paciencia
Sorrento estuvo en el hospital al menos una semana. No iba a recuperarse fácilmente, pero con constancia podría volver a ser físicamente similar a quien era antes.
El problema eran sus pensamientos. Estaba avergonzado de su estado, y todos los traumas vividos no dejaban de atormentarlo. La vida que había tenido antes parecía un sueño lejano, haber visto a Kanon le hacía pensar que tal vez había sido real, pero no sabía con certeza si podría volver a tener ganas de vivir.
Kanon estuvo alerta todo el tiempo. Pidió que se le permitiera cuidar a Sorrento, y no había duda de que renunciaría apenas dejara de sentir el peligro habitual en una situación como aquella.
Sorrento no quería verlo. Se tapaba la cara cada vez que la enfermera preguntaba si podía ingresar, lo cual hacía que Kanon se sintiera aún más triste de ni siquiera poder tomar su mano y hacerle sentir que no se encontraba solo. Sin embargo, aquel día Sorrento no tenía opción, ya que le daban el alta médica y debía volver a su hogar junto a Kanon, así que el peliazul se armó de valor y entró a la habitación con ropa limpia y una sonrisa de oreja a oreja, fingiendo todo el optimismo que podía.
- Buenos días, Sorrento. Tranquilo, no te estoy mirando. Mira, traje ropa limpia... - dijo sentándose en el borde de la cama mirando sus manos - no le digas a nadie, traje unos chocolates... No me dejan entrarlos, pero ya estás de alta y supongo que puedes comer algunos.
- ¿Por qué haces esto?
- ¿Qué?
- Esto.
- ¿Quieres uno...? - dijo sacando uno y dejándolos al alcance de Sorrento. - están deliciosos. Me comí unos en el camino, no pude resistir - dijo sonriendo. Sus manos temblaban un poco del nerviosismo. Sorrento pudo darse cuenta y por cortesía tomó uno y le dió un mordisco. Se sintió como el cielo, no había probado algo tan delicioso en mucho tiempo.
- Muchas gracias, Kanon.
Kanon cerró sus ojos al escuchar su nombre saliendo de los labios de aquel hombre a quien tanto amaba. No pudo evitar sentir cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.
- Tengo... Tengo un montón de comida deliciosa en casa. Bueno, te dejo que te cambies de ropa, te espero afuera. Avísame cuando estés listo, por favor... - dijo levantándose, dispuesto a abandonar aquella sala.
- No te vayas. - dijo Sorrento tocando su mano. Kanon no pudo evitar encontrar su mirada con la de su amado, acto seguido, miró hacia otro lado pensando que se había equivocado.
- No... Si no quieres, no me iré... Me sentaré por acá. Voy a... Permiso, están... Sacaré otro... Están muy ricos - dijo sacando otro chocolate de la caja, tiritando y tartamudeando de nervio.
Sorrento se cambió de ropa viendo cómo su cuerpo se encontraba débil y delgado. Deseaba volver a ser el hombre de antes, le daba vergüenza que Kanon lo viera así y pánico que le abandonara por estar tan demacrado. Lo que no entendía era que Kanon sólo quería abrazarlo muy fuerte, estuvo durante meses pensando que incluso podía estar muerto.
Kanon lo miró cuando terminó de vestirse. Se acercó lentamente a él y, quedando a escasos centímetros de su cuerpo, acomodó el gorro del polerón que acababa de ponerse. Sorrento pudo mirar de cerca aquel hermoso rostro, e incluso pudo percatarse del exquisito aroma achocolatado de su boca. Kanon no quería mirarlo directamente, y podía sentir cómo su cuerpo temblaba de nervios al pensar en dar un solo paso en falso.
Caminaron por los pasillos, firmaron algunos papeles para el alta, y Kanon lo encaminó en el estacionamiento hacia su moto.
- Ya sabes, nuestro refugio tiene una sola manera de poder llegar a él... - dijo pasándole un casco a Sorrento - esta vez, yo manejo. ¿Crees que puedas afirmarte bien?
- Sí.
- Vamos entonces... - dijo poniéndose su casco. Sorrento podía ver cómo el pelo cian escapaba por abajo y recorría los músculos bien dibujados de aquel inmenso hombre.
Se subió detrás de él, y con toda la fuerza que tenían sus brazos en aquel momento, se agarró bien de la moto. Era tan imponente el cuerpo de Kanon, su espalda ancha y aquel pantalón que dejaba entrever su redondo trasero. Sorrento sentía cómo volvía a sentirse atraído y alejado de los malos pensamientos gracias a la compañía de aquel hombre.
