis hecho por mí, Jem —siseó y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza cuando le escuché pronunciar mi nombre por primera vez—; te respetaré por ello, porque, aunque no me creas, tengo un mínimo sentido de la honorabilidad, y luego la pagaré para que ambos quedemos en paz.

Pestañeé, queriendo entender que esa promesa significaba que no haría nada que pudiera perjudicarme. Como respetar mi vida... y la de Eo.

Cuadré mis hombros, optando por no seguir presionando con ese tema que continuaba rondando dentro de mi cabeza e hice un gesto educado con la mano, indicándole que podía pasar al dormitorio para acomodarse sobre la cama. Cualquier sanador habría recomendado reposo absoluto para ese tipo de heridas.

—Deberías descansar —dije, utilizando un tono calmado; luego caí en la cuenta de algo que había pasado por alto—. ¿Has comido?

Darshan cruzó el umbral y se internó en mi habitación, dirigiendo sus lentos pasos hacia el colchón que había cerca de la única —y pequeña— ventana con la que contaba el dormitorio; contuve una mueca cuando escuché el sonido que emitió la cama cuando se dejó caer sobre ella como un fardo pesado.

—No es necesario tanto nivel de atención —dijo a modo de respuesta.

Me crucé de brazos sobre mi pecho.

—Estoy intentando ser una buena anfitriona para no ofender a los dioses —repliqué con frialdad—. ¿Has comido, sí o no?

Lo único que recibí por su parte fue silencio, demostrándome que tenía un carácter igual de terco que el mío. Apreté mis labios para no dejar escapar la sonrisa que culebreaba en ellos ante aquel inesperado descubrimiento que iba a utilizar en mi beneficio más adelante.

—Te traeré algo de comer —decidí y me alejé por el pasillo, dejando a propósito la puerta abierta para que pudiera escuchar cualquier sonido.

❈ ❈ ❈

Procuré que la precaria bandeja que había logrado encontrar no temblara entre mis manos y derramara todo lo que llevaba encima de ella. Jamás admitiría que había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para intentar comportarme con normalidad después de haber dejado a Darshan en mi dormitorio, haciendo los dioses sabían qué; me había refugiado de nuevo en la cocina y me había obligado a cocinar algo comestible para mi invitado.

Ni mi padre ni yo habíamos conseguido convertirnos en unos expertos con el paso del tiempo, pero habíamos logrado sobrevivir todos aquellos años sin envenenarnos a causa de la comida; tamborileé los dedos contra la madera, nerviosa. Las únicas personas que habían tenido el placer de probar mis habilidades culinarias se recogía en una reducida lista de pocos nombres: mi padre, Cassian y su familia.

Mis pasos se detuvieron al alcanzar el quicio de la puerta. No era capaz de oír un solo movimiento —ni siquiera el susurro de su respiración— en el interior, lo que empezó a hacer que el corazón me latiera más deprisa. No habría sido tan estúpido de tomarse en serio mi comentario de huir por la ventana, ¿verdad?

Aferré con más fuerza de la necesaria la bandeja que llevaba entre las manos y di una zancada para entrar en el dormitorio, quedándome momentáneamente aturdida por la visión que tenía ante mí y que no sabía si me provocaba ternura o alivio. Quizá las dos cosas.

Darshan había sucumbido al sueño y se encontraba acostado a lo largo de mi cama, vuelto hacia la puerta de la habitación. Parecía haber elegido esa posición para tener vigilada la única entrada —sin contar con la ventana— que daba acceso al dormitorio; ladeé la cabeza mientras me regodeaba en aquella extraña imagen. Le había visto inconsciente, era cierto, pero no tenía el mismo gesto que ahora: sus rasgos no estaban contraídos por la molestia que debía producirle la herida y su aspecto se había... dulcificado. Nada que ver con el muchacho hosco con el que me había topado cuando recuperó la consciencia y tuvimos que abandonar a toda prisa la casa del sanador.

Traté de que mis pisadas hicieran el mínimo ruido posible mientras me acercaba sigilosamente hacia la ventana, donde deposité con cuidado la bandeja antes de girarme para poder continuar con mi escrutinio sin que Darshan fuera consciente de lo más mínimo.

Mis ojos se clavaron de manera inconsciente en la zona de su nuca donde lucía el delator tatuaje que delataba su procedencia y de nuevo me asaltaron las dudas. Nunca nadie había logrado escapar de Vassar Bekhetaar; los rumores sobre los intentos de fuga —que habían ido descendiendo fracaso tras fracaso— llegaban hasta las calles de Ciudad Dorada. Parte de los nigromantes del Emperador se encontraban en aquel inhóspito lugar, terminando su formación; eran ellos los que se encargaban de poner fin a cualquier revuelta o intento de fuga.

