❈ 05
Sacudí la cabeza mientras terminaba por sonreír junto a él, golpeándolo en el hombro mientras Vaali permanecía en un segundo plano, observándonos a ambos con atención... u observando con demasiada atención a Cassian.
Di gracias a los dioses de que hubiera conseguido dar con la persona que buscaba, añadiendo a esa plegaria de agradecimiento la presencia de mi amigo allí. Cassian terminó por retirarse la capucha, pasándose una mano distraídamente por el cabello, consiguiendo que Vaali lo observara con más atención.
Pero Cass solamente tenía ojos para mí, estudiándome con su mirada de los pies a cabeza.
—La última noticia que teníamos de Enu y de ti es que os habían seleccionado para servir de entretenimiento en el palacio del Emperador —dijo entonces mi amigo, entrecerrando los ojos.
Eso significaba que aún no había trascendido lo sucedido dentro de la habitación del Emperador, el hecho de que alguien ajeno a Al-Rijl hubiera logrado colar a una espía para llevar a cabo un asesinato; seguramente todo el mundo dentro del palacio estaría siendo sometido a un riguroso procedimiento para intentar llegar al fondo de tan turbio asunto.
Enu no había tenido oportunidad de huir y yo... Yo lo había logrado gracias a un golpe de suerte. Gracias a un nigromante.
Alejé esos pensamientos de mi cabeza con brusquedad. Cassian seguía atento a mí, a la espera de que le explicara qué era lo que había sucedido que nos había obligado a Enu y a mí a separarnos.
—Ocurrió... algo —dije de manera evasiva.
Cassian desvió su mirada en dirección a Vaali, quien apartó la suya con pudor, enrojeciendo. Luego enarcó ambas cejas en un elocuente gesto que pretendía preguntarme si mi corta respuesta se debía a que no nos encontrábamos a solas; a pesar de que su padre y Vaali colaboraban con nosotros, como muchos otros dentro del Imperio, no nos queríamos arriesgar a proporcionarles información que pudieran ponernos en un grave compromiso.
Mi amigo asintió con un seco gesto afirmativo de cabeza.
—Nos vamos —decidió de golpe.
Vaali soltó un respingo y yo miré a Cassian, poniendo los ojos en blanco: le gustaba demasiado dar órdenes; estaba acostumbrado a ladrar órdenes.
—No podemos regresar —le contradije, refiriéndome explícitamente al núcleo de la Resistencia: las Cuevas del Desierto.
Cassian sacudió la cabeza ante mi sorpresa.
—Vendrás conmigo a un sitio seguro —repuso—. Mañana ya pensaremos qué hacer.
Vaali nos observaba a ambos con una expresión perdida, casi como si la idea de que nos marcháramos ambos le produjera una repentina tristeza. De todos modos, tenía que reconocer que Cassian tenía razón: ahora que habíamos logrado reunirnos, era una pérdida de tiempo y un abuso de su confianza quedarnos allí; el padre de Vaali seguramente se sentiría aliviado al descubrir que una potencial chica como yo —a todas luces perteneciente a un grupo que era buscado por todas las fuerzas del Imperio— se hubiera desvanecido de la noche a la mañana.
Más aún si el Emperador decidía lanzar a sus perros de presa en mi búsqueda... o en la búsqueda de las personas que enviaron a Melissa a aquella fiesta.
Me giré hacia la chica y le dediqué una sonrisa de agradecimiento. A mi lado, Cassian se quitó la capa con capucha que llevaba para tendérmela; mi aspecto podría levantar sospechas... y yo quería ocultar mi delatador cabello a toda costa.
—Lamento mucho la apresurada marcha —me disculpé ante Vaali, que seguía muda—. Pero no quiero causaros problemas. Mi compañero se encargará de mí.
Cassian pareció hinchar disimuladamente su pecho en señal de orgullo, tratando de impresionar a Vaali —que ya se encontraba lo suficientemente impresionada por su presencia—. Me coloqué la capa y subí la capucha, cuidando de esconder bien cada mechón de mi cabello con ella; Cassian se puso en movimiento, pasando junto a Vaali y deteniéndose para tomar la mano de la chica, besándola en el dorso en un gesto demasiado caballeroso.
Puse los ojos en blanco mientras tiraba de la capucha, saliendo en primer lugar por la ventana. A mi espalda escuché los murmullos de Cassian antes de oír sus pasos cerca de mí; aguardé hasta que se colocara a mi altura, dedicándole una burlona sonrisa que provocó que Cassian también pusiera los ojos en blanco.
