❈ 06

Le odié un poco por tener razón.

No había dudado ni un segundo en enviar a la pobre chica cuyo padre me había acogido temporalmente para que fuera a buscarlo en un antro de mala muerte, seguro que le había interrumpido alguna importante reunión secreta o —horror de los horrores— le había fastidiado el plan con alguna chica con la que terminar la noche; Cassian había seguido a Vaali hasta mí para poder sacarme de aquel sitio, llevándome a una casa abandonada lo suficientemente alejada de palacio para encontrar una relativa seguridad entre sus paredes.

Quise rebatir sus palabras, pero no tenía un argumento sostenible. Además, no tenía ganas de que Cass utilizara aquello para burlarse de mí.

Tras unos instantes sentados en silencio, contemplando el fuego que Cassian había encendido para caldear el ambiente, mi amigo se levantó con un gruñido; le seguí con la mirada de manera inconsciente mientras Cassian se encargaba de buscar algo de comida en la habitación. Quizá tenía algo escondido por alguna parte, reservado para compartirlo con las chicas a las que traía allí para tener algo más de intimidad.

Pensé en la madre y la hermana de Cassian. La única familia que le quedaba.

Nunca me había hablado de su padre, como tampoco yo me había atrevido a preguntar porque suponía que se trataba de un tema espinoso.

—¿Silke y Eo no te echarán de menos si te quedas aquí? —le pregunté mientras Cass seguía con su búsqueda.

Al parecer, mis intenciones de intentar convencerlo para que regresara junto a la Resistencia se habían evaporado tras unos instantes de absoluta convicción.

—No es la primera vez que paso días fuera de casa —respondió con voz ahogada debido a que había introducido la mitad de su cuerpo en un viejo armario que había encontrado—. Supondrán que estoy en mitad de una importante misión.

Apoyé la cabeza sobre mi brazo, contemplando a mi amigo en silencio.

Nos habíamos conocido siendo niños. Vivían cerca de mi familia y su madre solía coincidir con la mía en el pilón donde todas las mujeres se reunían para hacer la colada; en una ocasión acompañé a mi madre al pilón para ayudar con la cantidad ingente de prendas de ropa que llevábamos —parte de ellas pertenecían a gente que había pagado a mi madre para que les hiciera ella la colada—. Por azar de los dioses, Silke había castigado a Cassian obligándole a que fuera con ella al pilón; el niño —recuerdo— tenía el rostro enfurruñado y se negaba en rotundo a obedecer a su madre, alegando que aquello era cosa de mujeres.

Sonreí al recordar la colleja que le propinó su madre al escucharle hablar de esa forma tan despectiva y machista. Tras aquel momento de absoluta humillación, Cassian tomó las prendas que le tendía su madre y se colocó lo más lejos posible de ella en el pilón; mi madre en aquel entonces me había dirigido una elocuente mirada y me había indicado con un gesto de barbilla que me acercara al niño que frotaba con fruición su propia ropa. Obedecí en silencio.

Él alzó unos segundos la mirada hacia mí antes de regresar a su tarea. A nuestro alrededor las mujeres no paraban de cotorrear sobre chismes que habían escuchado; Cassian no parecía encajar en aquel sitio y se le notaba sumamente incómodo; frotaba con fruición la prenda que tenía en las manos contra la piedra dentada. Yo me lo quedé mirando en silencio, sin saber qué decir.

«¿Qué haces mirándome así?», me espetó de malos modos. «¿Eres tan inútil que no sabes siquiera lavar? Qué decepción de mujer, así no conseguirás marido. Además de por tu color de pelo.»

Le tiré de cabeza al pilón después de escuchar su insulto.

—¿A qué viene esa sonrisa? —escuché que preguntaba Cassian.

Parpadeé para regresar al presente. Mi amigo me observaba con curiosidad mientras sostenía entre sus manos una simple barra de pan y otra botella de vino; me aparté el pelo hacia un lado mientras compartíamos una mirada, con Cassian alzando ambas cejas en un gesto elocuente.

—Estaba recordando cuándo nos conocimos —contesté.

Cassian estalló en carcajadas, arrancándome una sonrisa.

—Tengo una cicatriz en la sien que me ayuda a mantener vivo ese enternecedor recuerdo.

Ambos estábamos pensando en el momento en que yo le había empujado al pilón, después de que se metiera conmigo y mi pelo; se desplomó a mi lado del jergón que tendríamos que usar para dormir en aquel reducido espacio.

