Capítulo 4
"¡Mientes!" –gritó el hombre mientras balanceaba el puño hacia el muchacho asustado.
Hamil tropezó y cayó al suelo, cubriéndose la boca cuando empezó a sangrar.
"P... Por favor, a... amo. Te digo la verdad. Yo... no estaba... intentando huir. Blackjack cayó en un agujero y... y se rompió las patas. Por eso llegamos tarde."
El hombre, Azmir hijo de Athos, el líder del clan de los nórdicos salvajes, fulminó con la mirada al esclavo. Hamil había llevado a su querido caballo a hacer ejercicio la noche pasada. Por lo general no permitía que nadie más montara al caballo, pero Blackjack estaba muy inquieto y él estaba en una reunión con sus compañeros de armas. Le había ordenado al chico que lo paseara durante una hora, sabiendo que Hamil era competente cuidando a los caballos a pesar de tener solo trece años. Pero cuando pasó el tiempo y no regresaban, el hombre empezó a enfadarse. Horas después estaba extremadamente furioso, imaginando que el muchacho había huido con su montura.
"¡No me mientas, muchacho! Dijiste que Blackjack se lesionó, pero yo lo veo bien" –gruñó Azmir. Se había sentido increíblemente aliviado ver que el caballo estaba en buen estado.
"¡Lo juro, señor! –exclamó Hamil, intentando convencer al hombre-. Estaba herido. Se rompió las patas. Yo también estaba herido, me quedé atrapado debajo de él y no podía levantarme. ¡Y luego vino la criatura más hermosa que he visto! ¡Y nos curó! ¡Nuestro dolor y heridas se fueron con un simple toque suyo! Fue increíble, señor. Casi no podía creerlo."
El muchacho se estremeció cuando Azmir se agachó junto a él.
"¿Qué criatura? ¿Me estás engañando con un cuento, muchacho?"
"¡No! ¡Es verdad! Era un elfo. Un sanador. Su cabello parecía oro hilado y sus ojos eran plateados y... ¡su toque era mágico! Había tres elfos de pelo oscuro con él y todos me ayudaron con Blackjack. Si no fuera por ellos, aún seguiría allí en medio del camino."
Azmir entrecerró los ojos hasta que formaron una rendija, evaluando las palabras del muchacho.
"¿Un curandero elfo, muchacho? ¿Dices la verdad?"
Hamil asintió vigorosamente.
"No miento, señor. Es la verdad."
"Hmmm... -Azmir se enderezó, tocándose la barbilla mientras reflexionaba-. Un curandero... Qué conveniente nos resultaría aquí –dijo bajando la mirada hacia el chico-. ¿Sabes a dónde se dirigían?"
"N... no, señor –respondió Hamil, empezando a arrepentirse de haberle hablado sobre el elfo. No le gustaba la expresión en el rostro de Azmir, pues parecía estar planeando algo.
"Ya veo –dijo Azmir, sonriendo-. Muy bien, entonces. Supongo que tengo que darte las gracias por cuidar bien de Blackjack."
"Err... de nada, a... amo –tartamudeó Hamil-. ¿P... puedo irme ya?"
"¿Irte? ¿He dicho que puedas irte?" –Azmir sacudió la cabeza mientras se quitaba el cinto. Hamil abrió los ojos como platos, adivinando lo que iba a hacer con él.
"Has cometido el error de llegar tarde, muchacho. No vas a quedarte sin castigo" –dijo Azmir, justo antes de golpearlo con el cinto.
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"¿Legolas? ¡Ey, Legolas! ¡Despierta!" –dijo una voz cerca de su oído. Envolviéndose más con la capa, se quejó con molestia.
"¡Oh, vete!"
Un momento después, un chorro de agua le cayó sobre la cara y Legolas se enderezó, gritando.
"¡Hijo de...! ¡¿No sabes cómo despertarme sin mojarme?!"
Elrohir le sonreía, agarrando una de las pieles del agua con una mano.
"¡Pero así es mucho más divertido! ¡Me encantó cuando te retorciste como un pez fuera del agua hace un momento!"
Legolas dio un salto y se abalanzó sobre su amigo. Enseguida peleaban por el suelo bajo las miradas divertidas de Keldarion y Elladan, cada uno animando a su hermano.
"¡Eso es, Ro! ¡Mantenlo abajo!" –gritó Elladan.
"¡Vamos, mocoso! ¡Apriétale el cuello! ¡Sí, así!" –exclamaba Keldarion.
"¡Apuesto mi daga a que Elrohir le ganará en dos minutos!"
"¡Ah, Legolas lo aplastará en un momento!"
La pelea continuó, y después de un rato Keldarion y Elladan se unieron para echar una mano. La lucha se convirtió entonces en una guerra en toda regla, ya que los dos pares de hermanos se atacaban unos a otros de broma, riendo histéricamente como maníacos. Quince minutos más tarde, estaban tendidos de espalda en el suelo, sin aliento y sonriendo estúpidamente.
