Pesadilla

Un poco antes del mediodía, Jungkook le dio los últimos retoques al plan que había labrado con ayuda de Jin Goo. Había sido difícil volver a templar sus nervios luego de la tremenda noticia que recibió horas antes, pero lo había logrado. Decidió que se dedicaría a solucionar un problema a la vez o terminaría por volverse loco y de momento, el principal problema era recuperar a Taehyung.  

Sus manos, enfundadas en unos guantes, tomaron el último alfiler que se encontraba sobre la mesa y lo clavaron en una porción del mapa que se extendía sobre esta; un lugar titulado en letras negras como "Cheongug", que en Hangul significaba paraíso.

—¿Estás seguro de que los Yurchianos intentarán sacar al príncipe Taehyung por esa ruta? —preguntó Jin Goo un tanto escéptico. Jungkook asintió.

—Si —respondió señalando el mapa. —Estas tres vías, "Cheongug", "Yeon-og" y "Jiog", son las más cercanas a la capital de Kaesong, y entre ellas "Cheongug" tiene los terrenos más planos. "Yeon-og" es demasiado escarpada para los Yurchianos y  "Jiog" los obligaría a tomar una vía marítima. Si, estoy seguro, saldrán por Cheongug.

—¿Sabes que te arriesgas a todo o nada aquí, verdad? —Jin Goo estiró los brazos, colocando una mano a cada lado del sitio señalado en el mapa. Su mirada caía sobre la de Jungkook con la frialdad de un glaciar Yurchiano. Si se decidían a seguir aquel plan, en unas siete horas estarían en Cheongug, y no tendrían tiempo de llegar hasta ningún otro lugar en caso de haber elegido mal.

Un tenue asentimiento de cabeza fue la primera respuesta de Jungkook.

—Lo sé. Estoy consciente de los riesgos; sé perfectamente que es más factible que esto acabe en un desastre —contestó un poco más convencido, —pero en estos momentos no veo más salidas. —De golpe se retiró de la mesa, había una resolución evidente en su voz, tan marcada que hizo a Jin Goo alzar el rostro para mirarlo con atención. Frente a él estaba nuevamente ese muchacho calculador, metódico, infalible y milimétricamente certero, cual hoja de bisturí. Ante sus ojos tenía de nuevo a la leyenda hecha carne, al inquebrantable "Tesoro de SiKje".

—Jin Goo, antes de que partamos, quiero hablarte de otra cosa que me preocupa.

—Te escucho.

—Se trata de lo que te conté acerca del libro de las Diosas ¿lo recuerdas? —Jin Goo asintió.

—¿Crees que nuestros enemigos ya lo encontraron?

—No, no lo creo, pero justamente eso es lo que me inquieta. Creo que esa gente no ha tenido éxito en su búsqueda en Kaesong, y es por eso que han estado husmeando por Joseon.

—Pero yo creía que habían entrado a Joseon sólo para buscarte —replicó Jin Goo.

—Yo también lo creí, sin embargo, ¿recuerdas que la noche del secuestro de Taehyung, cuando me impediste abandonar el castillo de Koryo, te dije que una de nuestras aldeas peligraba? ¿Recuerdas que de inmediato mandaste hombres a custodiarla y finalmente nada pasó?

Jin Goo asintió.

—Pues eso. Los Yurchianos escogieron una de las aldeas más cercanas a Kaesong y no creo que la hayan escogido al azar. Creo que Yoongi tenía razón acerca de que buscan algo en Kaesong, el problema es que no lo han encontrado y mientras no lo hagan continuaran buscando por todos los demás reinos si es preciso. No van a detenerse a menos que los detengamos. —Jungkook tomó la vaina de su espada y de un golpe introdujo el arma dentro de ella. —Los Yurchianos no van a detenerse a menos de que los detengamos y por este niño que crece en mi, juro que voy a detenerlos.

En la voz de Jungkook parecía escucharse un gran odio, y aquello alarmó un poco a Jin Goo. Iba a decir algo pero en ese mismo momento se escucharon dos toques secos en la puerta. Un soldado entró con un objeto entre manos.

—Hay dos hombres esperando en las murallas y han traído esto, solicitan entrevistarse con Su Majestad de forma urgente —explicó el uniformado entregando el sello.

—Son Yoongi y Jimin —informó Jin Goo, viendo alivio en el rostro de Jungkook; fueron descubiertos en la posada y podrían ir con nosotros a Cheongug ¿no te parece?

—Bien —aceptó Jungkook, —guíalos hasta el castillo —le ordenó al soldado, —y tú Jin Goo, acompáñame, te tengo otra sorpresa.

El soldado hizo una reverencia y salió a prisa. Jungkook se acomodó la camisa y tomó sus armas. Se colocó la espada al cinto; la empuñadura de plata tenía en el centro, un rubí tan rojo que parecía contener toda la sangre que había sido derramada por el filo de aquel metal.

En los bolsillos traseros de sus pantalones, se guardó unas minúsculas dagas y un pequeño espejo. Por último, remató con un puñal, del largo de una pluma, el cuál camufló en el interior de su bota derecha.

Aquel objeto había sido el último regalo de su padre; era un arma bella y elegante, un fino tesoro que a pesar de llevar grabado en perfecto Saguay un mensaje de amor sobre la hoja, degollaba cuellos con la precisión del cirujano y había dejado eunuco a uno de sus pretendientes.

Jungkook se miró en un gran espejo e hizo una mueca extraña. Cuando Jimin y Yoongi llegaron al palacio, él y Jin Goo estaban listos para partir.

Se encontraron en los corredores de la entrada. Los adoquines de arcilla formaban ondas a sus pies, y los conducían a un jardin de gruesos robles y ramas desnudas. Había también un grueso tejido de enredaderas crecidas, las cuales se extraviaban en una muralla inmensa que tomaba camino al oeste, perdiéndose luego en un despeñadero profundo sobre el que nacía, mucho más al norte, la soberbia llanura Joseoneana.