Cogí la barra de pan que me tendía Cass y empecé a cortarlo en partes para poder usarlo para los próximos días; era evidente que mi estancia en aquella casa abandonada iba a alargarse, al menos, un par de días. Escuché cómo mi amigo decidía pasar directamente a la bebida.

Le pasé un par de trozos de pan a Cassian mientras él me ofrecía como intercambio la botella de vino. Contemplé con una sonrisa divertida la cantidad que faltaba y luego observé cómo se metía en la boca uno de los trozos que le había pasado; dudé unos segundos antes de darle un sorbo a la botella.

—Mañana intentaré averiguar qué fue de Enu —escuché la promesa de mi amigo como si estuviéramos separados el uno del otro.

Me mordí el interior de la mejilla. Era posible que el Emperador no hubiera permitido que las chicas de Al-Rijl abandonaran el palacio, sometiéndolas a todas ellas a un exhaustivo interrogatorio; Enu también estaba marcada, como yo. No era posible que nadie supiera quién era en realidad.

El Emperador me había despachado después de asesinar a Melissa creyendo que yo era una prostituta más.

—Tenéis que sacarla de allí —dije.

Cassian suspiró.

—Sabes que llevará su tiempo —me recordó.

Enu y yo habíamos logrado evitar las partes más oscuras del oficio, pero aquella suerte podría haberse evaporado en cualquier momento. Ahora que mi compañera se encontraba sola en aquella enorme casa, no estaba segura de que pudiera seguir eludiendo por más tiempo lo inevitable.

Pero eran riesgos que habíamos aceptado implícitamente cuando nos habíamos ofrecido como voluntarias. Mi padre había estado a punto de echar espuma por la boca cuando me vio alzando el brazo; intentó hacer uso de su poder como líder, pero no pudo hacer nada contra sus compañeros.

Ni siquiera encontró apoyo en Theoren, uno de los perritos falderos más fieles de mi padre.

—Supongo que estás mentalizándote para cuando te encuentres con tu padre —elucubró mi amigo.

No iba a ser sencillo el reencuentro. Mi padre muy pronto estaría al tanto del fiasco que había resultado aquella incursión al palacio del Emperador, por no hablar de lo que había estado a punto de sucederme; siempre había tratado de mantenerme apartada de su vida como líder rebelde con intención de protegerme. Sin embargo, esa protección no siempre había funcionado.

Prueba de ello fue el asesinato de mi madre.

En aquel momento, cuando Silke me dio la noticia de que se habían llevado a mi madre y que vendrían seguramente a registrar mi casa para encontrar algo que pudiera inculparla, supe que no quería ser una simple espectadora. Exigí a mi padre que me permitiera tomar mis propias decisiones y que una de ellas sería formar parte de la rebelión.

Estaba ávida de venganza.

Era posible que hubiera pasado demasiado tiempo, pero la promesa que me había hecho a mí misma seguía estando fresca sobre mi mente.

Mataría a la asesina de mi madre.

Y ayudaría a que el Emperador siguiera sus mismos pasos.

Ese hombre no merecía el lugar que ocupaba. Estaba en su trono de oro porque se había creído un dios capaz de gobernar por todo el Imperio; no le había temblado el pulso al conspirar contra su propia familia, manchándose las manos de su sangre. De su propia sangre.

El Emperador era una criatura oscura y codiciosa que se alimentaba de poder. Le gustaba ver a su gente —a su pueblo— languidecer de hambre y pobreza mientras él y los suyos disfrutaban de una acomodada vida digna de dioses; la Resistencia era lo único que se interponía entre el Usurpador y la plenitud de su poder.

Mientras hubiera un solo rebelde en el Imperio, aún habría esperanza.

«No podemos permitirnos perder la esperanza», solía repetir mi madre.

No podíamos permitirnos perder la esperanza porque era nuestra última arma frente al Emperador. La energía que nos mantenía vivos y alimentaba nuestra revolución contra el Usurpador; si aquella vil criatura lograba aplastar nuestra esperanza, ¿qué más nos quedaría para continuar adelante?

Nada.

Los dioses no habían respondido a ni uno solo de nuestros ruegos, nos habían abandonado.

Nosotros seríamos nuestros propios dioses.

