Capítulo 10: El Último Acto de la Marioneta

La noche caía con un silencio profundo sobre la ciudad, y Hiroki se encontraba observando la vasta metrópolis desde la cima de un edificio. Había logrado controlar cada detalle, cada movimiento de aquellos que una vez amó y que lo traicionaron sin remordimientos. Su rostro, antes marcado por la dulzura y la ingenuidad de una juventud que ahora parecía un sueño distante, reflejaba una dureza implacable. Una sonrisa fría e insana adornaba en su rostro, sus ojos azules oscuros y afilados brillaban a través de unos anteojos con la fría determinación de alguien que había sido quemado, quebrado y forjado en la desesperación y el odio.

Este nuevo Hiroki no deseaba redención, sino el control absoluto sobre quienes lo habían herido. Esta noche marcaba el inicio de la última fase de su venganza.

Kaede, Kanako, Ayumu, Nao y Kokujin.

Sus nombres resonaban en su mente como el eco de un juramento inquebrantable. Recordaba cada detalle de la traición, cada risa burlona, cada mirada de desprecio que le dedicaron. Cada uno había contribuido a transformar al niño inocente que alguna vez fue en el maestro de marionetas que ahora controlaba sus vidas. Esta noche, ellos comenzarían a experimentar el verdadero infierno.

Primero, Ayumu. Su antigua amiga, quien había compartido sus secretos y risas en la infancia. Ella había sido una hermana para él hasta que Nao la sedujo con sus planes. La misma Nao que había manipulado a todos, provocando que Kaede, Kanako y Ayumu se entregaran a Kokujin. Ahora, Hiroki iba a pagarles con la misma moneda, pero a una escala que solo él, en su despiadado ingenio, podía concebir.

Ayumu estaba en su apartamento, inquieta y atormentada por una culpa que intentaba reprimir, aunque no podía ocultarla de sus propios pensamientos. Desde hacía semanas, Hiroki la había acosado mentalmente con mensajes anónimos y llamadas perturbadoras. A menudo, la despertaban en la madrugada, recordándole sus momentos de traición con detalles que nadie más conocía, palabras que repetían sus acciones como dagas que la atravesaban una y otra vez. Ayumu creía que había perdido la razón; las miradas acusadoras que sentía en la calle, los susurros que parecían hablarle al oído, todo parecía cobrar vida en su mente como sombras imposibles de ahuyentar.

Esa noche, su teléfono sonó. Ayumu, temblando, contestó y escuchó el silencio durante unos segundos, hasta que una voz suave y fría rompió la calma.

—Ayumu, ¿cuánto tiempo ha pasado? —la voz de Hiroki era glacial, y cada palabra parecía impregnada de una amenaza latente.

—H-Hiroki... —respondió ella, su voz ahogada por el miedo— ¿Eres tú? Yo... yo...

—¿Te has arrepentido alguna vez? —preguntó él, sin mostrar ni una pizca de empatía— ¿O aún te aferras a las mentiras que Nao te hizo creer?

Ayumu sollozó, intentando responder, pero las palabras parecían desvanecerse antes de que pudieran salir. La risa de Hiroki, baja y siniestra, resonó en su oído como una burla despiadada.

—No puedes ni mirarte al espejo, ¿verdad? Te repugna lo que ves porque sabes lo que hiciste.

Ayumu solo pudo sollozar, apretando el teléfono contra su pecho como si eso pudiera protegerla de la presencia que sentía a través de la línea. Pero el tormento no había hecho más que empezar. De alguna forma, Hiroki había logrado instalar cámaras en su apartamento, y cada noche, enviaba videos y audios manipulados que le recordaban su traición, proyectando escenas de lo que había hecho con Kokujin en aquella época, obligándola a revivir cada instante. Era como si estuviera atrapada en una película macabra donde la única salida era enfrentar su propia destrucción.

Mientras tanto, Hiroki disfrutaba cada segundo de este teatro infernal. Observaba a Ayumu perderse en el abismo de su propia culpa, sin poder huir de las redes que él mismo tejía a su alrededor. Sabía que esto era solo el principio, y en cierto modo, el ver cómo ella se desgarraba desde el interior le proporcionaba un placer oscuro e inexplicable. Este era el hombre en que se había convertido: alguien que encontraba deleite en manipular y destruir las vidas de aquellos que una vez fueron cercanos a él.

