Capítulo 67 - Reloj roto
Cuenta regresiva: 0💔
Toda cuenta regresiva tiene que llegar a cero... 😥 Lloren conmigo y esta hermosa canción 😭
https://youtu.be/-_n6J_FK_YE
Welcome to the final show!
27 de Noviembre del 2020
Tenía que ver con mis propios ojos lo que verdaderamente le sucedía a Samy. Necesitaba mirarla y tomar su mano... decirle que todo iba a estar bien... Que saldríamos juntos de esto, como todo lo que hemos vivido hasta ahora.
Me encontraba corriendo por la puerta del hospital. Mientras mis pulmones me decían que tome aire o iba a desmayarme, mientras mis ojos no dejaban de nublarse por las lágrimas. Mientras todo se volvía obscuro a mi alrededor a causa del miedo.
Niego con frustración.
No... Tiene que existir una solución.
— Disculpe... ¿Paciente Samantha Rodrigues? —pregunto sin perder tiempo. Estoy agitado y temblando, pero ni siquiera me importa.
La enfermera empieza a buscar en su computador. Espero impaciente mientras lo hace.
Ni siquiera tuve tiempo de preguntarle a la mamá de Samy la habitación. Luego de llorar hasta cansarme solo pude preguntar en donde se encontraba. Y ahora estaba aquí, decidido a verla y ayudarla como pudiese.
—La señorita Samantha se encuentra en la Unidad de Cuidados Intensivos 4. Pero debe de conocer que solo se le permite el acceso a familiares.
—Soy su novio —indico y frunce el ceño.
— De acuerdo a nuestro registro... Su padre y su prometido están con ella —me informa.
Daniel está aquí... Ocupando un lugar que me pertenece.
Eso me pone celoso, pero decido dejarlo pasar, ahora eso no tiene caso.
—Es complicado de explicar, pero necesito entrar. Por favor.
—Lo lamento, pero no puedo ayudarlo.
— Por favor, se lo suplico —digo desesperado.
—Tiene que retirarse joven.
— ¡Maldita sea, no! —espeto al punto del colapso nervioso. — ¡Tiene que ayudarme!
—Si no se retira tendré que llamar a seguridad.
— ¡Solo quiero verla! ¿acaso no entiende eso? —alzo más la voz.
Llamo la atención de muchos y ni siquiera me importa. Noto que otra enfermera se acerca.
— ¿Sucede algo? —mira hacia la otra y ella me señala.
— Quiere ver a una paciente, pero no se le está permitido.
La enfermera me mira y se sorprende de inmediato.
—No lo puedo creer... ¿Usted es Christopher Vélez?
Puede que sea bueno que ella me reconozca.
— ¿Quién? —inquiere la otra sin saber de lo que habla.
— Es famoso... De CNCO —dice emocionada. —Amo sus canciones —me mira con ilusión.
— ¿Famoso? —me mira de arriba a abajo.
—Sí, soy yo. Y me ayudaría mucho si me permite acceder para ver a quien busco.
—Le dije que no pode...
— Claro que lo podemos ayudar —le interrumpe sonriendo. Mira el computador, justo en la ficha de paciente de Samy. — ¿Samantha Rodrigues?
—Sí —digo rápidamente.
—Pero... en UCI solo pueden ingresar familiares.
—Es Christopher Vélez, Lili. No es un ladrón o algo así —le discute. —Puede ingresar —me sonríe y yo le devuelvo el gesto, aunque no tengo ni las más mínimas ganas de sonreír. —Es en el piso 2, a mano izquierda.
—Gracias, muchas gracias.
Empiezo a correr sin pensarlo y entro en el ascensor que estaba por cerrarse. Marco el piso 2 y espero, mi impaciencia aumentando conforme pasan los segundos.