—Solamente tengo que humillarme un poco para que me perdone —le respondí a Cassian, que me dedicó una sonrisita; ambos sabíamos que aquello no sería, ni de lejos, suficiente.

—Será interesante verte de ese modo, Jem —se burló.

Le di un golpe con el hombro y luego le pasé la botella de vino. La ligera brisa que nos había acompañado en nuestra huida había subido de intensidad y podía oírse el viento chocando contra las ventanas fuertemente cerradas de la habitación; el frío conseguía colarse por debajo de las puertas, contrarrestando el calor que desprendía el fuego que había encendido Cassian para pasar la noche allí.

El silencio volvió a hacer acto de presencia, dándonos unos instantes para poder sumirnos en nuestros propios pensamientos. Mi traicionera mente regresó a la habitación donde aquel nigromante y yo nos habíamos escondido para que yo pudiera sustituir mis provocativas prendas de ropa por otras menos reveladoras; mi rostro se contrajo en una mueca al recordar cómo había tenido que desnudarme frente a aquel desconocido.

Sus ojos me habían contemplado con frialdad, demostrándome el poco interés que levantaba la visión de una chica desnudándose. El azul de sus ojos no se había oscurecido por el deseo, tampoco había permitido a su mirada bajar más allá de mi rostro; en aquellos instantes había creído que los nigromantes no eran capaz de sentir nada.

A pesar de la broma que había hecho aquel otro, después de que Perseo decidiera sacarme de palacio y fingir que sería él quien se encargaría de deshacerse de mí. La única chica que había sobrevivido a la furia del Emperador y no había tratado de escapar.

Cuando le había preguntado el motivo que le había empujado a ayudarme a escapar, su respuesta me había dejado desconcertada: «No me resulta nada agradable la idea de tener que deshacerme de tu cadáver». No había dudado un segundo en usar contra mí sus poderes, dejándome a su merced y haciéndome desear la muerte; había llegado a creer que me asesinaría a sangre fría después de mi osadía.

Pero no lo había hecho.

El sonido del cristal resonando contra las piedrecitas del suelo me sacó de mis pensamientos, devolviéndome a aquella habitación. Cassian se había terminado el vino y bostezaba abiertamente, estirándose como si fuera un gato; no le había preguntado sobre qué estaba haciendo aquella noche y él no me había presionado para que le fuera dando los detalles que le había ocultado sobre cómo había logrado huir del palacio del Emperador.

Podía imaginarme su reacción si supiera que me había ayudado un nigromante que se había apiadado de mí, creyendo que estaba liberando a una pobre prostituta de su oscuro futuro al lado de Al-Rijl.

—Me temo que tendremos que compartir jergón —comentó Cass.

Ambos miramos el viejo jergón que se encontraba frente a la chimenea. No era la primera vez que compartíamos cama, pues desde niños lo habíamos hecho; ni siquiera dejamos de hacerlo cuando empezamos a crecer y Cassian empezó a fijarse en las chicas. A mí nunca me había mirado de ese modo, lo que significaba que no le interesaría jamás.

Además, siempre me hacía partícipe de sus conquistas... y sus encuentros.

—¿Lado derecho? —me cercioré, pues Cassian siempre había escogido ese lado de la cama.

Mi amigo asintió.

—Lado derecho —confirmó.

Nos dirigimos cada uno a su lado del jergón y nos tumbamos. Cassian se colocó de costado y yo le imité, quedándonos cara a cara; el fuego del hogar se reflejaba sobre su piel tostada, haciéndola casi brillar. Sus ojos castaños parecían nublados, señal inequívoca de que había bebido más vino de la cuenta.

Me encantaba burlarme de Cassian cuando bebía demasiado.

—¿Cómo es posible que consiguieras hacer algo con alguna de tus chicas aquí? —le pregunté con una mueca—. Es diminuto...

Una sonrisa bobalicona se formó en el rostro de Cassian.

—Puedo hacerte una demostración —ofreció.

Puse los ojos en blanco ante su insinuación y me aovillé para tratar de ocupar el menor espacio posible, pudiendo entrar en calor más rápido.

Cassian acercó su cuerpo al mío y pude percibir el aroma a humo y alcohol que desprendía. Su brazo rodeó mi cintura con cuidado y observé cómo se colocaba sobre el duro jergón para ocultar su rostro en la curva de mi cuello.

Su aliento me hacía cosquillas.

—Sin ninguna expectativa más que entrar en calor —susurró.

Contuve una risa.

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