Capítulo único
Le decían "El tortuga". Nunca entendí el por qué de ese apodo, él tampoco.
No era un tipo extremedamente atractivo, más bien era bastante normal. Apenas un poco más alto que yo, calculo que 1,72, por ahí, solo que un poco más macizo de cuerpo. Ojos pardos, tirando a miel, pelo castaño oscuro, siempre revuelto, y la piel canela. Siempre lucía descuidado, por su personalidad estaba implícito que no le prestaba demasiada atención a su aspecto. Eso era de putos, decía él. Era tosco, ordinario y básico. Un machito promedio.
Casi siempre paraba en el bloque donde yo vivía. Teníamos algunos amigos en común, por eso nos conocíamos. Se quedaba un rato conversando con nosotros y después se iba caminando despacio para su casa, con las manos en los bolsillos del canguro marrón con el que casi siempre andaba.
En sí no me caía del todo mal, pero él siempre se metía conmigo desde que supo que yo era homosexual. Se enteró por los comentarios de mis amigos, y a su vez, ellos se enteraron por los rumores del barrio. No era que yo pretendiera esconderlo, simplemente prefería reservar mi vida privada solo para mí. El tema es que al tortuga le parecía divertido meterse conmigo, y últimamente había agarrado la costumbre de ponerme apodos para tratar de ser chistoso frente a los demás. Mis amigos solo se reían, quizás porque ninguno se animaba a pararle el carro, o quizás solo para seguirle la corriente.
Esa tarde escuché el chiflido característico que usaban mis amigos para llamarme, y las piedritas rebotando en mi ventana. Ya era tarde y mis viejos se habían acostado a dormir, así que salí rápido de mi casa para evitar que se despertaran.
Cuando llegué al descanso de las escaleras, el único que estaba era el tortuga.
—¿Qué hacé', putito?
Levanté la ceja, un poco sorprendido. Nosotros no éramos amigos, así que no entendía por qué me había llamado.
—¿Y los gurises? —Pregunté, sentándome en el primer escalón, él estaba en el tercero, con la espalda apoyada en la pared, y las manos en los bolsillos del canguro.
—Yo qué sé, se pusieron la gorra cuando los llamé pa' salir. Terribles giles son.
—Bueno, ya es tarde, capaz fue por eso.
—Andá, si siempre salen a esta hora. Se cortaron el rostro na' má'. ¿Y vos qué hacés, mariposa?
Resoplé. La verdad yo tampoco le había dicho nada desde que empezó a ponerme apodos. No le tenía miedo, simplemente no quería caer en la rosca porque si yo le decía algo, él iba a saber que me molestaba y lo iba a hacer peor.
—Me estaba por acostar, como los gurises no me dijeron de hacer nada hoy.
—Da'. vos también sos terrible ortiva, ¿eh?
—¿Y qué querés que haga? No sabía que vos estabas acá.
Me contuve echarle en cara que ni siquiera éramos amigos porque iba a sonar muy grosero.
—Yo siempre estoy acá, putito, vos lo re sabés. Te pensás que no te vi mirándome por la ventana.
Hice una mueca. Ese comentario fue muy típico de hetero básico que cree que todos los homosexuales estamos atrás de ellos, pero obviamente, discutir sobre eso con el tortuga era demasiado profundo.
—No te persigas, a veces miro si están los gurises, no es porque vos estés acá.
—Andá, si te re cabe —contestó, luego soltó una carcajada.
—Bueh. —Me levanté y me sacudí los pantalones. Ciertamente no tenía por qué bancarme que un idiota se estuviera metiendo conmigo gratuitamente para satisfacer su aburrimiento—. Me voy para mi casa.
—Pará, gil, vení, ¿te quemaste por lo que te dije? Te estaba jodiendo, mariposa.
—¿Vos ves que a mí me resulte gracioso? —respondí con la mandíbula tensa.
—Nah, qué se yo, pero lo hago pa joderte, no pa que te quemes la cabeza. Si todo el mundo sabe que sos puto.
—¿Y qué mierda tiene que ver que todo el mundo lo sepa? Sos el único pelotudo que se mete conmigo por eso. Aguantá, qué soy, ¿tu payaso?
Él se puso serio de golpe. No supe deducir si fue porque realmente le cayó la ficha por lo que le dije, o simplemente estaba pensando en alguna otra estupidez para decirme.
—Bueno, mariposa, disculpá, no sabía que te molestaba. Lo hacía por joder nomás.
—Tengo nombre, ¿sabés? No soy ni mariposa, ni culo roto, ni putito, ni nada referente a mi sexualidad.
Reprimió una sonrisa.
—Bueh, estás sensible hoy, ¿eh? Yo qué sé cómo te llamás. Aparte vos me vivís diciendo tortuga.
—Porque todo el mundo te dice tortuga, boludo. ¿Te molesta?
—Nah, a mí me chupa un huevo lo que me digan.
—¿Y entonces? Si te chupa un huevo no metas eso como excusa y después te contradigas. A vos te chupa un huevo, pero a mí no. Me gusta que me llamen por mi nombre. Me llamo Jael.
