(EBV) Andrew - Pt. 2
Luke y yo nos acostamos varias veces. Algunas en mi habitación y casi todas en la suya, que compartía precisamente con Jonah Colbert. Siempre elegíamos horarios donde pudiéramos estar cien por ciento a solas, así que poco o nada se enteraron los demás. Yo porque no era sociable y Luke porque era bueno para guardar sus secretos.
Recordaba cada uno de nuestros encuentros con mucho detalle, incluso once años después. Luke destacaba por ser apasionado, a veces sucio y muchas veces romántico. Era bastante bueno para hacer que las personas que se metían con él no se sintieran solas. Y, de hecho, eso generaba muchos malentendidos.
Casi todos se enamoraban muy fácil de él, pero jamás les correspondía. Solían detenerlo en mitad del campus para reclamar por su indiferencia y por "engañarles", pero las protestas no surtían ningún efecto en Luke. Siempre respondía con una sonrisa inquieta, se disculpaba y seguía con su vida sin remordimientos.
Yo era consciente de que se veía con muchas personas a la vez y que no sentía nada por ellas, así que me resistí a caer. Aun así, no dejé de frecuentarlo en privado para besarnos o tocarnos sin que nadie más que nosotros se enterara, consciente de que nuestra relación no cambiaría.
—Andrew, hay una fiesta cerca de aquí, ¿quieres ir? —me preguntó Carven desde su escritorio.
En tres años nunca pisé una de esas fiestas que eran tan frecuentes y populares en la universidad. No me interesaban e incluso pensaba que perdía mi tiempo al no estar creando o adelantando tareas. Casi en automático respondí que no, lo que pareció desanimarlo.
—Para ser honesto, a mí tampoco me gustan mucho —bajó la voz, fingiendo que volvía a su trabajo—. Pero tenía curiosidad por saber cómo hacen las fiestas aquí. Luke siempre va.
Giré la cabeza en su dirección cuando escuché su nombre, pero para ese momento Carven ya me miraba. En cuanto notó mi reacción y que se me calentó el rostro, se echó a reír. Él sabía sobre mi extraña relación con Luke, pero no me lo dijo hasta que nos reencontramos años más tarde en mi bar. No le sorprendió, menos porque yo era todo un reprimido.
—¿Y Luke está ahí? —pregunté, de vuelta con las pinceladas para disimular mi interés.
—No lo sé... —cerró su cuaderno, giró el cuerpo hacia mí—. Podemos ir a averiguar.
Esa insinuación fue suficiente para convencerme. Los dos dejamos nuestras tareas casi al mismo tiempo y nos vestimos a prisa para no llegar demasiado tarde. Ya listos, salimos juntos. Mientras andábamos por el campus a pasos alargados, él me comentó que se encontraría en la fiesta con un par de amigos, así que no estaríamos completamente solos como un par de inadaptados. Aunque, para ser sincero, yo era bastante más inadaptado que Carven en muchos sentidos.
Llegamos a una casa enorme, que formaba parte de una fraternidad popular. Había muchas personas en el jardín delantero conversando y bailando al potente ritmo de la música interior. De las ventanas salían luces de neón, se podían escuchar exclamaciones, el piso estaba lleno de basura y entraban y salían personas sin parar. El lugar estaba a reventar, algo que parecía emocionarle a Carven y que a mí más bien me producía ansiedad.
Quería volver a mi dormitorio, seguir con mi pintura pendiente o irme directo a dormir, pero entonces, los amigos de Carven se nos acercaron. Chicos y chicas más jóvenes que yo nos rodearon para hablar. A un par ya se les notaba el alcohol en el cuerpo y otros más tenían una energía casi excesiva.
—Luke y los otros están adentro —comentó uno de ellos, animándonos a entrar—. Vamos, que se está poniendo bueno.
Aunque entramos juntos, yo me separé discretamente del grupo casi en cuanto noté que no tenían prisa por encontrar a nadie. Caminé entre la gente con lentitud, en silencio, observándolo todo a detalle. No me integré a ningún otro grupo de gente, sino que me pegué a las paredes donde solo las parejas románticas me estorbaban.
Casi todos bailaban, fumaban, se reían y coreaban parte de las canciones más populares. Otros más se besaban apasionadamente o jugaban los clásicos juegos de alcohólicos, empujándome sin querer al pasar. El exceso de gente se tornó agobiante a los pocos minutos, así que por instinto hui a la cocina de la casa, que era donde se divisaba menos gente y mucha más comida.
Me quedé cerca del lavabo, bebiendo. Tenía buena tolerancia al alcohol, por eso no me preocupé por medirme. Y así me quedé un rato, como una planta más de la casa. Nadie se acercó a mí para conversar ni para preguntarme cualquier cosa. Pasaban de largo, como si fuera invisible, y eso me provocó una repentina tristeza.