Durante las guerras acontecidas antes del Gran Pacto, aquel fuerte de piedra robusta había servido para proteger a los entonces reyes de perder su soberanía con Kaesong, y de terminar convertidos en un simple ducado.

Después de pasar aquellos jardines, los cuatro hombres atravesaron un arcó de piedra que conducía a un callejón húmedo y pestilente. Debía ser un pasaje secreto del castillo pues la luz era escasa y pronto estuvieron casi en tinieblas. Jimin arrugó el ceño al sentir el chirrido de unas ratas a lo lejos.

—Luz, —ordenó Jungkook, luego de que entraran a lo que pareciera ser una gran bóveda un poco mejor iluminada que los túneles.

Entonces, se escuchó el paso de las botas de Jin Goo repiqueteando sobre la piedra, y de repente, un brillo radiante iluminó todo el recinto. Un espejo reflejaba la luz solar que escasamente penetraba por una alta claraboya, y la rebotaba en otros más que estaban colocados de forma estratégica; de modo que con un solo chorro de luz, toda sombra se extinguía. Sin embargo, las leyes de la óptica no eran lo que Jungkook pretendía enseñarles a sus invitados y éstos lo comprobaron al instante.

Yoongi y Jimin estaban casi atontados ante el despliegue de tesoros que tenía el rey Jungkook. Todo parecía indicar que dentro de aquella gran bóveda, el metal menos valioso era el oro: habían esmeraldas, diamantes como lagrimas, imposibles de contar y todo era reluciente sin importar a dónde se mirara. Se rumoraba que el bisabuelo de Jungkook había quedado con un tic en el ojo después de entrar a aquella bóveda por vez primera.

—Necesito que me ayuden —pidió Jungkook señalando unos gruesos sacos.
—Tenemos que llenarlos.

—¿Para qué? —preguntó Jimin confundido.

—Luego les explico. Ahora, démonos prisa.

Yoongi y Jimin miraron a Jin Goo pero éste sólo se encogió de hombros, luego tomaron cada uno un saco. En total llenaron tres con oro, cada uno del tamaño de un cerdo gordo. Con eso sería más que suficiente para lo que tenía planeado, pensó Jungkook, al tiempo que suplicaba a las Diosas que estuviese haciendo lo correcto.

Cuando todos los sacos estuvieron bien apilados y cerrados, Jungkook sacó una de las dagas que llevaba en los bolsillos y extendió su mano mirando a Jimin.

—Préstame tu mano.

—¡¿Qué?! ¡Ni hablar! —se estremeció el Koryano
—¡¿Qué pretendes?!

—Necesito un poco de tu sangre —respondió Jungkook. —Iba a usar mi sangre porque estoy embarazado de Taehyung, pero la tuya será más efectiva ya que eres su hermano de sangre.

—¿Necesita sangre? ¿Una daga? ¿Acaso ha perdido el juicio, Majestad? —Yoongi apartó a Jimin con un mohín de disgusto. Jungkook suspiro.

—Es un truco de bioenergética. Es magia básica que pensé que conocían, pero veo que no es así. En fin, les explicaré luego. Ahora solo necesito tu sangre. Es lo único que se me ocurre para salvar a tu hermano.

Jimin volvió a mirar a Yoongi a los ojos y éste asintió lentamente. De esta manera, el príncipe estiró su mano y Jungkook le realizó un ligero corte en la palma, dejando que la sangre callera sobre una pequeña tacita de ого.

Mientras tanto, Yoongi miraba a Jimin en silencio, contemplando esa belleza que tanto lo endulzaba. El viaje hasta palacio había sido silencioso, y no sabía si su esposo estaba o no disgustado por la noticia que le había dado horas antes.

Yoongi no le había contado aquello del embarazo de Seonghwa cómo venganza por su infidelidad, ni con ánimo de disgustarlo; lo había hecho sólo con el ánimo de que ya no hubiese más secretos entre ellos.

Si ya le había contado todo lo que sabía con respecto a los secretos que por años habían escondido sus respectivas familias, no veia problema en decirle que tendría un hijo con un antiguo amante. Sobre la infidelidad, no sabía ni siquiera que pensar. Le había dolido pero... ¿podía reclamarle algo luego de todo el daño que le había hecho? ¿Merecía si quiera estar ofendido cuando no sabía ni cómo dirigirse a él?

El profundo abismo que extendía siempre entre él y los otros seres humanos parecía mayor en el caso de Jimin; parecía más hondo y más oscuro. “Terminarás por perderlo cómo perdiste a Hyunjin”, le repetia con insistencia una voz interior. Pero Yoongi le replicaba: “No lo haré, no lo perderé”; aunque lo hacía con una determinación cada vez más mermada.

“Esta vez no volveré a perder" se dijo a sí mismo en aquel momento, mientras miraba a Jimin.

—Muy bien, con esto será suficiente —dijo Jungkook soltando la mano de Jimin, y enseguida puso su mano derecha sobre la tacita de oro que contenía la sangre del príncipe y aplicó su bioenergía.
La sangre se conoce,
La sangre se llama,
La sangre se pierde,
La sangre se ama.
Con la sangre a la sangre te invoco a ti; con la sangre de tu sangre, vuelve a mí.

Después de repetir el mantra tres veces, cubrió la taza que sostenía en sus manos y miró a sus acompañantes.

—Está hecho. Es hora de partir.

Los sollozos de Hyunjin morían en el pecho de Namjoon. Para nadie había sido fácil verlo vomitar de impresión cuando conoció, de labios de Woo Seok, la verdad sobre la muerte de su mamá y la forma como Yoongi le había mentido para protegerlo del dolor.

“Hyo Seop se suicidó una semana después de tu nacimiento, querido”

Ahora, entendía mucho mejor el por qué del odio de su padre. Seguramente se había sentido tan frustrado como lo había estado Woo Seok luego de leer aquella carta. Dos cartas, dos simples pedazos de papel que sin embargo, tuvieron el poder de destruir tantas vidas.