El ascensor abre sus puertas y voy en dirección de la izquierda. El rotulo en azul de Unidad de Cuidados Intensivos 4 me da la bienvenida. Me acerco a la puerta y veo tras ella. Hay varias personas sentadas en lo que parece una sala de espera. Entro y nadie me mira, es como si fuese invisible. Puedo entender que estén más ocupados en pensar en el familiar que tienen aquí dentro.
Miro entre todas las caras y finalmente encuentro una conocida. Creo que jamás olvidaría aquel rostro, pues nunca llegó a agradarme, aunque Samy me decía muchas veces que en este tiempo, ella y su papá tenían la mejor relación del mundo. Me costaría un poco hablarle.
Tomo aire y decido acercarme. Me siento a su lado y no digo nada por varios segundos, primero trato de estudiarlo. Se nota afligido y evidentemente ha llorado mucho.
Aclaro mi garganta.
—Disculpe —le hablo muy despacio y me mira. Nunca pensé ver en sus ojos tal fragilidad y tristeza, siempre los noté fríos y sin vida. Pero ahora tengo que admitir que Samy heredó su mirada. —Soy Christopher Vélez —extiendo mi mano.
Él solo la mira y vuelve a mirarme al rostro. No dice nada al respecto, así que decido proseguir.
— Soy nov... —me detengo, es mejor no decir aquello todavía. —Soy amigo de Samy —comento y frunce el ceño.
— ¿Amigo? ¿Cómo pudo entrar? Solo pueden ingresar familiares —inquiere pensativo.
—Tuve que rogarle a la enfermera —digo rascando mi nuca.
—Aún así me sorprende que haya podido entrar, son muy estrictos.
—Eso es lo de menos... Ahora solo quiero ver a Samy, saber cómo sigue... También quiero estar al tanto de todo, creo que puedo ayudar en lo que sea. No importa cuanto cueste, podemos salvarle la vida —digo todo esto muy rápido.
Me mira sin pestañear y niega.
En el momento que va a decir algo, la puerta de la habitación se abre y veo a un chico con bata, cubre bocas y gorro, salir. Se acerca a nosotros.
Ambos nos ponemos de pie.
— ¿Entrará usted, señor?
—No, Daniel... esperaré a mi esposa —indica el papá de Samy y él asiente.
Así que finalmente lo conocía.
— ¿Cómo está? —pregunto de la nada y al fin se da cuenta de mi presencia.
Me evalúa algunos segundos y arquea una ceja.
— ¿Qué hace usted aquí? —inquiere y no sé que decir.
— ¿Me conoce?
— Sam tiene nuestra habitación rodeada de posters suyos y de su grupo —explica confundido.
Para él debe ser demasiado extraño que el famoso amor platónico de su prometida esté aquí y preguntando por ella como si fuese lo más normal del mundo.
— ¿Entonces es famoso? —inquiere su padre. —Acaba de decirme que es amigo de Samy.
— ¿Christopher Vélez? ¿Amigo de Samantha? —pregunta contrariado. Bufa.
—Sé que esto puede parecer un poco raro... pero solo necesito verla.
Se miran entre sí y el señor se encoge de hombros, pero Daniel niega.
—Lo lamento por usted, pero ni siquiera debería estar aquí. No es un familiar.
Reconozco la manera en la que me mira, porque yo lo estoy viendo de la misma forma. Está celoso de tan solo pensar que me acerque a Samy.
Eso quiere decir que probablemente conoce la historia de la Samy enamorada de mí.
—Por favor —ruego.
—Daniel, si dice que es su amigo y quiere verla, creo que no podemos negárselo —vuelve hablar el señor. —Creo que Samy hubiese querido que se despida de ella.
¿Despedirme?
No, haré lo que sea para salvarle la vida.
— No vengo a despedirme... Sea lo que sea que tiene, yo mismo me encargaré de hacer todo para que esté bien —digo y Daniel rueda los ojos.
—Joven, al parecer usted no está al tanto de lo que le sucedió a Samy.
