Capítulo 5: Marionetista de Sombras
La noche envolvía la ciudad en un manto de oscuridad impenetrable, mientras Hiroki se encontraba en el antiguo edificio abandonado que había convertido en su refugio personal. De pie frente a una ventana rota, contemplaba las luces titilantes de la ciudad, que parecía estar tan lejos y, sin embargo, a su alcance. Sus ojos, una mezcla de determinación fría y deleite morboso, reflejaban las ambiciones que hervían en su interior.
Había pasado meses perfeccionando sus habilidades, explorando cada rincón de su psique para desenterrar los poderes que sentía latentes, creciendo, tomando forma. Hiroki había descubierto, de manera casi accidental, que podía manipular a las personas a su antojo, usando lo que él llamaba "hilos invisibles", los cuales se extendían desde su voluntad hasta la mente de sus víctimas, envolviéndolas en una red de control absoluto.
Un susurro en su mente le recordaba el propósito: venganza
Pero no una venganza vulgar, ni siquiera algo tan simple como el daño físico. No, él deseaba destruir a quienes lo habían traicionado de la manera más profunda posible. Quería desgarrar sus almas, exponer sus miedos, y obligarlos a contemplar las oscuridades más recónditas de sus corazones.
Mientras se movía por el espacio, una leve sonrisa se formaba en su rostro. "Puedo sentirlos... todos ellos, marionetas a mi disposición" —murmuró, casi como si hablara consigo mismo. En su mente, Hiroki ya estaba trazando los siguientes pasos.
Visualizaba las miradas desesperadas de aquellos que, alguna vez, lo habían ignorado, traicionado y subestimado. Recordaba a Nao, y a Kanako, la madre que había menospreciado su existencia, y el desprecio absoluto que había experimentado. Todos ellos pagarían, pero no rápidamente. No, Hiroki quería saborear cada segundo de su sufrimiento.
Lentamente, levantó su mano y cerró los ojos, sintiendo cómo los hilos invisibles que surgían de sus dedos se conectaban con las sombras de su alrededor. Podía sentir la fuerza bruta de su poder, la conexión intangible pero absoluta que se extendía a través de esos hilos mentales, atándolos firmemente a sus designios.
"La verdadera fuerza no está en las armas ni en la violencia... está en el control absoluto, en la habilidad de manipular el alma misma" —se dijo en un tono casi reverente. Aún recordaba las palabras de su padre, el único que alguna vez le había enseñado algo verdadero sobre el poder y la debilidad. Ahora, sin embargo, esas palabras eran un eco lejano, una advertencia que eligió ignorar.
Su concentración se vio interrumpida cuando su teléfono vibró. Sin mirar, lo sacó de su bolsillo y revisó el mensaje. Era de uno de sus informantes, un profesor de la escuela, quien había caído bajo sus redes de manipulación, incapaz de resistirse a la oscura presencia de Hiroki en su mente. El mensaje era simple: "Están empezando a sospechar".
Hiroki sonrió con una satisfacción oscura. Que sospechen, pensó. Que traten de averiguar lo que estoy haciendo. No me encontrarán hasta que sea demasiado tarde.
Se dirigió hacia el centro de la habitación, donde un mapa de la ciudad estaba clavado en la pared, tachonado con notas y marcadores que señalaban a sus futuras víctimas.
"Uno por uno" —murmuró Hiroki—"Voy a tomar todo lo que me han negado. Y al final, quedarán atrapados en mis hilos, para siempre."
Hiroki abandonó su refugio con paso firme, decidido a llevar su influencia a un nuevo nivel. Cuando llegó a la escuela, notó las miradas furtivas de los estudiantes y profesores, algunos de ellos ya conscientes de que algo oscuro se cernía sobre ellos, aunque no lograban identificar la fuente. Con cada paso que daba por los pasillos, sentía la energía de su poder pululando alrededor, como un pulso que mantenía su ritmo con la misma precisión que su corazón.