"¡Ah... eso fue divertido!" –dijo Legolas con los ojos cerrados y los brazos extendidos a los costados.
"¿Divertido? ¡Siento los brazos desencajados! –se quejó Elrohir-.¡Y me ahogaste! ¡No puedo creer que hicieras eso!"
"¡Sí, y tú te sentaste en mi cara!" –respondió Legolas, sentándose y preparándose para lanzarse sobre Elrohir otra vez. Pero Elladan y Keldarion los detuvieron antes de que pudieran empezar otra vez.
"¡Ya es suficiente por hoy, niños!" –se rio Keldarion mientras agarraba a su hermano.
Elladan hizo lo mismo con Elrohir.
"Vamos a desayunar primero. Luego pueden seguir."
"No me queda energía" –gimió Elrohir, buscando en la alforja en pan de calabacín que lograron confiscar de las cocinas antes de salir del palacio del Bosque Negro. Legolas cogió el agua y fue a lavarse antes de unirse a los demás.
Una hora más tarde, los cuatro compañeros continuaban su camino hacia Bree.
"Cubríos con la capucha, chicos. Sobre todo tú, Legolas" –dijo Elladan cuando se acercaban a la ciudad de los hombres a pie. Habían dejado sus caballos varias leguas más atrás, a sabiendas de que los magníficos caballos élficos solo atraerían miradas indeseadas.
"¿Yo? ¿Qué quieres decir con eso?" –dijo Legolas, frunciendo el ceño.
Elladan suspiró.
"Por lo general no diría esto, ¡pero eres vergonzosamente guapo! ¡Los seres humanos no podrían dejar de mirarte si vieran tu cara! ¡Así que no hagas más preguntas y ponte la capucha!"
Con los brazos cruzados sobre el pecho, Legolas miró a Elladan.
"¿Vergonzosamente guapo?"
Keldarion se rio.
"Sí. ¡Y exasperadamente terco! ¡Así que haz lo que dice!" –alzó la mano y tiró de la capucha de Legolas sobre su cabeza, ocultando la delicada forma de las orejas puntiagudas y el brillante cabello dorado.
Legolas seguía con el ceño fruncido.
"¡Hiciste que sonara como si fuera una doncella!"
Elrohir se rio.
"¡Pareces una doncella! ¡Y más con esa piel suave! ¡Brillas tanto que ni Arwen puede igualar tu resplandor!"
"¡Vete a alimentar a un Balrog, Ro!"
Elrohir rio más fuerte y esquivó el golpe de Legolas.
"¡Ay, Elbereth! ¡¿No vais a parar?! –gritó Elladan-. ¿Todavía quieres probar la cerveza, Legolas? ¿O simplemente queréis mataros? ¡Porque eso también lo podéis hacer en casa!"
"Quiero probarla, ¡pero entonces mantenlo alejado de mí!" –gruñó Legolas, volviéndose hacia la ciudad.
Los otros lo siguieron, riéndose a sus espaldas. La ciudad era un hervidero de gente; los pescaderos y carniceros vendían a gritos sus mercancías, las mujeres salían de las tiendas con sus compras en brazos, los hombres paseaban mientras reían y charlaban y los niños corrían de aquí para allá. No era muy diferente del maravilloso pueblo de La Comarca de los Hobbits, exceptuando la maldad de los hombres que se ocultaba bajo la alegre fachada.
Los elfos no confiaban del todo en los hombres. Para ellos eran una raza débil y que se rendían fácilmente a los deseos del corazón. La negativa de Isildur de destruir el Anillo Único causó que los elfos se volvieran muy cuidadosos con ellos. Es verdad que había seres humanos conocidos por ser honorables, como los Dunedain, pero el resto eran codiciosos y crueles. Legolas se había mantenido alejado de los hombres en la medida de lo posible, por lo que esta era su primera incursión en una ciudad humana en 200 años.
Los pueblerinos miraban a los cuatro altos y encapuchados desconocidos para luego seguir con sus quehaceres. Estaban acostumbrados a los extraños, pues la ciudad recibía varios tipos de visitantes como hobbits, elfos, enanos y guardabosques. Pero al igual que los elfos, los humanos no bajaban la guardia del todo, pues los extraños podrían ser espías de los nórdicos, un clan que amaba entrar en guerra con pueblos cercanos y aldeas pequeñas, con el fin de saquear sus riquezas.
Elrohir se había detenido para mirar un puesto de panadería, mirando las delicias recién horneadas y que se enfriaban con la brisa.
"¡Parecen deliciosas!"
"¡Ro, acabamos de desayunar!" –dijo Elladan poniendo los ojos en blanco cuando su gemelo le dio algunas monedas al vendedor a cambio de una magdalena de arándanos.
"¡Es mi segundo desayuno!" –respondió Elrohir con la boca llena.
"¡Suenas como un hobbit!" –se rio Keldarion.