Después del suicidio de Hyo Seop, a In Guk solo le había quedado Hyunjin para descargar la ira y la frustración dejadas por aquella traición. Era el fruto podrido de esa relación clandestina, e In Guk nunca tuvo reparos en usarlo para lavar su honor y su honra.

Había odiado tanto a ese hombre y al mismo tiempo lo había amado muchísimo. En el fondo de su corazón, siempre le había conmovido la locura y soledad que cobijaban a su padre cómo un manto, y siempre había querido acercarse a él cómo su hijo.

Pero ahora, entendía bien por qué nunca pudo lograr su propósito. Ahora comprendía de qué iba ese terrible resentimiento que siempre vio clavado en los ojos de In Guk; el desprecio que recordaba como un látigo cuando evocaba los insultos y los abusos de antaño; tormentos que habían comenzado a una edad muy temprana.

Hyunjin estiró su mano y tocó la cara de Woo Seok. La mirada de ese doncel cuando hablaba de Jung Hyung y su hijo muerto era la misma que él recordaba haber visto en los ojos de In Guk aquella noche:

Habían pasado muchos años de aquello; las imágenes eran vagas pues tendría escasos cuatro años en esa época. Sin embargo, Hyunjin podía recordar perfectamente el olor del sándalo que brotaba de los cabellos de In Guk aquella noche cuando se acercó a su cama y podía verse a sí mismo envuelto en un camisón blanco y vaporoso. Recordaba que por alguna razón estaba llorando y su llanto parecía inconsolable.

Hyunjin tragó seco cuando el recuerdo se volvió más nítido, como si estuviese sucediendo de nuevo.

En un instante, volvió a ver a In Guk acercándose hasta él y estirando sus manos para apretarlo por el cuello. Llevó sus propias manos a su cuello cómo si le faltara el aire; Namjoon y los demás lo miraban con horror. Pero de un momento a otro, el muchacho dejó caer los brazos en un gesto exhausto y de su boca salió un sordo jadeo.

Entonces, se miró los brazos y su rostro se congestionó en una mueca de espanto. Aquella noche, In Guk no había sido capaz de matarlo, no había tenido el coraje suficiente para ahogar su llanto para siempre y calmar con aquel crimen su propio dolor. Sin embargo, enojado por su debilidad, el hombre lo zarandeó tan fuerte que le dislocó los brazos. Cuando el rey escuchó un crujido y vio que el niño dejaba de llorar, cayendo sobre la cama como un ángel roto, salió despavorido de aquella habitación y no volvió a entrar en ella nunca más.

A la mañana siguiente, cuando el doncel que cuidaba de Hyunjin encontró al pequeño príncipe ahogado en llanto y con los brazos dislocados, se oyó un grito tan fuerte que estremeció casi todo el palacio. Hyunjin no supo nunca que pasó luego con su pobre criado, lo que sí supo fue que sus brazos perdieron la mitad de su fortaleza después de aquel incidente y hasta pasados los siete años, fue prácticamente un inválido.

—Sigo pensando que fue una pésima idea que Su majestad Jungkook viniese con nosotros —dijo Yoongi, meciéndose sobre el lomo de un caballo de crin negra. —Ha sido una imprudencia de su parte teniendo en cuenta su estado.

—Opino igual —anotó Jimin, quien iba junto a él compartiendo montura. Estaba pálido y preocupado.

De nuevo, ese amor que Taehyung sentía por Jungkook lo tenía al filo de la muerte. Tenía un horrible presentimiento clavado en el pecho. —El amor es una maldición —masculló entonces en voz baja. Yoongi volteó su rostro y lo miró atentamente, desacelerando un poco la marcha hasta quedarse un tanto rezagados.

—Sí, es una maldición —respondió instantes después.

Entonces, una voz los apresuró. Al instante, Yoongi retomó el paso y se juntaron con los demás.

A Jungkook, la idea de viajar sobre lucero negro le parecía más adecuada. Según él, llamarían menos la atención y el viaje sería más rápido. Pero Jin Goo se negó a ello, acotando que era mejor que no se dejara ver, por si las dudas. Sería inconveniente que alguien lo reconociera antes de tiempo, y Jungkook no tuvo más ganas de replicar ni de perder más tiempo, por lo que obedeció.

El desfile estaba precedido por un soldado adornado con las insignias reales. En la camisa llevaba una estrella dorada, la cual lo adjudicaba como líder de la cuadrilla. Izaba en sus manos la bandera con el escudo de armas de Joseon bordado en ella.

Siguiendo al líder se encontraban un grupo de hombres vestidos con atuendos grises, tal como iba vestido Jin Goo. Todos ellos llevaban sendas espadas amarradas al cinto y tenían una pulcritud casi enfermiza para guardar la rectitud de la fila.

A cada lado del palanquin en el que iba Jungkook, aguardaban otros dos hombres, tres del lado derecho, contando a Jin Goo y más atrás, en la retaguardia, venían Yoongi y Jimin, camuflados como simples soldados de la guardia. Iban junto a otro grupo de uniformados, vestidos todos con camisas azules y pantalones negros. Para todo el que los viera, sin conocerlos de antemano, no serían más que dos soldados más de la guardia del marquesado de Cheongug.

El camino de “Cheongug” había resultado ser, en efecto, la mejor opción. A pesar del abundante tránsito comercial al estar repleto de mercaderes de todas las regiones de los cinco reinos; el rectilíneo sendero aplanado era cómodo para viajar o por lo menos lo era, una vez superado el bullicio.

En aquella ruta habían caravanas inmensas que aprovechaban los cruces de caminos para el intercambio de artesanías, animales, alimentos y telas. Las telas eran las más demandadas, pues eran importadas desde el reino de Kaesong, y con el cierre de las  fronteras estaban casi agotadas. En los últimos días, el precio de un tapete de piel de lince blanco, uno de los más codiciados, podía llegar a costar poco menos que una pequeña fortuna, y muchos mercaderes estaban aprovechándose de eso para lucrar.