Pero no se detenía con Ayumu. Kaede, su propia madre, era la siguiente...










Kaede había empezado a notar cómo su vida se desmoronaba lentamente. Las amistades y conexiones que había construido durante años parecían desvanecerse, y nadie quería acercarse a ella. Todo lo que tocaba se arruinaba. Las personas que la rodeaban comenzaban a retirarse, a evitarla sin razón aparente. En el fondo, sentía que era como si alguien estuviera tirando de los hilos invisibles que sostenían su vida, pero no podía comprender quién o por qué. Hiroki había perfeccionado sus técnicas de manipulación para que Kaede se sintiera cada día más sola y arruinada, mientras él observaba con un disfrute sádico desde las sombras.

Aquella noche, Kaede recibió una carta que la dejó helada. El sobre no tenía remitente, y cuando lo abrió, leyó las palabras escritas con una caligrafía que le resultaba aterradoramente familiar.

"¿Recuerdas cómo sacrificaste a tu propio hijo por un capricho? Ahora es tu turno de pagar por tus decisiones, madre. Yo seré tu verdugo".

Las palabras la sacudieron, dejándola sin aliento. Temblorosa, miró a su alrededor como si pudiera encontrar algún indicio de quién había enviado aquella amenaza. El miedo y la culpa comenzaron a apoderarse de su mente con fuerza, sabiendo que tarde o temprano, el monstruo que ella misma había ayudado a crear vendría por ella. Pero era demasiado tarde para retroceder; Hiroki ya no era el hijo que ella recordaba, sino una fuerza implacable que acechaba en la oscuridad, lista para destruirla desde el alma.

Kanako también experimentaba su propio infierno. Hiroki, siempre meticuloso, había aprovechado cada error y cada debilidad de su hermana mayor, exponiendo su vida privada en redes sociales de manera que nadie supiera que era él quien estaba detrás. Filtró mensajes falsificados y manipulados que la hacían ver como una persona despiadada y egocéntrica, lo que le costó sus amistades y su reputación. Cada día, Kanako despertaba encontrándose más aislada, y con cada mensaje que recibía de supuestos amigos alejándose, el desprecio hacia ella misma aumentaba.

Nao y Kokujin aún no habían sentido la profundidad del castigo de Hiroki, pero su turno estaba cerca.

El siguiente paso en el plan de Hiroki era su hermana, Kanako. A diferencia de Ayumu, ella era orgullosa y había disfrutado el control y la superioridad que sintió cuando traicionó a su propio hermano. Había creído que su influencia, su apariencia y su presencia dominante la colocaban por encima de él, pero Hiroki había pasado meses cultivando una red de rumores y mentiras que se extendían como veneno en el círculo social de su hermana.

Kanako, desde hacía un tiempo, notaba cómo sus amigos la evitaban, cómo sus antiguas parejas la miraban con desprecio, y cómo sus mensajes quedaban sin respuesta. Sus publicaciones en redes sociales se llenaban de comentarios hostiles, preguntas que la acusaban de actos que nunca había cometido. Hiroki, manipulando cada detalle, hacía que pareciera como si Kanako fuera la responsable de desastres emocionales y financieros en la vida de varias personas de su entorno. Los rumores sobre su crueldad y egoísmo empezaron a volverse creíbles, y todo eso era parte del teatro que Hiroki había montado.

Aquella noche, Kanako intentó llamar a su círculo de amistades más cercano, uno por uno, pero nadie le contestaba. Al fin, recibió un mensaje anónimo:
"Así te sientes, ¿verdad? Atrapada, sola, traicionada. Justo como te gustaba hacer sentir a otros."

Un escalofrío recorrió su espalda al leer las palabras en la pantalla, pero antes de que pudiera responder, su teléfono sonó.

—Kanako —la voz de Hiroki era suave, pero implacable—. ¿Por qué te sorprende que todos te abandonen?

—Hiroki... ¿eres tú? —preguntó, su voz cargada de incredulidad y un toque de miedo que nunca había experimentado en su vida— ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Solo estoy devolviéndote el favor. Tú y todos los demás decidieron que yo no valía nada, ¿recuerdas? Ahora, por primera vez, sabes cómo se siente ser traicionada.