—Bueh, Jael —repitió en tono burlesco, y eso consiguió que me enojara más.
—Me voy.
—No, aguantá, gil.
—¿Para qué querés que me quede?
—Porque estoy aburrido y no tengo ganas de irme pa mi casa. Me peleé con mis viejos.
Solté un suspiro pesado. Él casi siempre daba a entender que no tenía muy buena relación con sus padres porque "lo querían mandar a hacer cosas que él no quería". Era el típico pibe que abandonó el liceo en primer año y se dedicó a hacer changas para conseguir unos mangos. Probablemente sus padres lo querían mandar a estudiar, o a trabajar en algo que le diera ingresos fijos, pero él era un bohemio que prefería quedarse sentado en las escaleras de mi bloque hasta las tres o cuatro de la mañana, y después dormir hasta las tres de la tarde. Un pibe sin futuro, diría mi vieja, y tenía razón.
Me volví a sentar en el primer escalón, con el hombro recostado en la pared. Él se pasó al segundo.
—¿Qué onda con tus viejos?
—Nah, son terribles ladillas. Quieren que arranque el liceo y no hay nadie con hacer primer año otra vez. Mi viejo me dijo que si no hago algo me va a echar de mi casa. Que me eche —dijo, encogiéndose de hombros, como si todavía estuviera discutiendo con su padre—. Me iré a dormir abajo de un puente.
—¿No es más fácil que lo intentes de nuevo? Por lo menos terminar el ciclo básico. Hay programas nocturnos que te dejan hacer los tres años en uno, está bueno eso. Ahorrás pila de tiempo y después tenés salida laboral. Mirá que sin estudios no te toman en ningún lado.
—Qué no, en la constru —contestó.
—Sí, bueno, pero ¿querés trabajar en la construcción toda tu vida?
Volvió a encogerse de hombros.
—Cuando era más chico quería ser veterinario. Cualquiera. —Se rio. Pude ver que, a pesar de que su aspecto dejaba mucho que desear, tenía una sonrisa impecable.
—¿Cualquiera por qué? Está bien.
—Nah, qué paja. Tenés que estudiar una banda y yo no estoy pa esa.
—Estás desperdiciando tu tiempo sentado acá todos los días.
Levantó la vista para mirarme y yo pensé que me iba a decir un disparate, pero de nuevo, sonrió.
—Estás re mamá, eh, marip... —se frenó a sí mismo antes de terminar la frase.
Yo me reí, e hice un gesto negativo con la cabeza.
Era la primera vez que teníamos una charla "profunda" con él. Jamás esperé que tuviese alguna aspiración que tuviera que ver con estudios, pero el mundo estaba lleno de sorpresas.
—¿Vos cómo te llamás? —pregunté de forma repentina al percatarme de que yo tampoco sabía su nombre.
—Esteban —contestó.
—Bueh, te voy a empezar a decir Esteban a partir de ahora para ver si te acostumbrás a llamarme por mi nombre.
Me miró con una sonrisa cínica en la cara, y yo le devolví el gesto, con toda la intención de desafiarlo.
—¿Te hacés el gil conmigo? —me dijo, y me agarró de la muñeca.
—Soltame —ordené, riéndome—. Capaz y te terminás contagiando.
Él chasqueó la lengua y tiró de mi brazo. Hasta el momento nunca habíamos tenido contacto físico, así que no sabía la fuerza que tenía hasta que sentí el tirón en mi hombro. Creo que él tampoco era consciente de que era un armatoste en comparación conmigo a pesar de que no teníamos mucha diferencia de altura. Quedé prácticamente tirado encima de él.
—¿Ves que sos terrible marica? Apenas te toqué y casi volás por las escaleras.
Traté de incorporarme, enojado. Siempre lo veía jugar de mano con mis amigos y era bruto. Él seguía sosteniéndome de la muñeca para que yo no me levantara, y mientras tanto, se cagaba de risa por mi falta de fuerza.
—Soltame, boludo, en serio —dije ya en un tono más molesto.
En lugar de hacerme caso, se levantó del escalón y tiró de mi muñeca. Prácticamente me arrastró hasta la planta media, que siempre solía estar demasiado oscura, y más a esa hora. Debo admitir que por un momento sentí muchísimo miedo. Nunca sabía qué podía estar pasándole por la cabeza, pero él era así, explosivo, efervescente al punto de que estaba todo bien hasta que estaba todo mal.
—¿Qué hacés, boludo? Pará.
Sentí que suavizó el agarre de mi muñeca. Me puso contra la pared y volví a escuchar su voz, más suave.
—Bajá la voz que vas a despertar a todo el mundo, gil.