—Tú diriges —le indiqué, haciendo un gesto con la mano.
Mi amigo me guiñó un ojo mientras me sobrepasaba para poder servirme de guía. Recorrimos en silencio el tejado, alejándonos de aquella zona; agradecí en silencio que Perseo me hubiera obligado a cambiarme de ropa, pues el haber llevado aquellas incómodas prendas me hubiera resultado un obstáculo para aquella carrera —además de convertirme en objeto de burla del propio Cassian—.
Saltamos de azotea en azotea, dirigiéndonos hacia el sector más humilde de la Ciudad Dorada, lo suficientemente lejos del palacio del Emperador para ayudar a que mis nervios fueran calmándose hasta que conseguí mantenerlos bajo control.
No dijimos ni una sola palabra mientras huíamos. Sin embargo, aquel silencio era un preludio para una conversación en la que tendría que informar a Cassian de hasta el más mínimo detalle, incluyendo cómo había logrado escapar.
Cassian alzó el brazo de golpe para frenarme cuando alcanzamos una azotea casi ruinosa. Observé nuestro alrededor, consciente de que el Mercado de Huesos estaba a unos metros de allí; mi acompañante se dirigió con paso tranquilo hacia la puerta de madera.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —le pregunté mientras me colocaba a su lado.
Vigilé a mi alrededor antes de retirar la capucha, liberando mi cabello pelirrojo frente a la brisa que parecía haberse despertado debido a las intempestivas horas que debían ser. Las mañanas en el Imperio resultaban ser calurosas; las noches, por el contrario, la temperatura caía en picado.
Cassian no tardó mucho en conseguir abrir la puerta, sin contestar a la pregunta que le había hecho.
—Cass —lo llamé con un tono de reproche.
Me miró por encima del hombro.
—Esta casa fue abandonada hace poco —me explicó, haciéndose a un lado para que pudiera pasar yo en primer lugar.
Le dediqué una mirada de intriga.
—El matrimonio que vivía aquí fue acusado de traición —reveló Cassian con tono monocorde—. Los perros del Emperador vinieron a buscarlos en mitad de la noche... A la mañana siguiente sus cuerpos aparecieron colgados en el patíbulo, aunque todo el mundo supo que era obra de los nigromantes.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza cuando Cassian los mencionó. Había podido comprobar en mis propias carnes hasta dónde alcanzaba el terrible don de los nigromantes; Perseo no había dudado ni un instante en manejarme a su antojo, demostrándome una pequeña parte de su crueldad. No quise imaginar lo que habrían tenido que sufrir las dos víctimas que habían sido acusadas y llevadas ante el mismísimo Emperador.
Seguí a mi amigo al interior de la casa abandonada. Aquel sitio contaba con una seguridad añadida debido a que allí nadie querría poner un pie: había sido estigmatizada después de que sus dueños hubieran sido acusados de ser traidores, de colaborar con las fuerzas que trataban de expulsar de su trono al Emperador. Nadie nos molestaría.
—Eran inocentes —escuché que hablaba Cassian, unos pasos por delante de mí en la penumbra—. Fue una acusación falsa.
El Imperio impartía su propia idea de justicia.
Era el propio Emperador quien se encargaba de escoger los castigos de los casos más graves que conseguían llegar a su instancia. Todo aquel que era acusado de traición, entre otros delitos, era requerido inmediatamente para que el Emperador pudiera llevar a cabo el proceso: enviaba a sus perros a buscar a las presas y luego se encargaba de someterlos a un duro interrogatorio; no hacía falta añadir que el Emperador siempre encontraba algún indicio y, por tanto, dictaba su sentencia.
El castigo por traición era la muerte.
Me quedé muda de la impresión. Era consciente de que la Resistencia era buscada inquisitivamente por todas las fuerzas del Emperador; debíamos tener cuidado con cada uno de nuestros pasos para evitar que alguien pudiera descubrirnos. Sin embargo, por mucho que tratáramos de protegernos, no siempre lográbamos cumplir con nuestro objetivo.
Habíamos sufrido bajas, y las seguiríamos sufriendo hasta que el Emperador estuviera muerto.
Hasta que su amenaza desapareciera de manera definitiva del Imperio.
El silencio se había instalado entre nosotros desde que Cassian había afirmado que la tiranía del Emperador seguía oprimiéndonos. Bajamos las escaleras hasta alcanzar la planta baja de la casa; trague saliva al toparme con tanto... orden; los perros de presa del tirano no solían crear mucho estropicio si no era necesario.