Kanako permaneció en silencio, con el miedo y la rabia surgiendo en su interior. Estaba acostumbrada a drr confiada, a ser respetada, a que su nombre infundiera una especie de autoridad, pero ahora se encontraba vulnerable ante alguien que ni siquiera podía ver. Y, lo peor de todo, sabía que Hiroki tenía razón. A su manera, ella había sido una pieza fundamental en el sufrimiento de su hermano, y ahora estaba pagando el precio.

Hiroki le permitió un momento de silencio antes de continuar, su tono inquebrantable y cruel.

—¿Sabes, Kanako? Siempre me pregunté qué se sentiría verte así, débil y sola, sin nadie que te respalde. Quizá hasta pueda disfrutar de esto más de lo que imaginé.

Y con eso, colgó. Kanako dejó caer el teléfono de sus manos, sintiendo una mezcla de rabia y terror, consciente de que su vida, tal como la conocía, se desmoronaba y que Hiroki era el artífice de su ruina.

Satisfecho por el efecto de sus palabras en Kanako, Hiroki giró su atención hacia la siguiente en su lista: su propia madre, Kaede. A diferencia de Kanako, Kaede había empezado a enfrentar el vacío y la soledad mucho antes, gracias a las manipulaciones que Hiroki había realizado en sus relaciones. Ella ya no era capaz de establecer conexiones genuinas, y aquellos que una vez confiaron en ella ahora la evitaban, percibiendo algo oscuro e incómodo en su presencia. Para Hiroki, no era suficiente. Quería algo más definitivo, algo que dejara claro que él había tomado el control absoluto de su vida.

Kaede se encontraba sola en su casa, y como si un presagio la hubiera embargado, sentía un peso en el aire, una sensación de peligro que la envolvía. Esa misma noche, recibió una llamada inesperada.

—Kaede —la voz de Hiroki sonaba desprovista de cualquier afecto filial— Espero que recuerdes lo que hiciste.

—Hiroki... —intentó decir algo, pero su voz temblaba— Yo... lo lamento. No sabía... no imaginé que...

—¿Lamentarlo? —Hiroki dejó escapar una risa fría— No tienes idea de lo que es el arrepentimiento, madre. Tú fuiste quien me enseñó a desconfiar, a desconectar, a perder cualquier tipo de amor que sentía por alguien. Tú y los demás me moldearon, me hicieron este ser que soy ahora.

Kaede estaba muda, incapaz de contradecir las palabras de su hijo, sintiendo el peso de su propia culpa. Hiroki prosiguió, sin piedad.

—Quizá te preguntes qué será de tu vida ahora. Te lo diré: no te quedarás sola, pero tampoco tendrás a alguien que te consuele. Estarás rodeada de la ruina, y cada vez que intentes escapar, recordarás que yo sigo allí, moviendo los hilos. Serás mi marioneta, la primera en caer.

La llamada se cortó, y Kaede sintió como si algo oscuro y definitivo la hubiera marcado. Era como si el alma misma le hubiera sido arrebatada, dejándola en un estado de angustia perpetua del que nunca podría escapar.










Hiroki, después de encargarse de su madre, sintió que quedaba un poco más cerca de su objetivo final. La pieza central de su venganza aún le esperaba, y era algo que había planeado meticulosamente: enfrentarse a Nao, la mente maestra que había coordinado la traición y destrucción de su vida.

La zorra narcisista que había manipulado a todos, llenándolos de mentiras y odio hacia él, solo porque encontró diversión en ver a un alma inocente romperse. Hiroki había preparado una "reunión" especial para ella.

Nao no tenía idea de lo que le esperaba esa noche. Durante semanas, había estado recibiendo extraños mensajes y llamadas que la hacían sentir observada, pero en su arrogancia, había ignorado todo. Creía que todo se trataba de coincidencias o de alguien que intentaba asustarla sin éxito. Pero Hiroki sabía que la mente de Nao era su arma, y que debía desgastarla lentamente, haciendo que sus defensas se volvieran frágiles antes de hacer el último movimiento.

Aquella noche, en la soledad de su apartamento, Nao recibió un sobre rojo que alguien deslizó bajo su puerta. Dentro, encontró una nota: "Nos vemos a medianoche en la vieja fábrica." Nao se estremeció, pero su curiosidad pudo más, y decidió que enfrentaría a quien fuera que intentaba perturbarla. No sospechaba que esta era una trampa de Hiroki, quien había calculado cada detalle.