— ¿Y así dice ser su amigo? —pregunta Daniel con fastidio. — Que sorpresita.
Tengo que controlarme para no golpear a este tipo.
—Sólo hablé muy poco con su esposa... Sé que Samy está muy mal, pero quiero ayudar en lo que pueda —menciono desesperado. —No importa la cantidad del dinero.
Un silencio se instaura entre nosotros y el señor pone su mano en mi espalda, quizá para reconfortarme.
—Lo siento, joven, pero ya no podemos hacer nada por ella... —empieza a llorar y frunzo el ceño —Samy sufrió un infarto cerebral.
Por todos los cielos, no.
— ¿Qué?
—Mi niña está muriendo poco a poco a causa... —toma aire para poder continuar —a causa de un tumor maligno que llevaba consigo hace años.
Se quiebra totalmente y Daniel lo ayuda a sentarse de nuevo.
Yo ni siquiera puedo moverme.
Infarto cerebral... Ya no hay nada que se pueda hacer. Prácticamente está sin vida, esperando a que todos sus órganos dejen de funcionar.
Perdí a mi pulgüita para siempre.
¿Cómo te levantas luego de una noticia como esa?
¿Cómo sigues tu vida normal?
¿Cómo mitigas el dolor y el sufrimiento?
¿Cómo?
¿Cómo haría para poder vivir sin mi pulgüita?
Niego... necesito verla. Necesito verla y comprobar que lo que me dicen es una estúpida broma.
—Tengo que verla —exijo.
—Le dije que no puede hacerlo. No tiene ningún derecho —espeta Daniel.
—Tengo más derecho de lo que usted podría tenerlo —menciono. Estaba llorando otra vez, justo cuando creía que me había quedado seco.
— ¿Acaso estás loco? No te dejaré verla —me tutea. Y siento que es hora también de dejar de lado la cordialidad.
—No te lo estoy preguntando. Entraré a verla te guste o no.
—No seas idiota y vete.
—No pienso dejarla sola —empiezo a caminar hacia la puerta, pero siento un jalón de mi chaqueta.
—No está sola, tiene a sus padres y a mi también, soy su prometido —dice haciendo énfasis en lo último.
—Creéme que hace mucho tiempo dejaste de significar algo para ella... Samy me ama a mí.
—Serás imbécil.
Daniel está a punto de golpearme cuando somos interrumpidos por la mamá de Samy.
— ¿Qué les sucede a ustedes dos? —inquiere molesta. — ¿acaso creen que pueden hacer este tipo de escenas aquí?
—Este idiota es el que cree que puede venir a exigir un derecho que jamás ha tenido —espeta.
Me suelto de su agarre y la miro.
—Sólo deseo verla, por favor —le pido a la señora. —Por favor.
Me mira unos segundos y luego a Daniel.
—Entrarás luego de que mi esposo y yo lo hagamos —habla y un alivio recorre mi cuerpo.
— Debe estar bromeando, señora. Este tipo es un desconocido.
—Es un desconocido para nosotros, pero no para Samy... así que te pido que guardes las distancias, Daniel.
Vuelve a mirarme con odio y luego camina hasta fuera de la UCI. Nos quedamos los tres en silencio.
—Espera unos minutos —habla la señora y asiento.
Los dos empiezan a equiparse para poder entrar y luego desaparecen tras la puerta. Camino de un lado a otro, desesperado y preocupado. Aún no podía creer lo que decían.
No podía ser cierto, no, no podía.
Tras casi media hora de espera, finalmente era mi turno de verla. Me pongo de pie y camino hasta donde me pondrían la bata, el gorro y el cubre bocas.
—Se los agradezco demasiado —digo al borde de las lágrimas.
Después de una espera que se me había hecho eterna, ahora podría reencontrarme con mi Samy.
—Que quede claro que lo hago por ella, no por usted —responde la señora y asiento.
Sé que no tiene la mejor referencia sobre mí y acepto que fui un idiota todos estos años.
