Capítulo 57 - Encuentro

— ¡Feliz cinco meses, amor! —grita Samy en cuanto salgo del baño y la encuentro parada sobre la cama de mi habitación.

Me asusto levemente pero luego río. Al menos ya me había acostumbrado un poco a que apareciese y desapareciese cuando quisiera.

—Buenos días, mi pulgüita fantasma.

—Te he dicho que no me digas así —se queja, cruzándose de brazos y haciendo puchero. Esa imagen me hace sonreír.

—Sabes que es de cariño, princesa —me acerco a ella y tomo su mano para ayudarla a bajar, al instante envuelvo mis brazos a su cintura, atrayéndola hacia mí, todo lo que puedo. —Feliz quinto mesiversario, princesa —beso la punta de su nariz y finalmente sonríe.

— ¿Mesiversario?

—Sí... Un año es a aniversario, por lo que no entiendo cuando la gente dice "Feliz aniversario de 5 meses, amorcito" —imito una voz aguda y graciosa, haciendo que Samy se ría a carcajadas. —No tiene sentido, ¿verdad?

—Tienes razón —asiente mientras ríe.

—Por eso uso la palabra "mesiversario".

—Recuérdame luego escribirle a la RAE para que agregue tu espectacular palabra al diccionario —bromea alborotando mi cabello mojado.

—Pero yo no la creé.

—Me da igual —se encoje de hombros. —Ahora cállate y bésame.

Une sus labios a los míos y salta un poco, enredando sus piernas a mi cintura.

— Estoy empezando a creer que me andas vigilando —murmuro mientras ella besa mi rostro.

— ¿Por qué lo dices?

—Casi siempre te apareces cuando estoy semidesnudo —hablo y enarca una ceja, sonriendo a la vez con picardía.

—Quizá y lo esté haciendo... O quizá eres un calenturiento que vive dándose baños cuando sabes que yo apareceré por casualidad y así te veré sin ropa —explica con inocencia y ambos reímos.

—Eso no tiene sentido, pulgüita mentirosa.. Ya díme la verdad —niega y entrecierro los ojos. —Samantha —abvierto y vuelve a negar. — ¿Entonces no me dirás?

—Nop —sonríe y la acuesto sobre la cama empezando a hacerle cosquillas. — ¡Nooo! —grita riéndose y retorciéndose debajo de mí. Menos mal mamá y mi lita habían salido a hacer las compras. — ¡Ya para, Christopher!

—No hasta que me digas la verdad.

— ¡Ay, por favor! —unas lágrimas le ruedan mientras no deja de reír. — ¡Me haré pipí, mechitas!

— Que vergonzoso será que mi mami tenga que lavar la sábana manchada de tu pipí —bromeo y me río de su expresión de horror y risa a la vez.

— ¡Listo, te diré... Te diré!

— ¿Lo prometes? —paro y lo duda, así que empiezo de nuevo.

— ¡Para! ¡Sí, lo prometo! —grita y finalmente me detengo.

Su pecho sube y baja mientras intenta tranquilizarse, en cuanto lo hace, toma la almohada y me pega en la cara, haciendo que caiga a su lado sobre la cama. Se sube a horcajadas sobre mí y toma prisioneros mis brazos, sujetándolos por encima de mi cabeza.

— ¿Quién tiene el control ahora, grandulón? —sonríe triunfante.

—Sabes que no estoy haciendo ningún esfuerzo por salir de tu agarre —le saco la lengua y hace un ademán de fastidio. —Ahora sí, díme.

— No diré nada.

—Lo prometiste —le recuerdo. Suelta un suspiro y asiente.

—De acuerdo. Pero no sé cómo lo tomarás.

— ¿De qué hablas? ¿Entonces sí me estás vigilando? —pone su rostro pensativo y asiente, pero al instante niega. — ¿Sí o no?

—Bien, te lo explicaré —se baja de encima de mí y se sienta a mi lado. —Digamos que solo he estado "jugando" un poquito con el tiempo... Es prácticamente eso —hace comillas con sus dedos.

— Sigo sin entender.

—Normalmente cuando me aparezco en tu habitación siempre estás haciendo algo diferente.

— ¿Ah si? —inquiero sin entender un pepino.

—Así es —se queda callada sin decir nada más.

— ¿Y? ¿eso es todo?

—Pues sí —dice como si fuera obvio y ruedo los ojos.

—Sigo sin entender, Samy.