Él ya estaba esperando en la fábrica, oculto entre las sombras, disfrutando de la anticipación de ese momento. Sabía que, de todos, Nao era la que más merecía sufrir, y estaba decidido a hacer que cada segundo fuera inolvidable.

Nao llegó a la fábrica abandonada, sintiendo el peso de las sombras y el frío implacable que la rodeaba. La fábrica había sido un lugar concurrido años atrás, pero ahora solo quedaban escombros, paredes descascaradas y un silencio inquietante que amplificaba el eco de sus pasos. A pesar de sus intentos de mostrarse tranquila, el pulso acelerado de Nao revelaba su nerviosismo. Miró a su alrededor, buscando cualquier señal de movimiento, cualquier pista de quién la había citado allí.

—¿Hiroki? —llamó en voz baja, intentando ocultar el temblor en su tono— ¿Eres tú?

Una risa baja, profunda y escalofriante resonó en el lugar. Nao dio un paso atrás, con una mezcla de incredulidad y temor. Esa risa no pertenecía al Hiroki que recordaba, al chico al que había manipulado tan fácilmente. Había algo más oscuro en ese sonido, algo que le hizo comprender que estaba en una trampa de la que quizá no saldría indemne.

—¿Esperabas que fuera otra persona, Nao? —preguntó Hiroki, apareciendo lentamente desde las sombras, su figura recortada contra la escasa luz de una lámpara en el fondo de la fábrica— ¿Acaso pensaste que podías jugar conmigo y salir sin consecuencias?

Nao tragó saliva, intentando mantener su compostura. Ella siempre había sido la manipuladora, la que se mantenía en control de la situación. Pero al ver los ojos de Hiroki, oscuros y llenos de una furia contenida, comprendió que esta vez no sería tan fácil.

—¿Y a ti qué te importa? —respondió, intentando sonar desafiante— Tú fuiste quien dejó que todo sucediera. No eres más que un perro, Hiroki, alguien que nunca supo tomar el control de su vida.

Hiroki sonrió, pero sus ojos permanecieron fríos, casi desprovistos de humanidad.

—¿Un perro, dices? —replicó en voz baja, con un tono cargado de desprecio— Curioso, porque ahora pareces la única sin poder aquí. Yo no vine a hablar, Nao. Vine a darte una lección.

Nao intentó dar un paso atrás, pero antes de que pudiera moverse, Hiroki levantó la mano. En un segundo, una cuerda cayó desde el techo, atrapando sus muñecas y atándola sin posibilidad de liberarse. Se debatió, pero Hiroki había planeado cada detalle. La miraba con una serenidad que bordeaba la locura, un deleite oscuro que nunca había mostrado antes.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Nao, tratando de no mostrar el miedo que sentía— No puedes hacerme nada, Hiroki. No tienes el valor.

Hiroki ladeó la cabeza, observándola con una expresión que mezclaba incredulidad y burla.

—¿Valor? —repitió, riendo de nuevo, esta vez más fuerte— Oh Nao, creo que subestimas cuánto he cambiado. —Se inclinó hacia ella, sus palabras un susurro gélido— Lo que te haré es algo que recordarás cada segundo de tu miserable vida.

Hiroki sacó su teléfono y comenzó a reproducir grabaciones, cada una de las confesiones de quienes habían traicionado a Hiroki bajo la influencia de Nao. Uno tras otro, los audios revelaban los verdaderos pensamientos de Kanako, Kaede y Ayumu sobre ella, de cómo la despreciaban, de cómo solo la habían seguido por temor a su influencia. Nao escuchó, inmóvil, con la expresión de alguien que veía su mundo desmoronarse.

—¿No lo sabías, Nao? —Hiroki sonrió mientras pausaba la última grabación— No eres más que una pieza desechable. Ellas te detestan tanto como yo.

—Mientes... —murmuró Nao, pero su voz temblaba.

—¿Mentir? —Hiroki dejó escapar una risa breve— Te he dado pruebas, Nao. Todo lo que pensabas controlar ya no te pertenece. Tus amigas, tu reputación, todo se ha desvanecido. Y lo mejor de todo es que nadie estará para ayudarte.

Nao permaneció en silencio, sin saber cómo responder. La seguridad que la había caracterizado siempre ahora se evaporaba, dejándola vulnerable, pequeña ante Hiroki. Por primera vez, sus propios trucos se volvían contra ella, y el dolor de la traición se clavaba en su corazón como una espina envenenada.