Los salteadores de caminos, a diferencia de los mercaderes, eran cosa improbable por  aquella ruta. Los ladrones preferían caminos solos, frecuentados en su mayor parte por tontos o ingenuos que desconocían que la soledad era el peor enemigo de un comerciante. Los ladrones eran crueles, y sus víctimas terminaban colgadas de los arboles, con los vientres destripados, siendo alimento de buitres u otras aves. Sin embargo, no todos corrían con esta suerte: los donceles bellos eran  violados por toda la pandilla de maleantes antes de ser vendidos como esclavos. Se rumoraba que muchas veces ni siquiera era necesario que el chico fuese doncel. Mientras fuese bello servía.

—En Joseon, la prostitución está penada. Tener un esclavo sexual es un lujo que no pueden costearse todos. Cuando los salteadores se encuentran  con la fortuna de un doncel virgen, es casi como si se les apareciesen las Diosas. Sus vidas quedan resueltas. La pureza de un hombre incrementa su precio, a veces hasta el triple. Algunos se salvan de ser violados cuando sus captores se dan cuenta de que son puros. Nadie es tan tonto de perder una fortuna por un polvo. —Jin Goo les contaba esto a Yoongi y Jimin, quienes lo escuchaban mientras reparaban todo con atención.

Después de dejar atrás un inmenso y ruidoso bazar especializado en magia botánica, la comitiva había avanzado sin contratiempos con rumbo al campamento militar de Eufar y ahora se encontraban a unas tres millas del fuerte de Cheongug, sitio desde el que se podía ver la cadena montañosa más alta de Joseon, Hallasan, la cual colindaba con el profundo valle sobre el cual se hallaban.

La legión de soldados, quienes a esa hora limpiaban sus armas y brillaban sus petos, se formaron respetuosamente ante el paso de la comitiva. No vieron al rey Jungkook, pero la presencia de los escudos reales les permitió suponer que algún noble del palacio se dirigía hacia el fuerte.

Entonces, para amenizar el resto del camino, Jin Goo comenzó a hacer bromas sobre la eficacia de los filtros de amor y las pociones afrodisíacas que habían visto cuando pasaron por el bazar. Yoongi sonreía a menudo, escuchando la forma como Jungkook maldecía a su antiguo tutor desde el palanquin, tildándolo de ordinario.

Cuando faltaba muy poco para llegar, se colocó cerca de la ventanilla de Jungkook y empezó a hablar en voz muy alta dirigiéndose a Yoongi.

—Llevo años tratando de convencer a su Majestad Jungkook de despenalizar la prostitución —siseó con una sonrisa torcida. —¿No le parece, Majestad Yoongi, que esa sería la mejor solución para evitar la trata de personas?

—La trata de personas seguirá existiendo con burdeles o sin ellos —replicó Jungkook, sacando su cabeza por la pequeña ventanita del palanquin, respondiendo a la evidente provocación de Jin Goo.
—La trata es un negocio más lucrativo que la prostitución —argumentó, —y darle vía libre al lenocinio sólo servirá para llevar a la perdición a jovencitos incautos. Los pobres serán tratados como ratas únicamente para el goce de los bolsillos de timadores. Además, muero de solo pensar en ver a mi reino convertido en un lupanar. Como el puerto de Jaén, por ejemplo.

 —Oh, sí. El puerto de Jaén es un gran Lupanar —aceptó Yoongi, sin mostrarse ofendido por el comentario. —Los Jaenianos estamos muy a gusto con nuestro lupanar. Por mi parte, creo que la prostitución reglamentada es más segura que la que se practica en la clandestinidad y prohibirla sí que sería un exceso.

—¿En serio? —Jungkook lo miró de mala manera. Por su parte, Jimin asentía en concordancia por las palabras de su esposo. Jin Goo se sostuvo fuerte de las riendas de su caballo. Estaba que se caía de la risa.

 —En todo caso, yo prefiero que mi gente enloquezca por la vejez y no por la lascivia, y por lo pronto no cederé en eso. —culminó Jungkook.

 —Pues que mal, —se lamentó Jin Goo, —porque te diré, Jungkook, que la mejor inversión de mi vida la hice en un burdel Yurchiano. Le pague veinte monedas de plata a un muchacho para que meneara su trasero frente a mi cara y  hay que ver cómo se movía el condenado.

—¡No necesitaba saber eso, Jin Goo! —exclamó Jungkook.

—Entonces, sepa esto, Majestad —intervino de nuevo Yoongi, con una sonrisa de satisfacción.
—Para mi noveno cumpleaños, mi mamá Hyo Seop contrató a un jovencito de estas tierras y le pagó con uno de sus collares de diamantes. Le pidió al chico que danzara para mí usando solo eso.

—¡Por los cabellos enredados de SiKje! —Jungkook se ofuscó metiendo su cabeza de nuevo dentro del palanquin. Yoongi, Jin Goo y Jimin no dejaban de reír. Aquella distendida plática fue uno de los pocos buenos recuerdos que quedaron grabados en sus mentes.

Jungkook  meditó sobre su plan. “Seguramente los Yurchianos ya han tenido que oír los rumores acerca de mi regreso al palacio” pensó, “pero seguro pensarán que es una mentira de mis ministros para no alarmar al pueblo. Justamente por eso no me he mostrado a la plebe, para que el rumor siga siendo un rumor. Jin Goo tenía razón, fue mejor que viajara metido dentro de este carruaje”

“Oh, diosas, que los Yurchianos no descubran que no es a mí a quien tienen”.

Namjoon se levantó del lecho dejando a Hyunjin, todavía dormido, en compañía de uno de sus donceles. Antes de salir de la habitación, lo cubrió hasta el cuello con los edredones de lana y le dio un beso en la frente.