¿Qué había hecho mal para que nadie quisiera estar cerca de mí? ¿Por qué no llamaba la atención? ¿Por qué nadie quería conocerme? Por más que me gustara la soledad, no me agradaba la sensación de estar solo. Esas reflexiones tan profundas —que más bien se trataban de mis complejos y miedos más personales—, eran la señal de que ya estaba ebrio.
Pero en esa casa había alguien más borracho que yo y ese era Luke. Se hallaba en la pista de baile, sudoroso, muy sonriente, lleno de vida y abrazando a una mujer. Lo observé con fijación, preferí analizarlo a él para olvidarme de mis propios tormentos.
Tropezaba en su propio lugar, pero seguía aferrado a su pareja de esa noche. Cantaba con fuerza los coros de sus canciones preferidas, se empinaba vasos y botellas diferentes cada pocos minutos. Y claro, no perdía la oportunidad de besarse apasionadamente con la chica que tenía pegada al cuerpo y otras cuántas que orbitaban a su alrededor.
Luke era muy popular. Le tenía cierta envidia por eso. Era un hombre talentoso e inteligente, pero también carismático y agradable. Tenía cualidades que no era normal ver juntas y aprovechaba cada una de ellas al máximo.
Pero tanta perfección iba a pasarle factura en algún momento. Tanta cercanía con los demás no podía mantenerlo intacto por siempre. Por eso, después de volver a besarse con la chica que abrazaba, otro hombre que no estaba ahí al principio se interpuso y los separó con agresividad. Luke se tambaleó con torpeza, sin dejar de sonreír ni entendiendo del todo lo que sucedía. A kilómetros olí la pelea que podría armarse, así que abandoné mi cómodo escondite y acudí hacia allá lo más pronto que pude.
Sin embargo, aquel sujeto no estaba solo. Otros tres de sus amigos formaron una barrera protectora a su lado y el resto de los asistentes abrió un círculo en el centro que me impidió llegar hasta Luke. El hombre le reclamó casi a gritos que por qué besaba a su novia, que qué le sucedía, que iba a hacerlo pagar.
Solo que Luke traía encima un montón de tragos y sustancias que le impedían reaccionar con cordura. Se recargó en uno de los sofás y no respondió. Es más, ignoró por completo al sujeto y pidió en voz alta que subieran el volumen de la música. Pensé que su actitud empeoraría las cosas, pero el sujeto le tuvo cierta compasión.
Escuché que él y sus compañeros eran populares jugadores de rugby en el campus y que vivían en esa misma fraternidad. Aunque, para fortuna de todos, no eran exactamente personas problemáticas. El hombre que empujó a Luke tenía todo el derecho de reclamarle y claro, de echarlo de su casa.
Así que en lugar de hacer el conflicto más grande y aprovecharse de un ebrio inofensivo, lo tomó del brazo con fuerza y lo sacó de la fiesta. Casi todos los presentes los seguimos, expectantes de que algo pudiera cambiar en el último segundo.
El jugador simplemente lo lanzó a la calle con un empujón fuerte y agresivo, provocando así que Luke se cayera de las escaleras del recibidor y aterrizara con dureza en el concreto. La gente volvió entre risas a la fiesta, como si nada hubiera sucedido, pero yo me quedé en la entrada, observándolo.
Permaneció en el suelo casi un minuto entero, tendido como una estrella. Respiraba con agitación y no parecía querer levantarse. Fui el único que se acercó hasta él sin intenciones de burlarse o tomarle fotos a punto de la inconsciencia. Lo sacudí por los hombros y le pedí que se mantuviera despierto porque lo llevaría de regreso a su dormitorio.
Con dificultad conseguí ponerlo de pie, pasé uno de sus brazos débiles por detrás de mi cuello y juntos atravesamos el jardín y el resto del campus. De camino, comenzó a decir un montón de incoherencias. Algunas cómicas y otras más bien preocupantes.
—Tengo que llamar a Jonah —balbuceó, con la cabeza balanceándose hacia atrás—. Necesito otra línea o me volveré loco.
—Necesitas dormir, Luke, no cocaína.
Luke me contó alguna vez que solo consumía sustancias en las fiestas universitarias o junto a su mejor amigo. No se consideraba adicto y yo tampoco creía que lo fuera; hasta ese momento jamás lo había visto en mal estado, así que no me parecía preocupante.
—¿Podemos quedarnos en tu habitación? —preguntó, con las piernas cada vez más débiles.
—Vamos, te llevo a tu casa —insistí, moviéndolo por un hombro.