—Pero aún no hemos terminado —anunció Hiroki, sacando una pequeña grabadora y presionando "reproducir"— Escucha con atención.

En el audio, se escuchaba la voz de Nao, fría y calculadora, detallando sus planes, su desprecio hacia Hiroki, y la manera en que había manipulado a todos a su alrededor para hacerle sufrir. Cada palabra era una confesión de su odio y su arrogancia. Hiroki observaba cómo el rostro de Nao se descomponía al darse cuenta de que él había estado un paso adelante, grabando cada detalle de su plan desde el principio.

—No solo tú sabes manipular, Nao —dijo él, acercándose hasta que sus rostros quedaron a escasos centímetros— La diferencia es que yo aprendí a disfrutarlo. Aprendí a sentir placer en ver cómo te desmoronas.

Nao lo miró, con los ojos llenos de rabia y desesperación, pero sin palabras para defenderse. Hiroki había tomado su juego y lo había llevado a otro nivel, uno en el que ella era la víctima.

—¿Qué esperas lograr con esto, Hiroki? —preguntó en un último intento por retomar el control— ¿Crees que te hace mejor que yo?

—No soy mejor —replicó, sin rastro de remordimiento en su tono— solo soy más eficiente. Y, a diferencia de ti, yo no dejaré cabos sueltos.

Sin más palabras, Hiroki tomó una tablet y le mostró a Nao una serie de mensajes y correos que había enviado a varias de sus "amistades," revelando los peores secretos de su vida. Nao observaba con horror cómo su imagen se destruía a cada segundo, y supo que ya no había forma de recuperar el control.

—Cada persona que alguna vez te respetó ahora sabrá quién eres en realidad. —explicó Hiroki, su tono casi indiferente— Te quedas sola, Nao. Y lo mejor de todo es que yo estaré aquí, observando cómo te consumes en el vacío que has creado.

Nao dejó escapar un grito de desesperación, intentando liberarse de las ataduras que la mantenían cautiva. Pero Hiroki no se inmutó, observándola con una calma implacable.

—Esto es solo el principio, Nao. —susurró, disfrutando del tormento que se reflejaba en su rostro— Te veré caer, cada vez más, hasta que no quede nada de la persona que alguna vez fuiste.

Nao bajó la mirada, derrotada, sintiendo cómo el peso de sus propias decisiones se le venía encima. Hiroki la dejó en la fábrica, atrapada en la oscuridad de su propia soledad, mientras él se alejaba, satisfecho con la ruina que había causado.










Kaede Mori, la madre de Hiroki, permanecía en su habitación, en el silencio de su hogar que ahora parecía más una prisión. Había estado bajo el yugo de una tensión que ni ella misma podía entender, una mezcla de culpa, vergüenza y miedo. En los últimos días, cada llamada, cada mensaje, cada leve crujido en la casa parecían un recordatorio constante de lo que había hecho y de lo que Hiroki se había convertido. Sabía que su hijo estaba detrás de todo, manipulando, acechando. Pero lo que no sabía era cómo había llegado tan lejos, o en qué momento había perdido a aquel niño que una vez fue el centro de su mundo.

Sumida en sus pensamientos, un timbre inesperado la hizo saltar. Dudó un instante antes de abrir la puerta, pero, para su sorpresa, no había nadie al otro lado. Sólo encontró una caja negra, elegante, con un lazo rojo. La recogió, sintiendo el frío del metal que decoraba la caja y, con manos temblorosas, la llevó adentro.

Se sentó en la mesa y, con una mezcla de curiosidad y temor, levantó la tapa. Dentro, había un sobre que llevaba su nombre escrito en una caligrafía impecable, junto con una fotografía. Al mirarla, sintió que el mundo se detenía: era una foto de ella, Kanako y Ayumu... con Hiroki, siendo solo un pequeño niño, en el centro. Su rostro irradiaba felicidad, con una sonrisa inocente que había olvidado. Los recuerdos de aquellos días le llegaron como un torrente: las risas, los momentos juntos, la alegría de ver a su hijo crecer.

Pero junto a la foto, había un mensaje escrito en tinta roja:

"¿Dónde quedó ese amor, madre? Hoy conocerás las consecuencias de tu abandono."