Una enfermera me guía por la puerta.
Cuando ingreso veo varias camillas en la habitación, todas ocupadas con pacientes que se ven al borde de la muerte. Camino despacio y con el corazón en la mano... y es allí cuando a lo lejos puedo identificarla. Dejo de respirar unos segundos.
La enfermera me señala la camilla y se retira.
La observo a una distancia prudente, porque no puedo evitar empezar a llorar al verla de esa manera.
Ya no es mi Samy que tanto recuerdo, aquella de sonrisa soñadora y ojos brillantes. Solo es un montón de cables y tubos que parecen lastimar su frágil y delicado cuerpo.
Empiezo a acercarme poco a poco y miro fijamente su rostro. Está pálida, sin una pizca de color, pero aún así me impresiona lo hermosa que se ve. Su cabello rubio acomodado a sus lados, estoy seguro de que su mamá la peinó cuando entró.
Me siento en la silla que está al lado de su camilla y solo sigo observándola.
Miro con horror el tubo que sale de una máquina que le ofrece algo parecido a alimentación y como este está incrustado en su boca, probablemente llegando a su estómago, y me imagino lo mucho que debe estarle lastimando la garganta... pero también recuerdo que ella ya no siente nada, que al menos no está sufriendo. Todo lo que la rodea y está conectado a ella le permite que su cuerpo siga con vida artificial... una vida artificial que es momentánea, puesto que sus órganos no resistirán mucho sin un cerebro que les permita vivir.
Al fin la realidad me golpeaba, realmente ya no puedo hacer nada.
Sin darme cuenta ya estoy llorando. Cada lágrima que sale de mis ojos parte un poco más mi corazón. Esto es demasiado para mí.
Con manos temblorosas tomo su mano izquierda y la aprieto delicadamente. Está fría, por lo que bajo mi cubre bocas e intento calentarla con mi exhalación, pero no sirve de mucho hacerlo.
Trago espeso y vuelvo mi mirada a su rostro. Quiero hablarle, quiero decirle lo mucho que la amo, lo mucho que me hará falta, pero sé que no serviría de nada, ella ya no está aquí, solo su cuerpo casi inerte.
Pero aún así... aunque esto no sirva de nada, esta era nuestra despedida. Su cuerpo puede estar sobre esta cama casi sin vida, pero su espíritu, sus recuerdos y sus palabras vivirán a mi lado hasta el último día de mi vida.
— Creo que me mentiste cuando te describiste... —hablo al aire. —Porque eres mucho más hermosa y perfecta que eso, pulgüita.
Empiezo a sorber por la nariz.
—Ahora mismo sería la envidia de todos los hombres ¿sabes?... Y de verdad hubiese tenido que optar por la jaula para esconderte —río al recordar nuestra conversación. —Y les hubiese dicho algo como "Alejénse idiotas, esta hermosura es mía y va a casarse conmigo... tendremos muchos hijos y seremos una familia feliz" —hablo mientras no puedo dejar de llorar.
Beso su mano, sintiendo mi alma quebrarse cada instante más y más.
—No sé que voy a hacer sin ti, mi pulgüita.
Esto duele... Y duele mucho.
—Mi vida ya no tendrá sentido si no estás a mi lado... Si tan solo pudiera devolver el tiempo —acaricio su mejilla con cariño. —Hubiese preferido morir con tal de que ahora estés bien. Pero a quien quiero engañar, hubieses decidido salvarme las veces que sean necesarias... Y gracias, gracias por amarme como lo hiciste —rompo en llanto.
Con la voz entre cortada empiezo a susurrar.
— Dime tú, cómo hago para captar tu atención... Sé muy bien que en el pasado, te han roto el corazón... Abrazáme fuerte y no tengas miedo, amor. Déjame explicarte... Quiero ser el que llena de felicidad, cada espacio de soledad, déjame ser tu luz.