—Eres demasiado lento —bromea y ríe. —Lo que quiero decir es que cuando yo me aparezco como si nada, casi siempre estás haciendo cosas distintas... y como tengo un ligero problema obsesivo compulsivo de querer verte desnudo —dice sonrojándose —adelanto o atraso él tiempo a mi conveniencia, depende del momento en que te estés bañando —explica y quedo con la boca ligeramente abierta.

— ¿Recuperaste tu habilidad de manejar el tiempo? —pregunto sorprendido.

—Obvio, tontito. Creí que te diste cuenta cuando te dije que me pongo a jugar con el tiempo —se encoje de hombros como si no fuese nada importante.

Puede controlar el tiempo una vez más, pienso.

Me quedo callado y la miro perplejo. Eso podría significar que ahora podía devolvernos a nuestro tiempo.

— ¿Eso significa que...?

—No —me interrumpe, casi como si hubiese leído mis pensamientos. —No es lo que piensas —dice con rapidez. —He recuperado mi habilidad, sí, pero solo una parte de ella.

— ¿A qué te refieres?

—Puedo retroceder y atrasar el tiempo mientras se den dentro de un lapso de 24 horas —explica.

— ¿Solo puedes adelantar o atrasar 24 horas?

—Sí, Chris. Lo siento —responde cabizbaja. Es claro que le afecta el hecho de pensar que eso me decepciona.

Tomo su mano y la aprieto levemente, brindándole una sonrisa.

—No te preocupes, Samy. Sabes que no tengo inconveniente alguno con seguir en este tiempo.

— ¿Estás seguro? Porque entendería que quisieses volver al futuro.

—Lo deseo mucho —digo con honestidad. —No sabes cuanta falta me hacen los locos de Zabdiel, Erick, Richard, Joel y hasta Renato —sonrío —pero estoy feliz de estar aquí contigo.

— ¿No me mientes?

—No, amor —beso su mano y acaricio su mejilla.

—Te amo —menciona con ojos brillantes.

—También te amo, novia pervertida —suelto una carcajada.

—No me digas así, tonto.

—De acuerdo... ¿entonces me explicas mejor el hecho de que retrocedes o adelantas horas con la finalidad de verme semidesnudo? —enarco una ceja y ríe.

—Está bien, lo sé, lo acepto... soy una pervertida —se burla de sí misma y asiento satisfecho.

—De verdad que lo eres.

— Si es un delito amarte como te amo, me declaro culpable —dice exageradamente con voz de poeta y ambos reímos a carcajadas varios segundos.

—No es un delito amarme, pero si jugar con el tiempo sin que yo me entere —hago puchero.

—Bien, prometo decírtelo cuando lo haga —dice burlona y niego. — ¿Qué?

—No lo hagas —hablo y me mira extrañada. —No vuelvas a jugar con el tiempo —digo de repente muy serio.

— ¿Por qué?

—M-me da miedo.

— ¿Miedo? —inquiere extrañada y asiento.

—No has recuperado tu habilidad totalmente... no quiero que por algún error nos separemos —explico y sonríe con cariño. —Además, si juegas con el tiempo a tu antojo, ¿cómo sabes si no estás cambiando algo importante entre nosotros?

Me mira pensativa y suspira abatida.

—No había pensado en ello, Chris. Lo lamento.

—Solo prométeme que no lo volverás a hacer.

— Lo prometo —me extiende su mano, mostrando su dedo meñique para que lo entrelace con el mío. Y así lo hago.

Me acerco y la beso sutilmente, para después simplemente dejarnos llevar por el momento.

(...)

La noche había llegado, entre horas de pasear por centros comerciales e ir al cine. Ahora disfrutábamos plenamente de una pizza.

— ¿Sabes algo? —digo mirando el trozo de pizza que sostengo en mi mano.

— ¿Uhh? —murmura con la boca llena. Sonrío al notar que de verdad la está disfrutando. — ¿Qué es tan gracioso?

—Nada. Solo creo que te ves tierna comiendo como una cerdita —comento y hace puchero. Suelto una carcajada.  —Juro que lo digo de cariño, princesa.

—Mas te vale —me mira entrecerrando los ojos. — ¿Y que querías decirme?

— Oh sí... Solo iba a comentarte que extraño la pizza argentina. No hay ni punto de comparación —digo y me mira enarcando una ceja.

— ¿Te atreves a decir que las pizzas ecuatorianas no son buenas? ¡Eso es sacrilegio, Christopher Vélez!