Luke no pudo despegar la cara de la barra. Mantuvo los brazos quietos a los costados, miraba al vacío. Sus ojos, que alguna vez distinguí de un verde brillante y vívido, estaban muertos, opacos y oscuros. Apenas y parpadeaba.
—Por favor, Luke —no parecía escuchar—. Lo que sea que te haya puesto así, no vale la pena. Créeme.
Pudo reaccionar por fin, con apenas un movimiento de cabeza. Entreabrió la boca, pero tardó mucho en hablar. Por eso, y mientras se decidía, preferí adelantarme a cualquier cosa que él quisiera. Saqué mi billetera para buscar la identificación de Luke que robé, leí sus datos personales y finalmente me detuve en la dirección de su casa. No era muy lejos; de hecho, formábamos parte del mismo condado.
Siempre dejaba mi auto porque vivía muy cerca del bar, así que no tuve más alternativa que hurgar en sus bolsillos para averiguar si él traía las llaves del suyo. Conduciría hasta su edificio, lo subiría a su apartamento, lo dejaría seguro en su cama y me iría, con el deseo de no verle de nuevo.
Una vez que las encontré, le pregunté de qué color era su auto.
—Si lo hubieras conocido, también te habrías obsesionado —murmuró al instante, ya con los ojos cerrados.
Apretó los labios y los párpados; escuché que respiraba con más dificultad que antes. Me acerqué a él para hablarle de cerca. Pasé una de las manos por su espalda y me incliné hacia su cara. Lo sacudí un poco para que se levantara y pudiéramos irnos, pero se resistió.
—Los artistas amamos a las personas como él —balbuceó, antes de sujetarse de la barra y alzar la cabeza.
Abrió los ojos por fin. Estaban pequeños, bastante enrojecidos y húmedos. Sus mejillas y nariz tenían un tono más rojo del que se veía en los borrachos. Recargó la barbilla sobre uno de sus puños, miró hacia su vaso de licor vacío. Quería decir algo más, solo que no le salían las palabras.
—¿De quién hablas? —le pregunté, esperando que con esta breve conversación él cediera a irnos.
Le empezaron a brotar las lágrimas. Solas, silenciosas, brillantes. Sentí un ligero nudo en la garganta que me obligué a resistir. No pude hacernos avanzar, así que me quedé a su lado por más tiempo, observándolo todo, guardando este encuentro en la memoria.
—De Moon —su voz se quebró—, hablo de Moon.
Se apartó para cubrirse la cara con una de las manos. Esta vez fue un poco más ruidoso para llorar. Yo no pude hacer mucho por él, en especial porque sus palabras me paralizaron. Había escuchado ese nombre antes. De hecho, Luke lo mencionó la última noche que estuvimos juntos en la misma habitación. Ese fue el repentino inicio de nuestro fin y lo guardaba con mucho desagrado en la parte más lejana de mi mente.
Moon-jae, su exnovio. El exnovio que tuvo en preparatoria hacía más de 13 años y que no podía superar. Recordaba su nombre porque me atormentaba, porque su nombre me hizo sufrir. Moon-jae no tenía forma en mi imaginario, pero incluso así logró lastimarme a través de Luke.
Aquello ocurrió la noche de la fiesta, en mi habitación.
Carven llegaría mucho más tarde, así que no me avergonzó que Luke y yo durmiéramos en mi cama. Quité las cobijas y lo dejé caer sobre el colchón. Los dos respirábamos con agitación a causa de la larga y torpe caminata por el campus, sudábamos y seguíamos ebrios.
Una vez que se recorrió hasta la otra orilla, me metí bajo las cobijas con él. Casi como un instinto natural, nos abrazamos y nos besamos apasionadamente, con los cuerpos muy cerca, con el calor en la piel, con los corazones alborotados.
Empezamos a desvestirnos, sin parar con las caricias y jadeos. Por primera vez nos dábamos prisa, como si el encuentro urgiera, como si lleváramos una eternidad queriéndolo y la desesperación estallara.
Luke nos hizo rodar y se quedó encima de mí, abrazándome por el cuello, con nuestros pechos unidos, con las piernas enredadas. Sujeté su espalda con ambos brazos para que no se apartara de mí. Continuamos saboreando la piel del otro, jadeamos con mucha excitación.
Y entonces, me besó. Ya lo había hecho muchas veces, pero no como en ese momento. Sujetó mis mejillas con las dos manos, pegó sus labios a los míos con calma y ternura. No era un beso lujurioso, sino tierno, romántico y lento. Desestabilizó el ritmo que llevábamos y aquello me confundió tanto como me gustó.
Fue así que Luke me hizo caer.