Pasó junto a un grupo de estudiantes y no pudo evitar una ligera sonrisa mientras percibía sus temores, sus debilidades expuestas para él como un libro abierto. Era tan fácil sumergirse en sus pensamientos, encontrar los hilos de inseguridades y anhelos que los mantenían atados. Sus ojos se posaron en uno de ellos, un joven que siempre había sido popular, carismático, y al que Hiroki recordaba como uno de los que solía mirarlo por encima del hombro.
—¿Te has preguntado alguna vez si alguien te está observando, controlando tus pensamientos? —susurró Hiroki al pasar junto a él, lo suficientemente bajo como para que solo el joven lo escuchara.
El chico lo miró, sus ojos reflejando la confusión y la paranoia que Hiroki había sembrado en su mente en días anteriores. El simple acto de sembrar una idea en la mente de alguien podía ser devastador; era uno de los primeros trucos que había aprendido a usar para sembrar caos sin levantar sospechas.
Siguió su camino hasta encontrar a Nao, su antigua novia, quien hablaba con un grupo de amigas cerca de su casillero. No pudo evitar una sonrisa irónica. En su mente, visualizó cómo los hilos invisibles se extendían desde su mano hacia ella, enroscándose suavemente alrededor de su mente. Sabía que con solo una orden podía desmoronar su confianza, hacer que cuestionara su valor, sus amistades, su misma existencia. Pero esta vez, decidió esperar, disfrutar del momento.
Nao levantó la vista, notándolo, y por un instante, su expresión mostró una pizca de preocupación, de reconocimiento, como si, en algún lugar profundo, su alma pudiera sentir la presión de los hilos de Hiroki envolviéndola, atándola sin remedio.
—¿Te pasa algo, Nao? —preguntó una de sus amigas, al ver la expresión ausente en su rostro.
—No... —dijo Nao, sacudiendo la cabeza y volviendo a enfocar la mirada—. Es solo... nada.
Hiroki continuó su camino, satisfecho con la respuesta de Nao. Sabía que tarde o temprano, el peso de sus acciones comenzaría a manifestarse en su vida de una manera que ella nunca comprendería. Podía hacer que se obsesionara, que viera cosas que no estaban allí, que se sintiera vigilada y controlada, cuando todo lo que sucedía estaba en su mente. Ese era el verdadero poder, y él lo manejaba con maestría.
Llegó al aula donde Kanako, su hermana mayor, estaba recibiendo una clase. Desde el pasillo, la observó detenidamente, recordando los días en que ella había sido la favorita de su madre, el orgullo de la familia. Ahora, todo eso se sentía tan distante, casi irreal. Lo que alguna vez fue amor fraternal se había convertido en resentimiento, y él tenía todos los medios para hacerla pagar.
Kanako, de alguna manera, sintió su presencia y giró la cabeza, encontrando sus ojos a través de la puerta. Un escalofrío recorrió su espalda, pero Hiroki mantuvo la mirada fija, transmitiendo una promesa silenciosa que solo ella entendía.
Cuando la campana sonó para anunciar el final de la clase, Kanako salió apresuradamente y se dirigió hacia Hiroki con un aire de falsa tranquilidad.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, su voz ligeramente temblorosa.
Hiroki se encogió de hombros, sin perder su expresión tranquila.
—Solo observando —dijo, su voz carente de emoción—. A veces es interesante ver cómo la gente muestra su verdadera cara cuando creen que nadie los está observando.
Kanako frunció el ceño, visiblemente incómoda. Sabía que había algo en su hermano que había cambiado, algo que lo hacía parecer... ajeno. Sin embargo, no podía evitar sentir una culpa persistente, como si de alguna manera su traición pasada hubiera despertado al monstruo que ahora tenía delante.