Las manos de Kaede comenzaron a temblar, sus ojos llenándose de un mar de lágrimas al leer esas palabras. A pesar de la amenaza, no pudo evitar sentirse consumida por el dolor, un arrepentimiento que la ahogaba lentamente. Pero cuando se disponía a cerrar la caja, notó que debajo de la foto había una pequeña pantalla que comenzó a parpadear. Se encendió, mostrando un video en tiempo real.

Kaede observó la pantalla con el ceño fruncido, confundida al principio. La imagen era clara: se veía a sí misma, sentada en la cocina, contemplando el video. Se dio cuenta de que alguien la estaba grabando en ese mismo instante. Y entonces escuchó la voz de Hiroki.

—Hola, madre. —La voz era calma, casi fría, sin rastro de cariño— Pensé que ya era hora de que habláramos, cara a cara, aunque solo sea a través de este medio.

Kaede intentó responder, pero sabía que no podía ser escuchada. Sus manos se aferraron al borde de la caja mientras miraba la pantalla.

—¿Alguna vez pensaste en las consecuencias de tus decisiones? —continuó Hiroki— En cómo tus acciones destruyeron la vida de alguien que confiaba en ti... en alguien que creía en ti. No te preocupes, esto no es un reproche. Es un simple recordatorio de lo que decidiste ignorar.

La imagen en la pantalla cambió, mostrando a Kanako en su apartamento, hablando con un terapeuta que Hiroki había manipulado para hacerle creer que todo lo que había sucedido entre ellos era producto de la "confusión y arrepentimiento". Kanako, exhausta, confesaba todos sus miedos, sus arrepentimientos y el peso de la culpa que la estaba llevando al borde de la locura.

—Mi pobre hermana mayor... —comentó Hiroki con una voz cargada de ironía— Y pensar que confié en ella como alguien a quien admiraba. Pero tú... tú debiste protegerme de toda esta traición, madre.

Kaede sintió un nudo en la garganta, su cuerpo temblando al ver cómo la culpa corroía lentamente a Kanako en aquella pantalla. Pero no tuvo tiempo de reaccionar cuando el video cambió nuevamente, ahora mostrando a Ayumu en lo que parecía una especie de celda o cuarto oscuro. Estaba sola, con los ojos cubiertos por una venda y amordazada, mientras un mensaje de Hiroki se repetía en sus auriculares.

"¿Dónde está ahora tu lealtad, Ayumu? ¿A dónde fue tu promesa de amistad? ¿Recuerdas cómo te jactabas de tu traición? Ahora no eres más que una sombra, alguien que depende de la misericordia de quien alguna vez consideraste inferior."

Kaede apenas podía respirar. Las lágrimas corrían por su rostro, pero no podía apartar la vista de la pantalla, donde Ayumu se retorcía en la oscuridad, vulnerable, rota. La impotencia la consumía, y por primera vez en años, sintió que algo en su interior se quebraba.

—¿Te duele verlo? —susurró Hiroki desde la pantalla, como si pudiera ver cada lágrima, cada gesto de desesperación en el rostro de su madre— Eso es apenas el comienzo, madre. Porque aún no sabes lo que siento yo, el peso que he cargado desde que me abandonaste para cumplir tus propios deseos egoístas.

Kaede intentó hablar, a pesar de saber que Hiroki no la escuchaba, como si sus palabras pudieran alcanzar al hijo que una vez había conocido.

—Hiroki... yo... —susurró con la voz rota— No quería hacerte daño. No pensé que te afectaría tanto...

Pero Hiroki parecía anticipar sus pensamientos, su respuesta llegando como un veneno envenenado.

—Siempre encuentras una excusa, ¿verdad? Una razón para justificar cada una de tus decisiones. Pero ya es tarde para disculpas. Ya no queda nada que puedas decir o hacer para detener esto.

La imagen cambió nuevamente. Esta vez, mostraba a Kokujin, vigilado de cerca por dos de los secuaces de Hiroki, forzado a escuchar el mismo mensaje en repetición. "Tus 'genes superiores' no te salvaron de la derrota," susurraba Hiroki en la pantalla, su voz llena de desprecio.

Kaede sintió cómo su estómago se revolvía al ver la humillación y el miedo en el rostro de Kokujin. Aquel hombre, que siempre había mostrado una arrogancia implacable, parecía ahora una sombra rota, su seguridad derrumbada ante el poder de Hiroki.