Juré que nunca me enamoraría de él porque sabía que no se enamoraba de nadie, que utilizaba a los demás, que era incapaz de corresponder, pero con ese beso lo consiguió. Quizás la ebriedad hizo que me precipitara con mis conclusiones, o quizás lo contrario. Tal vez logró despertar lo que siempre sentí por Luke.
Cuando se despegó de mi boca, nos vimos a los ojos por un par de segundos. Estaba a quince centímetros de mi cara, con una cálida y tenue sonrisa. Le quité algunos cabellos del rostro, le sonreí de vuelta, memoricé sus expresiones emocionadas.
—Te amo, Luke —escupí, sin medirme.
Y sin dejar que me respondiera, lo sujeté por detrás de la cabeza e hice que me besara de nuevo.
Correspondió al principio. Volvimos a girar para quedarnos uno frente al otro. Me sostuvo igual que en aquel beso romántico, saboreamos nuestras bocas por al menos treinta segundos, hasta que él nos interrumpió abruptamente.
Luke rompió a llorar.
—Yo también, Andrew —balbuceó, enjuagándose las lágrimas—. Pero no puedo.
Intenté acercarme para que me diera una explicación, pero se alejó ante mis intentos. Cuando su espalda tocó la pared, no encontró otra escapatoria más que decir su verdad.
—Lo extraño.
—Pero tú también sientes lo mismo por mí... —Lo sujeté de las muñecas, traté de que nuestra cercanía regresara, sin éxito alguno. Se me humedecieron los ojos y se me quebró la voz.
Yo estaba dispuesto a establecer una relación con él incluso cuando no había terminado por aceptar que los hombres también me atraían. Yo quería que Luke fuera mi novio, quería que tuviéramos una cercanía romántica, que dejara de verme como otro más de sus encuentros, que me amara con la misma intensidad.
Sabía que me amaba, lo sentía en algún rincón de su ser, pero ese amor no era tan fuerte como el que sentía hacia alguien más.
—Extraño a Moon-jae. —Se hizo un ovillo en la cama. Pegó las rodillas al pecho y hundió el rostro en la almohada—. Extraño a Moon. Lo quiero a él.
Y eso terminó por romperme el corazón.
Le rogué entre lágrimas que por favor me aceptara, pero no dejó de negar con la cabeza y de repetir lo mismo. Entre más hablaba, peor lloraba. Le daban espasmos cada pocos segundos, todo el cuerpo le temblaba y no paró de murmurar dolorosas oraciones.
—¿Por qué no se despidió de mí antes de irse a Corea? —Se lamentó—. ¿Por qué me trataba tan mal?
Ni siquiera pude sufrir por mi propio corazón. Luke estaba tan inconsolable y ebrio, que no me quedó más alternativa que prestarme como su almohada para llorar. Lo abracé con fuerza, permití que dejara salir toda su tristeza contra mi pecho.
Con él en esas condiciones viví uno de los momentos más vergonzosos de mi vida. Me rebajé peor que un amante, me transformé voluntariamente en una de esas personas dañadas por Luke Vang. Acababa de provocarme una herida permanente y aun así seguí a su lado como un perro fiel para que me utilizara de desahogo. No usó mi cuerpo, pero usó la nobleza de mi alma y eso fue mucho peor.
Luke reafirmó con sus actos una de mis mayores inseguridades; que nadie me quería lo suficiente. Que siempre habría alguien más ocupando el lugar principal y que yo más bien era la segunda opción.
Le di demasiadas vueltas a ese tema en mi cabeza mientras él se quedaba dormido por el exceso de alcohol y llanto. Lo abracé por mientras, con más fuerza de la debida, como si con eso le hiciera cambiar de opinión y elegirme.
Pasó una hora, dos. Carven seguía sin volver y yo, en mitad del silencio de la habitación, era incapaz de dormir. Miré al techo y a la nada al mismo tiempo, estreché a Luke contra mi cuerpo para que no se fuera.
Poco a poco mi tristeza se transformó en ira. Y, de hecho, sucedió en el momento menos oportuno. Esa noche lo perdí todo. Perdí una parte de mi corazón, perdí a Luke, perdí mi carrera universitaria.
Si bien yo tuve una parte importante de la culpa a causa de mi inestabilidad, hubo un tercer e inesperado culpable. Un tercero que arruinó mi vida.
—¡Abre! —Una voz agresiva llamó al mismo tiempo que los fuertes golpes a la puerta—. ¡Abre o te sacaré a golpes!
Su amenaza rompió el hilo delgado de mi cordura. Aparté a Luke con agresividad y me levanté a prisa de un salto. Corrí a la puerta, abrí con la misma violencia que sus palabras. Tenía que ser él, ¿quién si no? El mismo sujeto que siempre trataba de interferir en cualquier tipo de acercamiento que yo pudiera tener con Luke. Jonah Colbert.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top