Me quité la capa con un suspiro mientras Cassian se encargaba de encender algunas velas y la chimenea que había al fondo de la habitación. Mi mirada recorrió la estancia con curiosidad, intentando averiguar más cosas de las personas que habían vivido allí.
Escuché el repiqueteo del cristal y pillé a mi amigo sosteniendo entre sus manos una botella casi vacía de vino.
—¿Estás seguro de que no habrá sorpresas desagradables si nos quedamos aquí? —quise cerciorarme, estudiando mi alrededor con ojo crítico.
Cassian soltó un suspiro mientras se desplomaba sobre el maltratado y viejo colchón cubierto de mantas que había cerca de la chimenea. Le observé darle un sorbo a la botella.
—Es totalmente seguro —me prometió.
Confiaba en mi amigo, pero no podía evitar sentirme inquieta esa noche después de lo que había sucedido. Cassian aún no había empezado el interrogatorio, pero sospechaba que se encontraba cerca; la última noticia que les había llegado sobre Enu y yo nos situaba a ambas siendo seleccionadas como parte de la numerosa comitiva que iba a encargarse de la diversión del Emperador y sus invitados.
—¿Cómo puedes saberlo? —insistí.
Cassian se llevó por segunda vez la botella a los labios, dándole en esta ocasión un trago mucho más largo, como si quisiera alargar su tiempo antes de darme una respuesta. Me crucé de brazos, contemplándole con una expresión molesta.
—Digamos que he estado dándole cierto uso y que no ha sucedido nada —respondió con cautela.
El enfado empezó a crecer en mi interior al creer entender lo que había sucedido entre esas cuatro paredes. Miré a mi amigo y contemplé cómo seguía dándole buena cuenta al vino que quedaba en la botella; luego desvié la mirada hacia el resto de la estancia, en este caso para encontrar alguna pista que pudiera incriminar a Cassian sobre lo que había estado haciendo allí a escondidas.
Crucé la distancia que nos separaba para poder quitarle de un manotazo la botella de vino, ganándome una mirada desconcertada por parte de mi amigo. Mantuve el vino lejos de su alcance mientras escuchaba a Cassian mascullar en voz inaudible.
—¿Has estado utilizando esta casa como tu picadero personal? —le espeté de malos modos.
Él desvió la mirada con aire culpable, cesando sus intentos de intentar alcanzar la botella que le había robado para captar toda su atención.
—Quizá una... puede que en dos ocasiones —contestó y a mí se me escapó un jadeo de impresión; Cassian giró el rostro para lanzarme una mirada molesta—. Pero no deberíamos estar hablando de esto, Jem. ¿Qué ha sucedido?
Su impertinente cambio de tema —a todas luces para esquivar mi bronca por su poca falta de decoro y respeto—, con aquel tono autoritario que no admitía réplica alguna, me dejó noqueada unos segundos, permitiendo a mi cabeza revivir cada segundo de lo que había sucedido en el palacio.
Tuve que reunir algo de valor dándole un pequeño sorbo a la botella, intentando humedecer mi garganta para poder arrancar a hablar. Cassian me observaba con el ceño fruncido, impaciente por conocer todos los detalles.
—Logramos llegar sin problemas al palacio del Emperador —empecé a contarle, dando vueltas a la botella entre mis manos—. Nos bajaron del carro como si fuésemos simple ganado, animales... Allí nos esperaba un pequeño destacamento de soldados del Emperador para someternos a un registro para comprobar que nos encontrábamos limpias, que no llevábamos con nosotras algo que pudiera resultar peligroso.
»Después del registro nos condujeron por una serie de pasadizos hasta el salón donde el Emperador estaba dando la fiesta —decidí saltarme los detalles sobre algunas cosas que habían sucedido en aquel fastuoso salón, como el baile y cómo aquel noble se había puesto tan violento tras mi negativa; cogí aire—. Al-Rijl le ofreció amablemente que eligiera a las chicas que quisiera para poder continuar con un encuentro mucho más... privado.
Las manos empezaron a temblarme cuando los recuerdos de lo que sucedió después de que aquel nigromante interviniera para salvarme de las garras de aquel noble borracho, alegando que el Emperador me había elegido como parte de un entretenimiento en privado.
—Yo fui una de las escogidas —continué hablando, aferrando con más fuerza la botella—. Se me condujo hasta una habitación recóndita donde el Emperador mantenía sus encuentros en secreto; un par de nigromantes se encargaron de registrarme de nuevo antes de cederme el paso, encontrándome allí con otras dos chicas...