—Ese hombre al que veneraste, madre —continuó Hiroki, como si cada palabra fuera una daga dirigida a lo más profundo de su alma— Ese "hombre fuerte" en quien confiaste más que en tu propio hijo. ¿Dónde está ahora su fuerza? ¿Dónde está su superioridad? Porque todo eso fue siempre una ilusión. Una mentira que tú elegiste creer en lugar de protegerme.

Kaede, completamente destrozada, se tapó la cara con las manos, incapaz de soportar la visión. Todo lo que había creído, cada decisión que había tomado, ahora se volvía en su contra como un espejo que revelaba su traición y su ceguera.

Pero Hiroki no había terminado. Su voz, ahora más baja y cargada de un odio helado, se convirtió en el único sonido en el vacío de la habitación.

—Este es solo el principio, madre. Cada uno de ustedes pagará hasta el último centavo de la deuda que han acumulado conmigo. Y mientras yo observo cómo se desmoronan, ustedes seguirán adelante, pero como sombras, como marionetas vacías, que responderán a mis hilos y deseos. Esta venganza no tendrá un final. Porque he aprendido que el poder verdadero no es la victoria inmediata, sino la destrucción gradual y eterna de aquellos que se atrevieron a traicionarme!

Kaede, ahogada en su propia desesperación, comprendió finalmente que su hijo ya no existía en ese hombre que hablaba desde la pantalla. Hiroki había sido consumido por su venganza, y ella, junto a todos los demás, era apenas un peón en su juego, un recuerdo doloroso de lo que él alguna vez había sido.

Ahora destrozada emocionalmente, apenas podía sostenerse en pie. Su cuerpo temblaba, y sus ojos, agotados de tanto llorar, reflejaban el peso de la culpa y el terror. Aun así, la transmisión no se detuvo. Hiroki había dejado claro que su mensaje no era simplemente palabras; era un juicio definitivo, una sentencia de sufrimiento eterno.

—Pensaste que todo quedaría en el olvido —dijo Hiroki, su voz reverberando en cada rincón de la casa de Kaede como un eco amenazante— Pero hoy, te revelaré el precio de tu traición, madre.

La pantalla mostró entonces una serie de imágenes y videos, recuerdos manipulados y fragmentados que Hiroki había distorsionado para alimentar la culpa de Kaede. Escenas donde Hiroki, de niño, la miraba con adoración, donde sonreía al verla, confiando en ella con una inocencia que ahora solo servía como recordatorio de su crueldad. Y después, imágenes de Kaede con Kokujin, Kanako, y Ayumu, la sonrisa de Hiroki borrándose gradualmente en cada cuadro, hasta que en la última imagen, ya era la mirada de alguien completamente perdido en la oscuridad.

—Ya no eres mi madre. —declaró Hiroki con una voz gélida— Eres solo una marioneta rota, incapaz de redención, una figura vacía a la que manipularé para mis propósitos. Serás un reflejo de tu traición, y como tal, vivirás una vida controlada por mi voluntad.

El último golpe fue devastador. Kaede comprendió que nunca volvería a recuperar a su hijo, que el pequeño Hiroki al que había amado se había esfumado. Lo que ahora existía era un ser de sombras y odio, alguien que ya no sentía compasión ni empatía, y que había abrazado completamente la oscuridad que ella, de alguna manera, había ayudado a crear.

La imagen cambió entonces a Ayumu, quien estaba confinada en una habitación sin ventanas, un espacio que Hiroki había diseñado para reflejar las emociones asfixiantes que ella le había causado. Sin voz, sin luz, y sin salida, Ayumu vivía en un constante estado de ansiedad y arrepentimiento. Hiroki había transformado su mente en un laberinto de pesadillas, un lugar donde cada pensamiento la atacaba como un monstruo invisible, repitiendo cada error y traición que había cometido.

Hiroki se dirigió a ella con un tono tan frío y cruel que parecía no tener límites:

—Ayumu, ¿recuerdas tus promesas de amistad? —preguntó, su voz burlesca resonando en la mente de la joven— Porque ahora cada uno de esos momentos será una herida que nunca cerrará. Serás mi esclava, y yo decidiré cada uno de tus pensamientos y cada paso que des.