Aún le era difícil pensar en él cómo hijo de Jung Hyung; le dolía la cabeza de sólo pensar que ese castillo que lo acogió de niño guardara tantos secretos. Para nadie había sido nunca un misterio que la relación entre Jung Hyung y Woo Seok era muy tensa desde hacía muchos años, pero estaba seguro de que nadie se había llegado ni siquiera a imaginar que las razones de toda aquella animadversión podían ser tan oscuras.

Cuando regresó al salón principal, dónde momentos antes se encontraba reunido con Woo Seok y Seokjin , encontró que estos seguían allí, inmutables, bebiendo café.

—¿Cómo lo dejaste? —preguntó Woo Seok refiriéndose a Hyunjin.

Namjoon hizo una mueca de disgusto. —¿Cómo crees que está? Completamente destruido.

Woo Seok agachó la cabeza y Seokjin soltó su taza de café.

—Es posible que él sea quien más ha sufrido en toda esta historia. Tendremos que ayudarlo a superarlo.

—¿Superarlo? —Woo Seok soltó una extraña risita y luego se recostó sobre el sillón, en un vago gesto cansado. Namjoon, por su parte, se sirvió una taza de café y comenzó a beberla a sorbos. En una de esas alzó el rostro e hizo una pregunta.

—¿Cómo podemos estar seguros de que Hyunjin es realmente hijo de Jung Hyung? Teniendo en cuenta los antecedentes de Hyo Seop ¿por qué debemos confiar en su palabra?

—Porque el rey In Guk era estéril —contestó Woo Seok. —Yoongi tampoco lleva su sangre.

—¡¿Cómo?! —Namjoon y Seokjin lo miraron con estupefacción y preguntaron al unísono. Woo Seok les aclaró todo.

—Parece que enfermó gravemente durante sus primeros años de matrimonio con Hyo Seop, muchos llegaron a pensar que moriría en aquella época y lo peor, era que moriría sin herederos.

—¿Entonces qué pasó? —preguntó Namjoon.

—Hyo Seop lo convenció de que tomaran a un esclavo y de que éste los ayudara a engendrar al niño que necesitaban. ¡Estaban desesperados!

—¿Y accedió a algo así? —se sorprendió Seokjin. —Ese hombre adoraba a su Majestad Hyo Seop. No lo imagino entregándolo a otro hombre.

—Pues parece que sí accedió a hacerlo —afirmó Woo Seok. —A los pocos meses se anunció que Hyo Seop esperaba a su primogénito. Tal parece que de haber muerto, sin haber dado herederos, Hyo Seop habría sido obligado a regresar a Yurchen y entrar en un monasterio por el resto de sus días. Seguro que apeló al amor de In Guk para no tener que correr con semejante suerte.

—Pero el rey se recuperó.

—De aquel esclavo no se supo nunca nada más —añadió Woo Seok. —Parece ser que In Guk le concedió la libertad y lo exilió para siempre de Jaén, se rumoreaba que se fue para Joseon.

—¿Seguirá con vida? —se preguntó Seokjin, pero Woo Seok sólo se encogió de hombros.

—Creo que jamás se sabrá. Lo único que sé es que cuando In Guk se recuperó de su enfermedad, los médicos le dijeron que era plenamente capaz de tener hijos, pero como ven, pasaron nueve años para que Hyo Seop volviera a embarazarse.

—¿Y el rey In Guk no sospechó nada? —Namjoon se sirvió otra taza de café.

—Pues no tenía razones para hacerlo. Hasta ese momento, Hyo Seop había sido siempre un esposo intachable, un doncel respetable y cómo dije, sus médicos le aseguraron que estaba sano de nuevo, perfectamente capaz de engendrar un hijo.

—¡Rayos, todo esto es tan confuso! —se ofuscó Namjoon. —Además, ¿cómo te enteraste de todo esto, mamá?

—Porque el mismo Yoongi me lo contó —respondió Woo Seok. —El día de la muerte de In Guk me contó muchas cosas, y yo le conté otras más.

—¿Cuándo empezaron Yoongi y tú a planear toda esta venganza? —quiso saber entonces Namjoon, mirando al rey consorte con gran seriedad.

—Hace algunos años —respondió Woo Seok con pasmosa serenidad,
—justamente en unos banquetes de cumpleaños de Jung Hyung. Recuerdo que Jimin y Hyunjin, quienes eran apenas unos niños, se pelearon terriblemente en los jardines, al parecer por un juguete. Yoongi se puso furioso y ese mismo día se marchó con su hermano a Jaén. Pero antes de irse, pude ver la forma como miraba a Jung Hyung, con tanto odio. Entonces lo hice llamar a mi presencia y le pregunté directamente si sabía lo de Hyo Seop y Jung Hyung.

—¿Qué contestó él? —preguntó Seokjin.

—Que un día iba a vengarse de todos nosotros —sonrió Woo Seok, con una mueca que parecía de todo menos una sonrisa.

—¿Entonces? —cuestionó Namjoon.

—Entonces, yo le conté todo sobre “La amatista de plata” y le pedí que se uniera a mí en su venganza, que la hiciéramos conjunta. Al principio no me creyó, y estoy seguro que no lo hizo del todo hasta esa noche en que vimos con nuestros propios ojos esa horrible piedra. Aquella noche, nos convertimos en verdaderos cómplices.

Sintiéndose muy perturbado, Namjoon se puso de pie y se posó junto a la ventana de aquel salón. Luego de un momento, un poco más tranquilo, volvió a cuestionar a Woo Seok.

—¿Sabes por qué su Majestad In Guk le contó a Yoongi que ellos no eran padre e hijo? —preguntó con la vista clavada en el jardín.

—Porque ambos se llevaban fatal y durante una discusión, se lo contó todo. Quería lastimarlo, decirle algo que lo destruyera. In Guk  no tenía intenciones de contar aquel secreto a ninguna otra persona, tampoco tenía intenciones de que Yoongi perdiera el trono. Sólo quería lastimarlo y lo logró. Yoongi lo odió tanto como odia a Jung Hyung. Nunca lo perdonó por haberle contado ese secreto y creo que nunca lo perdonará.