Y los que estaban tan locos de intentarlo terminaban en una fosa común.

Excepto Darshan.

Me costaba mucho imaginar cómo habría logrado hacerlo, esquivando la mortal presencia de los nigromantes que estaban destinados en Vassar Bekhetaar para vigilar a los prisioneros y los que todavía tenían que continuar entrenando sus habilidades hasta volverse mortíferos como sus compañeros. Por no hacer mención de la herida —que no sabía en qué momento la había recibido— o la distancia que existía entre Vassar Bekhetaar y la ciudad.

Todo en aquel chico parecía ser un gran enigma y yo no estaba segura de querer desentrañarlo. El instinto me gritaba al oído que Darshan era peligroso, que no debía involucrarme más de lo necesario con él si quería salir ilesa; y no me estaba refiriendo a ningún asunto sentimental: sino a simple supervivencia.

Salí de la habitación en silencio y regresé a la sala. Coloqué la pila de cojines por el duro suelo para desplomarme sobre ellos para intentar algo de comodidad en aquel improvisado colchón que había formado. Iban a ser unas noches muy largas...

Un brusco aporreo en la puerta me sacó de golpe de mis sueños. La aventura del día anterior se había asentado en mis huesos, arrastrándome hasta un estado casi catatónico que se había alargado hasta la mañana siguiente; recordar que tenía a un fugado de Vassar Bekhetaar instalado en mi habitación hizo que terminara de despejarme y me levantara a toda prisa de mi improvisada cama para abalanzarme al pasillo.

En el camino casi arrollé a Darshan, que se arrastraba con lentitud, apoyándose en la pared para mantener el equilibrio. Parecía encontrarse demasiado alerta, con el ceño nuevamente fruncido y el aspecto de estar a punto de saltar como un resorte; algo se relajó en mi interior al ver que no había aprovechado mi sueño profundo para huir de allí.

El sonido de un puño chocando con brusquedad contra la puerta de entrada se repitió, haciéndome temer que la volcara por la fuerza.

Los ojos grises de Darshan se clavaron en mí con una expresión acusatoria, como si yo fuera la culpable de que alguien estuviera intentando echar la puerta abajo. Un escalofrío de temor me bajó por la espalda ante la posibilidad de que fueran los Sables de Hierro —o algo mucho peor: los nigromantes— quienes estuvieran esperando al otro lado.

—¡Métete en la habitación y no hagas ni un solo ruido! —le grité, empujándolo sin miramientos en el pecho para que retrocediera.

—No voy a tener ninguna oportunidad de huir en caso de que no sea una visita agradable —replicó Darshan, apoyando con firmeza la palma de su mano contra la pared.

En eso tenía que darle la razón.

—Tampoco es que tu estado te permita huir rápidamente —mascullé.

Conseguí arrastrarlo de regreso a la habitación y lanzarle una mirada de aviso antes de dar media vuelta para descubrir la identidad de la persona que se encontraba en el exterior, aporreando con rabia la puerta; derrapé antes de alcanzarla y traté de adecentar mi aspecto.

La puerta tembló una vez más antes de que consiguiera descorrer el cerrojo y me topara cara a cara con un iracundo Cassian. Intuí la presencia de Eo por encima de la línea de su tenso hombro y el corazón se me cayó a los pies; abrí la boca, pero no tuve oportunidad siquiera de saludar porque mi amigo me apartó de un empujón para entrar como una tromba al interior de mi casa. Eo me dedicó una mueca de disculpa antes de que yo echara a correr tras Cassian, con el único propósito de detenerlo para que no descubriera a Darshan en mi dormitorio.

—¡Cassian! —grité a su espalda, intentando llamar su atención.

Pero mi amigo estaba obcecado y ya doblaba el pasillo, a pocos metros de mi habitación.

—¡No puedes presentarte de ese modo aquí después de haberme ignorado todos estos días! —continué vociferando.

Mi acusación hizo que Cassian bajara el ritmo de su carrera y me lanzara una mirada molesta por encima del hombro. Eo estaba a mi espalda, a todas luces inquieta por lo que había provocado ella misma al irse de la lengua; ya me encargaría de ella más tarde, cuando mi amigo estuviera lejos de Darshan.

—¡Como des un paso más, Cassian Kléos...!

Pero él ya se encontraba en el interior del dormitorio.

* * *

Me gustaría hacer un avisito: la semana que viene me será imposible actualizar porque estaré de vacaciones y no tendré acceso a mis apreciados words (porque no me voy a llevar conmigo el ordenador xd)

POR ESO HOY HABRÁ DOBLE ACTUALIZACIÓN, UN HURRA BIEN GRANDE

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