La pantalla mostró entonces a Kokujin, quien había sido degradado y humillado de maneras inimaginables. Hiroki lo había despojado de todo poder, forzándolo a enfrentar su propia debilidad. En un mundo donde él se consideraba superior, ahora era un prisionero de su propio ego destrozado, viviendo en un ciclo de autodesprecio y frustración.

—Kokujin —le susurró Hiroki, con desprecio absoluto—, pensaste que eras invulnerable, pero en mis manos eres solo una herramienta. No eres superior a nadie. Eres una marioneta rota que servirás a mi voluntad y vivirás bajo mi sombra, sin la más mínima oportunidad de redimirte.

El último en aparecer fue Nao. Hiroki había guardado su final para ella como una obra maestra, el golpe más letal. La joven, quien había orquestado toda la traición, ahora se veía sometida a un estado de tormento mental constante. Sus recuerdos y pensamientos habían sido manipulados, reescritos, de modo que cada instante de su vida era un eco de arrepentimiento y culpa. A través de complejas ilusiones, Hiroki la hacía creer que su mundo se desmoronaba constantemente, que todo cuanto amaba era destruido una y otra vez.

—Nao, pensaste que eras la arquitecta de mi sufrimiento, pero solo fuiste el instrumento de mi venganza. —Hiroki se inclinó hacia la pantalla, como si pudiera penetrar en el alma de Nao con su mirada vacía— Ahora, cada paso que des, cada decisión que tomes, será para mí. Ya no te pertenece tu voluntad, y tu vida se ha convertido en un juego de sombras, donde el Titiritero del Destino controla cada hilo de tu existencia...

Con todos ellos, Hiroki ejecutó su venganza, sellando su destino en un mundo donde sus cuerpos y mentes le pertenecían a él, sin posibilidad de escape. Kaede, Kanako, Ayumu, Nao y Kokujin se convirtieron en marionetas atrapadas en la red de un maestro de la manipulación, condenados a sufrir una eternidad de tormento psicológico, mientras Hiroki observaba cada momento con una satisfacción fría y calculadora.

Hiroki, ahora completamente transformado en el Titiritero del Destino, se había convertido en una figura de poder y oscuridad absolutos. En su ser, no quedaba rastro del niño que una vez buscó amor y protección. El odio había borrado cada rasgo de inocencia, cada vestigio de humanidad. Su dominio era absoluto, y su venganza, implacable.

Este desenlace no dejó lugar para la redención ni la paz. Hiroki, quien alguna vez fue víctima de la traición, ahora había renacido como el villano absoluto, alguien que prefería controlar y destruir a quienes lo habían herido, en lugar de buscar perdón o paz. La historia de "El Titiritero del Destino" no fue una de redención, sino de la creación de un monstruo, de la transformación de una víctima en un verdugo, y de un niño en un ser despiadado y manipulador.

En el mundo de Hiroki, los hilos del destino no eran más que herramientas en sus manos, y quienes habían sido sus familiares y amigos ahora eran sólo actores en su macabra obra. Él era el maestro, el arquitecto de su sufrimiento y el Titiritero que movía los hilos de sus vidas, asegurándose de que cada día y cada noche estuvieran marcados por la angustia y el desamparo.

Y así, el Titiritero del Destino cerraba el telón, dejando tras de sí una historia de venganza y oscuridad, donde la inocencia había sido destruida para siempre.









Fin.

Y aquí finalizo el capítulo de esta historia. Es la primera vez que hice un fic de un personaje ficticio de otra franquicia aunque en este caso sea de NTR, moldeandolo en un villano a través del Terror psicológico y su trágico cambio

Siempre quise hacer una historia de Hiroki para darle una justicia por así decirlo por su terrible destino en el manga por el despreciable de Terasu
Por lo que me llegó una vez en la mente de cómo serían las cosas si Hiroki tomara el papel y manto de Doflamingo, inspirandome en el arte de los hilos y la manipulación.

Para este fin de semana tengo pensado sacar en la siguiente parte un Epílogo de esta historia detallando en resumen sobre el rumbo de Hiroki como el nuevo Titiritero y los planes a futuro que tiene contra su dominio en su ciudad, o posiblemente en el resto del mundo, quién sabe cuánto será el alcance de su ambición.

Espero que les haya gustado esta historia y me dejen sus comentarios, sus opiniones y qué fue lo que más les gustó.

Muchas gracias ;D

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