Capítulo 6: Ecos del Silencio
Kaede se encontraba en la sala de su hogar, observando la penumbra que se adueñaba del lugar mientras la luz del atardecer se desvanecía. La casa que antes parecía vibrante y acogedora ahora le resultaba extraña, vacía, como si cada rincón guardara un secreto que la señalaba. Sus ojos recorrían los muebles, las fotos familiares que alguna vez consideró preciadas. La imagen de Hiroki de niño, sonriendo a su lado, parecía mirarla con una inocencia que ahora le resultaba insoportable.
No era solo la casa; algo más estaba en el aire, una sensación asfixiante que no podía identificar del todo. Era como si una sombra la envolviera, susurrando en su mente todo aquello que había intentado ignorar por tanto tiempo. Era imposible escapar de la verdad que la acosaba, una verdad que, por primera vez, empezaba a aceptar. El remordimiento se colaba en sus pensamientos, haciéndole revivir cada ocasión en la que despreció a Hiroki, cada palabra dura y fría que le dedicó.
"¿Qué clase de madre he sido?" —pensó, sintiendo cómo sus manos temblaban ligeramente. Recordaba cuando Hiroki era pequeño, cómo solía buscar su aprobación, cómo sus ojos brillaban cuando ella le dedicaba una sonrisa.
Pero esos momentos se fueron perdiendo en el tiempo, y ella se convirtió en alguien indiferente, distante. Había preferido ignorarlo, y con ello, se había convertido en una extraña para su propio hijo.
Un nudo se formaba en su garganta mientras recordaba cada ocasión en que lo había ignorado, cada vez que había elegido despreciarlo. Sentía el peso de su propia crueldad como si fueran cadenas que la ataban a esos momentos, a esos recuerdos que ahora la atormentaban. Intentó distraerse, cerrar los ojos y pensar en otra cosa, pero no podía. Las sombras de sus errores estaban allí, persiguiéndola.
Mientras tanto, en el otro lado de la casa, Kanako se encontraba sentada en su habitación, mirando la ventana sin realmente ver nada. Su mente estaba atrapada en una espiral de pensamientos, recuerdos de su infancia y de Hiroki. Aunque se esforzaba por convencerse de que todo lo que había hecho era justificable, una voz en su interior, débil pero persistente, le decía que no era así.
"Hiroki..." —murmuró, dejando que su nombre escapara de sus labios, como si al decirlo pudiera liberar un poco del peso que sentía en el pecho. Recordaba cuando eran pequeños, cómo solía correr detrás de él, cómo solían jugar y reír.
Pero esos días habían quedado atrás, y ahora solo quedaba un vacío, una distancia que ella misma había ayudado a crear.
Las dudas la carcomían, haciéndole cuestionarse todo. ¿Realmente había sido una buena hermana? ¿Por qué había elegido ignorar los problemas de Hiroki en lugar de ayudarlo? Cada vez que pensaba en ello, sentía que algo se rompía dentro de ella, como si las piezas de un rompecabezas se desmoronaran sin posibilidad de ser armadas de nuevo.
"¿Qué me está pasando?" —se preguntaba una y otra vez. Sabía que algo había cambiado, que Hiroki ya no era el mismo, pero no entendía cómo ni por qué. Era como si su ausencia la persiguiera, como si su sombra se alargara, alcanzándola incluso cuando él no estaba allí.
Hiroki había encontrado la forma de infiltrarse en sus pensamientos, de sembrar dudas y remordimientos sin necesidad de estar presente.
Era su propia culpa, su conciencia que, ahora, parecía tener la voz de Hiroki. Podía escucharlo, como un eco distante que le recordaba todo lo que había hecho mal. Intentaba luchar contra esos pensamientos, pero eran implacables, volvían una y otra vez, haciéndola enfrentar sus propios errores.
En medio de ese tormento, Hiroki se mantenía en la distancia, observando cómo sus acciones comenzaban a hacer efecto. No necesitaba estar cerca para recordarles sus errores; sabía que su ausencia era suficiente para hacerlos confrontar sus propios demonios.
Para Kaede y Kanako, él se había convertido en una presencia constante, un recordatorio de todo aquello que habían intentado negar. Y aunque cada una intentaba encontrar una salida, las dudas y el remordimiento se enredaban a su alrededor como una red de la que no podían escapar.