— No malinterpretes mis palabras, pulgüita —río. —Claro que las pizzas de aquí son deliciosas, pero si probaras una de Argentina, estoy seguro que pensarías igual que yo —digo aún entre risas para luego darle un gran mordisco a mi rodaja.

— Pues yo apuesto lo contrario —dice convencida.

—Si tan solo estuviéramos allá te demostraría lo equivocada que estás.

— ¿Ah sí?

— Síp —digo con aires de triunfo.

— ¿Pues que quieres perder? —inquiere y dejo de masticar.

¿Qué?

— ¿De qué hablas? —pregunto con la boca medio llena aún.

—Lo que escuchaste. Díme qué apuestas y yo me encargo de demostrarte que estás equivocado, mechitas —me reta.

La observo sin entender y hace un ademán para que hable rápido.

Esto es muy tonto, ni siquiera podemos probar quién tiene la razón.

— De acuerdo —digo siguiéndole el juego. —Seré tu esclavo por una semana —digo en burla y una sonrisa maliciosa se le escapa.

— Acepto —dice sin más y ruedo los ojos. —Ahora ponte de pie y vámonos —ordena.

— ¿Irnos? Pero si apenas empezamos la pizza —señalo hacia la mesa.

—No es como si piense dejarla, tontote. Tómala y vamos.

Dudo unos segundos y hago lo que me dice sin siquiera saber a qué quiere llegar con todo esto.

Salimos del centro comercial y tomamos un taxi.

—Una pizzería argentina aquí no cuenta —digo riendo, convencido de que quizá conoce un local cerca donde los dueños sean argentinos.

—Lo sé, bebé —sonríe con superioridad y le da al taxista la dirección, la cual es la exacta al parque cerca de nuestras casas.

Luego de rogarle y preguntarle acerca de lo que tramaba y sin respuesta alguna, finalmente llegamos.

—Dame eso —dice refiriéndose a la caja con la pizza dentro. Se la entrego y la abre. Lo siguiente que hace es partirla en varias mitades y dejarlas en una esquina, donde de inmediato aparecen unos perros callejeros para comerla.

El detalle me hace sonreír y casi cuando les ha dado más de la mitad de la pizza, me pide que sostenga una vez más la caja.

— ¿Qué haces? —pregunto cuando noto que rebusca algo debajo de unas piedras.

—Ésto —responde y me muestra unas llaves, comenzando a abrir la gran puerta de rejas del parque.

— ¿Cómo sabías...?

— ¿Olvidas que soy amiga del guardia?

—Oh, claro. Lo había olvidado.

Entramos y caminamos hasta el refugio de los gatitos. Me quita la caja de las manos una vez más y pone en las bandejitas pequeños pedazos de pizza, hasta que finalmente no queda nada.

—Awww, que lindos se los ve comiendo pizza —dice con voz tierna.

—Sí, pero yo aún estoy esperando mi pizza argentina —refunfuño y rueda los ojos.

—Tan urgido como siempre, Christopher. Pero está bien —se para enfrente de mí y toma aire. —Bien, escucha... Es la primera vez que intentaré hacer esto con alguien más —explica y frunzo el ceño.

— ¿De qué hab...?

Me interrumpe adueñándose de mis labios y besándome con pasión. Cierro mis ojos, dejándome llevar por el momento y un retortijón en el estómago me hace abrir los ojos varios segundos después.

Aún mientras Samy me besa, visualizo detrás de ella otro lugar totalmente distinto al parque. Ella se aleja y abre sus ojos para mirarme con atención.

—Esta... estamos en... —siento mi respiración entrecortada.

—En Argentina —susurra y la miro, sintiendo como mi cuerpo empieza a temblar.

— ¿Esto es real? —restriego mis ojos y ella asiente. Niego y me alejo un paso, estaba empezando a entrar en estado de shock.

—Es real, Chris, tanto como tu y yo —explica y toma mi rostro para que la mire — ¿Estás asustado... de mí? —inquiere con la mirada triste.

La miro y luego miro detrás de ella, viendo cómo las luces de los grandes edificios de Puerto Madero en Buenos Aires brillan frente a mí.

—Esto es muy loco —digo simplemente, pestañeando varias veces. —Debo admitir que se me han puesto los pelos de punta, pero... Pero jamás sentiría miedo de ti, amor —tomo sus manos que están sobre mi rostro y le sonrío con nerviosismo. —Nunca creí que me traerías a Argentina cuando te vi tan decida a ganarme.

—Pues ya ves... me tomo muy en serio todo —sonríe.

—Eso veo —niego divertido.