Es lo máximo que puedo cantar, mi voz está apagada, pero deseaba tanto cantarle su canción favorita.
—Gracias por dejarme ser tu luz, Samy... Ahora tú serás la mía.
Me pongo de pie y beso su frente.
De inmediato diviso mi collar en su cuello y trato de sonreír.
—Gracias por haber dado tu vida por salvarme, amor.
Las lágrimas siguen saliendo sin parar y soy alarmado por un pitido proveniente de una de las máquinas. Miro asustado y noto que es la máquina que vigila los latidos de su corazón.
Solo veo una linea larga... Ya no hay frecuencia cardíaca.
Su corazón ha dejado de latir.
—No... Samy no —me hinco sobre ella —No me dejes.
—Joven, tiene que salir —indica una enfermera. Veo que va a apagar la máquina y la detengo.
— ¡No! ¡Ella no puede morir!
—Pero su corazón se ha detenido, no se puede hacer nada —dice confundida y niego.
No, mi pulgüita no pudo morir.
Siento que voy a desmayarme y me acuclillo, de inmediato termino sentado en el suelo por falta de fuerzas. Tan solo observo cómo la enfermera la empieza a desconectar y apaga las máquinas.
Sólo estoy observando la horrorosa escena pero no escucho nada a mi alrededor, no escucho más que el silencio sepulcral siendo opacado por el reloj de pared de la habitación.
Tic Tac
Los escucho como si tratasen de decirme que el tiempo a partir de ahora lo continuaría sin ella.
Tic Tac
Los segundos corriendo. Cada segundo burlándose de mí... Burlándose de mi sufrimiento.
Tic Tac
Esto es una pesadilla.
Tic Tac
No volveré a abrazarla... A besarla. No volveré a escucharla hablándome sobre las maravillas del universo.
Tic Tac
— ¡Cállate maldita sea! —grito y todos me miran asustados.
Me pongo de pie estando fuera de control y tomo el maldito reloj... lo estrello contra el suelo y este se rompe un poco, así que vuelvo hacerlo las veces que son necesarias hasta que queda hecho pedazos.
Soy agarrado por unos enfermeros que empiezan a halarme hacia afuera, mientras intento soltarme de ellos.
— ¡Samy! ¡Samy! ¡Quedate conmigo! —lloro con desesperación.
Los padres de Samy y Daniel me observan mientras grito sin parar y empiezan a llorar. Ya se imaginan lo que sucedió.
Se abrazan entre ellos y yo me siento más solo que en toda mi vida.
— Samy... Pulgüita —musito sentado en el suelo.
¿Y ahora qué?
¿Ahora que haría con mi vida?
(...)
La noche había llegado y contra todo pronóstico había empezado a llover.
Se supone que ahora mismo debería estar en la sala de velación, pero no tenía la valentía para ir, no me sentía preparado para ver a mi Samy dentro de una caja funeraria. Intentaba huir de mis pensamientos, de mi dolor... y eso solo me trajo a un lugar. El lugar donde todo comenzó.
Empiezo a recordar el día que tropecé con ella por error y la vi por primera vez. En ese momento no me imaginaría que se convertiría en la dueña de mis emociones y que llegaría a amarla como la amo ahora. Todo fue tan repentino, pero tan hermoso y mágico también.
Nuestro primer beso también fue con una lluvia como esta. Para mi no hubo momento más perfecto que ese.
Los recuerdos siguen llegando y siento que ya no puedo más. Me estoy engañando a mi mismo haciéndome el fuerte.
Caigo de rodillas al suelo mientras la lluvia sigue mojándome, mis lágrimas mezclándose con el agua.
—Disculpa, ¿estás bien? —siento una mano en mi hombro.
Me sobresalto al reconocer aquella voz y volteo de inmediato. Me quedo sin aliento unos segundos.
— ¿Sa... Samantha? —pregunto con voz temblorosa y me observa con confusión, pestañea varias veces.