Kaede, incapaz de soportar el silencio, se levantó y comenzó a caminar por la casa. Sus pasos resonaban en el pasillo, y cada sonido parecía un reproche, una acusación muda que la seguía a cada paso. Se detuvo frente a una puerta, la habitación de Hiroki. Extendió la mano, pero dudó antes de girar el pomo. ¿Tenía derecho a entrar allí después de todo lo que había hecho?
Finalmente, abrió la puerta y se encontró con la habitación vacía. Todo estaba en su lugar, como si él pudiera regresar en cualquier momento. Pero sabía que eso no iba a suceder. Su ausencia era definitiva, y ahora, en medio de ese espacio vacío, sentía que la casa entera se volvía un reflejo de su propio vacío. La imagen de Hiroki, de sus ojos tristes y su sonrisa apagada, la acosaba, recordándole que había fallado, que se había alejado demasiado como para poder enmendar sus errores.
Se dejó caer en el suelo, incapaz de soportar el peso de su propia culpa. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió llorar, dejando que las lágrimas cayeran silenciosas, como si pudieran lavar sus pecados, aunque en el fondo sabía que nada podría cambiar lo que había hecho.
Kanako, por su parte, también se encontraba al borde del abismo, atrapada entre el arrepentimiento y la duda. Recordaba cada vez que había desviado la mirada, cada ocasión en que había elegido ignorar a su hermano. Y aunque intentaba justificar sus acciones, algo en su interior le decía que no había excusa suficiente para lo que había hecho.
Hiroki había sido su hermano, alguien que había confiado en ella, y ella le había dado la espalda. Ahora, esas decisiones volvían para atormentarla, y aunque intentaba luchar contra esos pensamientos, sentía que estaba perdiendo. Cada día que pasaba, la sombra de Hiroki se hacía más fuerte, más difícil de ignorar. Y aunque intentaba convencerse de que no había hecho nada malo, sabía que no era cierto. La culpa la perseguía, se aferraba a ella como una segunda piel, y no había forma de escapar.
El tormento que ambas experimentaban era el resultado de las semillas de duda que Hiroki había sembrado en sus mentes, una venganza sutil y silenciosa que se infiltraba en sus pensamientos, en sus sueños, haciéndolas enfrentar sus propios errores. No necesitaba estar cerca para recordarlas lo que habían hecho; su ausencia era suficiente para que cada una enfrentara sus propios demonios.
Hiroki sabía que el tiempo estaba de su lado. No necesitaba apresurarse, sabía que el remordimiento y la culpa harían el trabajo por él. Y mientras Kaede y Kanako se consumían en sus propios pensamientos, él se mantenía al margen, observando cómo su plan comenzaba a dar frutos. Sabía que era solo el principio, y que la verdadera venganza aún estaba por llegar.
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Nao caminaba por el pasillo del instituto, con la mirada fija al frente, como si intentara huir de las miradas inquisitivas de los demás estudiantes. Las cosas no habían sido las mismas desde la ausencia de Hiroki, y aunque ella intentaba ignorar los rumores que circulaban, era imposible. A cada paso, sentía cómo los susurros se intensificaban, cómo las miradas se clavaban en su espalda, y la incomodidad comenzaba a erosionar su fachada.
Había intentado convencerse de que no le importaba, de que la ausencia de Hiroki no significaba nada para ella. Después de todo, había sido solo un juguete, un pasatiempo. Pero algo en su interior le decía que eso no era del todo cierto. Mientras avanzaba por el pasillo, los recuerdos comenzaban a invadir su mente, recordándole cada ocasión en que había manipulado a Hiroki, cada vez que había jugado con sus emociones solo para su propio entretenimiento.
Nao siempre había disfrutado del control que tenía sobre él. Era un placer que se había convertido en una costumbre, una forma de sentirse poderosa. Hiroki había sido su títere, alguien a quien podía moldear a su antojo, y ella se regodeaba en esa superioridad.
Pero ahora que él no estaba... algo en su interior parecía incompleto, como si hubiera perdido una parte de sí misma que ni siquiera sabía que necesitaba.
"¿Qué es este sentimiento?"—pensó, deteniéndose junto a una ventana mientras observaba el patio del instituto. El vacío que sentía en el pecho era nuevo, incómodo. Había imaginado que, una vez que Hiroki se fuera, las cosas serían más fáciles, que su vida sería más ligera. Sin embargo, la realidad era muy distinta. Había algo en su ausencia que le provocaba una sensación de pérdida, algo que no podía identificar del todo.
El recuerdo de sus planes para Hiroki regresó a su mente, y por un instante, una sombra de culpa la envolvió. Recordaba cómo ella y los demás habían planeado humillarlo, cómo se habían regodeado en la idea de someterlo y mantenerlo como un simple objeto, un juguete a su disposición.