"Me disculpo, muchachos –dijo Elladan con tristeza-. Es una vergüenza para la familia. ¡No entiendo cómo podemos ser gemelos!"
Legolas, ajeno a sus bromas, estaba mirando una manta en la que un anciano vendía varios cachorros. El príncipe elfo ya estaba caminando hacia allí, pero su hermano logró agarrarlo.
"¡Oh, no, no! ¡No estamos aquí para recoger animales y perros callejeros! Vamos a la taberna, ¿recuerdas?"
Keldarion sabía que la mayor debilidad de su hermano eran los animales pequeños e indefensos. Legolas siempre los llevaba a casa para curarlos, y a veces el palacio estaba tan lleno de animales que parecía que los había invadido el bosque.
Cuando entraron en la taberna se encontraron con que estaba llena, a pesar de ser por la mañana. Parecía que para los hombres nunca era demasiado temprano para emborracharse. Tras encontrar unos asientos vacíos, Legolas se quedó mirándolo todo con interés.
No menos de cinco hombres ya habían caído sobre su mesa. Un grupo de muchachos se reía salvajemente a unos pies de distancia, mientras que varios hombres de aspecto misterioso ocupaban la mesa de la otra esquina. Tres camareras desfilaban entre los clientes con bandejas llenas de bebida y el que parecía ser el dueño le gritaba a un cliente que había vomitado en el piso de la taberna. Nada más sentarse, se les acercó una camarera que parecía cansada y aburrida.
"¿Qué les pongo?"
Nada más decirlo dio un respingo, pues se fijó en sus rostros y se quedó hipnotizada mirando las características de Legolas.
"¡Oh, dios mío! ¡Hola! –al instante se enderezó, sonriendo, y se colocó una mano sobre la cadera derecha en una pose tan provocativa que Elrohir tragó saliva con nerviosismo-. Empecemos de nuevo. ¿Qué os puedo ofrecer, guapos?"
Dándole un codazo a su hermano para que se comportara, Elladan habló.
"Un vaso de cerveza para cada uno."
"¿Nada más? ¿Comida? ¿Hierba de fumar? –la camarera de inclinó más hacia ellos, poniéndoles a la vista el cuello en V de su blusa-. ¿Mujeres?"
"No, solo cerveza" –logró chirriar Elrohir.
"Bueno, mala suerte –dijo un poco decepcionada. Pasando los dedos por la suave mejilla de Legolas, dijo con voz sugerente-. No dudes en pedirlo si cambias de opinión, cariño."
La vieron ir hacia la barra, balanceando las caderas como una bailarina.
"¡Menos mal! –dijo Legolas secándose el sudor de la frente-. ¡Qué seductora!"
"Sí. La mayoría de las mujeres son así. Son muy diferentes de nuestras doncellas" –respondió Elrohir, que miraba cómo la camarera pedía las bebidas en la barra.
Enseguida regresó con las bebidas, sonriendo todo el tiempo. Justo antes de irse le hizo un guiño a Elrohir, y éste se lo devolvió para gran disgusto de su hermano.
"¿Qué?" –preguntó Elrohir al ver la mueca en el rostro de Elladan.
"¡Te estás comportando como un animal en celo!"
"¡Y tú como un viejo frustrado!"
"¡Por qué...!" –Elladan levantó la mano y lo golpeó en la nuca. Elrohir tomó represalias y le dio una patada por debajo de la mesa. Desafortunadamente, golpeó las piernas de Keldarion en su lugar.
"¡Aauuu! ¡Parad, chicos! –gritó el príncipe-. ¡Estamos aquí para darle una lección sobre cerveza a Legolas, no para pecados de la carne!"
Los gemelos dejaron de empujarse y se echaron a reír.
"¿Pecados de la carne?"
Keldarion puso los ojos en blanco.
"¡Lo que sea! Ahora comportaos y ya veremos si..." –se detuvo cuando vio que su hermano ya había vaciado su vaso.
Legolas miró hacia ellos, sonriendo.
"¡Sabe bien! ¿Puedo pedir otra?"
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El hombre se quedó mirando el grupo de desconocidos encapuchados atentamente. Podía ver que no se movían como el resto de seres humanos y la forma en la que se sentaban y sus movimientos corporales delataban elegancia. Sus voces eran más delicadas, incluso cuando conversaban en oestron con la camarera. Pero se las arregló para oír la lengua de los elfos cuando hablaban entre ellos en voz baja.
"Son elfos" –le dijo Garret, hijo de Azmir, a los otros hombres de su mesa.
"¿Podrían ser los elfos que quiere tu padre?" –preguntó Jamin, uno de los hombres de mayor confianza del líder del clan de los nórdicos.
"¿Cómo sabremos si el elfo sanador está entre ellos?" –los interrumpió Harron, otro del grupo.
"De momento esperaremos" –respondió Garret antes de tragarse su bebida. Sus ojos no se apartaban del otro grupo.
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