Fue un viaje placentero. Kanon condujo como nunca lo hacía: lento y seguro. Llegaron a casa luego de cuarenta minutos, Sorrento se quedó en aquella habitación donde solía dormir. La cama era muy cómoda y estaba invadida del olor de aquel hombre, lo cual lo hacía sentir como en un sueño. Las sábanas suaves se deslizaban por su piel áspera... Y así, durmió durante muchas horas. Despertó con el olor de la comida que había cocinado Kanon, el cual trajo en una bandeja hasta la misma cama. Evitaba incluso mirarlo, pero seguía atendiéndolo con esmero y amor.
En el baño, logró afeitarse y untarse cremas luego de un largo y reconfortante baño. Su cuerpo se sentía bien luego de mucho tiempo, todas las sensaciones le producían mucho alivio.
Volvió a acostarse. Llegó la noche y Kanon se acercó para despedirse, informándole que dormiría en el sofá. Sorrento no dijo nada, no se sentía en condiciones de refutar. Kanon se acercó y besó la frente de Sorrento. Cerró muy fuerte sus ojos, deseando hacer mucho más que solo eso, pero se contuvo para no invadir el espacio que Sorrento necesitaba para recuperarse.
- Te amo con toda mi alma. No sabes lo feliz que estoy de tenerte acá de nuevo - dijo apoyando su frente en la de su amado - buenas noches, Sorrento.
Se levantó y se fue. Sorrento se quedó mirando la puerta por donde Kanon había desaparecido, pensando en aquellas palabras. ¿Lo amaba? Sí, siempre pensó en el amor de Kanon. En los días más difíciles de su vida siempre pensó en él, era lo único que lo mantenía con ganas de seguir creyendo en su propio existir.
- ¡Kanon!
Kanon apareció por la puerta, mirando el piso. No lograba mirarlo a la cara para no causarle vergüenza nuevamente.
- Dime.
- No... no te vayas.
Kanon levantó su mirada. Sus ojos derramaban lágrima tras lágrima. Caminó hacia Sorrento y se paró frente a él.
- Necesito mirarte, ¿Puedo? - dijo con sus brazos apoyados en su cintura.
- Sí - respondió sonriendo Sorrento. Le parecía muy tierno el nerviosismo de Kanon, quien lo miró directamente a los ojos tras meses sin realmente haberse encontrado. Ambos sintieron cómo sus estómagos se poblaban de un exquisito calambre. Tan solo mirarse era tanto para los dos...
- ¿Quieres que me quede?
- Sí. Duerme conmigo, por favor.
- ¿Estás seguro?
- Sí. No quiero estar solo.
Kanon se dió la vuelta, abrió las frazadas con sus manos temblorosas y se recostó a su lado.
- Buenas noches, Sorrento.
- Kanon...
- Dime - dijo sin romper su postura rígida, estaba temblando aún.
- ¿Puedo pedirte algo?
- Lo que sea. - decía mirándolo. No podía dejar de hacerlo.
- Necesito un abrazo.
Kanon sintió cómo su alma se devolvía a su cuerpo en un segundo, lo cual le provocó un sonoro suspiro. Se dió media vuelta - aún temblando - y envolvió a Sorrento entre sus brazos. Besó su frente, sintió su aroma nuevamente, se percató de su corazón palpitando a toda velocidad.
- Creí que no querrías que te abrazara nunca más. - dijo intentando disimular sus sollozos.
- Kanon... - dijo rompiendo en llanto.
- Ven acá - dijo levantando la cara de su amado - mírame, Sorrento. Te amo. - tomó con su mano el mentón de Sorrento y depositó en sus labios el beso más dulce que jamás le había dado. - te amo tanto... - susurró dándole otro beso, algo más intenso que el anterior - no puedo creer que estás acá - decía casi sin aire en su aliento - no puedo creerlo, estás acá... - sus manos recorrían el pelo rizado - te amo tanto, te extrañé cada día - susurraba besando cada centímetro de piel de su amado.
Sorrento no podía creer lo que estaba sintiendo. Cada caricia era correcta, cada toque era sublime. Los aromas lo invadían, cada roce le hacía sentir en el cielo.
- Yo te extrañé cada momento. Llegué a pensar que todo había sido un sueño y que moriría sin volver a sentirte nuevamente.
Kanon le abrazó más fuerte.
- Yo sentí lo mismo. No sabes lo feliz y agradecido de que estemos juntos de nuevo.
- No pensé que volvería a estar acá.
El peliazul volvió a besarlo y no soltó su abrazo en ningún momento de aquella noche. Sorrento pudo conciliar el sueño rápidamente porque Kanon no dejó ni por un instante de acariciar su cabello hasta cerciorarse de que él estaba profundamente dormido entre sus brazos.
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