Es la Samy de 16 años que recuerdo perfectamente.
¿Realmente es ella? ¿O es mi cerebro jugando conmigo?
—Christopher —susurra sin creerlo y sin poder evitar empiezo a llorar una vez más.
Me pongo de pie sin perder tiempo y la abrazo, como si se me fuese la vida en ello.
¿Cómo había llegado hasta aquí?
— ¿Viajaste por mí? —pregunto llorando y se aleja conmocionada.
— ¿Qué? —inquiere nerviosa.
Creo entenderlo todo.
—Probablemente eres la Samy de cuando yo aún no sabía nada —explico con nostalgia.
— ¿Te refieres a que te conté todo? —pregunta sorprendida.
—No precisamente —digo con una sonrisa triste. Rememorando aquella discusión que nos cambiaría la vida.
No dice nada al respecto, quizá no se lo puede creer.
Empieza a tiritar del frío por estar bajo la lluvia y eso me hace reaccionar. La tomo de la mano y la halo hasta estar dentro de la bodega, la cual está más vacía de como la recuerdo.
— ¿Recuerdas este lugar? Prácticamente aquí comenzó todo —digo mirando cada rincón.
Sigue sin decir algo al respecto, solo me observa, como si me estuviese analizando profundamente. Yo mientras tanto estoy aguantando mis ganas de besarla.
—Es inusual verte muy callada... por lo visto llegaste aquí por accidente.
— ¿Qué año es este?
— 2020 —digo sin quitar mis ojos de los suyos —27 de Noviembre del 2020, Samy.
El día más triste de mi vida.
—Eso quiere decir que... —habla sin poder contener la emoción. Sé porque está así.
—Me salvaste, Samy, lo hiciste —digo queriendo volver a llorar y ella hace igual.
Se lanza sobre mí para abrazarme y lo hace con todas sus fuerzas. Su calor me reconforta y su aroma se inunda en cada parte de mi ser.
—No puedo creerlo, no sabes lo feliz que estoy de saber eso —dice casi sin poder hablar.
Yo no hago más que abrazarla con todo el amor que puedo, mientras lloro desconsolado.
—Probablemente de donde vienes no te lo he dicho aún —menciono sorbiendo por la nariz —pero quiero que sepas que te amo Samy, te amo como jamás amé a nadie.
Se separa para verme a los ojos y me sonríe. Podía tener la dicha de ver una vez más aquel hermoso gesto.
—También te amo, te amo mucho Christopher —dice demasiado emocionada, por lo que intuyo, es la primera vez que me lo dice.
—Lo sé, pulguita, lo sé —musito acercando mi rostro al suyo y tomando sus mejillas entre mis manos. No puedo evitarlo más y la beso.
Me corresponde con todo el amor y cariño. Me separo con el corazón roto y más lágrimas ruedan por mis mejillas.
— ¿Por qué te encontré llorando? ¿qué sucede? — pregunta finalmente por mi actitud.
No sé si contarle todo o simplemente guardarmelo.
Niego.
— ¿Dónde está Samantha? —pregunta y me quedo estático. — ¿Qué sucedió? —insiste.
Ahora vuelvo a ser un manojo de lágrimas y sentimientos encontrados.
— No me digas que este es el día —susurra y la observo con rapidez.
— ¿El día?
— ¿Murió? —inquiere con tristeza.
Estoy abrumado.
— ¿Cómo sabes que eso ocurriría? —pregunto y parece impresionada. Lleva su mano a su boca y niega.
— Entonces sí murió.
Voy a volver a preguntarle sobre lo que sucede, pero soy interrumpido al notar que se acuclilla y deja escapar un fuerte grito.
—Samy... Samy —digo con preocupación y me observa, como buscando consuelo a su dolor.
Estoy asustado, no quiero que se vaya y me deje solo.
—No, no te vayas... No me dejes —menciono desesperado.
Está desvaneciéndose poco a poco frente a mis ojos.