—Tampoco le perdonará los maltratos hacia Hyunjin —aseguró Seokjin. Esta vez, Namjoon sí giró su rostro, mirando hacía el médico.

—¿Maltratos? —preguntó con un hilo de voz.

—Sí —respondió Seokjin y entonces les contó varias historias terribles de lo mucho que había sufrido Hyunjin durante su vida.

El fuerte de Cheongug estaba construido en un opaco granito rojizo. Era el último regalo hecho a Joseon, por el rey Yeongjo; un soberano con ideas tan paganas que le hicieron perder el trono y morir decapitado por órdenes de su propio hermano, fiel servidor de SiKje.

Visto desde el exterior, el fuerte no parecía una obra arquitectónica muy afortunada. La verdad sea dicha, las divisiones del conjunto eran bastante mediocres, dejando grandes desniveles que en ciertos puntos pasaban de lo antiestético a lo francamente peligroso.

Los ventanales eran demasiado estrechos y estaban mal ubicados; ello impedía a sus ocupantes aprovechar la luz natural, viéndose en la obligación de iluminar los salones interiores a base de luz bioenergética.

Para cualquier ojo medianamente ilustrado, este pormenor representaba un claro desperdicio de recursos energéticos, y más, teniendo en cuenta que ahora el fuerte funcionaba en plenitud como departamento de aduanas de toda la zona y otras pequeñas áreas que eran demasiado minúsculas para contar con jurisdicción propia.

Después de cruzar las puertas de entrada, Jungkook y los demás fueron recibidos por el propio Márquez Yi San. El hombre se mostró sorprendido con la llegada de la comitiva  real, pues no los esperaba, y en aquel momento, justamente, organizaba sus estadísticas y los últimos balances financieros del marquesado.

Jungkook explicó el plan en cinco ocasiones, exigiendo que se lo repitieran igual número de veces para asegurarse de que todos hubieran entendido a la perfección de qué se trataba. Esto logró que se sintiera un poco más tranquilo, sin embargo,  antes de mandar a su gente a tomar posiciones, sintió que la angustia volvía a recorrerle la columna.

A los pocos minutos, todos sus hombres se movilizaron. No obstante, Jin Goo, Jimin, Yoongi y el marqués se quedaron un rato más junto a él, realizando una oración a las Diosas. Jungkook la recitó en saguay, de rodillas sobre el patio de armas; acto seguido se pusieron todos de pie y partieron hacia sus respectivos puntos de espionajes.

Al levantarse del suelo, Jungkook sintió una punzada dolorosa en su bajo vientre, la cual le obligó a arquearse un poco. Jin Goo se apresuró a tomarlo del brazo, ayudándolo a erguirse por completo.

—¿Estás bien? — le preguntó. —Yoongi tenía razón. No debí dejarte venir —masculló irritado.

—No habrías podido evitarlo y lo sabes —le respondió Jungkook, recomponiéndose al tomar una gran bocanada de aire. —Sólo es la tensión, pero puedo manejarlo y ya no perdamos más tiempo. ¡A nuestros puestos!

Jin Goo lo vio alejarse y negó con la cabeza. No sabía por qué, pero todo aquello empezaba a producirle un terrible desasosiego.

 —Diosas, que esto no se salga de control —rogó en voz baja, y de inmediato, se fue detrás de Jungkook.

Un inclinado muro, ubicado en el extremo más occidente del fuerte, visiblemente roído por el paso del tiempo y la humedad, fue el sitio elegido por Jungkook para ubicarse junto a Jin Goo.  A éste, el lugar le pareció una muy correcta elección, debido a la excelente protección que les brindaba los muros de piedra y a la envidiable visibilidad de la zona que se obtenía estando allí.

Desde aquella altura, a casi veinte metros del suelo, se podía observar, sin puntos ciegos, el colorido de las caravanas que empezaron a marchar a prisa, una vez puesta en marcha la orden de Jungkook de nuevamente abrir las fronteras.

De inmediato, la inmensa barrera bioenergética que mantenía bloqueados los caminos empezó a despejarse, y también por el lado sur, suelo extranjero ya, se pudo observar como la tierra empezaba a perder el tono verde, secándose, empedrándose y justo al final, por toda la línea del ocaso, volviéndose arena fina, brillante y ondulada. Eran las bellas dunas que formaban el inmenso, misterioso y traicionero desierto de Kaesong.

Jungkook miró el sol en pleno ocaso, y echando mano de su geometría, logró calcular la hora siguiéndole la posición. Faltaba poco para que la luz los abandonara por completo, y cuando eso sucediera, sería el momento climax de su plan. Sintió su boca reseca y su saliva espesa; sentía las manos dormidas y el cuerpo le pesaba mucho. Había vomitado bastante durante aquellos últimos días, sin embargo, en ese momento, estaba sintiendo las peores náuseas de su vida.

“Diosas, por favor. No me abandonen ahora” rogó apretando sus ojos. En ese momento sintió una mano entrecerrándose sobre la suya. Era una mano, cálida y conocida, una mano grande y gentil, tan vigorosa y confiable como su dueño.

—Jin Goo. —Susurró, estrechando aquella mano. Esa mano en la que siempre había podido confiar, y en la que confiaría ciegamente hasta la muerte.

—Si esto no funciona —susurró Jin Goo, —si no logramos rescatar al príncipe Taehyung a pesar de todos nuestros esfuerzos, quiero que sepas que estoy dispuesto a responder por el niño que esperas. Asumiré la paternidad de tu hijo delante de todo el reino y no permitiré que tu nombre sea mancillado.

—Pero, Jin Goo. —Jungkook intentó replicar, pero una negación de cabeza de parte del otro hombre, le hizo callar.

—No contestes ahora, por favor. Es posible que a futuro, ni siquiera tengas que hacerlo. Si rescatamos a su Alteza sano y salvo no tendrás que responder a mi pregunta, y de veras, espero que así sea.