Los dedos se me quedaron agarrotados conforme las imágenes desfilaban por mi cabeza, retorciendo mi estómago y provocándome náuseas. Cassian contenía el aliento mientras escuchaba, inmóvil a mi lado; sabía que estaba impresionado por aquel giro imprevisto en los planes que se nos habían transmitido a Enu y a mí.
—El Emperador me dejó para el final —conseguí decir tras unos segundos de duda—. Ordenó a las otras dos que subieran a la cama y allí... allí... Una de las chicas —Melissa, pero no fui capaz de pronunciar su nombre— no tenía la marca y él se dio cuenta, Cass; a pesar de tener tanta seguridad, esa chica logró colarse y pasar por delante incluso de los nigromantes. Pero el Emperador la descubrió y la mató.
Mi rostro se contrajo en una mueca al rememorar cómo la asfixió con sus propias manos mientras la otra chica sollozaba en una esquina de la cama, incapaz de moverse debido al pavor de contemplar la escena.
Cassian dejó escapar un insulto por lo bajo.
—Después ordenó que se nos llevaran de la habitación y que limpiar todo —finalicé.
Bajé la mirada mientras le daba otro trago a lo que quedaba de vino. El sabor me supo amargo, casi a bilis, recordando la amenaza que había proferido el Emperador mientras nos sacaban de allí; de no haber sido por la milagrosa intervención de Perseo, era muy probable que hubiera terminado como ellas dos.
Muerta.
Vacié de manera inconsciente la botella y la dejé caer al suelo. Cassian se movió con cautela, rodeándome los hombros con su brazo y obligándome a que le mirara; sus ojos castaños estaban cargados de preocupación y pena. Para mi consuelo me dije que había conseguido mantener el control y que no había derramado ni una sola lágrima.
—Tuve que escapar —susurré, permitiéndole que me abrazara—. No podía regresar a buscar a Enu... No me quedaba otra opción; alguien había enviado a esa chica para asesinar al Emperador, Cass. Y resultó tan sencillo como chasquear los dedos, nada que ver con nuestro plan para recabar información.
Habíamos tardado meses en conseguir aquel plan. Luego, habíamos tardado aún más tiempo en ponerlo en práctica; por eso mismo Enu y yo habíamos sido enviadas como mercancía al burdel de Al-Rijl para que el hombre decidiera comprarnos para añadirnos a su cuantioso harén de mujeres.
Las pocas semanas que pasamos en aquel burdel tuvimos que hacer verdaderos malabares para esquivar algunos servicios, aunque eso no impidió que aquella maldita sanguijuela no nos pusiera a servir bebidas a sus clientes, permitiéndoles que se tomaran algunas libertades con nosotras.
Fue duro convivir allí, ser testigo de las vidas que llevaban algunas chicas de nuestra edad o más jóvenes, incluso. Tanto Enu como yo tuvimos que contenernos en multitud de ocasiones para no ponernos al descubierto frente al propio Al-Rijl.
—Gracias a Zosime que estás a salvo —masculló Cassian junto a mi oído.
No pude contener una maldita sonrisa. Zosime era la diosa que representaba la esencia —la vida— y, por antonomasia, la diosa a la que debían venerar los nigromantes; el propio Emperador había ordenado poco después de hacerse con el poder que clausuraran todos los templos dedicados a Zosime, además de un par de decretar un par de leyes que pretendían suprimir a la quinta de nuestros dioses.
A Cassian le gustaba blasfemar o recurrir a la Diosa Prohibida, como una pequeña rebelión frente a la tiranía del Usurpador.
Se hizo el silencio entre ambos.
—Nos quedaremos aquí un par de días —sentenció entonces Cassian.
Me separé de él para mirarlo fijamente.
—¿Quedarnos? —repetí.
Cassian era valioso para la resistencia. Formaba parte de las altas esferas de la organización a pesar de su juventud y su ausencia llamaría notablemente la atención; además, eso podría llegar a preocupar a su madre y a Eo, su hermana menor. Agradecía que me permitiera quedarme en aquel... sitio durante unos días, los suficientes para que lo sucedido en palacio se convirtiera en rumores dentro de las calles de la ciudad, pero el sitio de mi amigo no debía estar a mi lado.
Él tenía sus propias responsabilidades, como yo las mías.
—No puedo permitir que te quedes aquí sola... incomunicada —se justificó—. Este sitio no está preparado para esto y necesitarás que alguien te traiga provisiones e información sobre lo que sucede allí afuera hasta que estemos seguros de que puedas regresar, Jem.
Contemplé a mi amigo en silencio, dudando.
—Cass, la Resistencia te necesita.
—Al igual que tú me necesitas en estos momentos.
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