—Fue lindo verte y saber que estás bien, mechitas. De seguro Samy debe estar feliz de que todo lo que hizo salió bien.
— ¡No, Samy! ¡No me dejes otra vez! —grito desesperado.
—No te dejaré, prometo que volveré... Se lo prometí a Samy —dice con una sonrisa triste y luego desaparece.
¡No!
No de nuevo.
Sigo llorando sin control, sentado en el suelo y tratando de tranquilizarme. Tratando de guardar ese último beso y aquella sonrisa en el fondo de mi memoria y mi corazón.
Me pongo en pie y decido que es momento de marcharme, pues aunque no quisiese, tenía que despedirme por última vez de mi amada pulgüita.
Tenía que decirle adiós a mi Samy.
Tomo un taxi y varios minutos después llego a mi destino. Allí encuentro a mi familia y a David, a quienes les pedí que viniesen porque no creí aguantar tal dolor solo.
Me abrazan sin siquiera pedir explicaciones y entro. Muchas de las personas me observan con curiosidad, pues en su mayoría son amigos vecinos y por ende me conocen de toda la vida. Lo más seguro es que estén murmurando qué hace Christopher Vélez todo empapado y en el funeral de una desconocida.
Sus padres me miran y asienten. Realmente no sé que miraron en mí como para ganarme su aprobación de un momento a otro, pero se los agradezco grandemente. Si no pudiera ver por última vez a Samy, no sé que sería capaz de hacer.
Camino hasta el lugar donde se encuentra el ataúd, bellamente decorado con flores y una fotografía donde sonríe felizmente. Bajo mi mirada para observarla y parece que está descansando, no parece que estuviese sin vida.
—Hoy te vi —empiezo a hablar muy bajito —te vi y luego me dolió el doble ver como te desvanecías frente a mis ojos... Sentí que te perdía por segunda ocasión —las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas —pero al menos estaba un poco feliz de haberte podido decir por última vez lo mucho que te amo. Te abracé y te besé, fue como sentirme una vez más en casa, en mi lugar favorito en el mundo.
Sorbo por la nariz.
—Hubieses visto tu cara de emoción al saber que había sobrevivido —lloro desconsolado. —Y todo gracias a lo que hiciste por mí, pulgüita.
Recuesto mi cabeza sobre el ataúd y trato de calmarme un poco, pero simplemente me es imposible.
— ¿Recuerdas nuestra noche de campamento? ...Aquella noche cambió toda mi perspectiva sobre mirar un cielo estrellado. Y desde entonces siempre he creído que eres mi estrella supermasiva... aquella que me cautiva con su brillo y su belleza... Y si algo es cierto, es que cada vez que mire al cielo, te veré y sonreiré... porque ahora te convertirás en lo que tanto amabas... Serás la estrella más hermosa del firmamento, la más brillante —beso el cristal que me separa de ella — Desde ahora... Pensarte será la única manera de sentirte cerca —susurro por última vez.
Empiezo a alejarme del ataúd con las pocas fuerzas que me quedan, sintiendo que no puedo aguantar un segundo más viéndola allí. Salgo fuera, a la lluvia incesante y caigo una vez más sobre mis rodillas, tratando de ver al cielo entre el agua que cae a cántaros sobre mi rostro.
Un pequeño punto brillante capta mi atención y se me escapa una sonrisa sin querer; la primera sonrisa genuina del día... Pese a todas las nubes que opacan el cielo, aquella brillante estrella me deja admirar su belleza. La observo con amor, como si aquella fuese la chica que se convirtió en lo mejor que me pasó en la vida.
Adiós, Samy.
Prometo reencontrarme contigo... Y quizás aquel día vuelvan nuestra historia de amor, una hermosa constelación, así también podré brillar junto a ti hasta la eternidad.
—Te amo, pulgüita... Te amo de aquí a la galaxia más lejana.
Fin ⏳
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