Completamente asombrado y conmovido, Jungkook le besó las manos y sus ojos se llenaron de lágrimas. Antes de su secuestro, y de que empezase toda aquella pesadilla, había empezado a creer que Jin Goo le habia olvidado para siempre.

Pero volvía a darse cuenta de que no era así. Jin Goo lo amaba con una adoración casi blasfema, como un tesoro precioso e invaluable. Le había entregado toda su vida cuando él aún era un niño, y sus padres murieron dejándole solo y ahora había regresado a su lado apenas se hubo enterado de su secuestro, con sólo un llamado. Él, por su parte, se regocijaba en una vanidad y un orgullo que habían caído de golpe ante el encuentro con un sentimiento genuino y noble, un sentimiento que le había tomado por sorpresa; un sentimiento que le trastocó hasta el último cimiento de su falsa moral.

Y ese sentimiento tenía dueño: Taehyung, el amor de su vida.

Nunca en toda su vida, había sentido tanto miedo. ¡Por las Diosas! era inmensa la cantidad de situaciones temerarias que había tenido que sortear. Jungkook sentía que el estomago se le encogía a cada segundo, a tal punto, que pensaba que de poder meter una mano dentro de su vientre, iba a encontrarse con ese mismo miedo convertido en una masa sólida, hambrienta como un tumor.

—Es hora —dijo entonces, viendo los últimos rayos del sol de aquel día, usándolos de nuevo como reloj. Cuando la noche cayó por completo sobre ellos, vio por fin el brillo que por tanto tiempo había estado
esperando. Su corazón saltó en su pecho.

—¡Alli! ¡Allí Jin Goo! —exclamó, señalando un lugar entre las caravanas en donde resplandecían diez luces intensas. —¡Voy por él!.

—¡Espera, Jungkook! —pidió Jin Goo, sin conseguir que el aludido se detuviera. Bufó y maldijo por lo bajo antes de acomodar sus armas y seguirlo a toda prisa.

Al hombre encapuchado, que manejaba la carreta donde llevaban a Taehyung, le pareció extraño que los soldados, guardias de fronteras, estuviesen repartiendo oro por órdenes del marqués. Pero le pareció más extraño aún, el hecho de que por fin se hubiese dado la orden de abrir las fronteras.

¿Cómo era posible que luego de haber cerrado las fronteras las estuviesen abriendo así de fácil otra vez? ¿Es que no se daban cuenta que les estaban sirviendo la libertad en bandeja de plata?

“Estoy seguro de que el rumor de que el rey Jungkook volvió al palacio sólo es una mentira para mantener al pueblo calmado” pensó el hombre. “Pero no entiendo por qué los puestos de control no tienen órdenes de requisar a los que salimos del reino. ¡Es absurdo! ¡Nos llevamos a su rey en sus narices y encima nos regalan oro! No, aquí pasa algo raro.”

El Yurchiano arrugó el ceño con gesto inquieto y enseguida miró el saquito de monedas que el soldado puso en sus manos: —Un obsequio de parte de nuestro señor como compensación por los contratiempos causados durante el cierre de las fronteras, —le dijo el uniformado mientras se las entregaba. El Yurchiano no tuvo más remedio que tomarlas a pesar de sus resquemores. Después de todo, rechazar diez monedas de oro podia levantar sospechas entre los soldados.

—Podemos usarlas para reponer lo que hemos gastado en este hombre —dijo después, cuando se alejó del puesto de control, señalando el bulto de heno bajo el cual se encontraba Taehyung.

Sus otros tres compañeros asintieron y abrieron el saquito para contar las monedas. En efecto, eran diez monedas de oro.

El secuestro de su prisionero había resultado ser un verdadero martirio para ellos. En primer lugar, durante la captura, se habían producido más bajas de las esperadas y segundo, no habían podido evitar que la víctima resultase herida,

Durante el primer mes tras el secuestro, se formó una verdadera batalla campal entre todos los involucrados en el asunto. En la cabaña en donde se habían resguardado, los cinco hombres que tenían a Taehyung en su poder vivieron una verdadera pesadilla cuando la herida que éste tenía en el brazo se le infectó y comenzó a apestar.

A los pocos días, Taehyung tenía un absceso enorme que supuraba a diario y que a poco estuvo de matarlo cuando la infección se le extendió por la sangre.

Pero por fortuna, la poderosa magia de curación  Yurchiana llegó al rescate y logró hacer ceder la infección sin tener que amputarle el brazo. A los diez días, el apestoso forúnculo se explotó y el pus salió por completo del cuerpo del principe, dejándole sólo una cicatriz del tamaño de un botón.

Ahora se encontraba alli, en la carreta de aquellos Yurchianos, sedado y atado debajo de unos bloques de
heno.

La carreta estaba ya a punto de llegar al pequeño puente levadizo, lista para cruzar definitivamente al otro lado, cuando de repente, uno de los que iba sentado en la parte trasera del vehículo comenzó a vociferar en su lengua natal.

Las monedas de oro que les acababan de dar empezaron a brillar como luciérnagas en medio de la noche. Era como si llevaran una farola iluminando toda la carreta. Aquello era un truco de bioenergía bastante singular y muy bien pensado.

¡Habían caído redondos en una trampa muy bien maquinada!

—¡Es una trampa! —gritó uno de ellos, tras salir de su impresión. El hombre se balanceó en la madera de la carreta al ponerse en pie y de inmediato, al mirar tras sus espaldas, pudo ver cómo un grueso grupo de hombres a caballo se les venían encima.

—¡Rayos! ¡Nos descubrieron! —gritó el que llevaba las riendas, azuzando más al caballo.

Entonces, dos Yurchianos más, que completaban el grupo de los cinco secuestradores, y que iban en monturas independientes de la carreta, flanquearon cada uno un lado del vehículo.