La idea de verlo atado y subyugado había sido su fuente de diversión, una forma de demostrar su poder. Pero ahora, ese recuerdo la atormentaba, como si una sombra de él la siguiera, observándola, juzgándola.
Nao sacudió la cabeza, intentando liberarse de esos pensamientos.
"No tengo por qué sentirme mal" —se dijo a sí misma, intentando convencerse de que lo que habían hecho estaba justificado, de que Hiroki se lo había buscado. Pero, en el fondo, sabía que eso no era cierto. Había algo en su ausencia, en la forma en que se había desvanecido, que la hacía cuestionarse todo.
"¿Acaso fui demasiado lejos?" —se preguntaba, mientras una sensación de desasosiego comenzaba a instalarse en su mente. La imagen de Hiroki, de su rostro abatido y sus ojos tristes, la perseguía, recordándole cada momento en que se había aprovechado de él. Y aunque intentaba ignorarlo, algo en su interior comenzaba a desmoronarse, una grieta que se expandía lentamente, amenazando con romper su fachada.
De pronto, la voz de Hiroki pareció resonar en su mente, como un eco lejano, recordándole todas las veces en que lo había manipulado, en que lo había hecho sentir menos. Era una presencia que no podía ignorar, un susurro constante que le recordaba su propia crueldad. "No eres más que una manipuladora", parecía decirle, como si él estuviera allí, observándola desde las sombras.
Nao se apartó de la ventana, tratando de alejarse de esos pensamientos, pero era imposible. La sombra de Hiroki la seguía a dondequiera que iba, como un espectro que la perseguía, recordándole cada error, cada momento en que había elegido el camino más cruel. Intentaba convencerse de que él no significaba nada para ella, que su ausencia era solo una molestia pasajera. Pero, en el fondo, sabía que no era así.
Mientras avanzaba por el pasillo, una sensación de ansiedad comenzaba a apoderarse de ella. Era como si todos los estudiantes la observaran, como si supieran lo que había hecho, como si pudieran ver a través de su fachada y entender el monstruo que era. Sentía sus miradas clavadas en ella, juzgándola, y aunque intentaba mantener la compostura, algo en su interior comenzaba a quebrarse.
"Debo olvidarlo" —se repetía una y otra vez, como un mantra.— "Él no importa. Yo no hice nada malo". —Pero las palabras no tenían el efecto que esperaba. Cada vez que las pronunciaba, sentía que se desmoronaban, que se desvanecían en el aire, dejando solo el eco de su propia culpa.
Finalmente, llegó a la puerta del aula y se detuvo, respirando profundamente mientras intentaba calmar su mente. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad, que debía mantener su máscara intacta. Pero, al cruzar el umbral, sintió cómo el peso de sus propios errores se hacía más grande, cómo la culpa comenzaba a devorarla desde adentro.
"¿Qué estoy haciendo?" —se preguntó, mientras avanzaba hacia su asiento. Sabía que no había forma de escapar de sus propios pensamientos, que la sombra de Hiroki la seguiría, recordándole cada uno de sus errores, cada momento en que había elegido el camino más oscuro. Y aunque intentaba convencerse de que no importaba, de que podía seguir adelante, sabía que la culpa era una sombra de la que no podía escapar.
La clase comenzó, y aunque intentaba concentrarse, sus pensamientos siempre volvían a él. Podía verlo, allí, en el fondo de su mente, observándola con una mirada fría y calculadora, como si supiera todo lo que había hecho, como si pudiera ver a través de su máscara y entender el monstruo que realmente era.
Nao cerró los ojos, intentando alejar esa imagen de su mente. Pero era imposible. La sombra de Hiroki se había instalado en su conciencia, como un recordatorio constante de sus propios errores, de la crueldad que había elegido, de las decisiones que ahora la atormentaban.
Mientras la clase continuaba, Nao sintió cómo el peso de su propia culpa la aplastaba, cómo cada palabra del profesor se volvía distante, lejana, como si estuviera atrapada en un mundo en el que solo existían ella y Hiroki. Era una prisión de su propia creación, una jaula de la que no podía escapar.
Y aunque intentaba ignorar ese sentimiento, sabía que no había forma de escapar de la sombra de Hiroki. Porque, en el fondo, él siempre estaría allí, recordándole cada error, cada momento en que había elegido el camino más oscuro.
Sabía que había desatado algo que no podía controlar, algo que la perseguiría para siempre.
Continuará...
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