Mi expresión cambia totalmente cuando noto que está rodando un poco de sangre de su nariz.

— ¡Estás sangrando! —digo alarmado y abre los ojos sorprendida. Se lleva la mano a su nariz y luego se mira, rodando los ojos fastidiada.

—No otra vez —dice y empieza a buscar algo en su bolso.

¿Cómo que otra vez?

— ¿Te ha pasado esto antes? —pregunto preocupado.

—No es nada —dice y saca un pañito húmedo para luego limpiarse. —Se me pasa muy rápido —limpia con cuidado y cuando parece que ha cesado, bota la toallita. —Lamento que hayas presenciado esto —comenta avergonzada.

— ¿Por qué no me hablaste sobre esto?

—Chris, es simplemente el efecto de no tener mis habilidades al cien por cien de su capacidad. De verdad no es nada, amor —intenta explicar pero frunzo el ceño.

—Eso no me gusta nada —digo honestamente.

Por más que sea raro que tenga el súper poder de moverse por el tiempo-espacio, no me parece normal que por ello tenga que sangrar.

—Gracias por preocuparte, mechitas, pero te prometo que estoy bien —sonríe. —Y ya mejor vamos en busca de esa dichosa pizza argentina —habla burlona y asiento.

—Estoy más que seguro que te enamorarás de la pizza de aquí.

—Ya veremos —ríe y la tomo de la mano para llevarla a una pizzería que conozco muy bien y que por cierto es mi favorita en toda Buenos Aires.

Llegamos al lugar y nos sentamos en una mesa, donde posteriormente nos atiende un camarero y anota nuestra orden. Tenia que admitir que estaba más que ansioso de comer una pizza aquí después de tanto tiempo. Siempre nos recibían con mucho cariño, hasta teníamos nuestra propia cuenta personal abierta a nombre de CNCO.

— ¿Cómo sabias que mi pizzería favorita se encuentra aquí?

—Por favor, Christopher, te la pasabas subiendo storys a instagram siempre que venías aquí y no parabas de repetir sobre lo enamorado que estabas del lugar —habla y ambos reímos.

— Bien, tienes razón.

Alrededor de 10 minutos de espera, nuestra orden es acercada a la mesa y mis fosas nasales se llenan del delicioso aroma de la pizza.

—Ahora puedo morir en paz —digo sonriendo ampliamente y Samy arruga la nariz.

—No exageres, ni que estuviera tan buena.

—Eso lo dices porque no has probado aún de esta maravilla —respondo.

Tomo los cubiertos y con sumo cuidado corto un trozo de la pizza. Le hago señal para que abra la boca y obedece, poniendo al fin la pizza dentro de su boca.

Mastica y me mira entrecerrando los ojos.

—De acuerdo, tal vez tenías un poquito de razón —dice con un poco de fastidio al saber que le he ganado.

— ¿Solo un poquito?

—Tampoco pidas mucho —dice y río.

—Bien, estoy satisfecho con eso —le saco la lengua y me mira sin gracia.

El destello de una cabellera castaña llama mi atención al verla pasar por detrás de Samy. La visualizo con más atención de la debida y su mirada se choca con la mía justo cuando se sienta en una de las mesas del frente a nuestro lado derecho.

El corazón se me detiene varios segundos y siento que he dejado de respirar.

Me retiene la mirada y frunce el ceño, casi siento como si me ha reconocido.

— ¿Mechitas? —llama mi atención Samy y la miro asustado. —No me estás escuchando... ¿te sientes bien? Estás pálido —menciona preocupada y dirijo una vez más mi mirada hacia la otra mesa.

Ella aún está mirando hacia acá, como si estuviera estudiándonos.

Le dice algo a sus padres, quienes recuerdo muy bien también, y se pone de pie. Puedo jurar que empieza a caminar en dirección a nosotros.

— ¿Samantha? —es lo primero que dice, estando parada justo al lado de nuestra mesa y haciendo que Samy escupa el refresco.

Espera... ¿qué sucede aquí?

—Oh por Dios, sí eres tú —dice con alegría y no entiendo ni un carajo. Samantha me mira con los ojos muy abiertos y luego la mira a ella. — ¿Me recuerdas? ¡Soy Gabriela, Samy!

Miro intermitentemente entre ambas, casi sintiendo mi cuerpo debilitarse.

Pero qué mierd...

—H-ho... hola, Gabriela —Samy saluda nerviosa y frunzo el ceño.

¿Cómo es que ellas se conocen?


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