Mientras se alejaba, Hiroki volvió a sonreír. Sus habilidades habían crecido más de lo que él mismo había imaginado, y cada interacción le confirmaba que su control sobre los demás era cada vez más sólido. Tenía planes para todos ellos, pero primero, los dejaría cocer a fuego lento en su propio miedo y desconfianza. Cada mirada, cada susurro, cada sonrisa era parte de un juego meticulosamente planeado.
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La tarde avanzaba, y la atmósfera en la escuela se volvía cada vez más pesada. Los estudiantes sentían la presencia de algo inusual, algo que los hacía mirar por encima del hombro y dudar de quienes los rodeaban. Las sospechas empezaban a crecer, y aunque nadie podía señalar exactamente de qué se trataba, el cambio era evidente. Hiroki caminaba por los pasillos, su rostro imperturbable, observando el caos que comenzaba a sembrar entre aquellos que una vez lo ignoraron o traicionaron.
Aprovechando la oportunidad, Hiroki decidió avanzar con su plan, sabiendo que era el momento perfecto para plantar la semilla de la duda en la mente de su hermana. Esperó a que Kanako saliera del aula y la siguió silenciosamente hasta el patio trasero de la escuela, donde solía pasar el tiempo sola. Desde las sombras, Hiroki dejó que sus hilos invisibles se extendieran hacia ella, manipulando su percepción, aumentando su ansiedad.
Kanako se detuvo, como si sintiera el peso de una presencia a su alrededor. Miró a su alrededor, sus ojos ansiosos, como si tratara de encontrar algo que sabía que estaba ahí, pero que no podía ver.
—¿Qué... qué es esto? —murmuró, pasando una mano por su frente, sintiendo un sudor frío.
Hiroki salió de las sombras, y Kanako dio un paso atrás, sorprendida. No necesitó decir nada; su mirada fría y calculadora fue suficiente para que su hermana sintiera el abismo que los separaba.
—Hermano... —Kanako intentó mantener la compostura, pero su voz temblaba—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Hiroki se acercó lentamente, disfrutando de la tensión palpable. Le bastaba con mirar directamente a los ojos de Kanako para saber que tenía el control.
—Solo quería asegurarme de que estamos claros —respondió, sus palabras afiladas como cuchillos—. Todos cometen errores, pero algunos son irreparables.
Kanako sintió un nudo en la garganta, y la culpa que había intentado ignorar durante tanto tiempo comenzó a desmoronarla desde dentro. Por primera vez, sentía el peso de sus propias decisiones, y la mirada de Hiroki la obligaba a enfrentarse a ello.
Dejándola sumida en su propia confusión, Hiroki se alejó, sabiendo que había sembrado la duda necesaria en su hermana para que comenzara a quebrarse. Su plan estaba funcionando a la perfección.
Nao, mientras tanto, se encontraba con sus amigas, riendo y disfrutando de su tiempo como siempre lo hacía, ajena al hecho de que Hiroki la estaba observando desde la distancia. Con su control creciente, Hiroki se infiltró en sus pensamientos, proyectando imágenes y sensaciones que la hicieron detenerse.
—¿Nao? ¿Estás bien? —preguntó una de sus amigas, al ver la expresión atónita en su rostro.
Nao asintió, pero no podía sacudirse la sensación de haber sentido la presencia de Hiroki. Algo en su interior le decía que estaba observándola, controlándola de alguna manera. Trató de actuar normal, pero la paranoia comenzó a consumirla lentamente.
Hiroki, satisfecho con los efectos que había logrado, decidió retirarse y planear su próximo movimiento. Sabía que la semilla de la duda y el miedo ya estaba plantada, y que solo era cuestión de tiempo antes de que todos comenzaran a desmoronarse. Con sus habilidades perfeccionadas, su dominio sobre las emociones y percepciones de sus víctimas era absoluto.
A medida que el sol se ponía, Hiroki regresó a su refugio, donde meditó sobre los pasos que le esperaban. Su venganza apenas comenzaba, y sabía que el verdadero dolor estaba por venir. Para todos ellos. Y esta vez, no habría escapatoria.
Continuará...
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