El hombre de la derecha frenó en seco, rozando casi las puntas filosas de los ejes de las ruedas y sus dos compañeros de la carreta le pasaron el cuerpo inconsciente del príncipe Taehyung.

—¡Regresare a la cabaña! —dijo antes de darse a la huída. Al instante, los tres hombres que iban en la carreta dieron un giro, perdiendo por un minuto a los soldados que les seguían, logrando bajarse del lento vehículo y robar dos monturas con las que se volvieron a dar a la fuga antes de llegar hasta uno de los retenes militares de la zona.

La cabaña donde habían pernoctado todas esas noches no estaba lejos de allí. Si lograban llegar a ella sin ser vistos, podrían esconderse y volver a intentar salir de nuevo cuando las cosas estuvieran más tranquilas.

Pero la persecución era intensa, incluso, a pesar del numeroso grupo de viajeros que invadían la zona. El hombre que llevaba a Taehyung, fuertemente abrazado a su regazo, galopaba todo lo que su caballo daba, hiriéndose las manos con el roce quemante de las riendas; en especial, en ese momento cuando tuvo que saltar una pequeña montañita a base de sacos de trigo que se le cruzó en el camino.

Cada cuanto, el sujeto miraba hacia atrás, asegurándose de que sus compañeros lo siguiesen o también, de que los soldados que los perseguían permanecieran a considerable distancia. Entonces, en una de esas, el sujeto alzó su mano derecha y en forma de códice, comenzó a realizar diferentes signos con sus dedos.

Los hombres que lo seguían se dividieron tomando cada uno su propio camino y se perdieron en medio del
gentío.

—¡No, no puede ser! ¡No puede ser! —se irritó Jungkook, al ver que los perdían de vista.
—¡Siganlos! ¡No los pierdan! —gritó desesperado.

Entonces, de esta forma, los soldados Joseonanos peinaron la zona, metiéndose entre la multitud como gusanitos en el lodo; tratando de no dejar ningún hueco sin revisar.

Los Yurchianos, por su parte, se empezaron a mover despacio, como leones en plena cacería; atentos, alarmándose cada vez que alguien gritaba por el excesivo impuesto o por el sonido de alguna vasija rota.

La luz se volvía cada vez más escasa. Para los Yurchianos ello podía ser una ventaja, pero no querían que el momento más oscuro los cogiera allí afuera. El hombre que llevaba a Taehyung avanzó unos cuatro metros más con la carga entre sus brazos. Era sigiloso como una sombra, pero no lo suficiente para Jungkook.

Cuando sus ojos divisaron por fin el techo de la cabaña que les servía de guarida, la punta de una espada filosa y brillante le rozó la yugular. Despacio giró, encontrándose con los ojos más fríos y hermosos que hubiese visto jamás.

—¡Sorpresa! —susurró Jungkook antes de rajarle el cuello. El Yurchiano bramó, ahogándose en su sangre antes de caer de su montura, con Taehyung aún entre sus brazos. Jungkook estiró su cuerpo, intentando agarrarlo antes de que cayera, pero no lo logró.

Como si de una cruel broma de las Diosas se tratase, justo en ese instante, una multitud de personas se les vino encima, y Jungkook quedó rodeado de una pared de gente que gritaba y vociferaba.

Vio cómo dos de los otros Yurchianos recogían el cuerpo inconsciente de Taehyung y huían a toda prisa con él.

En medio del caos, sus guardias se habían disipado y todo era confusión. Preso de ira y frustración, Jungkook comenzó a maldecir en todas las lenguas que conocía, y que no eran pocas.

Cuando sus guardias lograron traspasar aquella pared humana y ponerlo a salvo de nuevo, no pudo evitar soltar un grito de rabia. No podía creer que después de tener a Taehyung a pocos centimetros lo hubiera vuelto a perder de esa forma tan tonta. ¡No lo podía creer!

—¡Cálmate, Jungkook! —le dijó Jin Goo, acercándose hasta él.

—¡¿Cómo quieres que me calme?! —rugió, temblando de ira. —¡¿Cómo quieres que me calme si tuve a Taehyung a pocos centímetros de mis manos?! ¡Si casi pude rozarlo! ¡¿Cómo quieres que me calme?! ¡¿Cómo?!... ¿Qué rayos pasó,? ¿De dónde rayos salió todo ese gentío?

Jin Goo dejó escapar un largo resoplido y luego le explicó que, al parecer, el jaleo se había armado luego de que un soldado se negara a darles oro a los viajeros que entraban a Joseon, abogando a que la orden era darle sólo a los que salían del reino.

Aquello no le agradó para nada a la gente que regresaba a Joseon, y los mercaderes afectados se airearon por el trato injusto, exigiendo reparación, pues según ellos, el cierre de las fronteras les había afectado por igual tanto a comerciantes locales cómo a extranjeros.

—¡No puedo creerlo! —Jungkook se encolerizo aún mas, haciendo un amago de volver a ponerse en marcha. Jin Goo, que vio su gesto, se interpuso en su camino y lo miró muy seriamente. No permitiría que cometiera una locura.

—No vas a meterte en esa turba. —Le riñó con aspereza. —¿No comprendes acaso que si te caes lastimarás a tu bebé? ¿Es eso lo que quieres acaso?

—¡No, no es eso lo que quiero! —respondió Jungkook, apretando con impotencia las riendas de su caballo. —Solo quiero que se termine esta maldita pesadilla de una vez. —Aseguró soltando un sollozo.

Jin Goo se acercó hasta él y lo consoló con un abrazo.

—No te preocupes. Por lo que pude ver, Yoongi y Jimin lograron seguirlos. Cuando averigüen a dónde se llevaron al príncipe Taehyung, nos informarán y los emboscaremos. Por ahora tratemos de calmar los ánimos aquí. ¿Qué te parece?

Jungkook asintió y se secó las lágrimas. Había perdido una batalla, pero no pensaba perder la guerra. Sea como sea recuperaría a Taehyung.

Continuará...

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