Yo estaba tan descolocado que ni siquiera supe cómo carajo reaccionar. Sentí su aliento sobre mi boca. Olía como a mermelada, o a chicle de frutilla, no supe bien cuál de las dos cosas. Me soltó la muñeca y colocó ambas manos a los costados de mi cintura, como si quisiera frenarme para que no me fuera. Luego, su boca atrapó la mía en un beso ávido, un poco furioso. Nunca en mi vida me habían besado así. Me costó entender lo que estaba pasando, y cuando caí en cuenta de que el tortuga me estaba comiendo la boca, algo hizo clic en mi cabeza. Probablemente ese era el problema, por eso me ponía tantos apodos y siempre buscaba hacerme quedar en ridículo. Yo era el reflejo de lo que él quería ser, pero sus propios prejuicios no se lo permitían.
Sus manos se deslizaron desde la pared hasta mi cintura. Me estaba tratando como si yo fuera una mujer; era todo lo que conocía. Nos seguimos besando por un rato largo, hasta que, en un momento, se separó de mí de forma brusca.
—Me voy.
Se puso las manos en los bolsillos y empezó a bajar las escaleras. Yo seguía en blanco. Seguí su espalda hasta la planta baja, esperando alguna explicación. En el fondo sabía que él no iba a dármela porque probablemente ni él mismo la tenía.
—Che... ¿Qué onda contigo? —Me paré en el último escalón, esperando una respuesta.
—¿De qué?
—Boludo... Me acabás de comer la boca de onda.
Dio dos zancadas me agarró la cara con el índice y el pulgar. Me apoyó nuevamente contra la pared y cuando sentí su aliento otra vez haciéndome cosquillas en la boca, se me erizó todo el cuerpo.
—Boh, escuchá lo que te voy a decir —me dijo en tono amenazante—, vos, shito, ¿entendiste? Le llegás a decir a alguien de esto y se quema todo.
Levanté una ceja, completamente confundido.
—¿Por qué tendría que decirle a alguien? ¿Tenés miedo de que se enteren y te empiecen a decir lo que vos me decís a mí?
—Yo no le tengo miedo a nadie.
De repente se había puesto feroz, quizás porque sintió la amenaza de quedar al descubierto.
—¿Entonces qué onda? —pregunté. Me estaba haciendo el canchero a pesar de que me tenía completamente acorralado contra la pared, y me apretaba con su cuerpo para que no me fuera.
—Entonces nada —contestó—. Yo no soy puto, ¿entendiste? Esto pintó porque pintó y ya está, pero yo no me como ninguna.
Me contuve de decirle que lo que me estaba diciendo era una completa incoherencia. No quería que toda esa situación terminara convirtiéndose en algo violento porque sabía que él era muy explosivo.
—Está bien, tranquilo, Superman. No pensaba contarle a nadie igual. Yo no soy alcahuete.
Creo que mi respuesta le dio la tranquilidad que estaba buscando.
Cuando me soltó, yo me arreglé la ropa. Toda la situación me resultaba sencillamente hilarante.
—Me voy —repitió escondiéndose las manos en los bolsillos.
Después de ese encuentro, el tortuga dejó de ponerme apodos. Empezamos a llevarnos mejor, incluso lo invité a casa unas cuántas veces, para que mis viejos lo conocieran y dejaran de llamarlo "el vagabundo". Dos por tres, cuando la madrugada lo agarraba solitario y aburrido, me chiflaba para que saliera y me esperaba en la planta media del bloque, donde la oscuridad le daba carta blanca para desahogar sus frustraciones por ocultar algo que él mismo repudiaba. Me besaba con ganas, con ansias, pero sus besos dejaban un regusto amargo al final, porque él sabía que su vida se basaba en apariencias.
Así estuvimos por unos cuántos meses, hasta que, en un momento, no apareció más. Supuse que se había aburrido de jugar a las escondidas consigo mismo, pero con el tiempo me enteré de que los padres lo habían echado de la casa, y que estaba viviendo en lo de un amigo. Nunca intercambiamos números de teléfono, aquello fue así, fugaz, intermitente, inconsistente como él mismo. Pero supongo que, a pesar de todo, ambos aprendimos algo del otro. Él aprendió que esconderse a la larga te cansa, que no hay que vivir la vida que los demás quieren y que sin estudios va a vivir de la limosna de los demás. Yo... Yo aprendí no es un mito eso que dicen que casi todos los homofóbicos terminan siendo unos reprimidos. El tortuga fue el ejemplo perfecto.
. . .
¡Buenas!
Este es un relato que tenía en la cabeza desde hace bastante tiempo. Ayer terminé de concretar los detalles así que por acá se los dejo. Utilicé lenguaje muy coloquial, muy uruguayo y un tanto vulgar. Mis lectores argentinos tal vez entiendan varios términos, pero si tienen dudas, por acá abajo les dejo los significados:
Ponerse la gorra, "ortiva" y "cortarse el rostro" básicamente significan lo mismo. Hace referencia a cuando alguien no quiere hacerte un favor, o no hace lo que le pedís. Es como decir "¡qué malo!"
"Gil" es como decir tonto, bobo, etc.
"No hay nadie" es algo así como "ni hablar, ni ahí hago tal cosa".
No sé si hay algo más que sea difícil de entender, pero cualquier cosa pueden preguntarme en los comentarios :D ¡Espero disfruten de esta lectura!
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